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Para esta última labor hacía notable falta una compilación completa de todas aquellas Constituciones, algunas de las cuales no se encuentran hoy sino en poder de curiosos guardadores de papeles viejos.

Los señores don Manuel Antonio Pombo don José Joaquín Guerra, alumnos muy distinguidos de la Facultad de Derecho en la Universidad Nacional, emprendieron esta tarea; y siguiendo las tradiciones de la clase, no se limitaron al mero oficio de copistas y compiladores, sino que hicieron preceder cada Constitución de una breve reseña histórica de los acontecimientos políticos que le dieron origen. Hecho este relato con sobriedad y sin ánimo de producir determinada impresión en el lector, viene á ser un guía utilísimo para los que deseen ahondar en estas investigaciones.

El libro de que tratamos es, no sólo de aplicación en las clases, sino también de consulta para abogados y legisladores y para cuantos deseen saber de dónde venimos y para dónde vamos en materia de instituciones políticas. Nada mejor tampoco para conocer la índole de nuestros partidos y las transformaciones que

van experimentando por el trascurso del tiempo el progreso natural de la República.

y

Réstanos sólo presentar á los distinguidos jóvenes Pombo y Guerra nuestras más calurosas felicitaciones por su trabajo, y á la Universidad Nacional, por los sazonados frutos que empieza yá á dar, merced á la seriedad con que en ella se hacen hoy los estudios que abren las puertas del foro y de la política.

Bogotá, 12 de Octubre de 1892.

CARLOS MARTÍNEZ SILVA.

CONSTITUCIONES DE COLOMBIA

RESEÑA HISTORICA

INDEPENDENCIA

COLOMBIA fué, desde la época de su descubrimiento hasta el año de 1810, dependiente del Gobierno español, que era dueño y señor de las colonias americanas por derecho de conquista.

Si por espacio de tres siglos sobrellevó nuestra patria ese estado depresivo, yá desde fines del pasado se hacía palpable que no podía continuar la misma triste situación política en que sus habitantes eran víctimas ya del despotismo de los gobernantes, ya del alejamiento y del abandono.

Tan justo era cambiar su régimen, que el mismo Conde de Aranda lo aconsejó a Carlos III, cuando, como Plenipotenciario en el Tratado de paz entre España, Francia y los Estados Unidos, decía al fin de su exposición dirigida al Rey "que tres infantes debían colocarse en América: uno, Rey de México; otro, del Perú, y otro, de Costa- firme, tomando el Monarca el título de Emperador." Proyecto semejante presentó también don Manuel Godoy á la familia real, que fué, como el primero, desechado por completo.

Era nuestro vasto territorio una verdadera nación con grandes elementos de prosperidad y riqueza; sus habitantes acababan de presenciar la independencia de los Estados Unidos; las rivalidades entre los criollos y los españoles tenían lugar todos los días; el sistema fiscal era de lo más depresivo: todo ello contribuia á que los naturales, exasperados con bajos é inicuos vejámenes, desearan con ansia el momento de dar el grito de independencia.

Las duras contribuciones impuestas á las colonias por el Gobierno de la Metrópoli ocasionaron la insurrección de los Comuneros en la ciudad del Socorro el año de 1780, encabezada por el nobilísimo patriota José Antonio Galán y secundada por muchos de los héroes de aquel tiempo. Este levantamiento espontáneo para proclamar los derechos de propiedad fué reprimido y castigado con la sangre de sus valerosos caudillos, entregados bajo la fe de una capitulación solemne, y sus mutilados miembros colocados en exhibición en los parajes más concurridos de los lugares de la insurrección, como escarmiento para lo sucesivo.

Los nombres de estos primeros próceres que dieron á sus hermanos ejemplo de valor y energía han quedado escritos con caracteres indelebles en la historia de Colombia.

Pero nuestros patriotas, lejos de acobardarse con estos rigores, cobraban cada día mayor fuerza y resolución para resistir de frente toda clase de atropellos que ejecutaran los Jefes del Gobierno; y así, don Antonio Nariño, joven abogado y uno de los más ilustres hijos de Santafé, tradujo del francés y dió á la publicidad una obra que llevaba por título "Derechos del Hombre," en la cual se contenía la célebre declaración con que la Convención francesa había formulado las tendencias del movimiento que hizo de la Francia el porta-estandarse de las nuevas ideas. Este opúsculo, cuya publicación costó á su autor más de tres años de prisión en el castillo de Bocachica, circuló de mano en mano, infiltrando en el alma de los patriotas el espíritu revolucionario francés, y despertando en su mente el deseo de

conseguir esos derechos de que el hombre es dueño absoluto, y de que estaban privados por el Gobierno español.

