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XVIII

Primeras dudas de Camilo Henríquez en materia relijiosa.-Estado de la sociedad chilena a este respecto al principio de la revolución de la independencia.-Camilo Henríquez i don José Miguel Carrera.-Henríquez sostiene la libertad del pensamiento i de la imprenta.-Sus opiniones heterodoxas.-Durante la emigración se manifiesta contrario al catolicismo.- Sostiene que la moral debe fundarse en la relijión.-Polémica a que da lugar un artículo suyo publicado en El Censor.-Polémica relijiosa orijinada por un artículo publicado en El Mercurio de Chile.- Conclusión.

Las primeras dudas de Camilo Henríquez en materia de relijión debieron asaltarle durante su permanencia en Lima.

Dime con quien andas i te diré quién eres, es un adajio antiquísimo.

Raciocinando con la misma lójica podría formularse otro proverbio semejante: Dime los libros que lees, i te diré lo que piensas.

Es mas que probable que la lectura de las obras escritas por los filósofos franceses quebrantaron su fe.

Sin embargo, cuando el fraile de la Buena Muerte vino a Chile, practicaba todos los ministerios del sacerdocio: confesaba, predicaba, decía misa.

La historia lo atestiguaría en parte, si la tradición no lo aseverase.

Él fue quien confesó al coronel don Tomás de Figueroa en la noche del 1.o de abril de 1811.

El fue el que pronunció el sermón predicado el 4 de julio de ese año antes de la instalación del congreso nacional.

He conversado con persona que había oído una misa dicha por él, i recibido su bendición.

Concedo que hubiera habido fluctuaciones en aquel espíritu inquieto, pero no ruptura manifiesta. Le considero incapaz de ejecutar una farsa indigna.

La sociedad chilena era en 1810 realista i católica hasta la médula de los huesos.

Uno de los actores mas intelijentes del drama revolucionario, don Manuel José Gandarillas, escri be sobre este particular lo que sigue:

«La obediencia al rei era entonces poco menos que un dogma de relijión; i creyendo faltar a ésta, muchos no querían escuchar ni siquiera la esplicación de lo que es el hombre en sociedad. El hábito de respetar al rei se había hecho objeto de conciencia; i ésta no dejaba obrar a la razón. No se conocían los buenos libros, ni siquiera se tenía idea del instrumento maravilloso de la imprenta. Apenas había jurisconsultos rancios, teólogos fanáticos i practicantes de confesonario; de modo que fue preciso casi como engañar a la multitud, porque si se procuraba instruírla de repente, se corría el riesgo de

que el resplandor de un aluz repentina la deslumbrase, e hiciese malograr la empresa en su orijen».

Así las cosas, el 25 de julio de 1811, fondeó en Valparaíso el Estandarte, navío de guerra inglés. Venían a su bordo, entre otros pasajeros, don José Miguel Carrera i don Ramón Errázuriz.

Este último suministra algunos datos que deben

tomarse en cuenta para conocer el estado de las creencias a la fecha.

En su testamento otorgado el 23 de mayo de 1865 dice lo siguiente:

«Nací en la ciudad de Santiago, capital de Chile, el día 23 de mayo de 1775. Mis padres profesaban la relijión católica, apostólica, romana en toda su estensión. Yo fuí criado bajo los mismos principios, ejecutando todas sus prácticas del modo mas minucioso, tanto en la casa, como en la iglesia; mas puedo decir que todo esto lo hacía maquinalmente, pues no habría podido darme razón de nada de aqueIlo que practicaba. Jamás pasó por mi imajinación la menor duda, así sobre lo que practicaba, como sobre lo que se me decía. En este estado, llegué a la edad de diez i seis años, en cuyo tiempo me separé de mis padres, i fuí a Europa al lado de un hermano mayor que siempre me cuidó, como lo hacían mis padres. Entonces fue cuando por primera vez principié a oír dudas i contradicciones sobre la relijión católica. Confieso que las primeras impresiones que recibí fueron terribles. No sabía cómo compajinar las ideas que sobre esto me venían con aquéllas de que estaba preocupado. Desde entonces empecé, como la edad i los quehaceres me lo permitían, a imponerme de lo que decían, tanto los católicos, como los contrarios que los atacaban.» En aquella tremenda bancarrota moral, solo escapó la idea de Dios.

Don José Miguel Carrera había dejado en el viejo mundo todas sus creencias relijiosas. Volvía escéptico.

Comenzaba a soplar en España un viento desconocido.

Casi todos sus habitantes eran católicos; pero había algunos que vacilaban o que habían abandonado la fe de sus padres.

Recuérdese que el duque de Alba fue uno de los suscriptores para la estatua de Voltaire trabajada por Pigalle.

Recuérdese la triste historia del peruano Ola

vide.

Todos los chilenos habían recibido exacta, exactísimamente, la misma educación que don Ramón Errázuriz; pero mui pocos habían hecho un viaje a Europa, como éste.

La sociedad se encontraba en ese estado automático descrito por Pascal en sus Pensamientos.

Don José Miguel Carrera tenía una ambición inmensa; anhelaba ser el caudillo de la revolución; i estaba resuelto a todo para lograrlo.

A primera vista conoció que Camilo Henríquez era un hombre de importancia; i procuró atraerle a su partido, costase lo que costase.

«Carrera (dice don Carlos Rodríguez) apreció siempre muchísimo a Camilo, como todos los chilenos. Le asignó seiscientos u ochocientos pesos por la redacción de la Aurora, primer periódico de Chile, dejando a su entera libertad la elección de las materias que tuviese por conveniente tratar; i por su influencia entró de senador. Jamás le hizo el menor mal».

En casa de Carrera, conoció Henríquez a don Ramón Errázuriz, i a Mr. Joel Roberts Poinsett, cónsul jeneral de los Estados Unidos.

Ya antes había trabado amistad con don José Miguel Infante i don Bernardo Vera.

Dios los cría, i ellos se juntan, decía don José Santiago Rodríguez, futuro obispo de Santiago. Formaban un cenáculo en sentido inverso.

Su traslación de Lima a Santiago, ofreció a Camilo Henríquez una ventaja inmensa.

No tenía que ocultar los libros en el fondo de una petaca o debajo del colchón para leerlos a puerta cerrada, como si fuera un crímen.

¡Una i mil veces feliz cuando un amigo le prestaba una obra que la pobreza le impedía comprar!

El 23 de julio de 1814 interrumpe un artículo que estaba publicando en El Monitor Araucano para intercalar a guisa de paréntesis el siguiente párrafo:

<<Hasta aquí llegaba este discurso cuando un compatriota mui apreciable, tan distinguido por sus sólidos i varios conocimientos i buen gusto, como por su celo por la ilustración del país, me favoreció con la obra inmortal intitulada Principes de la legislation universelle, de la cual estractaré algunos artículos sobre la presente materia, i siempre que fuere posible verteré sus doctrinas en otros discursos. Esta obra es una de las mas profundas i luminosas que ha producido la Europa; i muchos escritores célebres se aprovecharon de ella sin citarla.»>

El valiente justador combatió siempre por la independencia del país i por la completa libertad del pensamiento i su espresión.

A continuación del trozo que acabo de copiar decía:

«Toda fuerza superior que ponga trabas a la libertad de pensar es igualmente injusta i absurda. Es injusta, porque ataca un derecho sagrado del hombre; es absurda, porque emplea medios inútiles obtener un fin imposible. La opinión no puede ser mandada, porque depende del modo de ver i com

para

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