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De la Tierra al Cielo

Enterraron al pobre periodista en una sepultura de humilde aspecto, sin mas adorno que una cruzi sin-mas señal que una fecha y un nombre.

Al verse solo en la oscuridad de su ataud, el desgraciado tuvo miedo, un miedo terrible, resolvió abandonar tan estrecha cárcel emprender camino & del cielo, pues él creia que en esa mansión merecia descansar en premio de lo mucho que habia sufrido en el mundo.

Una vez fuera del ataud, se orientó lo mejor que pudo atravesando la ciudad se encontró luego en un desierto inmenso, sin horizontes sin luz.

Entonces se arrepintió de haber abandonado su sepultura quiso retroceder; pero una fuerza estraña lo empujaba hacia adelante.

Cuando ya la fatiga el cansancio le impedian continuar la marcha, vió con alegria I sorpresa que la luz iba sucediendo a las sombras que cerca de un pintoresco valle se levantaba un edificio magnífico, cuyos muros parecian de oro piedras pre} ciosas.

Una puerta figantesca daba acceso a esa morada, la que tenía en su fachada principal, con letras que despedian rayos, un rótulo que decía: Corte Celestial.

El periodista, después de mucho titubear, se acercó a la puerta i dominando su emoción, apretó convulj sivamente entre sus dedos el timbre eléctrico.

una

Inmediatamente se abrió una ventanilla, cabeza desprovista de cabellos i de blanca barba, se dejó ver al través de ella.

-¿Qué queréis, buen hombre? preguntó el de la

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ventanilla, que no era otro que el mismísimo San Pedro, el eterno amable portero del Cielo.

-Quiero, contestó el recien llegado, vivir en este recinto, porque aquí es la única parte donde yo puedo encontrar el reposo que apetezco.

-Ignorais que a esta santa casa solo pueden entrar los buenos, los que han muerto en gracia de Dios, mi Señor?

-Nada de eso ignoro, y por lo mismo solicito permiso para entrar.

I quién sois vos?

-Yo soi periodista. He sufrido mucho quiero descansar en paz.

-¿Periodista, has dicho?
—Sí, señor, periodista.

-Entonces podéis iros a otra parte. A hombres de prensa les está prohibida la entrada al Cielo. -Pero esa prohibición es injusta, es cruel.

-Así será, amigo mio, mas yo cumplo lo que me ordena mi Padre Celestial.

-¿De modo que no tengo esperanza de poder entrar a esta dulce morada?

-Repito que no podeis entrar. Los periodistas son las únicas personas escluidas de este Reino.

-Conmigo puede hacerse una escepcion. Dejadme hablar con Dios, vereis cómo logro convencerlo permanecer a su lado para siempre. Yo que en el mundo he podido convencer a tantos hombres, no he de convencer a Dios!!!

-Es imposible, señor periodista. Lo único que puedo hacer es dejaros descansar un rato en la porteria.

I diciendo esto, el fiel portero abrió la puerta de la Celeste Mansion i el desventurado periodista entró a una sala de espera, donde tomó asiento.

Por una ventana abierta en el fondo de la sala se divisaba una parte de los encantadores jardines del Cielo.

El panorama que se presentó a la vista del escritor era soberbio.

Plantas flores de mil formas y colores embalsamaban el espacio con delicados aromas. Anjeles con alas de oro yesmeralda revoloteaban de aquí para allá. En medio de tantas maravillas estaba San Isidro, en mangas de camisa armado de una regadera, arrojando agua cristalina sobre las plantas predilectas del Señor.

San Pedro, que debe ser un sempiterno hablador, preguntó al forastero:

-Supongo que vendréis de algún lugar muf re

moto.

- Sí, señor, vengo de Chile.

-¿De Chile? ¿Qué es eso Chile?

-Una República de Sud América.
I en qué planeta está Sud América?
-En la Tierra.

—¡Ah! en la Tierra. Allí fué donde yo pasé muchas pellejerias, tantas que una vez me ví obligado a negar tres veces a mi Maestro, hoy mi Señor. Mui mala jente hai en ese planeta, porque son raras las personas que aquí han tenido cabida.

-Ya que vengo de tan lejos, señor, dijo el periodista, aprovechando el buen humor de San Pedro, me es harto sensible tener que regresar sin haber conseguido un lugarcito en el Cielo. Durante mi vida no he hecho mal a nadie i sí mucho bien. Mi pluma salió siempre en defensa del débil i jamas me presté a bajas intrigas.

-Compadezco vuestra situación, replicó el bueno

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