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ral una parte de los productos de las aduanas de esos puertos: puede decirse, por lo mismo, que la Federación es quien las satisface.

OTRAS OBRAS PÚBLICAS.-Guadalajara ha hecho también -y esto á sus expensas, mediante un empréstito en oro que contrató en los Estados Unidos, antes de que constitucionalmente se prohibiesen estas operaciones á los Estados-importantes obras de aducción de aguas potables y de alcantarillado.

En la ciudad de México, el Gobierno federal ha realizado en los últimos años mejoras que serían dignas de mucho más que de la rápida mención que aquí podemos consagrarlas.

Hase construído una penitenciaría, que los peritos consideran como acabado modelo de edificios penales, y cuya iniciación corresponde al señor licenciado don Manuel Romero Rubio, cuando tuvo á su cargo el ministerio de Gobernación. Bajo el cuidado de una comisión que preside el infatigable señor licenciado don José Yves Limantour, se han ampliado y mejorado notablemente la calzada de la Reforma y nuestro histórico parque de Chapultepec, que constituyen en su género el más hermoso ornamento de la que se llamaba en los tiempos virreinales la «muy noble y muy leal ciudad de México». Están en vía de ejecución una gran casa de correos, un hospicio de pobres, un hospital general, un palacio para el poder legislativo y un gran teatro, de que carecemos, porque con precipitación, calificada por muchos de imprudente, vino á tierra para prolongar una avenida el que en 1846 había construído el emprendedor ciudadano guatemalteco don Francisco Arbeu, y que si no reunía todas las condiciones apetecibles, era con eso y todo un amplio y hermoso edificio.

De los fondos constituídos por las reservas metálicas del Tesoro federal, se han afectado algunos millones para la construcción de escuelas primarias y se estudian cuidadosa

mente proyectos para aumentar la dotación de aguas potables, insuficientes ya y no enteramente sanas. Una trascendental reforma, últimamente decretada, que pone en manos del Gobierno federal la administración de los servicios urbanos de la capital y del Distrito, que, por su creciente complexidad, los ayuntamientos no podían ya manejar con eficacia, hace esperar progresos importantes en el mejoramiento de la capital de la República.

Por último, la Federación ha levantado ya (como en Tampico, Ciudad Juárez, Nogales), ó está levantando (como en Veracruz y otras ciudades), hermosos edificios para aduanas, almacenes, correos, telégrafos y faros (1).

(1) Este ensayo se publicó por primera vez fechado en Tlálpam á 12 de Abril de 1903.-Los datos numéricos que contenía se han puesto al corriente en Febrero de 1904 en vista de las estadísticas oficialmente publicadas hasta entonces.

Á la memoria del modesto estadista señor licenciado don Matias Romero, que con incansable afán consagró su vida entera al servicio de la patria y tanto contribuyó al progreso económico de la República y á la creación de la Hacienda nacional.

PABLO MACEDO.

CAPÍTULO PRIMERO

Desde los tiempos primitivos hasta el fin
del Gobierno virreynal

ÉPOCA PREHISPÁNICA.--La teocracia y el militarismo

fueron los caracteres dominantes de la raza meshica.

Desde sus remotos orígenes, peregrinando y á la defensiva, se acostumbró á valerse de las armas para llegar al islote que los oráculos le señalaran como asiento. La idea de guerra estaba tan arraigada en las tradiciones, en las leyes y en las costumbres de aquella familia, un tiempo errante, que su religión misma-ley única y suprema-no era, en el fondo, más que la reverencia por la lucha y por la fuerza.

