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ahora haciendo seña con sus instrumentos de guerra, comenzaron á flechar á los españoles. Cercaron las canoas los bateles, y dieron una gran rociada de flechas sobre ellos, y los hicieron detener, hiriendo algunos españoles.

Ya parece que necesitaba la reputacion de los castellanos, de dar á entender á los indios, que el sosiego con que hasta entonces estaban, se originaba de la humanidad con que querian tratarlos: y que el valor y ánimo se estendia, siendo necesario, á lo que luego conocieron. Procuró salir á tierra, no sin peligro por la mucha lama, y cieno del parage, y darles el agua á la cinta, con que no pudieron salir tan presto como entendieron, y peleando el general, se le quedó un alpargate en el cieno; y asi descalzo en un pié salió á tierra, y aqui dice Bernal Diaz, que se hallaron en grande aprieto. Fuera ya de él, y en tierra, se hizo la seña que se habia dado al capitan Alonso Dávila, disparóse la artilleria y escopetas, juzgando al principio, que el cielo llovia fuego sobre ellos, por ser la primera vez que los vieron disparar. Atemorizáronse, pero se recobraron presto para la pelea. Cerraron con ellos los españoles, invocando el nombre de nuestro patron el apóstol Santiago, y los hicieron retraer, aunque no muy lejos, con recelo de las grandes albarradas y cercas de gruesas maderas, con que se amparaban. Espugnarónselas, y ganadas por unos portillos, entraron al pueblo peleando con los indios y llevándolos por una calle, dieron en otras trincheras ó albarradas, donde hicieron cara los indios. Estando todos revueltos, llegó el capitan Alonso Dávila con su gente, que tardó algo, por ser el camino cenagoso; y asi por un lado y otro, echaron de aquellas fuerzas á los indios, y los llevaron retrayéndose. El valor en quien quiera, siempre es digno de alabanza, y asi tratando del que estos indios tuvieron en esta ocasion, dice Bernal Diaz estas palabras: "Ciertamente, que como buenos guerreros iban tirando grandes rociadas de flechas y varas tostadas, y nunca volvieron de hecho las espaldas, hasta un gran pátio, donde estaban unos aposentos y salas grandes, y tenian tres casas de ídolos, é ya habian llevado todo cuanto hato habia en aquel pátio, &c." No pudiendo del todo resistir la cólera con que los españolos los apretaban, huyendo los que podian al monte; presos algunos, y muchos muertos, desampararon el pueblo, aunque á costa de hallarse heridos cuarenta españoles, que mandó el general se fuesen á curar á los navios.

Quedando los demas señores del pueblo, mandó el general que se reparasen en aquel gran pátio, y adoratorios, y que no siguiesen el alcance. Alli tomó posesion de aquella tierra por el rey, y en su real nombre con esta accion. Junto á un árbol grande que alli habia, de los que se llaman Zeiba, desembainó su espada, y dió tres cuchilladas en el árbol, diciendo: que si habia alguna persona, que se lo contradijese, que él se lo de

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fenderia con su espada, y una rodela que tenia embrazada. Dijeron todos los soldados, que serian en su ayuda á defendello, si alguien otra cosa dijese, y por ante escribano del rey quedó autorizado aquel auto, aunque dice Bernal Diaz, que los de la parte de Diego Velazquez tuvieron que murmurar de la accion. Tambien dice, que los españoles heridos fueron catorce, y que los indios muertos al salir del agua, y en tierra fueron no mas que diez y ocho, y que alli reposaron aquella noche.

Otro dia mandó Cortés al capitan Pedro de Alvarado, que con cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y escopeteros, fuese la tierra adentro, hasta dos leguas, á reconocerla, y el capitan Francisco de Lugo por otra parte con otros cien soldados, y doce ballesteros y escopeteros por otra, otras dos leguas, y que volviesen á dormir al real. Habia de ir el indio Melchor con el capitan Alvarado, y buscándole no pareció, hallaron sus vestidos colgados en el Palmar por donde conocieron se habia pasado á los indios, que lo sintió el general, porque no fuese ocasion de mas inquietarlos. Salieron ambos capitanes, y como á una legua del real, se encontró el capitan Lugo con grandes escuadrones de indios flecheros y lanzas con rodelas, empenachados, que asi como vieron á los españoles, se fueron derechos para ellos. Cercáronlos, como eran tantos, por todas partes, y fueron tantas las flechas, varas tostadas y piedra arrojada con hondas, que sobre ellos cayeron, que parecia á la multitud del granizo cuando cae. Acercáronse despues, y con las espadas de navajas de á dos manos, daban tanto que hacer á los nuestros, que por bien que peleaban, apenas podian de sí apartarlos. Vista tanta multitud de enemigos, con todo concierto comenzó el capitan Lugo á retraerse, y un indio de Cuba viendo el peligro en que quedaba, fué corriendo á dar aviso al general, para que le socorriese. Por la parte que fué el capitan Alvarado, no encontró indios; pero habiendo andado mas de una legua, dió con un estero tan malo de pasar, que hubo de coger otro camino, y acaso fué hacia donde el capitan Lugo y sus soldados peleaban con los indios. Oyeron con esto el estruendo de las escopetas, tunkules, que les sirven á los indios de tambores, sus trompetillas y grande grita, y silvos que daban, y al sonido acudieron á la parte de la pelea. Juntos los dos capitanes, lo mas que pudieron hacer, fué resistir, y que pasasen los indios; pero cuando se fueron retirando hácia el real, no dejaron de seguir á los españoles.

