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lamente á nuestras costas de ambos mares, constituyendo dos poderosas y elevadas sierras madres, la oriental y la occidental, entre las cuales se forma la altiplanicie ó mesa central, que á su vez está frecuentemente atravesada por sistemas de montañas, algunas veces independientes y aislados, pero con frecuencia unidos á guisa de ramales á las dos principales serranías que corren de Sur á Norte. Esa mesa ó altiplanicie alcanza su mayor altura en los valles de México y Toluca y va descendiendo lenta y gradualmente hacia el Norte, por donde puede decirse que queda abierta: no así por todos los demás rumbos, que por todos ellos la cierran las cadenas montañosas á que ya hemos aludido, formando valles más o menos extensos, pero de los cuales no puede salirse sino ascendiendo.

Además y con pocas excepciones, que especialmente se observan sobre el Pacífico, las dos grandes serranías de Oriente y Occidente no llegan al mar con sus estribaciones ni forman ensenadas ó golfos profundos y abrigados, sino que las costas, en faja algunas veces bastante ancha, son por lo general planas y muy poco elevadas sobre el nivel de las aguas. Por último, y obsérvase este fenómeno, más acentuadamente que en otra parte, en la sierra madre occidental, el sistema orográfico que avanza de Sur á Norte no está constituído por una sola, sino por varias cadenas montañosas, que caminan paralelas y dejan entre sí valles estrechos ó profundas cortaduras, por donde las aguas se encauzan formando rápidos torrentes.

Lo dicho basta para hacerse cargo del cúmulo inmenso de dificultades que para las comunicaciones marítimas y terrestres ofrece nuestro territorio, cuya extensión casi llega á 2.000.000 de kilómetros cuadrados.

Del lado del Atlántico, que es el que nos pone en contacto con la vieja y civilizada Europa, carecemos de puertos naturales, y allí donde desembocan los ríos que descienden impetuosos de las montañas, se forman barras que dificultan mucho, cuando no impiden totalmente, la comunicación con el interior, al menos hasta el pie de las cordilleras. Sólo por

el Pacífico tenemos algunos fondeaderos profundos y abrigados, como Guaymas, Mazatlán, Manzanillo, Acapulco y otros de menor importancia; pero ya en Salina Cruz, punto importante por corresponder á la depresión ístmica de Tehuantepec, las costas vuelven á ser abiertas y bajas y por lo mismo difícilmente accesibles.

Cuanto á ríos navegables, carecemos totalmente de ellos, pues salvo unos cuantos que del lado del Golfo mexicano permiten por corto trayecto el tráfico de embarcaciones de poco calado, la fuerte pendiente de las aguas que bajan de las cordilleras y la frecuencia con que las cortan saltos y cataratas importantes, las hacen impropias para la navegación regular en extensiones apreciables.

lo

El tráfico terrestre que del centro del territorio se dirige á las costas ó viceversa, ofrece también especiales dificultades: allí donde no hay varias cadenas de montañas, que hacen de cualquier camino una continua serie de subidas y bajadas, como sucede especialmente por el Occidente y el Sur, el desnivel se concentra en muy corto espacio ó distancia horizontal y, por lo mismo, las pendientes resultan formidables. Un ejemplo bastará para aclarar este concepto. Entre la capital de la República y el puerto de Veracruz, tomando el trayecto del Ferrocarril Mexicano, se miden 424 kilómetros de distancia horizontal y 2.240 metros de desnivel, que, si la pendiente fuese uniforme, apenas la elevaría á un poco más de 1/2 por 100. Pero no sucede así: de México á Esperanza, en una distancia de 245 kilómetros, hay que subir algo más de 200 metros para dominar la cordillera y de ahí precisa descender una altura de 1.991 metros en el breve espacio de 93 kilómetros que median entre Esperanza y la estación de Atoyac. De ahí á Veracruz, los 461 metros restantes de desnivel se dominan en un trayecto longitudinal de 86 kilómetros. Excusado es advertir que estas distancias longitudinales de un ferrocarril ya construído se acortarían muchísimo si las tomásemos en línea recta entre México y Veracruz, que así apenas están separadas por 300 kilómetros.

Y lo mismo pasa sea cual fuere la vía que se elija para bajar de la Mesa Central, pues por cualquiera parte el descenso á las costas del Atlántico presenta análogos obstácu. los, y á las del Pacífico todavía mayores, porque entre estas últimas y la altiplanicie central se interponen diversas cadenas de montañas que, como ya hemos dicho, hacen de nuestros caminos una serie no interrumpida de subidas y bajadas, á cuyo final el descenso es siempre rapidísimo y tiene que efectuarse sobre los flancos de escarpadas serranías que alcanzan considerables alturas.

Por lo que hace á las vías que corren de Sur á Norte á través del interior del país uniendo sus diversos centros poblados, también se ven con frecuencia cortadas por las montañas que se interponen en la Mesa Central; y los perfi les de las líneas de los ferrocarriles Central, Nacional y Mexicano del Sur, lo ponen claramente á la vista, demostrando que sólo se encuentran extensas llanuras abiertas en la parte Norte, es decir, en la más ancha de nuestro territorio, que es la menos poblada, sin duda por la esterilidad, hasta hoy irremediable, á que la condenan la falta de lluvias y la ingrata naturaleza del suelo.

