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bases generales de la legislación mercantil, expedir aranceles sobre el comercio exterior é impedir, por medio de bases generales, que en el comercio de Estado á Estado se establecieran restricciones onerosas, y prohibieron á los Estados acuñar moneda, emitir papel moneda ni papel sellado, y establecer derechos de tonelaje ú otros de puerto é imponer contribuciones ó derechos sobre exportaciones ó importaciones, sin permiso del Congreso de la Unión. Por último, en artículo especial, previnieron que para el 1.o de Julio de de 1858 quedasen abolidas en toda la República las alcabalas y aduanas interiores.

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Todos sabemos lo que pasó apenas promulgada la Constitución el 5 de Febrero de 1857: el gobierno mismo que debía haber sido su más celoso guardián la declaró imposible de cumplir, asustado ante la obra liberal, y un ignominioso golpe de Estado encendió con más furor que nunca las pasiones políticas, obligando al Presidente de la Suprema Corte de Justicia, el modesto y venerable abogado don Benito Juárez, á asumir el poder y á intentar la épica lucha que la historia ha llamado la guerra de tres años ó de Reforma. En medio de ella quedó consumada la obra liberal de redención, pues no sólo se sancionó la libertad de cultos, ante la cual el mismo Congreso constituyente había retrocedido, sino que se decretó la absoluta independencia entre la Iglesia y el Estado, la disolución de las comunidades religiosas y, como coronamiento de esta inmensa labor de transformación social, la nacionalización de los cuantiosos bienes eclesiásticos, que, á precios muchas veces irrisorios, fueron vendidos á quienes quisieron comprarlos, para devolverlos así á la circulación de que la mano muerta los había sustraído, produciendo un estancamiento que tenía paralizadas y agarrotadas todas las actividades y fuerzas productoras de la nación. El paso estaba dado: los principios directores estaban cambiados radicalmente en esta vez y de la

nueva simiente, si germinaba, había que esperar un árbol

nuevo

*

Ya en la parte de este libro consagrada á nuestra evolución política (1) quedó hecha (y de mano maestra por cierto) la síntesis histórica de los acontecimientos que se sucedieron desde el golpe de Estado á que hemos aludido hasta la restauración de la República en 1867. La guerra de tres años ó de Reforma, el triunfo de la causa liberal á fines de 1860, el desembarque en Veracruz de los ejércitos de Inglaterra, España y Francia, la retirada de los dos primeros ante la realidad de hechos que habían sido indigna y falsamente expuestos en Europa por los corifeos y representantes del partido conservador, la aventura napoleónica, que tan cara había de pagar el pueblo francés, la pesadilla del imperio de Maximiliano, que no pudo echar abajo la Reforma y pretendió sólo revisar las operaciones de nacionalización, la guerra sin tregua y en todas partes: he aquí lo que llena esa década

¿Qué podremos decir del comercio en ese angustioso período de tremenda crisis? Nada ciertamente que no fuera una repetición de nuestras anteriores desdichas. Quede su consideración al discreto lector; y para dar una idea del estado de febril agitación por que el país atravesó, baste decir que el Imperio mismo, aunque todo quiso reformarlo y expidió muchas leyes, apenas tocó el arancel de 1856, limitándose á modificar para Veracruz y los otros puertos que las fuerzas francesas ocupaban, algunas de sus disposiciones de detalle. Por lo que concierne al gobierno del señor Juárez, ¿qué había de hacer en materia mercantil? Se trataba de salvar la bandera de la patria, sostenida por el Presidente, su gabinete y un corto grupo de fieles creyentes que llegaron á refugiarse en Paso del Norte, último confín de nuestra frontera... Todo lo demás desaparecía ante el supremo interés de que la nacionalidad no naufragara.

(1) Recuérdese que esta monografía formó originalmente parte de la obra intitulada: «México.-Su evolución social».

CAPÍTULO III

Desde el restablecimiento de la República hasta la época actual

Con la ocupación militar de la ciudad de México el 21 de Junio de 1867 y la instalación en ella, pocos días después del gobierno del señor Juárez, quedó restaurada la República y puede decirse que comenzó á estar vigente la Constitución de 1857.

Más de diez años habían transcurrido desde que, al iniciarse la revolución de Ayutla, comenzara la profunda crisis política, religiosa y económica que había mantenido al país en una guerra constante y no interrumpida ni siquiera un día; pero al fin, después de tan larga y ruda prueba, la nación había salido de ella como de un crisol, purificada. y libre de los elementos que hasta entonces la habían impedido crecer.

