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Por otra parte, las estadísticas bancarias nos ponen en aptitud de saber que las existencias en metálico y la circulación de los Bancos eran:

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Los Bancos no han hecho, pues, en su conjunto, más que devolver en billetes á la circulación lo que han acumulado en sus cajas en moneda metálica.

Comparando ahora estos guarismos con los del cuadro que precede, tendremos:

Aumento de la moneda existente en el

país, por las diferencias entre la acu-
ñación y la exportación..

Quitando de esta suma el aumento habido

en las cajas de los Bancos .

Resulta una diferencia ó aumento, en

poder de la población, de

52.576.000

» 38.179.000

14.397.000

38.359.000

Resulta un aumento total en la riqueza
circulante de.

$ 52.756.000

Agregando el aumento habido en la cir-
culación en billetes.

Suma que, repartida en nueve años, repre-
senta un incremento anual de cerca de

$ 6.000.000

¿Hasta qué punto podría generalizarse esta conclusión, fundada en sólo las estadísticas de nueve años, y desde cuándo hemos comenzado á acrecentar nuestras existencias monetarias? Imposible sería decirlo; y si hemos consignado los números que preceden, ha sido solamente para dejar asentado un hecho que acaso pueda utilizarse con el transcurso de los años.

CONCLUSIÓN

He aquí, lector amigo, lo que hemos sabido y podido decirte sobre la evolución del comercio mexicano desde los tiempos primitivos hasta nuestros días. Muchas cosas ha sido preciso pasar en silencio, ya por la índole de este trabajo, ya porque el espacio no ha sido holgado. Otras deficiencias (seguramente las más) culpa serán del autor y así lo reconoce sin falsa modestia, debiendo sólo hacer constar, para que el lector las perdone, que su labor ha sido particularmente difícil por múltiples circunstancias que, como atenuantes, invocará.

Es de ellas la primera, la falta absoluta de escritos sobre el comercio mexicano posteriores al año 1853, en que el insigne estadista don Miguel Lerdo de Tejada dió á luz su apreciable monografía, que varias veces hemos citado; nuestra labor ha debido basarse, en consecuencia, sobre el estudio directo de los documentos que hemos podido haber y de nuestras no muy bien hechas colecciones de leyes; sistema que si ofrece la ventaja de la autenticidad de la información, expone, en cambio, al escritor al peligro de no haber hecho un estudio completo, por no haber conocido todos los documentos ó leyes relativos á la materia en que se ocupa.

Por otra parte, la deplorable falta de estadísticas y de otros muchos datos sobre puntos de capital importancia, pone al autor en la indeclinable necesidad de atenerse al conocimiento personal y directo que haya podido adquirir de los hechos sobre que escribe; y suele esto ser origen de errores y de apreciaciones equivocadas.

Por último, difícil papel asume siempre un historiador deseoso de formar juicios exactos y bien aquilatados sobre los acontecimientos que relata, si no quiere inducir á los demás en el error propio; pero la dificultad sube de punto si se trata de hechos contemporáneos y á los cuales en más ó en menos, de cerca ó de lejos, hemos estado mezclados. Entonces hay que resignarse, como el autor lo ha hecho en las páginas precedentes, á transmitir con sinceridad sus propias impresiones, recordando estas hermosas y profundas palabras de nuestro insigne compatriota el señor doctor don José María Luis Mora:

«Pretender ó exigir imparcialidad de un escritor contem. poráneo es la mayor extravagancia: nadie que se halle en semejantes circunstancias puede contar con esa prenda, tan apreciable como difícil de obtener. La historia contemporánea no es ni puede ser otra cosa que la relación de las impresiones que sobre el escritor han hecho las cosas y las personas; y cuando esta relación es fiel, es decir, cuando traslada al papel las impresiones recibidas tales como ellas se han hecho sentir, el escritor, que no puede aspirar al honor de imparcial, logrará la reputación de sincero y habrá cumplido, sino en cuanto debe, á lo menos en cuanto puede, con su siglo y con la posteridad. >>

Bien persuadidos de estas verdades, hemos procurado ajustar nuestra relación á la verdad de los hechos, tal como nos parece haberlos visto, y á la influencia de sus causas, tal como la hemos entendido, procurando que cada uno resulte responsable de sus acciones en bien ó en mal, no por lo que de él se escribe, sino por lo que ellas sean en sí mismas ó por el juicio que el lector forme, con arreglo á sus principios políticos, á sus compromisos de partido ó, si se quiere, á sus simpatías ó antipatías personales (1).

(1) Este ensayo se publicó por primera vez fechado en México, á 31 de Agosto de 1902; los datos numéricos y estadísticos que contenía y que alcanzaban, por regla general, hasta Diciembre de 1901, se han puesto al corriente teniendo á la vista las estadísticas oficiales publicadas después. (Febrero de 1904.)

Y OBRAS PÚBLICAS

CAPÍTULO PRIMERO

Condiciones geográficas del territorio mexicano.
Caminos carreteros

en la época colonial y después de la Independencia. Situación actual en esta materia.

Suponemos al lector familiarizado con las condiciones físicas de nuestro territorio, y por lo mismo nos limitaremos á recordarlas brevemente.

Pudiérase, sin impropiedad, comparar la parte que de la América del Norte ocupamos á una cornucopia (que solemos llamar cuerno de la abundancia), que en su parte más ancha mira hacia el Norte y cuya curvatura está vuelta al Oriente, por donde su punta queda figurada por la península yucateca. Lindando al Norte con los Estados Unidos de América y al Sur con la República Centro-Americana de Guatemala y la colonia inglesa de Belice, bañan á México por el Oriente el Océano Atlántico, y por el Occidente el mar Pacífico. La cadena de montañas que en Sud-América forma los altísimos Andes, que en Centro-América se torna en esencialmente volcánica y en el istmo de Tehuantepec se deprime por considerable modo, vuelve á elevarse en Oaxaca, donde forma un enorme é intrincado macizo, que luego se bifurca parale

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