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decidir los pleitos ó conflictos entre comerciantes. De esas Ordenanzas, ningunas fueron tan acabadas y cuidadosamente hechas como las que se formaron por orden de la «Universidad y casa de contratación de la muy noble y muy leal Ciudad de Bilbao», á principios del siglo XVIII y que el rey Don Felipe V aprobó y mandó poner en vigor por Real Cédula de 2 de Diciembre de 1737.

La claridad y justicia de los preceptos en estas Ordenanzas contenidos y probablemente su conformidad con los buenos usos y prácticas del comercio honrado, hubieron de darles gran autoridad y, sin especial mandato del poder real, su observancia fué generalizándose de hecho, al grado de que, tanto en la metrópoli como en la Nueva España, se las llegó á otorgar universal asentimiento y se las consideró como ley obligatoria.

Al decir de los compiladores de los conocidos «Códigos españoles», rigieron en la mayor parte del reino de España hasta 1830, en que fué publicado el primer Código de Comercio, cuyas disposiciones dejan ver claramente la influencia de las antiguas Ordenanzas. En México el Consulado las consideraba vigentes ya en 1785. Hecha la Independencia, siguieron observándose hasta que se publicó el primer Código de Comercio de 1854; y todavía después de derogado éste con el conjunto de las leyes promulgadas por la administración que lo dió á luz, volvieron á estar vigentes durante muchísimos años, como adelante veremos.

CAPÍTULO II

Desde la Independencia hasta el restablecimiento de la República en 1867

Si penosa es la historia de nuestro comercio durante la época de la dominación española, no sentirá mucho alivio el ánimo del lector al recorrer las páginas que van á seguir, porque, á fuer de imparciales, no podemos presentarle más que una serie de hechos que constituyen una via dolorosa.

Ni podía ser de otra manera. Consumada la Independencia más que por el desarrollo del organismo político que la antigua colonia constituyera por la debilidad y agotamiento de la metrópoli, como lo prueba elocuentemente el hecho de que casi todas las posesiones españolas en América, aunque sin comunicación entre sí, se emanciparon á un mismo tiempo y muchas de ellas casi en un mismo día, era lógico é indeclinable que en la nueva nación mexicana siguieran prevaleciendo las ideas que hasta entonces habian dominado, aunque el fin que se persiguiera fuese otro y aun radicalmente contrario al que hasta entonces había orientado la acción gubernamental. Ya no era el interés español el que se trataba de realizar: era el interés mexicano; pero los métodos y los procedimientos tenían que ser substancialmente los mismos, porque las ideas directoras no habían cambiado al hacerse la Independencia.

Por otra parte, ésta se había iniciado por las clases inferiores al calor del odio engendrado en ellas por una

tiranía secular á la que servían de base las injusticias más irritantes, y se consumaba reprimiendo el fermento de las malas pasiones del alto clero, de los propietarios, de los ricos y; en general, de las clases superiores, contra cuya voluntad se llevaba á efecto la emancipación, á la que sólo contribuían porque estimaban perdido para siempre el poder del rey de España y no porque con ella se realizara ninguno de sus ideales ni aspiraciones.

Por su parte, los insurgentes, aunque aparentemente lograban su objeto, no podían menos de comprender que no eran ellos quienes ejercían el poder, del que se adueñaban los mismos hombres que habían influído y preponderado durante el régimen colonial. El resultado tenía que ser la formación, desde los albores de nuestra vida independiente, de dos corrientes profunda é irreconciliablemente antagónicas. Los criollos, los indios, todos los desheredados, ansiaban no ser por más tiempo los oprimidos; y careciendo en absoluto de las cualidades morales que sólo da una difícil y lenta. educación social, que ellos nunca recibieron, tenían que▸ confundir la libertad con la licencia y la anarquía. Los afortunados, los poseedores de la fuerza que da la riqueza, igualmente desprovistos de las cualidades morales y de la elevación de miras que justifican el ejercicio del poder por las clases superiores, cuando son verdaderamente ilustradas, no se cuidaban sinɔ de sus intereses materiales del momento, con el implacable egoísmo á que por siglos habían estado acostumbrados.

Ejercía el clero notoria influencia sobre todas las clases. sociales. ¿Qué hizo de ella? Usarla en beneficio propio y absorber las mejores tierras y las mejores fincas urbanas, sin devolver á la colectividad ni en educación, ni en instrucción, ni siquiera en ejemplo de moralidad y cultura, las fuerzas que extraía del organismo social. Por el contrario, las comunidades religiosas llegaron á ser foco de escándalo corruptor, y contra ellas ni los prelados podían nada, porque estaban sustraídas á su jurisdicción.

