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»VI. Gravar la circulación ni el consumo de efectos nacionales ó extranjeros con impuestos ó derechos cuya exacción se efectúe por aduanas locales, requiera inspección ó registro de bultos ó exija documentación que acompañe á la mercancía.

»VII. Expedir ni mantener en vigor leyes ó disposiciones fiscales que importen diferencias de impuestos ó requisitos, por razón de la procedencia de mercancías nacionales ó extranjeras, ya sea que esa diferencia se establezca respecto á la producción similar de la localidad ó ya entre produccio. nes semejantes de distinta procedencia.

>Artículo 124. Es facultad privativa de la Federación gravar las mercancías que se importen ó exporten ó que pasen de tránsito por el territorio nacional, así como reglamentar en todo tiempo y aun prohibir, por motivos de seguridad ó de policía, la circulación en el interior de la República de toda clase de efectos, cualquiera que sea su procedencia pero sin que la misma Federación pueda establecer ni dictar en el Distrito y Territorios Federales los impuestos ó leyes que expresan las fracciones VI y VII del artículo 111.»

No faltaron gobernadores de Estado que, aunque sin mucho aparato pero sí con tenacidad, se opusieron á la iniciada reforma; tampoco dejó de haber quién predijera trastornos hasta en el orden político; pero la energía del Ejecutivo Federal á todo se sobrepuso y el 1.o de Julio de 1896 cayeron las Aduanas interiores, y el comercio y la industria han respirado desde entonces, porque no sólo ha cesado la tradicional opresión á que habían estado sujetos, sino que han tenido una base uniforme de tributación, sin la que todo progreso es imposible.

Como era natural, la Federación y los Estados han ocurrido á otros impuestos para colmar el hueco que causaron los suprimidos; pero la sola circunstancia de que este hecho se haya consumado sin trastorno ni calamidades, á la vez que testimonio irrefutable de nuestro adelanto económico, porque si la riqueza pública no hubiera crecido, no habría habido materia imponible, prueba que no suelen ser la ruti

na, la desconfianza y el miedo los mejores consejeros de los hombres públicos.

Terminaremos este punto haciendo observar que si nuestra unidad política se constituyó á la restauración de la República en 1867, nuestra unidad económica se consumó el 1.o de Julio de 1896, al quedar bien y perdurablemente establecido, por el derrumbe de las barreras levantadas por nosotros mismos, que nuestros intereses son unos solos desde los Estados Unidos hasta Guatemala y desde el Atlántico hasta el mar Pacífico.

La tranquilidad de que, como de un supremo é inapreciable bien, hemos disfrutado desde 1877; la rapidez con que de 1881 á 1900 se han construído los 15.441 kilómetros de ferrocarril y los 31.346 de telégrafos de que la nación se halla dotada al comenzar el siglo; la afluencia de capitales extranjeros que esa construcción y otras nuevas empresas de todo género han traído á nuestros mercados; el aumento de la población de la República, á pesar de los formidables obstáculos que encuentra en la alta mortalidad que quinta á nuestras clases inferiores, por causa del alcoholismo y de su irracional y miserable manera de vivir; el auge alcanzado por nuestra industria minera, merced á la introducción de poderosas maquinarias, nuevos métodos de trabajo y una considerable masa de capitales; la creación de industrias de toda especie, antes ni siquiera imaginadas aquí como irrealizables, todo esto, no sólo favorecido y facilitado, sino hecho posible por la locomotora; los progresos de la industria extranjera, mejorando y abaratando sus productos, han sido, indudablemente, los principales factores favorables á la evolución mercantil, que ha hallado también en las instituciones de crédito, que adelante estudiaremos por separado, un propulsor de considerable importancia.

No obstante, si se estudian de cerca los hechos y se comparan los precios de las mercancías de general consumo en

un período de veinte ó veinticinco años á esta parte, se hallarán fenómenos singulares y, como resultado dominante, que si ciertos efectos han bajado, los más han conservado su antiguo nivel ó han aumentado de precio. Obsérvase lo primero en los artefactos corrientes de algodón, en la cerveza, en los tabacos y otros de producción nacional, debiéndose esto probablemente á la gran competencia que se hacen los industriales entre sí, porque se ha diversificado poco el em pleo de la actividad de nuestros hombres de empresa y los más se han dedicado á explotar sólo ramos ya conocidos.

El alto precio que casi todos los efectos extranjeros y algunos de los nacionales alcanzan todavía, se debe en nuestro concepto, á un hecho que, aun contrariando opiniones muy generalmente profesadas, no podemos calificar sino como fatalmente adverso en todos sentidos y capaz por sí solo de contrarrestar la influencia favorable de todos los demás, por numerosos que sean. Nos referimos al alza que en nuestro cambio sobre el extranjero ha producido la depreciación de la plata y, por consiguiente, de nuestra moneda, con relación al oro, que forma la base monetaria de las naciones con que comerciamos.

