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cer sucursales en los centros mercantiles más importantes del país, en lo que el Mercantil y el Monte de Piedad hubieron pronto de imitarle. Además, en el Estado de Chihuahua funcionaban, autorizados por su legislatura, como ya hemos dicho, dos ó tres pequeños Bancos de emisión que no extendían sus operaciones fuera del territorio chihuahuense.

El efecto sobre el mercado de los capitales consagrados al comercio de banca fué inmediato y en alto grado benéfico; el interés comercial, que habitualmente era de 12 por 100 al año, bajó desde luego al 8 y al 9 y no pasó mucho tiempo sin que se viera al 6 por 100, con general sorpresa. Este resultado, que si en parte se debía á los Bancos no era efecto exclusivo de su fundación, sino del movimiento general determinado por la introducción de los capitales empleados en los ferrocarriles y por la existencia misma de éstos, fué por muchos atribuído exclusivamente á las novísimas instituciones de crédito y la cuestión bancaria se puso á la orden del día.

Ante el silencio de nuestra constitución política, que nada decía sobre Bancos y que sólo daba al legislador federal facultades para establecer las bases generales de la legislación mercantil, surgiendo las más opuestas opiniones. Sosteníase por unos (y como de rigor, esta opinión era la simpática y popular) que la emisión de billetes de Banco era un acto de comercio enteramente libre con arreglo á la Constitución, que entre los derechos del hombre consagra la libertad de todos los habitantes de la República para dedicarse á la profesión, industria ó trabajo que les acomode, siendo útil y honesto. Propugnaban otros la doctrina de que en las facultades de los poderes públicos entra natural y necesariamente la de regular la circulación fiduciaria, equiparable por muchos conceptos á la circulación monetaria que nunca ni en ninguna parte se ha dejado en manos de los ciudadanos, sino que ha sido prerrogativa del Estado; y estas divergentes opiniones no sólo se sostenían por la prensa, sino que dividían á los individuos de una comisión nombrada por

la Secretaría de Hacienda para estudiar especialmente el asunto (1).

Resultado apreciable de estas discusiones y trabajos fué que se iniciara y llevara á cabo una reforma constitucional, por virtud de la cual el Congreso de la Unión quedó expresamente investido de la facultad de sancionar el «Código de Comercio obligatorio en toda la República, comprendiendo en él las instituciones de crédito» (14 de Diciembre de 1883).

Entretanto, el gobierno federal había seguido otorgando concesiones especiales para el establecimiento de Bancos de toda clase; y aparte de algunas que quedaron sólo escritas, merecen mención especial la otorgada para un Banco Hipotecario, de que en su lugar trataremos, y la que autorizó la fundación de un «Banco de Empleados» destinado principalmente, como su nombre lo indica, á practicar operaciones con los empleados públicos, pero con facultad para emitir billetes reembolsables al portador y á la vista. Aunque este Banco, fundado por un grupo financieramente débil, no llegó á tener importancia, ni aun á usar de su derecho de emisión, temeroso sin duda de no contar con el favor público para la circulación de sus billetes, hemos debido aludir á él por el papel que, como se verá adelante, desempeñó su concesión en nuestra historia bancaria.

Mientras esto sucedía, los buenos tiempos habían pasado, modificándose el mercado monetario con las circunstancias generales del país: la importación en grande escala de los capitales ferrocarrileros había cesado, el desorden se había entronizado en las esferas gubernamentales y la tormenta se aproximaba á grandes pasos, siendo claro que al menor tropiezo sucumbiría el más débil de los Bancos competidores. Este papel tocó, desgraciadamente, al Nacional Monte de Piedad, que «inició sus operaciones de emisión y descuento con nueve millones en billetes, que le fueron autorizados por los acuerdos de 6 de Septiembre de 1879 y 12 de Febrero y 5 de Julio de 1881. En el mes de Agosto del

(1) Fué compuesta de los señores don Manuel Dublán, don Vicente Riva Palacio, don Manuel María Saavedra, don Genaro Raigosa y don Pablo Macedo.

último año citado había emitido ya la suma de $ 2.414.860; deslumbrado por el éxito obtenido entonces, debido á las condiciones favorables del mercado, que con motivo de los trabajos ferrocarrileros se hallaba en aquella época pletórico de numerario circulante, situación que llegó á prolongarse durante los años de 1881 y 1882, se dió el caso de que este establecimiento de crédito hubiera llegado á tener en sus cajas una existencia metálica de $ 4.000.000. Aquella bonancible situación, más aparente que real, lanzó al Monte de Piedad en combinaciones de préstamos hipotecarios, compra de bienes raíces y trabajos de reedificación en el inmueble que ocupa su oficina central, que naturalmente debilitaron las reservas en metálico que había destinado para el reembolso de sus billetes. En 1.o de Mayo de 1882, la circulación fiduciaria del Monte se había elevado á $ 4.168.360, y su existencia metálica reducido á $ 3.178.165'66» (1).

