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manera con que se negociaron aquellos empréstitos, del producto que de ellos se obtuvo, de la inversión que se les dió y del quebranto que con ellos sufrió el erario público.

> En virtud de la ley de 1.° de Mayo de 1823, autorizó el Gobierno á don Francisco de Borja Migoni para negociar en Londres un préstamo de $ 8.000.000. Migoni celebró un contrato con la casa de B. A. Goldschmidt y Compañía, en 7 de Febrero de 1824, por el que ésta compró al 50 por 100 un préstamo de $ 16.000.000, con intereses á razón de 5 por 100 al año, que correrían desde el 1.o de Octubre de 1823, pagaderos por trimestres adelantados.

>> Autorizado el Ejecutivo por la ley de 27 de Agosto de 1823 para negociar un empréstito de $ 20.000.000, celebró un contrato en esta capital, el 25 de Agosto de 1824, con los señores Manning y Marshall, agentes de la casa de Barclay, Herring, Richardson y Compañía, de Londres, por valor de otros $16.000.000. En Febrero de 1825 la casa contratista negoció los bonos á 86 3⁄4 por 100. Estos bonos vencían un interés á razón de 6 por 100 al año, que debería comenzar desde el 1.o de Enero de 1825.

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>>Es conveniente saber las cantidades que llegó á percibir el erario nacional, en virtud de estos préstamos. El modo más preciso de referirlo es copiar algunos fragmentos de la comunicación que el señor Alamán dirigió á la Secretaría de Hacienda el 14 de Mayo de 1842, al remitirle la liquidación que se le había encomendado:

«Esta deuda se ha causado por los dos empréstitos contratados con las casas de B. A. Goldschmidt y Compañía y Barclay, Herring, Richardson y Compañía; el primero en Londres, por don Francisco de Borja Migoni, con poderes que al efecto se le confirieron, y el segundo, directamente por el Gobierno con los agentes de aquella casa en esta capital. Otras operaciones anteriores se refundieron en estas dos, habiéndose pagado con los fondos que éstas produjeron los percibidos por resultados de aquéllas, como se manifiesta en el estado núm. 2.

>>El núm. 1 hace ver que los 6.400.000 libras ($32.000.000)

de ambos empréstitos, produjeron en venta la suma de 4.376.544.6.10 ($ 21.882.721, 5 reales, 8 granos), así como el núm. 2 manifiesta que de esta suma sólo percibió el Gobierno la cantidad de £ 2.751.482.1.10 ($ 13.757.410, 3 reales, 8 granos), de cuya cantidad hay que deducir todavía las 63.000 ($ 315.000) prestadas al gobierno de Colombia y las £ 448.908.8.3 ($ 2.244.542, 0 reales, 6 granos), que estaban en la casa de Barclay cuando ésta quebró, de suerte que lo percibido realmente por el Gobierno es sólo £ 2.239.573.13.7 ($ 11.197.868, 3 reales, 2 granos), habiendo quedado reducida la deuda, mediante las amortizaciones que con el producto de los mismos empréstitos se hicieron, á la suma de £ 5.281.400 ($ 26.407.000), y pagados los dividendos de intereses hasta 1.o de Julio de 1826, con la adición para este fin de $283.800 que se remitieron por el Gobierno.

>>El motivo de una baja tan considerable con respecto á la deuda que se contrajo, consistió principalmente en las condiciones gravosísimas con que se celebró el préstamo de la casa de Goldschmidt, que esta misma casa compró á 55, y con la baja de 5 por 100 de comisión quedó reducido á la mitad, habiéndose además pactado que los intereses comenzarían á correr desde antes que se hubiese hecho exhibición alguna, y se pagarían íntegros desde entonces, aunque las exhibiciones fueron graduales y sucesivas. Se convino también que, en caso de que se hubiese contratado otro préstamo sin tener conocimiento de éste, se destinaría la cuarta parte del nuevo empréstito á la amortización del de la casa de Goldschmidt; y como por desgracia en aquel tiempo hubo tal prisa para hacer esta clase de negocios, que se celebraban nuevos contratos en México sin esperar siquiera saber el resultado de las autorizaciones que se habían dado para hacerlos en Londres, resultó de aquí que la cuarta parte del empréstito celebrado en México con los agentes de la casa de Barclay, se tuvo que destinar á la compra de bonos del de Goldschmidt. El empréstito de Barclay se vendió á 86 á la misma casa de Goldschmidt que había comprado el primero á 50, y cuyos bonos corrían en el mercado por este

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mismo tiempo de 75 á 79; de manera que el Gobierno le vendía á la casa Goldschmidt cada cien pesos del segundo empréstito por 86, para comprar á 75 los del primer empréstito, que se le habían vendido á la misma casa por 50: ya se percibe fácilmente el grave quebranto que resultaba en esta doble operación.

>En las £ 2.239.573.13.7 ($ 11.197.868, 3 reales, 2 granos) que se presentan como dinero percibido por el Gobierno, se comprende no sólo lo que se libró á cargo de los prestamistas ó que éstos remitieron en especies, sino también los contratos que se habían hecho con don Bartolomé Vigors Richards para armamento, buques y vestuario; contratos gravosísimos, como se demuestra en el estado número 2, por el que se ve que se pagaron con dinero de contado setenta mil fusiles á diez pesos, en Londres, y en el mismo orden el resto del armamento, siendo en igual proporción los costos de los buques que se compraron y de los pertrechos que se hicieron venir; todo lo cual, unido á la comisión que se pagó á la casa Barclay, á los sacrificios que se harían en los adelantos que aquí se percibieron y en los negocios que se hicieron con la casa de Staples, que se pagaron con los productos del empréstito, hace esta operación de los empréstitos una de las más ruinosas en que la República, por su desgracia, ha sido comprometida, sin que pueda haber otra excusa que la inexperiencia con que en todo se procedía.

