Imágenes de páginas
PDF
EPUB

un período de veinte ó veinticinco años á esta parte, se hallarán fenómenos singulares y, como resultado dominante, que si ciertos efectos han bajado, los más han conservado su antiguo nivel ó han aumentado de precio. Obsérvase lo primero en los artefactos corrientes de algodón, en la cerveza, en los tabacos y otros de producción nacional, debiéndose esto probablemente á la gran competencia que se hacen los industriales entre sí, porque se ha diversificado poco el empleo de la actividad de nuestros hombres de empresa y los más se han dedicado á explotar sólo ramos ya conocidos.

El alto precio que casi todos los efectos extranjeros y algunos de los nacionales alcanzan todavía, se debe en nuestro concepto, á un hecho que, aun contrariando opiniones muy generalmente profesadas, no podemos calificar sino como fatalmente adverso en todos sentidos y capaz por sí solo de contrarrestar la influencia favorable de todos los demás, por numerosos que sean. Nos referimos al alza que en nuestro cambio sobre el extranjero ha producido la depreciación de la plata y, por consiguiente, de nuestra moneda, con relación al oro, que forma la base monetaria de las naciones con que comerciamos.

No corresponde á este lugar el estudio completo de tan importante y difícil cuestión en sus múltiples aspectos; pero nótese que, en cosa de veinticinco años, nuestra moneda ha perdido más de la mitad de su poder de adquisición y con ello bastará para no admirarse de que los efectos que tenemos que adquirir pagándolos en oro no hayan bajado, sino que más bien hayan subido de precio. Influencia tendrán en este resultado el vicioso sistema, que apenas comienza á abandonar nuestro comercio por mayor, de vender á largos plazos mucha parte de sus efectos y la no menos deplorable costumbre (provenida seguramente de las antiguas conductas de caudales, que impedían toda regularidad en los pagos de plaza á plaza) de no atender con escrupulosa y severa exactitud á los vencimientos, que, por no perder su clientela, con mucha benevolencia y aun laxitud prorrogan los vendedores, impedidos por esto de llevar al descuento de los Ban

cos, como se practica en todo el mundo, la enorme masa del papel de comercio, que ellos conservan paralizada en sus cajas; contribuirá también á los altos precios el aumento general de la riqueza pública, que permite á muchas clases sociales, exceptuando, por desgracia, á la más baja, cuyos jornales no han aumentado en la proporción que debieran, gozar de comodidades y aun de cierto pernicioso lujo que antes les eran desconocidos; entrará por tanto como se quiera para mantener la carestía, la tendencia que aún conservamos á las ligas y conciertos para producir artificialmente por el monopolio la escasez de ciertos artículos, sobre todo nacionales, porque la libertad económica y la competencia no han acabado todavía de sanear nuestra atmósfera mercantil, como la luz del sol y el aire puro no matan en poco tiempo á los microbios que, en la obscuridad y en la atmósfera viciada de un subterráneo, encontraban medio propicio á su existencia; pero sobreponiéndose en importancia á estos motivos, aunque todos coexistan, parécenos indudable que la depreciación de nuestra moneda es la causa principal de la general elevación de precios que sufrimos todavía.

¿Cómo, en efecto, pedir à un importador que hace un cuarto de siglo compraba con uno de nuestros pesos mercaderías por valor de cinco francos, que hoy nos venda más barato que entonces, cuando con ese mismo peso no adquiere ahora más que dos francos y cuarto y aun menos? El costo en el extranjero será menor, habrá cesado la necesidad de las grandes existencias, por la facilidad de hacer y recibir los pedidos; los fletes serán más baratos, el crédito más fácil, el interés más bajo, la seguridad pública completa, el arancel un poco más humano y racional, aunque no más bajo, porque el gobierno tiene que hacer en oro el servicio de la deuda nacional, que absorbe poco más ó menos el 40 por 100 del presupuesto mexicano (otro efecto de la baja de la plata); pero frente á todo esto y contra todo esto está la enorme pérdida del poder de adquisición de nuestra moneda. Y luego, que ni siquiera el tipo de los cambios es medianamente fijo ó sujeto á una previsión racional, sino que las bruscas

oscilaciones que sufre casi convierten en juego de azar el comercio de importación. ¿Qué raro, pues, que quien lo practica se procure, con un precio elevado, un amplio margen para semejantes riesgos?

Podrá replicársenos diciendo que todavía se hacen en el comercio considerables fortunas y que lo prueba bien la verdadera rareza de las quiebras en la República. Aparte de que el hecho puede tener satisfactoria explicación en la benevolencia de los acreedores, á que ya hemos aludido, ó en la buena fe, en la honradez, seguridad y previsión que caracterizan, para honra suya, al comercio de México y que han sido rasgos fundamentales en él desde el tiempo colonial y le han defendido de la fiebre de especulación que ha invadido á otros pueblos, haremos notar que los importadores sin capitales fuertes se han visto obligados á retirarse del campo y que las fortunas mercantiles ya no se hacen tan rápida y fácilmente como antes, lo que prueba que el comerciante ha cedido al consumidor una parte de las ganancias que antes guardaba para sí.