Ejercían también influencia, y por muchos conceptos

incontrastable á causa de su riqueza y de su alianza con el clero, los propietarios rurales. ¿Qué hicieron de ella? Convertirla también en provecho propio, de la manera más absurda y egoísta, porque nunca se cuidaron del bien de las clases proletarias. Por el contrario, en cada hacienda, en donde no era posible mantener al peón en una esclavitud de hecho peor que la de derecho, porque ésta protege siquiera en algo al esclavo; en esas haciendas, decimos, se instituía la tienda de raya, para arrebatar al bracero su miserable jornal á cambio de mercancías de ínfima calidad y á precios exorbitantes; y, lo que es peor todavía, á cambio de aguardiente y pulque para embrutecerlo más, para favorecer la tendencia al alcohol, ingénita en el indio y que los conquistadores notaron desde luego y aprovecharon desde los tiempos primitivos, para mejor explotar y, acaso sin saberlo. bien, para condenar á inferioridad que parece irremediable. á una raza infeliz y desgraciada.

Influencia también y muy importante tenían los comerciantes acaudalados, que se habían apoderado de la riqueza mobiliaria, cuya manipulación, si bien más difícil de lo que ordinariamente se cree, además de proporcionar una vida brillante y cómoda á sus poseedores, les da la influencia social que proporcionan los capitales en efectivo ó fácilmente y á cortos plazos disponibles. ¿Qué hicieron de ella? En lugar de difundirla sabia y cuerdamente, buscando en la multiplicidad de las operaciones con pequeño lucro una fuente de provecho seguro y permanente, siguieron pidiendo al monopolio y á los altos precios un enriquecimiento rápido, aunque fuese pasajero.

Junto á todo esto, penetrándolo, invadiéndolo todo, infiltrándose por todos los poros de aquel organismo enfermo, el espíritu de especulación desenfrenada que dominaba y todavía domina en México en la industria minera, á la que ni se pedía ni se pide un provecho moderado y seguro, como á cualquiera otra industria, sino la bonanza, es decir, la lotería, el azar, al que invariablemente siguen, como la sombra al cuerpo, la leyenda, la exageración y la mentira,

que con frecuencia se convierten en el engaño y el fraude, para desmoralizarlo y corromperlo todo.

Natural é irremediable producto de las enfermedades orgánicas de una sociedad así constituída, tenía que ser un gobierno débil, por ignorante y por pobre, y, en consecuencia, incapaz de realizar el bien de la comunidad. ¿De dónde habían de salir los hombres de Estado? Presidentes, ministros, gobernadores, funcionarios de todas categorías, tenían que salir de las clases superiores ó de las medias y en los pueblos aun de las inferiores. Todas eran profundamente ignorantes y desmoralizadas; y cuando por excepción llegaba á las esferas del poder un hombre superior, que más que en una ilustración de que generalmente carecía, hallaba fuentes de sana inspiración en sus sentimientos patrióticos, nada podía hacer. Las necesidades del momento, con sus ineludibles apremios: el fracaso á que las grandes ideas y las reformas trascendentales están condenadas en una sociedad insuficientemente preparada; los obstáculos, en suma, que el medio ambiente ofrece á todo progreso, por bien dirigido, por cuerdamente encaminado que esté, le quitaban todo prestigio, cuando no le deparaban por toda recompensa el ostracismo, el destierro y hasta el patibulo.

Otros dos factores tenían que hacer sentir su influencia v en el pueblo que acababa de independerse. Era el primero la falta de toda industria, con excepción de una agricultura atrasadísima y de la minería, que, como ya hemos dicho, ha sido considerada como un juego de azar. El otro era la leyenda de que los mexicanos éramos inmensa y fabulosamente. ricos: nuestras montañas no se juzgaban tremendos obstáculos para el tráfico, sino depósitos inagotables de plata y oro; nuestras enormes distancias, aunque sin caminos ni población, probaban nuestra grandeza: nuestras selvas vírgenes de la tierra-caliente no se consideraban pobladas de las dificultades que encierra una naturaleza inexplotada é inculta que, como una fiera, no se deja domesticar sino devorando á los primeros que se le acercan; eran fragmentos de paraíso terrenal, en donde no había más que recoger en abundancia

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