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DON ALBERTO BLEST GANA

Es el maestro, el mas eminente novelista nacional, en cuyas hermosas obras, de arte esquisito, se han formado varias jeneraciones literarias en nuestro pais.

No tiene en América un competidor de su índole, siendo, como escritor descriptivo, rivalizado solo por Fenimore Cooper, el atrayente novelista norte-americano. Sus producciones llevan el sello de su temperamento observador, a la vez que de una orijinalidad admirable. Pinta en ellas caractéres i costumbres de su raza nativa, a la vez que sus paisajes llenos de encanto i luz, teniendo predileccion por la naturaleza que se desenvuelve espléndida i maravillosa bajo nuestro cielo patrio i dentro de nuestros brillantes horizontes.

Los pintores británicos que han visitado nuestro pais, han dicho que no hai luz mas difícil de reproducir con el pincel que la de nuestro cielo, por su brillantez deşlumbradora.

El viajero i profesor Schnars Alquist, pintor de marinas, esclamaba tambien, despues de larga permanencia en nuestro pais, que los valles, las montañas, el mar, el cielo, las nubes de nuestros horizontes reunian tal profusion de luz i de colores que no los habia visto jamas en ninguna otra rejion del mundo.

Bajo este cielo esplendoroso, el novelista chileno, Alberto Blest Gana, ha concebido sus romances nacionales, comunicándoles a las fantasias de su imajinacion, las de la naturaleza.

Poeta en sus primeros años, escribió cuentos de costumbres criollas i de la sociabilidad de su tiempo, ocultando su nombre, en La Semana, de los Arteaga Alemparte, suscribiéndolos con el pseudónimo de Nadie.

Mas tarde, habiendo leido al autor de la Comedia Humana, a Honorato de Balzac, abandonó la lira del poeta por la pluma del novelista.

Un ideal de gloria se anidó en su pensamiento, que no le ha abandonado nunca, a traves de las mas variadas vicisitudes de su vida.

Habiendo servido a su pais en el ejército, en la administracion pública i en la diplomacia, no ha dejado de mano su dedicacion a la literatura, en la que persevera con alientos juveniles desde hace medio siglo.

Viviendo en Paris, desde el desempeño de su mision internacional, hace cerca de treinta años, no olvida su patria i escribe, de tiempo en tiempo, novelas, como la

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titulada Durante la Reconquista, en la que recuerda i retrata a su amado suelo con todas sus cautivantes bellezas, porque lleva en su alma la luz de su cielo i el encanto de su naturaleza.

Sus novelas El Pago de las Deudas, que fué la primera que escribió i publicó, en la Revista del Pacífico; Juan de Arias, Martin Rivas, El Ideal de un Calavera, Un Drama en el Campo, Mariluan, El Primer Amor, La Aritmética en el Amor, La Fascinacion, Engaños i Desengaños, Los Trasplantados, Durante la Reconquista, lo presentan como un delicado romancista, de concepcion novedosa i de un estilo cautivante, de un perfecto literato de talento i buen gusto estético.

Su discurso de incorporacion a la Facultad de Humanidades, sobre la Literatura Chilena, determina su vocacion literaria i su índole de artista que busca en las letras la satisfaccion del espíritu i la espansion del sentimiento.

En este concepto Blest Gana es un perfecto novelista, porque cultiva el arte descriptivo de los caractéres i la naturaleza, por amor a la belleza del sentimiento i por espansion del alma.

Copiamos uno de sus mas bellos capítulos descriptivos de la reconquista española.

Durante la Reconquista

I

Desde las cumbres nevadas de los Andes, el sol, como enamorado de la tierra, la abrazaba. Su tibia caricia, de fulgurante luz, habia dorado con sus resplandores la falda de la cordillera, disipando con su aliento, como se borran al despertar los recuerdos de un sueño, los jirones flotantes de su velo de brumas matinales. Macul i Peñalolen, iluminados de súbito, enviaban a Santiago su sonrisa de verdura. Habia besado con su saludo del alba, la despoblada cima del cerro de San Cristóbal i partido sus rayos sobre los riscos del Santa Lucía. Habia corrido despues, a lo largo de la pedragosa caja del Ma

pocho, tiñendo de rubio color las turbias ondas del rio, i descendido poco a poco, en raudales de claridad, de los tejados a las calles. Penetrando por patios, por huertos i por jardines, despertaba la vida. i el movimiento, tras de su paso vencedor.

