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nacion popular, esa falanje de héroes moviéndose entre el estruendo del cañon i de la fusilería, al resplandor de los incendios, en el clamoreo del combate i el quejar de los heridos, batidas las frentes por los negros estandartes que habian clavado en las trincheras para indicar al enemigo su resolucion de morir peleando, tomaba las proporciones fantásticas de los cuentos que maravillan a los niños, infundiéndole el calor contajioso de la emulacion, por las heróicas acciones i por los estoicos sacrificios.

La voz de la fama habia llevado a los pechos de los chilenos esa simiente, sin que nadie sintiese, por supuesto, que habia de fructificar mas tarde en el lozano fruto de independencia, como no siente la tierra jerminar la semilla que ha de producir la mies de nutricion i de vida.

Mientras tanto, todos los que llegaban a presenciar en la plaza principal la fiesta del 10 de octubre, traian ya la nueva leyenda impresa en la imajinacion asombrada i miraban con torvo ceño, o con la indiferencia del desconsuelo, aquellos preparativos de fiesta, en que se celebraba la caida de Rancagua i el triunfo de las armas del rei. Ya el dia anterior, el 9, el jeneral Osorio habia entrado en son de conquista en la capital, al frente de sus tercios vencedores. Los santiaguinos vieron desfilar las tropas victoriosas, que venian precedidas por el rumor de las crueldades horrendas con que remataron su triunfo. Algunas compañias del Real de Lima. Los húsares de la escolta del General. El batallon de Talavera, que acababa de ganar en la jornada de Rancagua el renombre de ferocidad, que el terror i el horror de los contemporáneos ha legado palpitante a la historia. Los batallones de Chillan i Valdivia de voluntarios forzados. Los de Concepcion i de

Castro. La caballeria. Los batallones de Chiloé, la Vendée chilena, a cuyos hijos, los pueblos al norte del Maule llamaban con desprecio «chilotes de pata rajada», acaso porque en los pobres vestuarios de muchos de ellos habia una carencia absoluta de calzado. Los ajentes del partido monárquico habian conseguido formar una manifestacion de entusiasmo ficticio mientras duraba el desfile de estas tropas, i principalmente en el momento de la entrada del jefe victorioso, rodeado de su estado mayor. Las masas populares, a las que fácilmente arrastran los sentimientos jenerosos, tienen tambien sus horas de cinismo descarado, en que olvidan sus afectos, a cambio de abundante bebida o de alguna largueza pecuniaria. Es la aplicacion plebeya de la filosofia utilitaria con que Enrique IV de Francia pasaba por finjirse católico, a trueque de abrirse las puertas de Paris. Grupos de rotos de Santiago y de sus arrabales, convenientemente preparados por oportunas libaciones, habian vociferado gritos de entusiasmo y de loor a los victoriosos. Los demas de la turba habian seguido sin saber por qué, por gritar, por moverse, cojidos del contajio de la animacion que arrastra a los indiferentes, en presencia de la animacion de los otros. Las muchedumbres de pueblo, como las montañas, tienen eco.

Pero en la noche del 9 al 10 de octubre, la reacción se habia operado, La arrogancia de los vence dores habia despertado la popular conciencia. El pueblo acudia a la celebracion relijiosa del triunfo monárquico, como avergonzado de sus clamores del dia anterior. I a manera de remordimiento, se mostraba indiferente i silencioso. Tenía en su actitud ese aire de reserva i de desconfianza de nuestros campesinos, cuando vienen á la ciudad: por no pa

ANTOLOJIA CHILENA

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que

recer que admiran algo, se muestran impasibles. Mientras tanto, la fiesta habia ya dado principio, con arreglo al programa publicado por bando desde la tarde del dia anterior. Jeneral español, reconquistador de un pueblo católico, don Mariano Osorio, pensó que el mejor modo de impresionar favorablemente al vecindario de Santiago, magnates y plebeyos, era solemnizar el triunfo con una imponente fiesta de carácter relijioso, en que la Vírjen del Rosario, patrona de las armas españolas, tendria prominente colocacion. Disponía el programa habría Tedéum en la catedral, cantado con solemne pompa. La Vírjen del Rosario seria en seguida sacada en procesion de la iglesia, escoltada por las corporaciones relijiosas, militares i civiles de la capital. Con esto, los adherentes a la causa monárquica tendrian una brillante ocasion de lucir sus casacas, sus bordados i sus bastones con borla. Algunas compañias del batallon de Talavera, el cuerpo favorito del Gobernador i ya de fatídico nombre para los insurjentes, formarian séquito a la procesion. La carrera de esta habia sido trazada con prolijidad. Saldria de la catedral hácia la calle de Ahumada, torceria por la de Huérfanos, i regresaria a la iglesia por la del Estado, recorriendo todo este trayecto dentro de la calle formada por las tropas de la guarnicion, que harian los honores a la patrona de sus armas. Algunas piezas de artilleria, colocadas en el centro de la plaza, dispararian ruidosas salvas al salir i al entrar la procesion.

Las tropas, distribuidas en sus puestos, descansaban sobre las armas i trataban, segun la órden jeneral leida en la revista despues de la diana, de darse un aire marcial e imponente, para infundir respeto al pueblo conquistado. Los oficiales reuni

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