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Don Brito, la odisea de un sarjento de mar, i El Capitan Orella, pájina, esta última, la mas sentida i bella por la notable pintura del carácter que modela con su pluma.

El Capitan Orella

A principios de enero del año de 1866, el jóven don Manuel Joaquin Orella abandonaba las aulas de la Escuela Naval para incorporarse a la Armada Nacional en calidad de guardia-marina, sin exámen.

Como por aquel entonces la escuadra española bloqueaba el puerto de Valparaiso, el jóven guardia-marina tuvo que ir a las playas de San Antonio en busca del agua salada, i bautizar el primer uniforme con que mas tarde debia ennoblecer su nombre i dejarlo escrito con letras de oro en la historia de su patria.

En el dia, cuando un cadete concluye sus estudios, ántes de desprenderlo del tutelaje escolar, escrupulosamente se le atiende en todas sus necesidades, se le provee de libros, instrumentos, ropa i de cuanto puede necesitar un guardia-marina en el servicio de abordo.

Con anterioridad, la Direccion de la Armada ya ha hecho preparar ef buque escuela que debe llevarlos en viaje de instruccion.

Allí se encontrarán con un comandante, instructores i oficiales elejidos que velen por el aprendizaje de esos jóvenes, encuadrándolos dentro de los reglamentos i programas prolijamente estudiados, no solo en los conocimientos teóricos i prácticos, sino tambien en la enseñanza moral i en los deberes que incumben al marino i al hombre de honor que dedica su vida al servicio del pais.

Injentes sumas se gastan en rematar satisfacto

riamente los prolongados i benéficos viajes de instruccion a paises estranjeros, procurando, por todos estos medios, llegar a formar de esos jóvenes unos cumplidos i buenos oficiales, que con el tiempo puedan corresponder cumplidamente a esos sacrificios.

Cuando a Orella se le lanzó al mar por primera vez, nada de eso habia; el guardia-marina, al llegar a bordo, jeneralmente encontraba en sus jefes ogros en lugar de maestros i consejeros, i en lugar de compañeros que lo indujesen i enseñasen, no era raro encontrarlos mas apropiados para encaminarlos en rumbo errado.

De tal manera, que cuando un niño salia de la escuela, en vez de hallar un sendero que le sirviese de guia para su porvenir, hallaba un estéril desierto donde iba a tirar el dado de su fortuna.

Al jugar Orella el suyo, le salió cara arriba el marcado con Marina, Patria, quedando por los lados los libros i las tentaciones compañeriles.

Ya desde ese dia su rumbo quedó trazado i supo mantenerse firme en él hasta que la guadaña lo podó como comandante del puente de su buque, a pesar de los esfuerzos desplegados por su amigo el doctor del Sol para arrancarlo de la maligna fiebre amarilla.

Por el año 70, ya lo vemos hecho un hombre i un verdadero marino: los dos galones de teniente 2.0 adornaban las botamangas de su levita.

Era bastante alto, mas bien delgado que grueso; por lo jeneral usaba el pelo largo i la barba de candado; sus ojos grandes miraban con fijeza, sin que esta fuese una mirada fuerte ni imponente; era mas bien bondadosa, como era su carácter.

Tenia un vozarron de trueno, que cuando gritaba,

hacia temblar el aire i a veces repercutia como ca

ñonazo.

En el puente, mandando una virada o maniobra, era de verlo: parecia que crecia, estaba en su elemento, le volaba el pelo, fruncia el entrecejo i con su mirada i su tremendo vozarron parecia dominar los elementos.

Su aficion a la mar, al alquitran i a todo lo que se relaciona con el arte del marinero, eran sus verdaderas inclinaciones; no habia cosa marinera que él no supiese hacer con sus propias manos; los botes a la vela los manejaba con verdadera maestria, dándole con razon todo este conjunto la fama de buen marinero, i como en ello mezclaba tambien su buen ojo para dar en el blanco, se le tenia por buen artillero.

