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un espejo; son como las concepciones frescas i sencillas de un arte fácil i comprensible, que pasan del lienzo o de la pájina al espíritu, en un rápido centelleo. Esto, sin embargo, no implica que no sean mas hermosas las madréporas i coralinas que duermen en la profundidad de los océanos, sin que las podamos contemplar a simple vista, pudiéndose decir que se asemejan a las complicadas creaciones de los jénios, hasta donde solo pueden llegar los buzos del pensamiento». Dáseles una miaja el que se les replique, sin mayor abundamiento, que simbólicos son el Hamlet i el Quijote, i los entiende todo el mundo; i tanto mas estraño, segun lo nota don Arturo Masriera, es «que se pretenda imponer a la actual jeneracion el decadentismo como a una grei sin voluntad, a la que estuviera vedado el ráciocinio».

Ello es que los dominios literarios de América están inficionados de un decadentismo creciente i que intenta avasallarlo todo. ¿Podrá ser cierto, como cree don Pedro Emilio Coll, que «si esta moda estranjera se ha aclimatado, es porque encontró terreno propio, porque corresponde a un estado individual o social i satisface un gusto que ya existia virtualmente»? Por lo demas, el antedicho autor añade que lo que se llama decadentismo por estos barrios no es quizas «sino el romanticismo exajerado por las imajinaciones americanas, la infancia de un arte que no ha abusado todavía del análisis, que se complace en el color i en la novedad de las imájenes, en la gracia del ritmo, en la música de las frases, en el perfume de las palabras i que como los niños ama, las irrisadas pompas de jabon».

So pretesto de que el viejo romance castellano necesita de ensanche, agrandamiento i estire, aun

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teniendo que descoyuntarlo, proceden los entusiastas prosélitos del decadentismo a innovar i enriquecer el idioma, sin ántes conocerlo bien, rejistrarle las entrañas ni escarbar en sus entresijos... «I lọ malo de la revolucion, agrega don Miguel de Unamuno, que traen a la lengua no pocos americanos, es que proviene de desconocimiento de ella, de ignorar el valor de cada vocablo».

Se olvidan lamentablemente de la verdad profunda que encierran estas palabras del egrejio sabio e inspirado poeta don Andres Bello: «Se puede ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede acomodarlo a todas las exijencias de la sociedad, i aun de la moda, sin adulterarlo, sin vaciar sus construcciones, sin hacer violencia a su jénio».

¡Ya no hai fuego en los ojos de nuestra jeneracion! esclaman los ardorosos, incitando a la juventud a la inventiva sin cortapisas, a la orijinalidad sin diques ni vallas; i la juventud se precipita por ese plano inclinado, soñando con la gloria i atraida por risueños mirajes i espejismos. Corren sin detenerse tras esos manjares de los dioses, desdeñan todas las reglas i apostrofan a los «ídolos», que en los ruinosos nichos de la historia cubrir debe el amarillo jaramago. Su credo es ponerse a la última moda, la que ha consagrado el snobismo, la del figurin aun no editado, bajo pena de no escapar a la vulgaridad. ¡Lo nuevo se impone! ¡La doctrina del decadentismo es la única que puede salvar a la literatura, de las telarañas!

¿Son acaso nuevas la hinchazon i las formas amaneradas que hoi se echan a la circulacion como monedas relucientes?

¿No os acordais de Góngora, fallecido en 1627, «despues de haberse fatigado plumas i liras en su

alabanza i en su vituperio»? ¿Ni de aquel gran poeta napolitano, Marini, il capo de secentisti? I, fuera de España i de Italia, ¿no tuvieron tambien Alemania su escuela de Lohenstein, Inglaterra el eufuismo, Francia el estilo de las preciosas? «El culteranismo, como lo recuerda la señora de Wilson, con sus metáforas estravagantes, estilo disparatado i ridículo, fué epidemia que cayó en aquella época sobre toda Europa.

I si quisiéramos señalar projenitores mas antiguos todavía del culteranismo de privanza en nuestros dias, no podríamos acudir a la poesía lírica del reinado de Augusto, que presentaba los mismos caractéres en la espresion, en el colorido del concepto i en el abuso de las figuras retóricas?

De los culteranos habidos i por haber se rió el insigne Manco de Lepanto, en aquel pasaje: «Apẻnas habia el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha i espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos ..»; i aludiendo, no cabe la menor duda, en otra de sus sabrosísimas pájinas, a las ampulosida:les estrambóticas, puso en boca de maese Pedro, cuando se referia al rapaz que esplicaba el retablo delante de don Quijote, estas palabras, inconmovibles como una montaña de granito: «Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectacion es mala».

MISAEL CORREA PASTENE

Periodista, nació en Ovalle en 1870. En 1892 entró a la redaccion de noticias de El Constitucional fundado por don Joaquin Walker Martínez i Manuel Barros Barros; al año tomó la redaccion de La Libertad de Talca hasta 1897. De Talca pasó a Iquique, donde colaboró

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