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Consumada la Independencia, no pasó mucho tiempo sin que se decretara la abolición de los Consulados, que durante la lucha por la emancipación se habían hecho particularmente odiosos porque, compuestos de los comerciantes españoles más acaudalados, habían puesto, con especialidad el de México, toda la fuerza de su poder y de su influencia al servicio de la represión del movimiento libertador; y con efecto, el 16 de Octubre de 1824, el Soberano Congreso constituyente decretó la extinción de esas corporaciones, mandando que los ramos de avería y peaje se trasladasen al crédito público, luego que se estableciera su oficina, recogiendo entretanto los comisarios generales las existencias, libros y documentos, y previniendo que esos ramos quedasen afectos «á la composición de caminos y pago de intereses y capitales», según estaban destinados, mientras se organizaban todos los créditos contra la nación y se aseguraba á los acreedores el puntual pago.

Así comenzó en esta materia el trabajo de Penélope, que consumió durante más de medio siglo las fuerzas nacionales por causas que ya en otras páginas de este libro se han investigado y expuesto, y que no cesaron sino con la restauración de la República en 1867. Inútil sería, por tanto, que hiciésemos desfilar ante el lector la serie de leyes y disposiciones contradictorias que sobre esta materia se dictaron y bastará que en breve síntesis expongamos los principales hechos con ella conexos.

El que entre ellos pudiéramos calificar de culminante fué la subsistencia del sistema del peaje, impuesto que, como ya hemos dicho, se cobraba en las principales vías y conforme á tarifas determinadas á los vehículos, caballerías y aun caminantes á pie. El producto de este impuesto, cuyos recaudadores se encargaban de hacer más odioso de lo que ya lo era por su propia naturaleza, si no era ocupado para necesidades más apremiantes del tesoro público, siempre exhausto, ó por los jefes y cabecillas de nuestras perpetuas revoluciones, estaba afecto á la compostura y conservación de los caminos y al servicio de intereses y amortización de

los capitales que particulares de buenaa voluntad habían anticipado para la apertura de las vías de comunicación más importantes. Por regla general, la distribución del peaje entre estos dos objetos era arbitraria, aunque no faltó alguna ley que señalara un tercio del impuesto para el primero y dos tercios para el segundo; de aquí un estado constante de quejas y clamores, por una parte, de los contribuyentes, que sufrían por el mal estado de los caminos, y por otra, de los acreedores, cuyos derechos no recibían plena satisfacción. Semejantes factores, según alternativamente preponderaban en el ánimo de nuestros gobiernos, determinaban una conducta contradictoria y hacían que unas veces se instituyeran administraciones oficiales de caminos y peajes y que otras se confiase este ramo á los acreedores mismos, sin que ningún sistema diera jamás el apetecido resultado de tener en buen estado los caminos y atender debidamente á los acreedores del peaje, porque lo que había en realidad era una absoluta insuficiencia de los recursos que á estos fines estaban consagrados. Prueba palmaria de ello, entre otras muchas que pudiéramos citar, es el hecho de que en 1856 los peajes en toda la República produjeron $ 442.796, de los cuales, deducidos los gastos de administración, sólo se invirtieron $ 316.214 en todos los caminos del vasto territorio nacional (1).

Digamos además que hasta 1853, en que se instituyó el Ministerio de Fomento, este ramo estuvo confiado á la Secretaría de Relaciones exteriores; y teniendo en cuenta, por otra parte, las circunstancias de anarquía política que formaban el estado permanente del país, no habrá por qué maravillarse de que ni se abrieran nuevos caminos ni se conservaran los pocos que existían, llegando á ser proverbiales, tanto por su frecuencia como por su esterilidad, las quejas del pueblo y del gobierno sobre esta importantísima materia.

(1) Memoria del señor Lic. don Manuel Siliceo, ministro de Fomento en el año 1857, en donde pueden consultarse otros datos interesantes que nos es preciso omitír aquí.

Otra causa influyó en producir estos resultados; y queriendo dejar entera la honrosa responsabilidad de su exposición á su respetabilísimo autor, séanos permitido citar las siguientes palabras del señor Mora (1):