Cuando se iniciaron las hostilidades de la guerra del Pacífico, a Orella le tocó trasladarse al norte en la corbeta «Esmeralda,» bajo las órdenes del comandante Thompson; i a principios de mayo, cuan do Williams preparaba su espedicion al Callao fué trasbordado a la «Covadonga,» bajo las órdenes del comandante Condell, buque que le sirvió de arena i para desplegar en él el ímpetu de su valor i demostrar publicamente la sinceridad de su aquilatado patriotismo.

Aunque la historia del combate de Punta Gruesa, que sirvió de tumba al blindado peruano «Independencia,» i de gloria a la goleta «Covadonga,› ha sido tan estudiada i narrada por toda clase de plumas i pinceles, sin embargo, no estará demas sacar a luz apreciaciones i episodios de carácter íntimo; que contribuirán en algo para retocar la figura de nuestro actual protagonista.

El 21 de mayo, cuando la «Covadonga,» perse.

guida por la «Independencia,» daba vueltas rozando las piedras de la isla para seguir rumbo al sur, se inició entre esos dos buques una lucha por estremo desigual: era el elefante persiguiendo a la hormiga, para anonadarla en el primer momento en que lograse llegar a su contacto.

Pero en esa hormiga habia hombres de un temple. de acero, i en sus corazones la sangre bullia de patriotismo, i con su chivateo supieron mantener hasta lo último el mismo entusiasmo i decidida resolucion.

Ese chivateo no debe existir en un buque de guerra, como no existió en la «Esmeralda,» pero con el carácter jovial, alegre i casi de un niño, que siem. pre caracterizó a Condell, no solo toleró sino que fomentó con su actuacion, i quizas en ello hacia bien, pues así no dejó por un momento que se adormeciera ni aconchase ese espíritu, sino que por el contrario, lo supo mantener siempre en continua ebualicion.

Cuando la «Independencia» palpaba la ineficacia de su artilleria, largaba por andanadas de uno i otro lado, parece que se enfurecia i se lanzaba a fondo para ultimar de una estocada a su pequeño e insolente contendor.

Pero los defensores de la goleta, al ver casi encima a este jigante, jadeante i rabioso, mas se entusiasmaban, i en esos momentos se veia a Condell desenvainar su espada, afilarla en los pasamanos del puente para en seguida amenazar al encastillado Moore del «Independencia. >>

Orella, a su vez, sin largar la rabiza de su cañon i mientras se cargaba nuevamente su pieza, con su vozarron hacia saber a Moore i sus tripulantes, en

lenguaje bien franco i castizo, la clase de enemigos con quienes se las tenian que ver.

Cuando la ineptitud de Moore dió al diablo con su poderoso blindado, la goleta volvió sobre sus pasos, hasta que a cañonazos obligó a su enemigo a cambiar por blanca la bicolor que antes tremolaba con tanto orgullo en su pico de mesana.

Este momento a bordo de la hormiguita debe haber sido sublime; el entusiasmo era delirante, todos gritaban i se confundian en un mismo abrazo, tan luego se veia a Condell en los brazos de un marinero, como a éste en los de un oficial.

Orella en este delirio, desenvaina su espada, blandiéndola de gusto, i en un descuido hiere a uno de sus marineros en la cara, i como la sangre principiase a emanar, Orella lo abraza i pide mil perdones, sin fijarse que él se ensangrentaba su rostro con la sangre del marinero.

Restablecida la calma, Condell llama i reune en consejo a sus oficiales para resolver lo que debian hacer, viéndose solos, averiados i con el «Huáscar» que salia de Iquique en su persecucion, despues de haber hundido a la gloriosa «Esmeralda.» Condell, Estanislao Lynch, Eduardo Valenzuela i Sanz, opinaron por hacerse inmediatamente mar afuera, para con la noche despistar a su perseguidor.

Orella, radiante i desenvainando su espada, protesta i dice: «Ya que la suerte está con nosotros, yo soi de opinion que salgamos al encuentro del <«<Huáscar» i nos lo tomemos al abordaje.»

Por supuesto, la mayoria se impuso, i Orella, mal que le pesase, tuvo que envainar nuevamente su victorioso sable, para ocuparse de poner en salvo su averiada goleta.

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