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vez fueron cediendo el puesto á casas francesas y alemanas, cuyo personal se acomodaba más fácilmente á nuestras costumbres ó adquiría más pronto nuestra lengua.

El fenómeno se produjo primero en el comercio por mayor, que requiere conocimientos y capital más considerables; pero luego se extendió al pequeño comercio, en donde el mexicano, que no quiso ó no supo en un principio dedicarse á mercader por su cuenta, tuvo que contentarse más tarde con el simple papel de dependiente ó empleado de inferior categoría, al grado de que no hace muchos años, y en la capital misma de la República, podían fácilmente contarse de memoria, por las personas conocedoras de la localidad, las casas cuyo propietario no fuera extranjero. El mexicano estaba confinado exclusivamente á los estanquillos, ó expendios de tabacos, á los tendejones de barrio y á otros ramos de comercio igualmente pobres ó inferiores (1).

La culpa de esta situación, en el concepto público, no la tenían los mexicanos sino los extranjeros, y, como siempre, se ocurrió al omnipotente legislador para prohibirles, por decreto de 23 de Septiembre de 1843, el comercio al menudeo. Excusado es decir que tal prohibición no pudo llevarse á efecto; pero de tal estado de cosas había de resultar, y resultó, un mal gravísimo, que era, sin embargo, inevitable: la intervención de ministros y agentes diplomáticos en nuestros asuntos interiores, porque el extranjero que era víctima de alguno de tantos ataques como el derecho individual sufría y que muchas veces llegaban á las proporciones de verdaderos atentados, se acogía á la protección de

(1) Otra causa de este abandono del comercio por los nacionales está bien puntualizada por el publicista venezolano Dr. don Nicolás Bolet Peraza en las siguientes líneas: Tan pronto estalla la guerra, el comerciante nacional se ve obligado á afiliarse al partido de uno ú otro de los beligerantes, interrumpiendo así sus negocios con el resto del país, cuando no abandonándolos por completo y dejando, en consecuencia, al extranjero en plena posesión del campo industrial. El gobierno respeta y protege al último y los revolucionarios no se atreven á molestarlo. Protegido así, comercia, compra, vende, sale y entra; aprovechándose de este monopolio singular, pero tanto más legítimo cuanto que se lo hemos dado nosotros, los ciudadanos, que mientras tanto nos ocupamos en la agradable tarea de degollarnos fraternalmente.>

su ministro, quien con frecuencia, exagerando las cosas y amparando intereses de muy dudosa legitimidad, decidía á su gobierno á intervenciones deplorables y muchas veces vergonzosas para todos. Recuérdense, entre otros hechos muy conocidos, el bombardeo de Veracruz, en 1839, por la escuadra francesa y las Convenciones francesa, española é inglesa, en que, bajo la garantía de la fe internacional, nuestros gobiernos se obligaron á reconocer, liquidar y pagar los créditos que los súbditos de estas nacionalidades tuvieran contra el erario, ya por contratos no cumplidos ó ya por perjuicios causados en nuestras inacabables revueltas. Y como los mexicanos veían que contra las arbitrariedades y atropellos de la autoridad el único amparo medianamente eficaz se encontraba en las legaciones, muchos hubo, especialmente entre los que más especulaban con el tesoro y más pingües ganancias obtenían por medio de contratos usurarios, que ocurrieron al indigno expediente de renunciar á su nacionalidad para ponerse bajo la protección de algún ministro extranjero.

Fatíganse el espíritu de considerar y la pluma de escribir una serie tan continuada de infortunios; y omitiendo la relación de otros de menor cuantía, ya sólo consagraremos unas cuantas palabras, por su gravedad é importancia, al funesto error que, en punto al régimen monetario, se cometió durante el luctuoso período en cuya historia nos ocupamos.

Consistió este error en la ilimitada acuñación de la moneda fraccionaria de cobre sin restringir su poder liberatorio; y con sólo enunciar el hecho, fácil es comprender sus lamentables consecuencias para el comercio y la riqueza pública en general. Una primera ley de 28 de Marzo de 1828, autorizó al gobierno para mandar acuñar seiscientos mil pesos en esa moneda; y luego, en 11 de Agosto de 1832, se amplió esta autorización, haciéndola completamente