Mientras esto pasaba con los dos capitanes, fueron otros escuadrones de indios á donde el general Cortés estaba; pero como tenian la artillería y era mas gente, presto hicieron retirarlos. Llegó el indio de Cuba y dijo como quedaba el capitan Lugo en aquel aprieto; y saliendo el mismo general á socorrerle, vieron como venian ya para el real los dos capitanes, que llegaron con sus soldados, ocho de los de Francisco de Lugo he

ridos, y dos murieron, y tres heridos de los de Pedro de Alvarado. En el real sepultaron los difuntos, curaron los vivos y descansaron todos aquella noche, aunque con buenas centilas, y cuidado como era necesario en guerra ya declarada. Supieron habian muerto quince indios y prendieronse tres, que el uno de ellos parecia principal. Determinado estaba el general á tentar todos los medios posibles para traer á los indios á la paz; y asi aunque habia sucedido lo referido, dió cuentas verdes á uno de los prisioneros, para que fuese á decir á los caciques viniesen de paz, y que les aseguraba no habria cosa alguna por lo sucedido, que lo pasado se olvidaria como se quietasen. El indio fué, pero nunca volvió, si bien dejó dicho, como el indio Melchor de Cabo de Catóch se fué á ellos la noche antes, y dijo, como les habia aconsejado diesen guerra á los españoles de dia, y noche, que sin duda los acabarian porque eran pocos, y que por eso estaban de aquella forma. De los otros dos supo Gerónimo de Aguilar aquella noche con certidumbre, que para otro dia estaban confederados todos los caciques comarcanos de aquella provincia, con su gente de guerra apercebida para venir á cercar el real de los españoles, y que tambien habia sido consejo del indio Melchor, con que no salió vano el recelo que tuvo Cortés, cuando supo su fuga.

Con esta noticia mandó el general, que se sacasen los caballos de los navios, que recien salidos se hallaron algo torpes, aunque al otro dia ya estaban sueltos: previnieronse todos los escopeteros y ballesteros, y aun á los heridos se les ordenó estar á punto. Dispuso, que los mejores ginetes peleasen en los caballos, que llevasen pretales de cascabeles, y que no se parasen á alanzear, sino que pasándoles las lanzas por los rostros, fuesen adelante, hasta haberlos desbaratado. Algunos dicen, que al principio no fué tan grande la resistencia de los indios, y que pidiéndoles bastimentos trajeron algunas canoas

gallinas y fruta, aunque poco para tanta gente, diciendo, que por ser tarde no traian mas, que á otro dia vendrian con mucha provision de bastimentos. Al dia siguiente vinieron con otra poca de comida, y dijeron, que la tomasen si querian, que no tenian mas, y que se fuesen; porque temiendo alguna violencia los indios, se habian ido al monte, y que sobre no querer salir del puerto, descargaron sobre los españoles una gran rociada de flechas, que ocasionó la batalla, con que se entró el pueblo, como se ha dicho. Sabido por el señor de Tabasco, intentó engañar á Cortés, mientras juntaba todas sus gentes, y con veinte y dos hombres, que parecian principales, le envió á rogar no quemase el pueblo, y que á otro dia trajeron alguna comida, y recaudo del señor del pueblo, que si queriau mas, con seguridad podian entrar la tierra adentro á rescatarla, y que debajo de aquel seguro salieron los capitanes Francisco de Lugo y Pedro de Alvarado, á quien sucedió lo que se ha dicho.

Lo mas cierto es, que nunca en esta ocasion hicieron señal de paz, ni verdadera ni fingida, porque estaban afrentados con los baldones de los de Champoton y Campeche.

CAPITULO X.

Del gran peligro en que se vieron los españoles en Tabasco; y como dieron los indios la obediencia.