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Después de la Independencia, la clase de gobierno adoptado y las relaciones que por diversos puertos se han establecido, con entera independencia de la capital, entre los mexicanos y extranjeros, han contribuído mucho á la mejora y adelantos de los medios de comunicación, y éstos habrían adquirido mayor perfección si las revoluciones políticas, que viven de asiento en el país, no lo hubiesen embarazado. Varias propuestas de capitalistas extranjeros y nacionales se han hecho para la construcción y mejora de los caminos generales y de travesía; pero el espíritu de partido y las mezquinas ideas que todavía forman en gran parte el fondo del carácter mexicano han hecho que quedasen sin efecto. De lo primero es prueba el empeño que los diputados de Puebla tomaron en frustrar una empresa extranjera que tenía por objeto la construcción de un camino más recto de México á Veracruz, y que debía salir directamente á Perote, siguiendo en mucha parte la línea del antiguo; se intrigó de mil maneras hasta frustrar este proyecto, sin otro motivo que el de que la línea no estaba tirada por Puebla, y sucedió lo que ha sido muy frecuente en la República: que la nación fué sacrificada al interés de una sola ciudad. De lo segundo hay innumerables pruebas: los peajes se han querido convertir en renta pública y no en medio de sostener los caminos; se ha pretendido imponer condiciones muy onerosas á los empresarios, que, sin conducir á nada el objeto principal, los han retraído, por la ninguna libertad que se les dejaba para obrar y lucrar. El espíritu entrometido del gobierno español, que se hace sentir todavía en las autoridades de los Estados y de la Federación, es lo peor de la política del país y retardará en él por muchos años los progresos en todos los ramos de la prosperidad pública.»

(1) México y sus revoluciones, tomo I, pág, 54.

Es también gráfico el cuadro que de nuestras desdichas en este punto trazó el señor Robles Pezuela, ministro de Fomento del Imperio, en su memoria de 1865, y á ese título permítanos el lector que lo pongamos ante sus ojos (1):

«Los gobiernos de México, conforme se han ido suceciendo, han encontrado el edificio social cada día más derruído y las mejoras materiales en verdadera decadencia.

>>Corto fué el legado que nos dejaron los virreyes españoles respecto de caminos carreteros: los de Veracruz á México y el de México á Toluca, hechos por los antiguos Consulados con capitales que aún pesan sobre el crédito pasivo de la Nación; y los imperfectos que la necesidad, á la vez que el interés individual, abrieron por donde la naturaleza indicaba ser más fácil.

>>Esfuerzos aislados de un municipio ó de algunos individuos acomodados trazaron varias de esas tortuosas é incómodas sendas que después el abandono ha hecho desaparecer en parte.

»Nada halagüeño era el aspecto que en este sentido presentaba el territorio de la antigua colonia hispano-americana; pero, preciso es confesarlo, nosotros al conquistar nuestra gloriosa independencia, embriagados con tanta dicha y tal vez mal aconsejados por encubiertos enemigos, nos extraviamos en un intrincado laberinto de ideas políticas y olvidamos que los verdaderos instrumentos de la civilización son la pala y la barreta, el zapapico y el martillo.

»¿Quién, qué gobierno de los que se levantaban hoy para caer mañana se ocupó de mejoras materiales? Importuno y hasta absurdo hubiera parecido presentar entonces un proyecto que tendiera á sistemar la reposición y construcción de carreteras, cuando toda la atención y todo el tesoro eran pocos para armarse y combatir á los revolucionarios.

» Así vemos que, en el período de 1821 á 1852, apenas se advierte que se haya expedido una que otra ley, una que otra providencia relativa á caminos, como anunciando el

(1) Memoria del Ministerio de Fomento de 1865, página 121.

momento en que el legislador, fijando su mirada en asunto de tanta importancia, iba á remediar los males; mas estas disposiciones eran sólo papel escrito, porque la guerra siempre frustraba las más saludables intenciones.

>>La época de 1858 á principios de 1863 es luctuosa para México: pocos días hay que no estén señalados con un combate ó con una desgracia; exacerbadas las pasiones, ensañados más que nunca los odios, se operaba una verdadera revolución política y se agotaban cuantos recursos, buenos ó malos, se podían hallar é inventar para aniquilarse los partidos beligerantes. ¿Qué extraño es, pues, que no sólo se abandonasen los caminos, sino que de intento se destruyesen como medida de defensa y para perjudicar á los contrarios? Los operarios, convertidos en zapadores, empleaban sus instrumentos en cortar las carreteras, derribar los puentes y, en suma, en obstruir las comunicaciones. ¿Qué quedaría de ellas?»

Así continuaron, más ó menos, las cosas durante los pocos años que tardó en caer el efímero imperio de Maximiliano que, sin embargo, justo es consignar que atendió bastante el camino de Veracruz; y sólo puede decirse que terminó la fiebre de constitución y desarrollo orgánicos que el país tuvo que sufrir, para curarse de muchos de los males tradicionales que desde 1821 venían aquejándole y paralizando su progreso, cuando la República se restableció definitivamente en 1867.

Los peajes, que ya un decreto del señor Juárez había mandado abolir inútilmente en 1861, porque el estado de perturbación de los negocios públicos hizo indispensable restablecerlos pocos meses después, quedaron definitivamente extinguidos en 19 de Noviembre de 1867, considerando, dice el decreto relativo, las detenciones y molestias que causaba ese impuesto y que pesaban particularmente sobre la clase más pobre de la población, así como la necesidad de ir preparando el establecimiento de la libertad mercantil. Quísose también entonces, como en 1861, substituir el peaje con otros impuestos cuyos productos se afectarían á la apertura

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