»Á ésta también debe atribuirse el que no se tomase medida alguna para asegurar los fondos procedentes del segundo empréstito que quedaron en la casa de Barclay, como se había hecho con las primeras £ 200.000 ($ 1.000.000) del primero contratado por Goldschmidt, que se invirtieron en billetes del Echiquier y se depositaron con las precauciones necesarias, entretanto el Gobierno disponía de ellas, de cuya falta de precaución resultó el grave quebranto sufrido en la quiebra de la mencionada casa de Barclay.»

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Quedan ya descritos, aunque en imperfecta reseña, los rasgos más característicos de nuestra Hacienda. Con los profundos males que ellos constituían, tenían que coexistir y coexistían otros muchos. Impuestos y arbitrios empíricos, vejatorios y hasta extravagantes (1); aumento injustificado de gastos; ineptitud y corrupción de empleados y funcionarios; desmoralización de todas las clases sociales, por el contrabando y el fraude en grande escala; medidas violentas, desde el préstamo forzoso hasta la ocupación de las conductas que el infortunado comercio confiaba á la custodia de la autoridad pública; cambio frecuente de forma de gobierno, pasando de la federación al centralismo y viceversa, con profundo trastorno y perturbación de impuestos, cuentas y oficinas; arrendamiento en términos ruinosos de la renta del tabaco y de las casas de moneda, con prohibición de modificar las leyes que mantenían aquel monopolio y regían sobre producción y exportación de metales preciosos; fundación del Banco de avio; restablecimiento de monopolios de antaño abolidos; prohibiciones; multiplicidad de aranceles; alcabalas, derechos de internación y otros gravosos impuestos en que ya nos ocupamos al hablar del comercio; emisión excesiva, por vía de recurso fiscal, de moneda de cobre, que todo lo perturbaba, causando verdaderas ruinas; dilapidación de las salinas y demás bienes nacionales; emisiones disparatadas de bonos que nadie tomaba y que, vendidos á vil precio, aumentaban incesantemente la deuda pública; cuanta calamidad, en suma, puede pesar sobre un pueblo, tanta pesó sobre México, víctima, al mismo tiempo, de la anarquía política y social en todas sus formas

(1) Consistió uno de ellos, que como ejemplo citaremos, en rifar ciertos bienes nacionales que probablemente nadie quería comprar por la instabilidad de los gobiernos, haciendo obligatorio por ley á los Estados colocar cierto número de billetes entre sus habitantes. Como era natural, el medio no prosperó; pero no faltaron especuladores que habiendo adquirido á vil precio la mayor parte de los billetes emitidos, exigieran con ella la entrega de los bienes rifados, mediante exiguas refacciones ú otras componendas. Así se enajenó el edificio del antiguo Colegio mayor de Santos, que ocupaba toda la acera Norte de la calle de la Acequia, en la ciudad de México, y fué convertido en lo que por muchos años se denominó «casas de Loperena».

y con todas sus vergüenzas, inclusa la pérdida de la mitad del territorio.

No faltaban de tiempo en tiempo ni gobernantes honrados, ni ministros de Hacienda que se esforzaran en hacer surgir el orden de aquel verdadero caos. El general don Mariano Arista se empeñaba en la formación de presupuestos en regla y reducía á poco más de tres millones de pesos los gastos del ejército, que siempre habían importado alrededor de diez. Don José Ignacio Esteva pretendía que, con garantía de los bienes del clero, se abordara radicalmente el arreglo de la Hacienda nacional. Don Manuel Payno hacía un esfuerzo titánico, aunque desgraciadamente fundado en bases erróneas, para el arreglo de la deuda pública, consolidándola en un solo fondo. ¡Todo inútil, todo frustráneo, todo estéril y acaso complicando más y más aquel inextricable laberinto!

¿Á qué seguir, pues, contristando el ánimo del lector con el relato, que fuera inacabable, de nuestras desdichas financieras? Fórmanlo, en no interrumpida serie, todas las Memorias de todos los ministros de Hacienda de la época, y de ellas arrancaremos, para trasladarlas aquí, dos páginas en que don Luis de la Rosa, en 1845, y don Mariano Riva Palacio, en 1848, sintetizan con ingenuidad algunos de los males de entonces.

Decía el primero:

«No sé si pueda decirse con propiedad que haya un sistema de Hacienda en México é ignoro si se pueden fijar con seguridad las bases sobre que tal sistema se halle establecido. Al ver que casi todo lo que es, ó puede ser una riqueza, se halla gravado con impuestos, y que, no obstante, las contribuciones no rinden sino un producto muy pequeño comparado con el valor de la riqueza pública, se creería que el sistema de Hacienda adoptado en nuestro país consistía únicamente en aumentar los ingresos del erario, más bien multiplicando las contribuciones que haciendo rendir á cada una de ellas todo el producto que daría bajo una administra ión bien sistematizada. Sin duda que ha habido en nuestro

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