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Escribióla el R. P. Fr. Diego López Cogolludo, provincial que fué de la órden franciscana; y la continúa un yucateco.

La historia es una fiel de positaria de todas las acciones buenas ó malas de los hombres.... y forma el estímulo mas poderoso para la virtud, y el mayor freno del vicio. Bielfeld.

TOMO 1:

CAMPECHE.

Impreso por José María Peralta.

1842.

Vignaud Library

10-15-40

v. 1

EL EDITOR.

DESPUES de vacilar por algun tiempo, al fin hemos pre

ferido publicar, tal cual está escrita, la historia de Yucatan por el P. Fr. Diego López Cogolludo; ántes que hacer de ella un estracto ó sinopsis, segun nos aconsejaron varias personas de juicio é ilustracion. Algunas consideraciones de peso nos desidieron á adoptar el partido de hacer íntegra la reimpresion, aunque no fuera la muy plausible de conservar á la literatura este monumento, que el tiempo habia desplomado, casi sin esperanza de reedificarse. Porque en efecto, escasea tanto esta obra, y son tan raros los ejemplares de la única edicion, que hemos visto ofrecer ciento y cincuenta pesos por uno que, al menos, estuviese en buen estado, y no ha sido posible conseguirlo: circunstancia que se encuentra comprobada con la vana solicitud que en su demanda se ha empleado por mucho tiempo en los periódicos del pais.

Emprender la inmensa obra de hacer un estracto, sobre esponernos á defraudar á la historia de los hechos que justamente le pertenecen, nos habriamos echado encima una carga, que acaso no habriamos podido sobrellevar. Conservando integra la obra, dejamos fijada la base de una historia que si no nosotros, otro que valga mas, escribirá en adelante, cuando logremos ver organizados los archivos públicos que se hallan en el mas espantoso desórden, ya por el espíritu vandálico que regularmente ha reinado en los disturbios intestinos, ya por la punible y escandalosa apatía de algunos antiguos empleados, 6 ya finalmente por las frecuentes invasiones de corsarios y piratas que infestaron nuestras costas en los dos siglos anteriores.

Se dice que el padre Cogolludo, mas que una historia de Yucatan, escribió una apología de la órden franciscana, queriendo probar que á ella y no al esfuerzo de los conquistadores, se debió la pacificacion de esta península: que su obra está sembrada de relaciones fabulosas de milagros ridículos: que carece de sana crítica y buen raciocinio: que su lenguaje es tosco y poco culto; adolesciendo demas de muchos vicios de gramática: que ocupa inumerables páginas en dar razon de los capítulos de los frailes; y que por último, su obra no es mas que un crónicon de su órden. No pretendemos justificar á nuestro historiador de todas estas acusaciones, sin embargo de que algunas de ellas son gratuitas; y para convencerse de lo contrario, bastaria su simple lectura. Pero permitásenos aventurar algunas reflexiones, que alejen semejante prevencion contra esta historia.

No hay duda alguna, porque es un hecho histórico comprobado por mil documentos curiosos, en que los frailes franciscanos para aprovecharse de la renta de todos los curatos de la Diócesis, ofrecieron frecuentemente la cuestion de este punto, apoyándola en el título que se arrogaron de pacificadores de Yucatan. En el dia es esta una polémica insignificante, porque casi estinguida aquella órden, rigiendo leyes tan diversas en este punto, y habiendo perdido amenudo los promovedores, sus pretensiones en la corte de España, de todo ello no queda sino una noticia confusa, que apenas retienen ó los muy aplicados al estudio de nuestra historia, ó los que estuvieron directamente interesados en el particular. ¿Quién negará sin embargo, que el modo de presentar la dificultad, los medios de desenvolverla, y los hechos que le sirven de fundamento, son dignos de conservarse? Verdad es que el autor lo hace, sosteniendo como es muy natural, los pretendidos derechos de su órden; pero el lector que tenga criterio, sabrá pesar en la balanza de su buen juicio, las razones del pró y del contra, pues debemos hacer al padre Cogolludo la justicia que se merece, por su buena fé al referir igualmente los datos y pruebas que militaban en contrario. Repetimnos que esta cuestion no presta en el dia otro interes, que el muy natural que debemos tener en no perder ni los hechos mas insignificantes de nuestra historia; sin embargo de que el presente ejerció en su tiempo un influjo poderoso. Fué un hecho grave y trascendental.

