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ridad de sus habitantes, para propagar la instrucción primaria, construir obras públicas, atender á las mejoras materiales, etc., y por más que esos servicios sean crecientemente onerosos, no es fácil, prudente ni patriótico prescindir de ellos.

>> Estas circunstancias, unidas á la baja que probablemente tendrán las rentas públicas en los primeros meses del presente año económico, debida principalmente á la pérdida de las cosechas durante el último año y á la depreciación de la plata, tal vez ocasionen que los recursos de la nación sufran, en el presente año económico, una disminución en vez de tener el aumento que debiera esperarse y que se ha logrado en los años anteriores, y que, mientras esas causas subsistan, no sean bastantes para cubrir los compromisos contraídos y las demás atenciones públicas.

>>Cuando los artículos de primera necesidad, como el maíz, el fríjol, etc., que constituyen la base de la alimentación de un gran número de mexicanos, han llegado á tener un precio muy alto, la mayoría de nuestros conciudadanos, que cuenta con medios muy reducidos para vivir, tiene necesariamente que invertir sus cortos recursos en procurarse la subsistencia material y, naturalmente, deja de comprar otros artículos, especialmente de manufactura extranjera, lo cual produce el resultado de disminuir, por una parte, las importaciones y los derechos que el Gobierno recauda con motivo de ellas, y de reducir, por otra, las operaciones del comercio interior, lo cual afecta también á las rentas federales.

>>La baja de la plata ha sido, además, un factor cuyas consecuencias se han hecho sentir de una manera todavía más palpable. Como la moneda corriente del país es de plata y las importaciones todas tienen que pagarse en oro, el importador recarga á sus mercancías, sobre su costo en la fábrica, fletes, seguros, comisiones y otros gastos que se pagan en oro, el costo del cambio, y todo esto las hace más caras y las pone, por lo mismo, fuera del alcance de un gran número de habitantes Esta misma circunstancia y, más que todo, las grandes fluctuaciones que ha

tenido el precio de la plata durante los últimos meses, hacen también que los importadores suspendan sus pedidos, para no verse en el caso de tener que pagar las mercancías que pidan con un recargo considerable ocasionado por el aumento del cambio, cuando probablemente las venderían á precios que, lejos de dejarles alguna utilidad, les ocasionarían pérdidas; y esto, naturalmente, contribuye á reducir de una manera muy sensible los pedidos de efectos extranjeros y, en la misma proporción, los derechos que el Erario percibe por esas operaciones. Serios como son para nosotros los resultados de la baja de la plata, son todavía peores los que producen las súbitas y grandes fluctuaciones en el precio de ese metal, porque ellas destruyen por completo la base de toda combinación hacendaria ó mercantil. Si la plata hubiera de conservar por un período indefinido el precio que ahora tiene, sufriríamos algunos años de trastornos de más o menos trascendencia, pero al fin normaríamos nuestras circunstancias á esas nuevas condiciones y los grandes elementos naturales de riqueza de la nación harían que se recuperara con menos dificultad, y en un plazo más ó menos largo, de los trastornos y pérdidas sufridas.»

Ninguna exageración había en el cuadro por el señor Romero bosquejado, y pronto lo probaron los acontecimientos. La formidable pérdida de cosechas de 1892, cuyas consecuencias tanto se resintieron en 1893, en que fueron también muy escasas, y una tremenda baja de la plata, sin precedente en la historia de los metales preciosos, hubieron de ponernos, sin hipérbole alguna, al borde del abismo, en que habrían naufragado una vez más los adelantos tan laboriosamente alcanzados y acaso el porvenir entero de la República, sin el acierto del señor Presidente para confiar el timón de la nave, en medio de la borrasca, á los señores Romero y Limantour, sin su firmeza para apoyarlos incondicionalmente, y sin el patriotismo, la inteligencia y la abnegación de los expertos pilotos.

Tentadora, como es y todo, la empresa de hacer la historia detallada de aquel aciago período, nos vemos obli

gados á renunciar á ella por muchas razones, entre las cuales se nos imponen, inflexibles, la índole y extensión de este trabajo; que no son para extractadas, casi para comprimidas, en las pocas páginas que tenemos disponibles, las peripecias de aquella lucha, á la que seguramente la Historia dará un día toda la importancia que merece, y en medio de la cual no sólo muchos hombres de criterio superior y aun del Gobierno mismo, sino la opinión pública casi unánime, llegaron á perder la confianza, preconizando como único remedio una nueva suspensión de pagos, especialmente de nuestros compromisos en oro (1).

Diremos, pues, solamente que la crisis se salvó ocurriendo, no á expedientes ruinosos ni á estériles paliativos, como antes se había hecho, sino á remedios radicales, orientando nuestra política general, y en particular la hacendaria, por los rumbos que la ciencia social y la economía política aconsejan. Medios provisionales, sí, fueron empleados para sortear las grandes dificultades del mo