Dos años más tarde, en Abril de 1884, la emisión había llegado á $ 4.327.369 y la caja estaba reducida á $ 2.480.069, cuando el público acudió alarmado al Monte de Piedad á solicitar el cambio de sus billetes. La alarma se convirtió pronto en pánico y, por último, el establecimiento tuvo que declararse vencido y cerrar sus puertas al cambio de billetes. Casi dos millones de pesos quedaron en manos del público sin redimir (2), y aunque no faltaron personas altamente perjudicadas con este hecho, todo el mundo.

(1) F. Barrera Lavalle: Las instituciones de crédito de la República, estudio económico publicado en los números primero y siguientes, tomo XXXIV, de El Economista Mexicano, semanario de asuntos económicos y estadísticos. (2) Según el señor Lic. don Luis G. Labastida: Estudio histórico y filosófico sobre la legislación de los Bancos, pág. 75, el Monte de Piedad retiró de la circulación las sumas siguientes:

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contribuyó á atenuar los efectos de aquel desastre ayudando á la realización de la cartera, de los préstamos hipotecarios y de las propiedades en que se habían inmovilizado los fondos representados por los billetes; y no sólo fueron reembolsados éstos, aunque paulatinamente y en el curso de varios años, sino que se salvó el capital de la institución, que ha seguido prestando al público sus benéficos servicios en la forma de préstamos prendarios (1).

«Para agravar más aquella situación,-dice el mismo señor Barrera Lavalle,-la Hacienda Pública se encontraba en aquel año en lamentable estado de penuria, pues los ingresos anuales habían disminuído en $ 6.000.000: se debían por anteriores ejercicios fiscales más de $ 23.000.000, con la circunstancia agravante de haberse dispuesto ya de las rentas futuras de las Aduanas, en más de 87 y medio por 100; los ingresos todos de la Dirección de Contribuciones se entregaban al Banco Nacional en pago de sus empréstitos; los de la Lotería Nacional y gran parte de los de la Administración de Rentas del Distrito, también se entregaban diariamente con destino al mismo objeto; las casas de moneda estaban gravadas en favor de sus respectivos arrendatarios en $ 2.384.568'67; y, por último, los edificios nacionales reportaban un gravamen en favor del Banco Hipotecario, de más de un millón de pesos.

» La natural tendencia de los hombres de gobierno, que desean cumplir con la delicada misión que les está confiada, es buscar desde luego el remedio de las calamidades públicas que afectan á sus gobernados; de aquí resultó que la primera consecuencia que sobrevino de tan lamentable situación, fué la presión moral que las personas allegadas á la política, en la época á que nos venimos refiriendo, ejercieron sobre los miembros de los Consejos de los Bancos

(1) La maledicencia atribuyó en un principio gran parte de este fracaso á los Bancos Nacional y Mercantil, y especialmente al primero; pero ya la historia ha hecho justicia á estos establecimientos, que ayudaron al Monte de Piedad no sólo recibiendo sus billetes hasta última hora, sino facilitándole los fondos que pudieron, sin comprometer su propia caja. Véase el tercer artículo, de los ya citados, del señor don F. Barrera Lavalle.

Nacional y Mercantil Mexicanos para que cuanto antes se procediera á la fusión de los dos establecimientos, otorgándoles, en cambio, una nueva concesión.

>>El interés manifestado por las personas influyentes de la política de entonces para que aquella unión tuviera lugar lo más pronto que fuese posible, reconocía como causa un deseo patriótico, cual era el de que, unidos los dos Bancos, el Nacional de México pudiese, con menores dificultades que antes, ampliar el crédito que había concedido al Gobierno y arreglar con relativa facilidad los negocios que tenía pendientes con la Hacienda Pública.

>> Reunidos el 2 de Abril de 1884 los representantes de los Bancos, acordaron las bases de la fusión de ambos establecimientos, que en lo esencial fueron las siguientes:

>>1. Se unen los Bancos Nacional Mexicano y Mercantil Mexicano, bajo el nombre de «Banco Nacional de México», al que pertenecerán todos los capitales, bienes, créditos y derechos de ambos, haciéndose cargo igualmente de los gastos, responsabilidades y pasivo de los mismos. Para la unión de los establecimientos se aceptan mutuamente los . respectivos balances de 31 de Diciembre de 1883.

»2. El Banco Nacional de México, verificada la unión, aumentará su capital nominal hasta veinte millones de pesos, dividido en 200.000 acciones de $ 100 cada una, con el 40 por 100 pagado. Estas serán distribuídas de la manera siguiente: 80.000 se entregarán á los accionistas del Banco Nacional Mexicano, en cambio de las que actualmente tienen de esa institución; 80.000 se entregarán también á los accionistas del Banco Mercantil Mexicano, en canje de 40.000 que poseen con el 60 por 100 pagado, más 20 por 100 que exhibirán al verificarse la fusión; 15.000 subscribirá el señor Eduardo Noetzlin á la par, pero con el aumento de $ 1.04 por acción, que corresponde al fondo de reserva del Banco Nacional de México. Las 25.000 restantes quedarán á disposición del Consejo de Administración, para distribuirlas en la forma que crea conveniente, pero no á menos de la par y con el aumento indicado.»>

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