Los estancos y monopolios habían caído por tierra: las prohibiciones, aunque todavía inscritas en el Arancel Payno ú Ordenanza de 1856, que continuaba vigente, no se hacían efectivas por contrarias á la Constitución: aunque los bienes nacionalizados sufriesen todavía en el mercado una depreciación que las preocupaciones religiosas imponían y que sólo el tiempo debía hacer desaparecer, la mano muerta había

concluído, y no sólo se habían convertido en propietarios los millares de antiguos inquilinos y arrendatarios de las fincas y haciendas que pertenecían á las corporaciones civiles y eclesiásticas, sino que el territorio estaba liberado del inmenso gravamen hipotecario que representaban los capitales que prestaba la Iglesia, único banquero antes de la Reforma. Había vuelto, pues, á la masa social lo que una obra secular había substraído lenta é implacablemente de la circulación, y de aquella infusión de sangre podía esperarse el robustecimiento del organismo, antes condenado á profunda anemia.

Por otra parte, la actitud de las naciones europeas, que sin excepción reconocieron al gobierno imperial que trajo y no pudo sostener el ejército de Napoleón III, permitía á la República desconocer justa y honradamente la vigencia de las convenciones diplomáticas que en aciagos días se habían celebrado para amparar créditos no siempre legítimos, á cuyo pago se consignaba lo más florido de las rentas públicas; y aunque tales créditos no fuesen, como no debían ser, desconocidos ni rechazados, era posible, por lo menos, proceder á su depuración y arreglo, al mismo tiempo que al del resto de la deuda pública. Además, la nación había adquirido confianza en sus fuerzas, y los ministros extranjeros, cualquiera que fuese la nación que representasen, no serían en lo sucesivo los personajes de influencia incontrastable á cuyas exigencias era imposible resistir.

En una palabra, la independencia nacional se había conquistado así en el interior como en el exterior, y era lícito esperar que, en lo futuro, los gobiernos que la República se diera, fuesen quienes, conforme á la ley y á la conveniencia pública, dirigiesen efectivamente los destinos de la patria.

Muchos problemas quedaban todavía en pie (imposible fuera negarlo), porque desde 1821 no sólo se había perdido el tiempo por lamentable modo, sino que los caminos hasta entonces seguidos y que casi siempre fueron extraviados, habían engendrado ideas erróneas que precisaba rectificar y

Pazes. Myic 1192

о

hábitos sociales detestables por muchos conceptos que urgía corregir. Además, la masa popular continuaba en la ignorancia, y mucha parte de la clase media, á la que no se había dotado de una instrucción sólida y positiva, no tenía sino una imperfectísima y lamentable educación social, en que por mucho entraban ideas políticas profundamente disolventes y anárquicas, resultado de la indeclinable reacción que tiene que producirse en los comienzos de una era de libertad, cuando sin transición y por medios violentos ella sucede á otra de restricciones y de verdadero despotismo.

Por otra parte, las reformas sociales y económicas no pueden implantarse en un día, y sólo un visionario puede creer que la inscripción de principios liberales en las leyes basta para que la libertad exista. Es éste un bien que sólo alcanzan los hombres y los pueblos que saben merecerlo; y para ello, más que para otras muchas cosas, es indispensable elemento una disciplina intelectual y moral que se traduzca en la subordinación efectiva á un jefe supremo que obre dentro de determinadas reglas superiores, sin quebrantarlas jamás ni en ningún caso. Y como esto no se improvisa, no debe sorprendernos que todavía muchos años después de la restauración de la República hayamos seguido siendo víctimas de nuestros antiguos errores, hasta que, de modo permanente, la ciencia substituyó al empirismo en la dirección de nuestros intereses económicos y un gobernante de cualidades personales verdaderamente notables, halló el modo de disciplinar, aprovechándolos en favor de la paz y de la tranquilidad, los elementos dispersos que en tiempos anteriores habían venido acumulándose lentamente en múltiples formas.

Estos resultados habrían sido irrealizables, si las condiciones creadas por la orientación hacia la libertad de nuestras leyes fundamentales, no hubieran sido propicias á la evolución nacional; y como esas condiciones no han existido entre nosotros sino después de 1867, puede asegurarse que sólo entonces comenzó la verdadera evolución mercantil de México, como esperamos quedará demostrado en las si

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