ilimitada y sin otra taxativa que la de informar al Congreso, de tiempo en tiempo, sobre las sumas acuñadas. En manos de gobiernos siempre en bancarrota y que, además, desconocían completamente las más elementales leyes económicas, esta facultad tenía que convertirse pronto en fuente de recursos para aprovechar la diferencia que había entre el costo del metal, aumentado con los gastos de acuñación, y el valor ficticio que le daba la ley. Así sucedió, efectivamente; y sin duda el trastorno público llegó á ser profundísimo, cuando tan claro se ve en la ley de 17 de Enero de 1837 el pánico que dominaba al Congreso que la sancionó, mandando establecer un Banco de amortización de la moneda de cobre, cuyos directores debían ser una persona nombrada por el Congreso, un eclesiástico condecorado designado por el Cabildo metropolitano de México, un comerciante, un labrador y un minero, que tuviesen, cuando menos, un capital de cien mil pesos cada uno, electos por sus respectivos gremios. Esta Junta quedó investida de facultades amplísimas, «sin tener otra dependencia del Gobierno que rendirle anualmente cuentas de su administración», se la dotó con fondos que se creyeron bastantes, y entre ellos se incluyeron «los bienes raíces de propiedad nacional existentes en toda la República» y los productos de la renta del tabaco, «que se restablecerá al sistema de estanco en toda la República, excepto en Yucatán, y se le autorizó para emitir cédulas á fin de amortizar la moneda de cobre, para tomar los capitales que se le confiaran y por los cuales podría abonar hasta un dies y ocho por ciento de premio al año, y aun para negociar un préstamo extranjero por cuatro millones de pesos.

Esto demostrará la magnitud del desacierto que se trataba de reparar; y á sus calamitosas consecuencias hay que añadir todavía que muchos Estados de la República, entre otros San Luis Potosí, Zacatecas y Guanajuato, ocurrieron al mismo expediente financiero, que en el fondo no era más que la emisión de una moneda falsa, cuya cantidad se aumentaba por la imitación que muy fácilmente podía hacerse y

con efecto se hizo de ella por particulares, fuera y dentro del país.

Digamos, para concluir este punto, que en 6 de Diciembre de 1841 fué extinguido el Banco de amortización, quedando los negocios pendientes á cargo de una sección especial de la Tesorería; y que, según los datos más autorizados, llegaron á emitirse bonos, que se llamaron del cobre, por más de 7.500,000 pesos, á pesar de que la moneda se recogió sólo por el 50 por 100 del ficticio valor legal que le fué dado al ponerla en circulación.

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Casi excusado parece decir que carecemos por completo de estadísticas mercantiles de aquellas épocas turbulentas, y que apenas si por alguna que otra noticia dispersa en memorias y otros documentos de hacienda, puede llegarse á saber aproximadamente cuál era el volumen de nuestro comercio de importación y exportación. El señor Lerdo de Tejada, reuniendo esos datos con laudable laboriosidad y ocurriendo á ingeniosas inducciones, llega á cifrar el promedio de la importación de la República, entre 1821 y 1853, en veinte millones de pesos anuales (1), haciendo observar que en el último de los años expresados y acaso en los que inmediatamente le precedieron, esa suma podía estimarse en veintiséis millones de pesos, cifra que se comprueba con los datos que suministran algunas de las estadísticas extranjeras, con cuyo auxilio el señor Lerdo de Tejada llegó á la conclusión de que, en 1853, importábamos mercancías de los países y por los valores siguientes, calculados ya en nuestros puertos:

(1) El ilustre don J. M. Luis Mora (México y sus revoluciones, tomo I. páginas 44 á 46) estima que en el año económico de 1831-1832 las importaciones declaradas ascendieron á 22.833,842 pesos y las de contrabando á 16.445,126 pesos. Podrá el dato ser exacto respecto de ese año; pero, á nuestro juicio, merece más crédito la estimación del señor Lerdo.

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IMPORTS

$ 12.500,000

>>> 4.500,000

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De Cerdeña

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Como se ve por este resumen, los productos españoles habían perdido muchísimo terreno en nuestras importaciones, siendo sustituídos por los de Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Alemania; el comercio con las demás Repúblicas hispano-americanas seguía siendo insignificante, y el asiático, al que la cesación de las relaciones políticas en un tiempo existentes entre la Nueva España y las Filipinas. había dado un golpe de muerte, era estimado, en 1853, apenas en 700,000 pesos, que representaban, no sólo el valor de factura de las mercancías, sino además un recargo de 50 á 60 por 100 de gastos hasta su arribo á nuestros puertos.

Nuestras exportaciones se calculan, por el mismo respetable señor Lerdo, cuando menos en una cantidad igual á la de las importaciones, aumentada con uno y medio ó dos millones de pesos, formados del dinero que tiene que enviar nuestro gobierno para el pago de los réditos de la deuda exterior y de lo que extraen algunos de los extranjeros que se retiran á su país». De estos veintisiete ó veintiocho millones de pesos, veintitrés ó veinticuatro salían en plata y oro

(1) El señor Lerdo de Tejada clasifica bajo esta rúbrica nuestras importaciones asiáticas, que se hacían de Cantón y Manila á San Blas y Mazatlán.

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