Verdad es que á la sombra de la prima que alcanzan algunos de nuestros productos tropicales, cuando logramos venderlos en los mercados extranjeros, que nos los pagan en oro, nuestra producción agrícola ha aumentado en considerable proporción; pero además de que estos mismos artículos, cuando los consumimos aquí los pagamos, como es natural, mucho más caros que antes, nuestra principal industria, la minería de plata, ha visto bajar el precio de su producto y, obligada á aumentarlo constantemente para buscar en la abundancia una compensación de los precios, cada vez más deprimidos, en mucho contribuye ella misma para deprimirlos más, y quién sabe si para llegar por este medio á un abismo que sólo se apartaría definitivamente de nuestro camino si con la sabiduría, el tino, la alteza de miras y el patriotismo de que ya tienen dadas elocuentes pruebas, algunos de nuestros hombres públicos se encararan de una vez con el formidable y dificilísimo problema del cambio de nuestro patrón monetario, que hoy por hoy detiene ya visi

blemente el adelanto nacional; porque si bien se examinan las cosas, carecemos de una moneda propiamente dicha, desde el momento en que la que usamos está sujeta á las bruscas variaciones del mercado internacional de la plata, sobre el cual en nada podemos influir y tiene, por lo mismo, perdida su principal función de ser la medida ó tipo de los demás valores.

Muy lejos iríamos si continuáramos examinando esta cuestión; y poniéndole aquí punto, porque lo dicho bastará al discreto lector para formar juicio de ella bajo su aspecto puramente mercantil, nos limitaremos á hacer constar que las corrientes de la opinión pública, que antes no veía sino un bien en la depreciación de la plata, comienzan ya á modificarse y á variar de rumbo ante la muda pero sugestiva elocuencia de hechos cada vez más numerosos y claros y que fundamentalmente se traducen en un encarecimiento de las subsistencias, de día en día más alarmante y que alcanza ya á las de nuestro desgraciado pueblo trabajador, que está amenazado de volver á su antigua miseria y desnudez porque lo que gana, aunque nominalmente es más que antes, en realidad apenas le basta para no morirse de hambre (1).

Y pasando á señalar algunos puntos favorables de nuestra evolución mercantil, digamos que aunque el alto comer

(1) Estas líneas, que reproducimos sin la más pequeña alteración, fueron escritas hacia el mes de Junio de 1902. En Febrero de 1903 la Secretaría de Hacienda nombró una Comisión de cuarenta y cuatro personas y la encargó de estudiar en sus múltiples é interesantes aspectos la cuestión monetaria. Esta Comisión después de un año casi completo de trabajos, acaba de disolverse llegando, por una considerable mayoría, á la conclusión de que es de aconsejarse al Gobierno nacional, el cambio de nuestro sistema monetario en el sentido de que, con circulación de monedas de plata, se adopte la base del oro como patrón, á semejanza de lo que en la India inglesa se hizo desde 1893. En las publicaciones oficiales de la Secretaría de Hacienda pueden consultarse los documentos más importantes sobre la reunión y trabajos de la Comisión monetaria; permitiéndose el autor recomendar con especialidad la lectura del dictamen de la 4.a Subcomisión, por el valioso apoyo que presta á las opiniones expuestas en las precedentes páginas y no por un sentimiento de vanidad, que sería pueril. Febrero de 1904.

cio no está todavía en manos de nuestros nacionales, comienzan éstos á interesarse mucho más que antes en el ejercicio mercantil y no sólo ha disminuído la prevención contra los extranjeros, sino que en los grandes centros poblados y cediendo en esto á las inclinaciones benévolas del carácter mexicano, puede decirse que ha cesado por completo.

Nuestra legislación mercantil ha mejorado también por considerable modo. Hemos reformado nuestra Constitución política en el sentido de atribuir al poder legislativo federal la facultad de expedir el Código de Comercio de observancia general en toda la República, en lugar de limitar su competencia á la sanción de bases generales de la legislación mercantil, como en el primitivo texto de 1857 se había hecho. Esto permitió la promulgación de un primer Código de Comercio en 20 de Abril de 1884; y como resultase con algunos defectos de consideración, aunque obra en que durante muchos años se ocupó una comisión de distinguidos abogados, fué derogado en 15 de Septiembre de 1889 y substituído por otro que está á la altura de las naciones cultas y no ha puesto obstáculos sino que, por el contrario, ha favorecido el desarrollo de los negocios, estableciendo y reglamentando cuerdamente las sociedades anónimas y dotándonos de reglas y preceptos generalmente claros y acomodados á nuestra época.

La justicia mercantil, conforme á un precepto constitucional que prohibe los tribunales especiales, se administra por los jueces del orden común; pero con sujeción á reglas que, aunque no exentas de algunos resabios de la antigua legislación española, denotan cierta tendencia á emanciparse de fórmulas vacías y de trámites complicados.

Nuestro Código de Comercio ha sido completado con ciertas leyes especiales sobre materias que aquél no trataba, y citaremos como de particular importancia la que reglamenta los almacenes generales de depósito y la que autoriza la emisión, por sociedades anónimas y empresas de obras. públicas, de obligaciones y bonos hipotecarios nominativos ó

« AnteriorContinuar »