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DE LA HISTORIA DE YUCATAN.

CAPITULO PRIMERO.

De las primeras noticias confusas que hubo de Yucatan, y como le descubrió Francisco Hernandez de Córdova.

loriosos princinios dignos de eterna memoria, no fábulas fingidas para gloria de la nacion española; verdad's sí admiradas del Orbe, emuladas del resto de las monarquias; gra parte de un nuevo mundo (segun el comun lenguaje) manifestado á nuestra posteridad, y conquistado por el valor de pocos españoles, ofrecen asunto á la rudeza de mi pluma, escribiendo esta historia de Yucatan, que manifestado, ocasionó á la corona de Castilla la posesion de los amplísimos reinos de la Nueva España y sus riquezas. Habiendo el almirante D. Cristoval Colon descubierto la Isla Española y demás provincias, que en las historias de estos reinos se leen, hasta su cuarto viaje, que hizo á ellas desde los de España, pasado las calamidades, que se leen en la historia general de Herrera, y vagueando por el Occeano; le llevaron sus corrientes á dar vista á las Islas que están cerca de Cuba. La contradicion de los vientos, oposicion de las corrientes, no verse el sol, ni las estrellas, la continuacion de los aguaceros, truenos y relampagos, que abortaban las nubes; no les dió lugar á mas que hallarse sesenta leguas del puerto de Yaquimo, despues de sesenta dias que de él habia salido. Enfermaron los marineros con los grandes trabajos, y aun el cuidado con que el almirante habia estado en ellos, le puso en riesgo de perder la vida. Procediendo adelante con no menores peligros, descubrió una Isla pequeña con otras tres 6 cuatro junto á ella bien pobladas, que llamaron Guanajas, por haberle dado los indios este nombre á la primera, que vieron. Salió á tierra D. Bartolomé hermano del almirante, á reconocer la gente por mandato suyo, y vió venir de la parte Occidental una canoa de admirable grandeza, en que venian veinte y cinco indios, que viendo los bajeles de nuestros españoles, ni se pusieron en fuga, ni usaron de defensa, con el miedo que concibieron de ver gente para ellos tan nueva. Fué la canoa á vista del almirante, que hizo subir á su navio los indios, mugeres, y hijos que llevaban. Halló ser gente vergonzosa y honesta, porque si les tiraban de la ropa, con que iban cubiertas, al punto se cubrian: cosa que dió mucho gusto al almirante, y á los que tenia consigo. Tratólos con agradables

caricias, y dióles algunas cosas de las que llevaba de Castilla en trueque de otras de las que le parecieron vistosas, para llevar por muestra de las gentes que habia descubierto; y quedándose con el viejo, para tener noticia de la tierra, licenció á los demas, para que se fuesen en paz en su canoa.

Eran estos indios de este reino de Yucatan, pues por la parte Oriental tienen al golfo de Guanajos, y no dista de aquella Isla en que estaba el almirante (que la llamó Isla de Pinos, por los muchos que vieron en ella) poco mas de treinta leguas, y yendo como iban de la parte Occidental, era forzoso fuesen de Yucatan, pues no hay otra tierra de donde pudiesen salir seguros en embarcacion tan pequeña, aunque para canoa era grande, que tenia ocho pies de ancho. Llevaban en ella mucha ropa de la que en esta tierra se teje de algodon, como son mantas tejidas de muchas labores y colores, camisas cortas hasta la rodilla, que aun hoy no las usan mas largas; unas mantas cuadradas que usan en lugar de capas, á que llaman zuyen, navajas de pedernal, espadas de maderas, que hay de muchisima fortaleza, con navajas de las referidas pegadas en una canal, que labraban, con otras cosas de bastimentos de esta tierra, que se dirán en su lugar.

Quedó por entonces el conocimiento de esta tierra tan confuso, que se persuadia el almirante, era principio la vista de aquellas gentes para hallar por ellas noticia del Catayo y gran Can, aunque la esperiencía despues mostró lo que se ha visto; y queriendo proseguir al Occidente, le dijo tales cosas el indio viejo de las tierras que señaló al Oriente (sin duda porque no aportára á su tierra) que volvió la derrota para Levante, y dejó el poniente, con que se quedó este reino de Yucatan, y los demas de la Nueva España sin ser conocidos. Pero la Providencia divina dispone las cosas, como vé que convienen. Conocióse esto claramente, pues despues por el año de mil y quinientos y seis, cuatro despues de lo dicho, intentando con emulacion de los descubrimientos del almirante, Juan Diaz de Solis y Vicente Yañez Pinzon, hallar nuevas tierras, siguieron el descubrimiento, que el almirante había hecho, y habiendo llega. do á las Islas de los Guanajos, y habiendo de coger la via de Levante, navegaron hacia el poniente hasta reconocer la entrada del golfo Dulce, cuya boca á la mar es como un rio, que sale á ella por entre cerros muy altos (dos veces he estado en él) y va dando algunas vueltas por tierra, por cuya causa no le vieron, y tomando la vuelta del norte, descubrieron lo oriental de Yucatan, sin que ellos, ni por algun tiempo otra persona prosiguiese este descubrimiento, ni se supiese mas de estas tierras.