Santiago, en aquella mañana del 10 de octubre de 1814, habia recibido su huésped, huésped mas eterno que el del abril florido del poeta, con los atavios de una fiesta pública. Vistosos cortinajes de brocado i terciopelo colgaban de balcones i ventanas. Arcos triunfales de arrayan i de olivo, entrelazados con el pendon de su majestad Fernando VII en lo alto, se alzaban solemnes en los cuatro ángulos de la plaza principal. Largas banderas con los coloresde la madre patria plantadas en las puertas de calle, bajaban majestuosamente de sus astas i se ba-lanceaban con muelie abandono, al soplo leve de la. brisa del sur.

Por todas partes, un pretencioso empeño de ostentacion, un afeite de mujer gastada que quierefinjir la alegre frescura de la juventud a fuerza de aderezos i cintajos. El empeño oficial de simular la popularidad con aparatosas muestras de un regocijo forzado. Muchas casas habian sido blanqueadas denuevo, i en no pocas, los escudos de armas de aristocrático blason que en dura piedra de cantería se veian esculpidos sobre las puertas de calle, encontrábanse rodeados de guirnaldas de flores i de verdura, como las que trenzan los pintores en las fiestas pastorales de alguna Arcadia imajinaria.

Para admirar tanta pompa i galanura, el pueblo habia acudido de los arrabales desde temprano: con sus ponchos multicolores, sus chupallas de pita o sus bonetes maulinos de pan de azúcar los hombres; con sus rebozos de Castilla, verdes i colorados, i

sus polleras de vistosos colores las mujeres. Poca jente decente, jente visible, como se decia mas comunmente entónces, transitaba por entre la plebe abigarrada. La corriente humana, a veces en líneas cortadas como camino de hormigas, o en bandas de unos pocos, como gansos que caminan con gravedad al bebedero, se dirijia a la plaza por las diferentes calles que en ella desembocan. Pero hombres i mujeres iban por lo jeneral silenciosos, sin la prisa que impulsa el interes, i sin las voces i risotadas en que la alegria popular desahoga el fuego de su contento i el exceso tumultuoso de su robusta vitalidad. Solo los muchachos, cohorte siempre alegre, metian bulla. A pesar de los cortinajes i de las banderas, a pesar de los arcos i de las flores, a pesar de la luz resplandesciente del sol que brillaba como una sonrisa del cielo, hubiérase dicho que una sombra de recojimiento se advertia en los semblantes, como si una preocupacion oculta embargase en la turba plebeya la natural espansion del roto que se divierte. Miraba maquinalmente, apénas con curiosidad, las galas de que la ciudad estaba vestida, i seguia esa turba entrando en la plaza, sin tumulto, con paso tardo, con aire desconfiado. Era porque la fiesta que se preparaba tenia para los mas una significacion siniestra. El pueblo sentia en ella algo de ominoso, que hacia vibrar en él la cuerda del patriotismo desconsolado, en una de esas conmociones que se adueñan del alma de las multitudes, sin necesidad de propaganda ni fuerza estraña, por la electricidad misteriosa de un sentimiento comun. Empezaba el segundo aeto del luctuoso drama de la reconquista española. El primero acababa de terminar con la tremenda jornada de Rancagua. Los heróicos defensores de la plaza, que consiguieron con su arro

jo convertir una derrota en una de las mas brillantes pájinas de la historia chilena, habian trasmontado los Andes, dejando la patria enlutada i los hogares en lágrimas. Principiaba la leyenda, que es jeneralmente el vidrio de aumento de la historia, pero que esta vez no necesitaba de su poder engrosador, para dar a los personajes del drama, las proporciones jigantescas de los héroes de epopeya. Era la leyenda con su poesia de admiracion, dando forma a la gratitud patriótica del pueblo vencido. Un puñado de hombres que, despues de agotar todos los recursos de defensa, se arroja diezmado i sangriento, contra el círculo de hierro que lo sitia, i se abre el camino de la salvacion, rompiendo las filas del vencedor ensoberbecido, tiene que dejar un rastro de fuego en la imajinacion de los contemporáneos i una aureola indeleble en los anales de la causa inspiradora de tan heróica temeridad. Eso habian hecho O'Higgins i los suyos. Dándole ya la forma augusta de una tradicion venerada. el pueblo se contaba la reciente hazaña con admiracion casi supersticiosa. Sin medios de publicidad, la leyenda pasaba de boca en boca, penetraba en los hogares apartados, en las haciendas tranquilas, en las chozas de los inquilinos indolentes. Volaba como la oculta locomocion de las semillas, que sin que nadie las haya visto trasportarse de un punto a otro, brotan i florecen, como por encanto, en parajes donde nadie las ha plantado. En pocos dias, los nombres de Millan, de Ibieta, de Molina, de Vial, de Sanchez, de Astorga, agrupados como una aureola de constelaciones luminosas en torno del gran nombre de O'Higgins, habian llegado a encarnar el culto del pueblo por esa deidad, la Patria, que vive de sacrificios, como los dioses de la idolatría. En la imaji

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