Bien entendiera el general Hernando Cortés, que la rota pasada seria ocasion para que los amedrentados no tuviesen ya la guerra por tan á proposito, como les habia parecido, y que vendrian de paz con las ofertas que de ella les hacia, y buen tratamiento que se hizo á los prisioneros, como podria decir el que despachó al cacique. Con menos temor se hallaban los indios, que nunca se persuadian, á que tan pocos estrangeros habian de ser poderosos para sujetarlos: ellos si, siendo tantos, sino se salian de su tierra para consumirlos; y asi habian juntado todo su poder para ejecutarlo. Supolo el general Cortés de los prisioneros, y prevenido, como se dijo al fin del capítulo antecedente; á otro dia (que fué el de la Encarnacion del Verbo Eterno á veinte y cinco de Marzo) se dijo misa, que oyeron todos, y queriendo ser mas agresores, que acometidos, salieron á buscar á los enemigos. El general Cortés por capitan de los de caballo y demas infantes con sus capitanes, iban por unas zabanas ó campo raso sin arboleda, y á una legua como salieron de donde estaban alojados, se hubo de apartar el general con los demas de caballo por un mal paso de unas cienegas, que no podian atraveearlas. Por cabo de toda la infanteria iba el capitan Diego de Ordaz, y caninando algo apartados los caballos de los infantes, como se ha dicho, descubrieron gran multitud de indios, que ya venian en busca de los españoles á su real, porque no se persuadieron, á que tan pocos habian de salir á buscarlos. Venian repartidos los indios en cinco escuadrones, cada uno, segun su modo de contar de ellos, traia un jiquipil de guerreros, que son ocho mil, con que por todos eran cuarenta mil indios. Asi dice Bernal Diaz que venian. "Traian todos grandes penachos y atambores, y trompetillas, y las caras enalmagradas y blancas, y prietas, y con grandes arcos y flechas, y lanzas y rodelas y espadas, como montantes de á dos manos y mucha honda y piedra, y cada uno sus armas colchadas de algodon." Los indios se hallaron en mejor sitio, y luego que se acercaron, despidieron de si tal multitud de flechas, varas tostadas y piedra, que hirieron mas de sesenta españoles, y uno murió luego de un flechazo, que le entró por un oido. Disparó el capitan Mesa la artilleria contra ellos, que aunque fué grande la matanza, por no perderse municion alguna, siendo tantos y tan apiñados, no por eso se apartaron, mas de lo

que necesitaban, para flechar mejor á los nuestros. Resistian los españoles con valor á aquella multitud, que ya se juntaba pié con pié (como suele decirse) y aun con ser tales las heridas que recibian, y muchos con ellas la muerte; no eran poderosos para apartarlos de sí, aunque viéndose en tanto peligro, apretaron de suerte á los cercanos, que los hicieron pasar de la otra parte de una cienega, porque ya los españoles se habian visto como cerrados en una hoya de forma de herradura. Dice Bernal Diaz: "Acuérdome, que cuando soltabamos los tiros, que daban los indios grandes silvos y gritos, y echaban tierra y pajas en alto, porque no viesemos el daño que les haciamos, y tañian entónces trompetas y trompetillas, y silvos y voces y decian: Ala. Ala." Pero aunque le pareció que decian Ala, no dicen, sino la la, que repetido parece aquello.

Dudosa estaba la victoria, porque los indios con la multitud que tenian, suplian con brevedad la falta que les hacian los muertos y heridos, acudiendo de nuevo muchos mas de los que caian. Peleaban como gente, que tenia la atencion á vencer, y asi al parecer no sentian el daño con la esperanza, que perseverando, siendo tantos, habian de acabar con aquellos pocos estrangeros. Los españoles peleaban como quien solamente tenia la vida segura en su valor y esfuerzo. Hallabánse cansados y que casi no podian aprovecharse de su artilleria, y hay quien escribe, se vieron en tal peligro, que para no ser desbaratados de los indios, hubieron de juntarse espaldas con espaldas, para hacer rostro á todas partes, porque por todas eran combatidos; pero aunque Bernal confiesa, que se vieron en gran riesgo, no declara llegaron á la accion referida. No habia podido llegar Cortés con los demas hasta entonces, quedando por las espaldas á los indios ocupados con los que tenian delante, le dieron lugar para llegar á ellos. Era el campo llano, los caballeros buenos ginetes, los caballos venian con pretales de cascabeles; y al estruendo, cuando volvieron los indios quedaron asombrados; porque como nunca habian visto hombres á caballo, juzgaron, que caballo y caballero era todo un cuerpo, tenido de ellos por horrible monstruosidad, demas, que el daño que con las lanzas les hacian era muy grande, por ser en parte que podian jugar y correr los caballos como querian. Entonces los de á pié cargaron con mayor ánimo sobre los indios, que atemorizados con aquella repentina novedad, volvieron las espaldas á valerse de los montes, tanta multitud, que cubria las zabánas, y por ser tarde no les dieron alcance, y por estar tan fatigados. "Estuvimos (dice Bernal Diaz) en esta batalla sobre una hora, que no les pudimos hacer perder punto de buenos guerreros, hasta que vinieron los de á caballo."

Habiendo quedado el campo por los españoles, dieron gracias a Dios y á su bendita madre, por haberles dado tan gran victoria, y en memoria de ella, poblándose despues alli una vi

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