(1) ¿Qué parte corresponde al señor Romero y cuál al señor Limantour en esa tremenda lucha, precursora de la consolidación definitiva de nuestra Hacienda pública? Las líneas fundamentales del plan que había de dar tan importante resultado, se ven, en parte, trazadas por el señor Romero en el documento á que ya hemos hecho referencia, y la envidia y otras malas pasiones, á falta de más sólido fundamento, han invocado este hecho para empequeñecer los merecimientos del señor Limantour. No seremos nosotros, por otra parte, quienes tratemos de arrancar de la frente del señor Romero un solo laurel, cuando en anteriores páginas tanto hemos procurado vindicar su memoria de cargos que creemos injustos; pero, digase lo que se quiera, hay un hecho que demuestra que es al señor Limantour á quien la nación debe los resultados obtenidos y es: que el señor Romero dejó la Secretaría de Hacienda en Febrero de 1893, para volver á ocupar hasta su muerte el puesto diplomático que en Washington desempeñaba con tanto acierto como patriotismo, quedando el señor Limantour, desde entonces, al frente del departamento, primero como oficial mayor ó subsecretario y después (9 de Mayo de 1893) en calidad de Ministro. Además, cualquiera que haya sido la influencia que las ideas del señor Romero hayan ejercido sobre las del señor Limantour, las obras de éste no se han ajustado servilmente á los planes de aquél, sino que en mucho los ha ampliado, corregido y modificado, y en todo caso, el mérito de la ejecución, que en estas materias suele ser mayor que el de la concepción, corresponde íntegro al señor Limantour, que, contra lo dicho por los malquerientes que su inflexible rectitud le ha conquistado, jamás ha tenido colaboradores confidenciales, ni ha contado con el concurso de personas á quienes su cargo oficial no diese intervención en los asuntos públicos. Entre esas personas ocupa, naturalmente, preeminente lugar el señor licenciado don Roberto Núñez que, como subsecretario, le acompaña desde 17 de Mayo de 1893, y cuyo nombre nos ha parecido de estricta justicia no dejar en olvido, á pesar de su modestia y de la buena amistad con que favorece al autor de estas líneas.

mento, como no podía menos de ser; se contrataron con el Banco Nacional varios adelantos, algunos de ellos en oro, porque el mercado de los capitales en México estaba exhausto y no se quiso recurrir al eterno medio del devorador agio nacional; se redujeron los sueldos de los empleados. y se adoptaron otras medidas de transición; pero no se perdieron de vista, ni por un momento, los grandes principios en que la salud económica del país estaba vinculada y las medidas transitorias jamás levantaron obstáculos infranqueables para la marcha futura del Gobierno. El sueño dorado de otros tiempos, el rescate de las Casas de Moneda, se realizó para devolver al Erario los recursos que los arrendatarios absorbían y, sobre todo, para que la nación recobrara la libertad, que durante tantos años había perdido, de modificar los irracionales impuestos sobre los metales preciosos: se suprimieron por centenares los empleos inútiles: se redujeron las dotaciones excesivas y desproporcionadas; se buscaron nuevas fuentes de ingreso en el gravamen racional de actividades, especulaciones y riquezas que antes no contribuían á los gastos públicos; se regularizó la percepción de los impuestos existentes por medio de una vigilancia activa y sistemática, así sobre los empleados como sobre los contribuyentes; se introdujeron en todas partes el orden, la disciplina y la moralidad; se perfeccionaron las cuentas del Erario, que desde entonces son absolutamente verdaderas, sin artificios ni engañifas; se suprimieron del presupuesto de egresos las partidas abiertas ó sin cantidad determinada que los desvirtuaban por completo; y, en suma, por primera vez desde la Independencia, ó más bien desde el grito de Dolores en 1810, los presupuestos se nivelaron al tercer año de emprendida la gigantesca labor, es decir, en el año económico de 1894 á 1895, y los mexicanos supimos lo que era un sobrante en las arcas públicas y los hechos nos demostraron que la independencia económica, lo mismo en la vida pública que en la privada, asegura ante propios y extraños respetabilidad y consideración, y sobre todo, ante la propia conciencia, un decoro

y una estimación sin los cuales no hay fuerza ni energía para las eternas luchas por la vida, ni para resolver los temerosos problemas que forzosamente se levantan ante los pueblos que no quieren perecer.

Y hecha ya tan lacónica síntesis, damos aquí punto á esta parte de nuestra labor para pasar á describir, en sus rasgos fundamentales, nuestro actual sistema hacendario y el estado en que quedan los principales ramos de la Hacienda pública. Á este efecto, y ocurriendo en algo, para ser breves, al árido sistema de las Memorias administrativas, séanos permitido dividir en incisos, bajo rúbrica especial, el resto de nuestro trabajo, poniendo en cada uno de ellos algunas cifras que, como piedras miliarias, marcarán con su muda elocuencia, y mejor que muchas palabras, el camino recorrido y la altura alcanzada después de un doloroso via crucis que perduró casi tres cuartos de siglo.

SECCIÓN SEGUNDA

ORGANIZACIÓN HACENDARIA DE LA REPÚBLICA.

ESTADO DE LA HACIENDA PÚBLICA EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO XX

RELACIONES FISCALES ENTRE LA FEDERACIÓN Y LOS ESTADOS.-Correspondiendo al sistema de organización política en República federal, la Hacienda mexicana puede considerarse dividida en dos grandes ramas: la local ó de los Estados y la federal.

Al introducirse por primera vez entre nosotros, con la Constitución de 1824, el régimen federativo, pareció indispensable distribuir las rentas é impuestos hasta entonces vigentes entre el gobierno del centro ó federal y los locales ó de los Estados, y al efecto se expidió la ley de 4 de Agosto de 1824, á que en su lugar aludimos. Después, y como era natural, siguió este asunto la misma suerte que el sistema político del país y, en consecuencia, durante nuestras revuel. tas intestinas, las rentas estuvieron alternativamente cen

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