Dadas estas condiciones físicas de nuestro territorio y teniendo, además, presente que sus primitivos pobladores desconocían por completo los animales de carga y tiro, fácil es comprender que los conquistadores españoles no hallaran aquí, á guisa de caminos, sino veredas ó senderos más ó menos estrechos, por los cuales el tráfico se efectuaba á pie. Recordando, por otra parte, que las rentas de la colonia que en ella quedaban para sus atenciones locales nunca fueron abundantes, también es fácil explicarse que el gobierno virreinal no hubiese consagrado atención á la apertura y conservación sino de aquellos caminos que eran más indispensables porque constituían las arterias principales del tráfico, y que el barón Alejandro de Humboldt describe así:

<<Como las comunicaciones con Europa y Asia no se hacen más que por los dos puertos de Veracruz y Acapulco, todos los objetos de importación pasan necesariamente por la capital, que por esta razón se ha hecho el punto central del comercio interior. La ciudad de México, situada sobre la loma de las cordilleras, dominando, se puede decir, los dos mares, está distante, en línea recta, 69 leguas de Veracruz, 66 de Acapulco, 79 de Oaxaca y 440 de Santa Fe de Nuevo. México. Resulta de esta posición de la capital, que los caminos más frecuentados y más importantes para el comercio. son: 1.o el de México á Veracruz por la Puebla y Jalapa; 2.o el de México á Acapulco por Chilpancingo; 3.o el de México á Guatemala por Oaxaca, y 4.o el de México á Durango y á Santa Fe de Nuevo México, vulgarmente llamado el camino de tierra adentro; los caminos que van de México, sea á San Luis de Potosí y á Monterrey, sea á Valladolid y á Guadalajara, pueden considerarse como ramificaciones del camino real de las provincias internas. Con sólo pasar la vista sobre la constitución física del país se verá que, por grandes que sean algún día los progresos de la civilización, no podrán nunca ser substituídos estos caminos por navegaciones naturales ó artificiales, cual las presenta la Rusia desde San Petersburgo hasta lo más interior de la Siberia.

>> Los caminos de México corren por la misma llanura ó Mesa Central desde Oaxaca á Santa Fe, ó van desde esta llanura hacia las costas. Los primeros mantienen la comunicación entre las ciudades colocadas sobre la loma de las montañas, en la región más fría y poblada del reino; los segundos están destinados al extranjero, á las relaciones que subsisten entre el interior y los puertos de Veracruz y Acapulco y además facilitan el cambio de los productos entre la Mesa Central y los llanos ardientes de la costa. Los caminos de la Mesa que van del SSE. al NNO. y que, atendida la configuración del país, se les podría llamar longitudinales, son de muy fácil conservación. Desde México á Santa Fe. pueden andar carruajes en un espacio que sería más largo que la cordillera de los Alpes, si ésta se prolongara sin

interrupción desde Ginebra hasta las costas del mar Negro. En efecto, sobre la llanura central se viaja en coches de cuatro ruedas, en todas direcciones, desde la capital á Guanajuato, Durango, Chihuahua, Valladolid, Guadalajara y Perote; pero á causa del mal estado actual de los caminos no se ha establecido carreteo para el transporte de los géneros y se prefiere el uso de acémilas, de modo que millares de caballos y mulos en largas recuas cubren los caminos de México. Un número considerable de mestizos y de indios se emplean en conducir caravanas; prefiriendo esta vida vagabunda á cualquier otra ocupación sedentaria, pasan la noche al raso, ó en tambos ó casas de comunidad, que están construídas en medio de los pueblos para la comodidad de los viajeros; las caballerías pacen libremente en las sabanas, pero cuando las grandes sequías hacen desaparecer las gramíneas, se les da maíz en hierba (zacate) ó en grano (1).

>>Los caminos que desde la Mesa interior van á las costas y que yo llamo transversales, son los más penosos y merecen principalmente la atención del Gobierno. De esta clase son los de México á Veracruz y Acapulco, de Zacatecas al Nuevo Santander, de Guadalajara á San Blas, de Valladolid al puerto de Colima y de Durango á Mazatlán, pasando por el brazo occidental de la Sierra Madre. Los caminos que van de la capital á los puertos de Veracruz y Acapulco, son consiguientemente los más frecuentados. Los metales preciosos, los productos de la agricultura y los géneros de Europa y Asia, que anualmente se cruzan por estos dos conductos, son de un valor total de 64 millones de pesos fuertes. Estos tesoros pasan por un camino que se parece al que conduce desde

(1) Otra prueba del poco uso que se hacía de los carros y carretas como medio de transporte, puede verse en el artículo 65 de la Ordenanza de Intendentes, de 1786, en donde se lee: «Y supuesto que por un abandono sensible y perjudicial se halla casi extinguido en Nueva España el uso de los carros y carretas, que fueron muy comunes y facilitaban á precios cómodos los transportes de efectos, géneros y frutos, se aplicarán los Intendentes con el mayor esmero á fomentar que en las provincias de su cargo se establezca la carretería, cuidando con igual desvelo de que los jueces subalternos se dediquen también á ese mismo objeto, promoviéndolo con los hacendados y vecinos de su jurisdicción.»

Véase también lo que dice el señor Presbítero don José M. Luis Mora: México y sus revoluciones, tomo I, pág. 56.

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