Respecto de las relaciones de milagros, convenimos en que Cogolludo tocó hasta la estravagancia. Pero hagamos esta sola reflexion. Escribió en el siglo XVII: bajo la dominaciou española; y cuando la inquisicion, ese abominable tribunal, habia oprimido al raciocinio de una manera muy fuerte. Mas: en un pais nuevo, zanjándose apenas los fundamentos de la religion, procurando estirparse radicalmente la idolatria de los aborigenes (mal sin duda mas funesto que las relaciones de milagros), hay algo de estraño en que se hubiesen empleado estos inocentes artificios para fijar la creencia; ó que el historiador los creyese inocentemente? ¿quién entónces podria jactarse de no tener un juicio tan débil (*)? ¿quién podria sustraerse de las

(*) Nadie vaya á figurarse por lo dicho, que nosotros dudamos de la existencia de verdaderos milagros. ¡Dios nos preserve de semejante heregía! Aunque no tuvieramos otros me dios para fundar nuestra convicción, bastára que las divinas escrituras nos refiriesen, como lo hacen frecuentemente, milagros asombrosos que la fé, virtud teologica que altamente acatamos y profesamos, nos obliga á creer. Los cuentos y patrañas, las consejas que en todos siglos veemos que se refieren como milagros, sin embargo de que puedan esplicarse naturalmente; esto es lo que no creemos, y despreciamos. El cristianismo por sra parte no tiene necesidad de apoyos tan miserables, ni de

influencias del romance, cuando sin saberlo nuestros mayores, eran involuntariamente esclavos de sus impresiones? El siglo XIX es el siglo ilustrado, el siglo de las luces y del progre so. Enhorabuena; pero si hay esas luces, esa ilustracion y ese progreso, disculpemos á los que tuvieron, si se quiere, la des-gracia de dejarse influir del espíritu de su siglo. Esas relaciones de milagros fabulosas ó no, ofrecen por otro aspecto, una ventaja digna de tomarse en consideracion; y es que nos suministran medios de rectificar nuestros errores, y de conocer el carácter dominante de la época. Es una mina inagotable, que pue den esplotar el poeta y el romancero, el historiador y el filósofo. El hombre de juicio y de sólida ilustracion, sabrá apre, ciar debidamente el motivo que tenemos para no suprimir estos estraviados rasgos del autor, tanto mas, cuanto que no creemos haya fundamento para sospechar que seamos fanáticos ni amigos de la supersticion.

El cargo que se forma contra el autor, sobre su falta de crítica, es fundado hasta cierto punto; pero no asi tan vagamen te como se indica. Para escribir su historia, se aprovechó de cuantos documentos auténticos pudo reunir: de ellos hace com. paraciones muy juiciosas, propone objeciones y las resuelve con acierto y facilidad. Sus observaciones son exactas, y á cada paso encontrarémos motivos para hacerle la justicia que se mereCuando refiere hechos de que ha sido testigo, lo hace con admirable propiedad. No puede, en nuestro concepto, exigirse otra cosa mayor de un escritor de aquella época, y que formaba su obra en aquellas circunstancias. Seamos justos.

ce.

Se nos ha dicho tambien, que el lenguaje de este libro, es tosco y poco culto, adolesciendo ademas de graves vicios gra maticales. Pero los que aventuran una observacion semejante, lo hacen sin conocimiento de causa. Cuando escribió su historia el padre Cogolludo, casi habia desaparecido el harmonioso y dulce lenguaje de D. Alonso el sábio, de Mariana y de Cervantes. Gongóra y Quevedo se habian apoderado de la lengua castellana, despojándole de su pompa y gala naturales; y como si de suyo careciese de riqueza y elegancia, la habian adulterado escandalosamente, sembrándola de frasismos estravagantes, exagerados y rudos, en que se sacrificaba la pureza de la lengua, á un ridículo culteranismo. Desde las Siete Partidas, hasta el Informe de la ley agraria, (dignos modelos que todos debieramos tener á la vista para evitar los torpes vicios en que solemos incurrir, creyendo equivocadamente hermosear nuestros escritos con periodos tan risibles como perdantescos) observamos una gradacion que casi puede marcarse. Allí veemos á Lope de Vega, á Calderon, á Garcilaso y á Solis: allí tambien á los culteranos, que aun hay tienen imitadores, por desgracia.-El

autoridad tan dudosa y equivoca, para ser tan firme como es, y lucir con todo el brillo que le dió su divino autor.

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