Hallábase el Gobernador Pedrarias Dávila en el Darien con falta de mantenimientos y sobra de gente castellana, y estas dos cosas le obligaron a dar licencia, para que los españoles, que so

quisiesen ir á otras partes, pudiesen hacerlo. Bernal Diaz del Castillo dice en su historia, que fué uno de los que le pidieron licencia para irse á Cuba, por ver las revueltas que habia entre los soldados y capitanes de Pedrarias, y porque habia mandado degollar por sentencia á Basco Nuñez de Balboa desposado con hija suya, por sospecha, que se queria alzar contra él por el mar del Sur. Gobernaba en aquel tiempo Diego Velazquez la Isla de Cuba, haciendo buen tratamiento á los españoles que en ella estaban, y los acomodaba lo mejor que era posible, con que los de aquella Is a se hallaban ricos. Teníase ya noticia en el Darien de esto, y así se determinaron cien españoles de los que allí estaban, la mayor parte de ellos nobles, de irse á la Isla de Cuba, y asi lo ejecutaron, recibiéndolos el Gobernador con afabilidad y promesas, de que en habiendo ocasion los acomodaria. Alargábase esto mas de lo que quisieran, y viendo, que perdian el tiempo, se resolvieron los que vinieron de Tierra firme, ó Darien, con otros de los que estaban en Cuba, de buscar nuevas tierras, y en ellas mejor ventura. Tratáronlo con el gobernador Diego Velazquez, y parecióle bien, y juntos ciento y diez soldados, nombraron por su capitan á un hidalgo llamado Francisco Hernandez de Córdova, hombre rico y que tenia indios depositados en aquella Isla. Entre todos compraron dos navios de buen porte, y otro les fiaba el Gobernador, con tal que fuesen primero á las Guanajas, y de ellas le trujesen indios, con que pagar el valor del barco. No vinieron en ello, por parecerles no era justo hacer esclavos personas de suyo libres, y no obstante les dió el barco, y ayudó con bastimentos para el viaje.

Prevenido todo lo necesario de bastimentos, armas y municiones, con algunos rescates de cuentas y otras cosillas, y tres pilotos que gobernasen los vageles, el principal Anton de Alaminos, natural de Palos, el otro Juan Alvarez el Manquillo, de Huelva, y otro llamado Camacho de Triana, y un clerigo Alonso Gonzalez por su capellan, se alistaron ciento y diez soldados, y por su capitan Francisco Hernandez de Córdova: por veedor para lo que tocase al rey Bernardino Iñiguez (y no Nuñez como dice Herrera) natural de Santo Domingo de la Calzada. A ocho del mes de Febrero, año de mil y quinientos y diez y siete, se hicieron á la vela en el puerto, que los indios llamaban Jaruco á la vanda del norte, y pasaron por el que se llama la Habana, á buscar el Cabo de S. Anton, para desde allí en alta mar hacer su viaje, en que tardaron doce dias, segun dice Bernal Diaz, aunque Herrera dice que solos cuatro. Doblada aquella punta, le dieron principio, encomendándose á Dios y á la buena ventura, sin derrota cierta, sin saber bajos, corrientes, dominacion de vientos, y otros riesgos, que en tal tiempo hoy se esperimentan. Luego se hallaron en ellos con una tormenta, que les duró dos dias con sus noches, y con que entendieron perderse. Abonanzó el tiempo, y

pasado veinte y un dias despues que salieron de la Isla de Cuba, vieron nueva tierra, dando á Dios muchas gracias por ello.

Desde los navios vieron un gran pueblo, que por no haber visto otro tan grande en Cuba, le llamaron el Gran Cayro, distante de la costa al parecer dos leguas. Disponiéndose para salir á reconocer la tierra, una mañana á cuatro de Marzo, vieron ir á los navios cinco canoas grandes navegando á remo y vela, llenas de indios, que llegaron haciendo señas de paz, llamándolos tambien con ellas desde los navios. Acercáronse sin temor, y entraron en la capitana mas de treinta indios, vestidos con sus camisetas de algodon, y cubiertas sus partes verendas. Holgáronse de verlos asi, teniéndolos por gente de mas razon que los de Cuba (como tambien sucedió al almirante Colon) y los regalaron, y dieron algunos sartales de cuentas verdes, que estimaron los indios, habiendo mirado con cuidado aquel modo de gentes tan estrañas para ellos, y la grandeza y artificio de los navios, nunca de ellos vista; el principal, que era cacique, hizo señas, que se queria volver al pueblo y que otro dia traeria mas canoas en que saliesen los españoles á tierra. Cumplió el cacique su promesa, y al otro dia por la mañana vino á los navios con doce canoas grandes y muchos indios remeros, y con muestras de paz dijo al capitan, que fuesen á su pueblo, dondo les darian comida, y lo demas necesario, que para llevarlos traia aquellas canoas. Deciáselo con las palabras, que en su lengua lo significan, y como repetia Conex cotóch: Conex cotóch, que es lo mismo, que venid á nuestras casas; entendieron los españoles, que asi se llamaba aquella tierra, y la nombraron Cabo ó Punta de Cotóch, nombre, que quedó en las cartas de marear, y por donde se conoce.