El sacerdote predicaba la ferocidad conquistadora y sabía practicarla en el campo de batalla; el rey era electo después de sujetarse á la prueba de demostrar sus aptitudes de caudillo consumado; el adolescente de las clases principales, ya recluso en los seminarios, ya confiado á la cura de veteranos expertos, desde muy temprano se familiarizaba

con las prácticas religiosas y los ejercicios militares; el plebeyo cultivaba, entre otras, las «tierras de los cuervos», cuyos productos estaban exclusivamente destinados á los gastos de guerra; y como la guerra era casi periódica, cual una ceremonia ritual, el servicio militar resultaba obligatorio. Las altas clases asumían el mando; la plebe cargaba las armas y prestaba sus vidas; la mujer miraba por la subsistencia de las tropas; la primera oración del niño era una invocación al símbolo bélico, al dios insaciable alimentado con las <<frutas de las águilas», los corazones humanos, así llamados porque, ofrecidos en los sacrificios palpitantes aún, se asemejaban á la sangrienta fruta del nopal.

Aquella manera de ser impuso la disciplina y la obediencia como regla de conducta, sancionada por la superstición que se transmitía de padres á hijos; la carga dei despotismo llegó á ser, para las clases sin fuero, una condición normal de vida.

El rey, el sacerdote, el general, el noble, cuyo abolengo venía de la palestra, se presentaban á los ojos de la multitud como divinidades; la crueldad del sacrificio humano, como práctica familiar, necesaria, justa; y, empujado por esos tremendos fanatismos, y andando los tiempos, el puñado de emigrantes, desnudos, fatalistas y hambrientos, pudo convertir un islote insalubre, rodeado de fangos y de peligros, en residencia habitable, en centro de violentas expansiones, en metrópoli floreciente, en la potencia armada que en el reinado dramático y postrero de Motecuhzoma II alcanzara la supremacía en la triple alianza de México, Texcoco y Tlacopan.

Los conquistadores, los cronistas, los historiadores están conformes, después de ponderar la ferocidad de aquella raza, en que no carecía de una civilización relativamente adelantada: llevaba en su sangre, como herencia, la sabiduría de los tolteca. El ejercicio de las armas no había impedido al meshica ser astrónomo, ni ejercer la medicina; cultivaba música y danza; poseía nociones de moralidad, elevadas al rango de preceptos legales; castigaba el homi

cidio, el adulterio, el robo, el cohecho, la embriaguez, la falsedad en las medicinas, el allanamiento, la violación de los contratos; reconocía la autoridad de los jueces, que lo eran inviolables; daba derechos amplios á la defensa; loaba las fórmulas reverenciales; poseía un ceremonial diplomático; encarecía el amor á los pobres y el respeto á los ancianos; velaba por el pudor de las doncellas, y aunque practicara la esclavitud, el esclavo tenía en tierra bárbara mayores esperanzas de manumisión que en el viejo mundo de los despotismos, porque el esclavo lo era por una vida y sus hijos nacían libres. En la existencia del hogar, sus principios pudieran glosarse en el Evangelio.

¡Extraño contraste! Servía de brusco é inacorde fondo á esos adelantos la crueldad de su legislación penal, la viclencia de la ordenanza, la ferocidad de los ritos; dijérase que en aquella familia bondadosa, como en otras teocracias, vencía el dios y se renovaba el conflicto entre la aspiración noble y los errores llamados de origen divino, que le detenían en su evolución.

Con tales antecedentes, fácil es suponer el estado económico de aquel pueblo. Eran grandes capítulos de su egreso el sostenimiento del rey, sus favoritos, su servidumbre, sus palacios y sus huéspedes de la clase sacerdotal, y sus templos y sus cultos; el de la nobleza y de la clase militar, con sus cuarteles y arsenales; y, por último, el sostenimiento de los funcionarios públicos. Solamente la tiranía fiscal sobre el grupo podía cubrir el presupuesto.

Cortés en sus cartas, Bernal Díaz en sus relatos sinceros y pintorescos han descrito el lujo desplegado por el monarca meshica en su palacio, la suntuosidad de su arte y la generosidad de sus dádivas. Sahagún especialmente, entre otros, ha enumerado los dioses principales y pequeños de la mitología azteca y descrito las fiestas que, en honor de los mismos, se celebraban. El imperio estaba sembrado de templos, adoratorios y capillas (unas cuarenta mil, según Orozco y Berra), donde á diario celebrábanse varias ceremonias, de las cuales la mayor parte consistían en ofrendas. La liturgia

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