Otro escrito de don Frutos Joaquín Gutiérrez, titulado "Cartas de Suba," que corrían anónimas, y cuyo objeto era tratar de los negocios políticos y de la necesidad que tenía la Nueva Granada de establecer Juntas de Gobierno, contribuyó al mismo fin que el libro de Nariño. Y algunos otros artículos de plumas distinguidas coadyuvaron también á exaltar los ánimos; pues no se crea, como lo creyó España, que este país se componía de hombres imbéciles y faltos de sentido común; antes bien, florecieron en él en aquella época esclarecidos talentos y vastas ilustraciones, á pesar de la severa prohibición que había de estudiar ciertos ramos del saber humano, especialmente el Derecho de gentes, y la amenaza de castigar con pena de muerte al que leyera la historia de América por Robertson.

Sucedió por entonces que Carlos IV, Rey de España, abdicó la Corona en cabeza de su hijo Fernando VII, después de haber dejado gobernar al favorito Godoy, Príncipe de la Paz, al mismo tiempo que Napoleón I ocupaba la frontera de la Península, con pretexto de pasar á Portugal, y ofrecía á Godoy la soberanía de dos Provincias de aquella Nación.

Las tropas francesas, dirigidas por el Duque de Berg, Joaquín Murat, ocuparon á Madrid, obligando á Carlos IV y á Fernando VII á abdicar la Corona. José Bonaparte, hermano del Emperador de Francia, subió al trono de España é Indias á fines de 1808, quedando así la Península sojuzgada por las armas francesas.

Indignada la España, resolvió formar Juntas de Gobierno. Fué la principal la que se reunió en Sevilla bajo el nombre de "Junta Suprema de España é Indias," la cual se dirigió á América en busca de auxilios y para que se le prestara obediencia.

A Santafé fué enviado don Juan José Sanllorente, en solicitud de dinero y á despertar el espíritu público en favor del Soberano. A su llegada convocó el Virrey una reunión de los Tribunales civiles, militares y eclesiásticos y de algunos habitantes notables de la capital, para acordar el modo de proteger á la madre patria; y como á los colonos no se les permitiese el uso de la palabra, los demás deliberaron sobre el particular, y ofrecieron al enviado apoyo en toda ocasión. A pocos días regresó Sanllorente á la Península con medio millón de pesos, procedentes de la Tesorería y de contribuciones particulares.

Convocadas las Cortes por la Junta central, declararon que los dominios españoles en Indias no eran colonias ni aun factorías, sino parte integrante de la Monarquía, y que por lo tanto, debían ser representadas en esa Corporación por medio de sus diputados. A la América se le asignaron solamente nueve representantes, al paso que España tenía treinta y dos; con lo cual dieron muestra más patente del desprecio con que se miraban las colonias, cuando se reducía tánto el número de los que habían de ir en su representación.

En virtud del llamamiento hecho por dicha Junta, fueron designados como candidatos para este puesto el Conde de Puñonrostro, natural de Quito; el Brigadier don Luis Eduardo de Azuola, de Santafé, y el Mariscal de campo don Antonio de Narváez, de Cartagena. La suerte favoreció al señor Narváez, el cual nunca concurrió á España.

El 14 de Septiembre de 1809, un año después de haber salido de Santafé Sanllorente, el Virrey Amar, habiendo tenido noticia de que en Quito habían formado Junta Suprema, á imitación de las de España, convocó nuevamente una Junta de notables, para consultar su opinión sobre lo que debía hacerse respecto al grito de independencia dado en aquella ciudad. En esta Junta se dividieron en opinión los españoles y los americanos; pretendieron los primeros que debía llevarse la guerra á Quito para apaciguar á sus habitantes y disolver toda reunión que se efectuara sin permiso del Supremo Gobierno; pero los otros, presididos por el Procurador general, doctor José Gregorio Gutiérrez Moreno y el Canónigo don Andrés Rosillo, sostuvieron el derecho de los hijos de Quito para formar Junta como lo hacían en Sevilla.

Pocos días después acordó el Ayuntamiento elevar al Consejo de Regencia un memorial reclamando la igualdad de diputación con las Provincias espa.

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