Por ver la costa llena de indios, recelando lo que despues sucedió, salieron los castellanos en sus bateles y en las canoas á tierra con quince ballestas y diez escopetas, segun dice Ber-、 nal Diaz, aunque Herrera veinte y cinco ballestas parece que dá á entender. Bien necesitaron de esta prevencion, porque porfiando el cacique en llevarlos á su pueblo y guiándolos él mismo; al pasar por un montecito breñoso, dió voces el cacique, y á ellas salió gran multitud de indios, que tenia puestos en celada, y comenzaron á flechar á los españoles. Tal fué el impetu con que acometieron, que á la primera rociada hirieron quinee soldados, y tras ella se juntaron con los españoles peleando con sus lanzas y espadas muy orgullosos, y dice Bernal Diaz, que les hacian mucho nial. Poco rato pudieron sufrir las heridas de las armas españolas, y habiendo muerto quince de ellos, los restantes huycron, si bien prendieron dos indios, que despues fueron cristianos; el uno se llamó Melchor y el otro Julian. Miéntras duraba esta escaramuza, el clérigo Alonso Gonzales, fué á unos adoratorios, que estaban un poco adelante en una placeta; y eran tres casas labradas de piedras, y alli halló muchos ído

los de barro, unos como caras de demonios, otros de mugeres, altos de cuerpo, otros al parecer de indios, que estaban cometiendo sodomias. En unas arquillas de maderas, que alli estaban, metió el clérigo algunos ídolos, y unas patenillas, tres diademas y otras piecezuelas á modo de pescados, y anades de oro bajo, que enseñó despues á los compañeros. Ellos habiendo visto casas de piedra, cosa que no usaban los indios de Cuba, y aquellas señales de oro, quedaron, aunque heridos, muy contentos, habiendo reconocido tal tierra. Acordaron con esto de volverse á embarcar, y curaron los heridos; salieron de alli costeando al occidente, navegando de dia, y reparándose de noche á vista siempre de tierra, diciendo el piloto Alaminos, que era isla, y á quince dias dieron vista á un pueblo al parecer grande, con una ensenada, que creyeron era rio ó arroyo, donde podrian coger agua, de que ya llevaban falta, por ir las pipas maltratadas. Domingo, que llaman de Lázaro, salieron á tierra junto al pueblo, que era Campeche, y por esta ocasion le llamaron San Lázaro, y hallando un pozo de donde vieron beber á los indios, hicieron su aguada. Con recelo de lo sucedido en Cabo de Cotóch, salieron muy bien prevenidos de armas. Recogida el agua, queriendo volverse á los navios, fueron del pueblo como cincuenta indios, con buenas mantas de algodon, y preguntaron por señas, que buscaban, señalando con la mano, que si venian de donde sale el sol, y con ser la primera vez que los vieron, decian Castilan, Castilan, sin reparar en ello los castellanos por entónces. Respondieron á los indios, que querian agua y irse. Ellos los convidaron á su pueblo, y los españoles con recato, y en concierto fueron con ellos, que los llevaron á unas casas de piedra muy grandes, que eran adoratorios de sus ídolos.

CAPITULO IL

Lo que sucedió a los castellanos en Campeche, y despues en Potonchan, donde murieron muchos á manos de los indios.

Los adoratorios donde en Campeche llevaron los indios á los españoles, eran de buena fábrica como los de Cotch, y tenian figuradas en las paredes, serpientes, culebras y figuras de otros ídolos, y el circuito de uno como altar lleno de gotas de sangre muy fresca, que segun supieron despues acababan de ofrecer unos indios en sacrificio, pidiendo á sus ídolos victoria contra aquellos estrangeros; y dice Bernal Diaz, que á otra parte de los ídolos tenian uns señales, como a manera de cruces. Andaba gran gentio de indios y indias, como que los iban á ver riéndose, y al parecer de paz. Despues vinieron muchos indios cargados de carrizos secos, que pusieron en un llano, luego dos escuadrones de flecheros, lanzas, rodelas y hondas, con unos como capotes colchados de algodon, arma defensiva para

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