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curiosidad científica de nuestros tiempos ha ido á sacar de sus tumbas multiseculares. Rotas las ligaduras, ampliáronse las arterias por donde antes circulaba apenas un poco de sangre descolorida y pobre, y con ello la vida ha comenzado á hacerse sentir. Al grito estridente de la locomotora, que cruza por muchas partes su territorio, la nación ha despertado de su largo sueño, se ha hecho posible la explotación de riquezas de toda especie, antes fuera del alcance del trabajo humano, éste ha fecundado verdaderos desiertos y, en suma, se han difundido por todos los ámbitos del país el movimiento, la actividad y el calor característicos de los organismos sanos. No en balde decimos, pues, los hijos de esta tierra que con los ferrocarriles hemos nacido á la vida de las naciones civilizadas.

Desde el punto de vista político, la transformación no ha sido menos completa. Hasta hace unos cuantos lustros, el Gobierno nacional, cualquiera que fuese su forma, casi no pasaba de ser un rey de burlas cuya autoridad podían escarnecer impunemente los militares sin ninguna conciencia, pero con algún prestigio, y los políticos á quienes placía convertirse, ya solos ó en liga con otros, en caciques ó reyezuelos de alguna comarca, cubriéndose á las veces con el manto de cualquiera investidura oficial y alzándose otras abiertamente en armas, con el apoyo de los elementos anárquicos que, desgraciadamente, abundaban en una sociedad sin cultura, ni disciplina, ni cohesión. Y cuando el Gobierno tenía noticia de la resistencia ó de la rebelión y se apercibía á dominarla, era ya tarde; el fuego había cundido y era imposible extinguir el incendio, por falta de energía en los medios de acción que, por lentos, resultaban completamente ineficaces. Hoy han cambiado las cosas radicalmente: para dictar una ley de interés nacional que quepa dentro de sus facultades, ya los Poderes de la Federación no necesitan contar previamente con la venia de los generales prestigiosos, ni con la de los gobernadores de los Estados, hállense éstos cerca ó lejos del centro y sean ó no relativamente poblados y ricos, porque el Gobierno de la República puede,

merced á los ferrocarriles, hacer sentir su autoridad y su fuerza hasta los más lejanos confines del territorio mexicano y reprimir cualquier asomo de perturbación ó de revuelta en menos días que meses eran antes necesarios para alcanzar el mismo fin.

Tan claramente perceptible es este fenómeno y tan beneficiosa ha sido la consolidación de la paz pública, su inmediato resultado, que muchos de nuestros pensadores celebran sin restricciones y proclaman como digna de convertirse en régimen permanente, cierta centralización política y administrativa que los hechos han traído consigo, al pasar la nación del estado de anarquía crónica en que había vivido por tantos años al de una tranquilidad dentro de la que empezamos á realizar el orden. Otros, empero, sin dejar de celebrar el robustecimiento del Gobierno nacional, como elemento indispensable para que éste realice los altos fines de dirección superior y uniforme que le están encomendados, ni de comprender que el orden es condición indispensable del progreso, no aceptan sino como transitoria la atrofia de los organismos políticos locales que, conforme á los buenos principios y á nuestras instituciones de 1857, deben constituir los Estados dentro de la Federación.

Cuestión es ésta cuyo examen no se compadece con nuestro humilde papel de simples cronistas: queden, pues, las cosas aquí y medítelas ó resuélvalas, serena y tranquilamente, el lector que en ello ó para ello tuviere interés ú holgar bastante.

CAPÍTULO III

Comunicaciones maritimas

Faros é iluminación de las costas. Obras en los puertos

Ya dejamos expuesto, al hablar del comercio durante la época colonial, cómo nos comunicábamos entonces con Europa y Asia exclusivamente por medio de buques españoles y por los puertos de Veracruz y Acapulco, únicos habilitados para el tráfico marítimo exterior. Consumada la Independencia y declarado que la nación abría sus puertos al comercio universal, una compañía prusiana de Eberfeld, que se llamó de las Indias occidentales, fué la primera que comenzó á despachar buques de vela periódicamente de Inglaterra á Veracruz; uno de ellos, la fragata Rawlings, adquirió cierta celebridad por haber conducido al emperador Iturbide cuando salió desterrado del país. Poco más tarde, el gobierno inglés dispuso que mensualmente saliera de Falmouth un buque de la marina real con destino á Veracruz y Tampico, para transportar con seguridad la moneda mexicana destinada á pagar nuestras compras en Inglaterra. En 1841, apenas tres años después de que el primer barco de vapor cruzara el Atlántico, empezaron á correr los de la Mala Real Inglesa entre Southampton, Veracruz y Tampico, con escala en las Antillas; y aunque no conducían sino pasajeros, la correspondencia y artículos valiosos, hicieron un buen servicio al tráfico y contribuye