No corresponde á esté lugar el estudio completo de tan importante y difícil cuestión en sus múltiples aspectos; pero nótese que, en cosa de veinticinco años, nuestra moneda ha perdido más de la mitad de su poder de adquisición y con ello bastará para no admirarse de que los efectos que tenemos que adquirir pagándolos en oro no hayan bajado, sino que más bien hayan subido de precio. Influencia tendrán en este resultado el vicioso sistema, que apenas comienza á abandonar nuestro comercio por mayor, de vender á largos plazos mucha parte de sus efectos y la no menos deplorable costumbre (provenida seguramente de las antiguas conductas de caudales, que impedían toda regularidad en los pagos de plaza á plaza) de no atender con escrupulosa y severa exactitud á los vencimientos, que, por no perder su clientela, con mucha benevolencia y aun laxitud prorrogan los vendedores, impedidos por esto de llevar al descuento de los Ban

cos, como se practica en todo el mundo, la enorme masa del papel de comercio, que ellos conservan paralizada en sus cajas; contribuirá también á los altos precios el aumento general de la riqueza pública, que permite á muchas clases sociales, exceptuando, por desgracia, á la más baja, cuyos jornales no han aumentado en la proporción que debieran, gozar de comodidades y aun de cierto pernicioso lujo que antes les eran desconocidos; entrará por tanto como se quiera para mantener la carestía, la tendencia que aún conservamos á las ligas y conciertos para producir artificialmente por el monopolio la escasez de ciertos artículos, sobre todo nacionales, porque la libertad económica y la competencia no han acabado todavía de sanear nuestra atmósfera mercantil, como la luz del sol y el aire puro no matan en poco tiempo á los microbios que, en la obscuridad y en la atmósfera viciada de un subterráneo, encontraban medio propicio á su existencia; pero sobreponiéndose en importancia á estos motivos, aunque todos coexistan, parécenos indudable que la depre> ciación de nuestra moneda es la causa principal de la general elevación de precios que sufrimos todavía.

¿Cómo, en efecto, pedir à un importador que hace un cuarto de siglo compraba con uno de nuestros pesos mercaderías por valor de cinco francos, que hoy nos venda más barato que entonces, cuando con ese mismo peso no adquiere ahora más que dos francos y cuarto y aun menos? El costo en el extranjero será menor, habrá cesado la necesidad de las grandes existencias, por la facilidad de hacer y recibir los pedidos; los fletes serán más baratos, el crédito más fácil, el interés más bajo, la seguridad pública completa, el arancel un poco más humano y racional, aunque no más bajo, porque el gobierno tiene que hacer en oro el servicio de la deuda nacional, que absorbe poco más ó menos el 40 por 100 del presupuesto mexicano (otro efecto de la baja de la plata); pero frente á todo esto y contra todo esto está la enorme pérdida del poder de adquisición de nuestra moneda. Y luego, que ni siquiera el tipo de los cambios es medianamente fijo ó sujeto á una previsión racional, sino que las bruscas

oscilaciones que sufre casi convierten en juego de azar el comercio de importación. ¿Qué raro, pues, que quien lo practica se procure, con un precio elevado, un amplio margen para semejantes riesgos?

Podrá replicársenos diciendo que todavía se hacen en el comercio considerables fortunas y que lo prueba bien la verdadera rareza de las quiebras en la República. Aparte de que el hecho puede tener satisfactoria explicación en la benevolencia de los acreedores, á que ya hemos aludido, ó en la buena fe, en la honradez, seguridad y previsión que caracterizan, para honra suya, al comercio de México y que han sido rasgos fundamentales en él desde el tiempo colonial y le han defendido de la fiebre de especulación que ha invadido á otros pueblos, haremos notar que los importadores sin capitales fuertes se han visto obligados á retirarse del campo y que las fortunas mercantiles ya no se hacen tan rápida y fácilmente como antes, lo que prueba que el comerciante ha cedido al consumidor una parte de las ganancias que antes guardaba para sí.

Verdad es que á la sombra de la prima que alcanzan algunos de nuestros productos tropicales, cuando logramos venderlos en los mercados extranjeros, que nos los pagan en oro, nuestra producción agrícola ha aumentado en considerable proporción; pero además de que estos mismos artículos, cuando los consumimos aquí los pagamos, como es natural, mucho más caros que antes, nuestra principal industria, la minería de plata, ha visto bajar el precio de su producto y, obligada á aumentarlo constantemente para buscar en la abundancia una compensación de los precios, cada vez más deprimidos, en mucho contribuye ella misma para deprimirlos más, y quién sabe si para llegar por este medio á un abismo que sólo se apartaría definitivamente de nuestro camino si con la sabiduría, el tino, la alteza de miras y el patriotismo de que ya tienen dadas elocuentes pruebas, algunos de nuestros hombres públicos se encararan de una vez con el formidable y dificilísimo problema del cambio de nuestro patrón monetario, que hoy por hoy detiene ya visi

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