ron en gran parte á que por muchos años predominaran en México las mercaderías inglesas. Así fueron estableciéndose otras líneas de vapores, que, como la de las Indias occidentales y México, la de la India occidental y el Pacifico, la de López y Compañía y la Compañía General Trasatlántica francesa, han mantenido una comunicación bastante frecuente y regular entre nuestras costas y Europa, siendo de notar que ninguna de ellas ha recibido subvención pecuniaria de nuestros gobiernos, aunque algunas han transportado gratuitamente la correspondencia, á cambio de ciertas franquicias y cuando más de la exención ó rebaja de los derechos. de puerto.

De esta suerte, el tráfico ha ido aumentando gradualmente; pero como tal aumento no ha bastado para determinar la creación de una marina mercante nacional, en el año 1882 se decidió por el Gobierno, bajo la administración. presidencial del señor general González, auxiliar poderosa· mente la creación de una línea de vapores que, con bandera mexicana, hiciera el servicio regular entre Veracruz y algunos puertos europeos. Para llevar á cabo este propósito, se formó entre capitalistas residentes en la República una Compañía Trasatlántica Mexicana, á la que se otorgaron una subvención de $ 20.000 por viaje redondo y franquicias en gran número, la menor de las cuales no fué ciertamente la de una rebaja de 2 por 100 en los derechos de importación de las mercancías que en esa línea se transportaran. Sea por la inexperiencia de nuestros capitalistas en este género de empresas, por la poca exactitud con que la subvención era pagada, por la competencia que á la nueva línea hicieron las ya establecidas ó por todas estas causas reunidas, lo cierto es que poco duró aquel ensayo y los hermosos vapores que formaban la flota de la novísima Compañía fueron rematados en Inglaterra para pagar las hipotecas que sobre ellos pesaban, declarándose luego la quiebra de la Compañía. Heredó en parte las concesiones de que ésta disfrutaba la Trasatlántica Española, aunque con una subvención menor, que á los pocos años y al expirar el contrato relativo, dejó

de satisfacerse, volviendo nuestro Gobierno á la sana política que hasta entonces había observado de no sacrificar los pocos recursos del Tesoro en subvenir empresas que por su solo interés hacían el tráfico europeo. Esa política no ha sido la misma con relación á las líneas que, ya por el Pacífico ó ya por el Golfo de México, nos han comunicado con los Estados Unidos; y á primera vista el fenómeno es inexplicable, dada nuestra proximidad á esa poderosa nación. Sin embargo, si se tienen en cuenta la exigüidad de nuestro tráfico marítimo en el Pacífico, que exige el auxilio pecuniario del Gobierno para hacerlo costeable, y las ventajas que nuestros Estados del Golfo, especialmente Yucatán, han reportado con el establecimiento de líneas regulares á los Estados Unidos, produciendo un considerable desarrollo de la agricultura tropical en aquellas regiones, habrá que convenir en que nuestros gobiernos no han andado desacertados en esta línea de conducta; con tanta mayor razón, cuanto que á medida que la producción de nuestros Estados del Golfo ha ido creciendo, las subvenciones á líneas americanas han disminuido hasta desaparecer totalmente hace un buen número de años.

En cambio, los esfuerzos de nuestros gobiernos se han aplicado sistemáticamente desde entonces, y con especialidad desde la creación en 1891 de la Secretaría de Comunicaciones y Obras públicas, á favorecer el tráfico marítimo en el Pacífico, no sólo con San Francisco de California, sino con algunos puertos de Centro y SudAmérica, hasta Valparaíso. Desgraciadamente, el atraso en que se encuentran todavía aquellas regiones de la República, en mucha parte, sin duda, á causa de su incomunicación con el interior del país, y la falta casi absoluta de relaciones con nuestras hermanas las Repúblicas de origen español, resultado lamentable de la celosa política colonial que prohibía la comunicación entre las diversas dependencias de la Corona, dan muy poco aliento á las empresas de navegación que en el Pacífico se han establecido y nos tienen casi exclusivamente en manos de la empresa ameri

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