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Ayala y otros tales jurisconsultos, moralistas y teólogos. Algo se ha adelan tado en él después, no cabe dudarlo, pero sólo en la parte constituyente, que en la constituída falta lo más por hacer. Hora es, por tanto, de que, aun rindiendo tributo á las necesidades de la realidad, aun abandonando todo aquello que, por lo pronto al menos, sea imposible, y esperando lo que buenamente haya que esperar, decididamente marchemos á que las fronteras nacionales se ensanchen, triunfando hasta donde se pueda la justicia universal. Hora es de que el derecho de gentes compense sus tardanzas anteriores con prontos y decisivos progresos; progresos que el derecho internacional privado reclama ya á gritos y de los cuales todos, ó casi todos, se hallan incluídos en el programa que nos ha de servir para los debates próximos.

Uno tras otro examinaréis, señores, los temas presentados; uno tras otro los dilucidaréis, como hombres de ciencia y de experiencia. Seguro estoy de que en esta materia ha de resplandecer ahora un espíritu positivo, no dejándoos arrastrar pura y exclusivamente por los postulados de la ciencia abstracta. Seguro estoy de que todos procuraréis traer á estos debates, no solamente lo que pueda parecer indeclinable dictado de la razón, sino aquello también que la experiencia y la historia traen siempre al acervo común de la civilización. Razón y experiencia hacen falta para poder formar idea clara del estado de las cosas, para acertar á aplicar á las necesidades presentes los remedios congruentes y oportunos.

Con esa esperanza, señores, ¡qué digo esperanza! con esa certidumbre que vuestros antecedentes, los nombres, las fisonomías de las personas que tengo el honor de conocer aquí me dan, inauguro esta noche las sesiones del Congreso Jurídico. Desde luego tenemos aquí la ventaja de que no nos vamos á encontrar en nuestro camino frente á frente con las complicadísimas cuestiones europeas, que, por abrazar al mundo civilizado todo entero, ofrecen naturalmente inmensas dificultades prácticas.

Ya he dicho antes, y es verdad, que ciertos problemas planteados dentro de la totalidad del mundo moderno, y sobre todo en la actual Europa, con su estado de paz armada y las corrientes diversas que la cruzan, no son para resueltos por el mero derecho de gentes. Pero felizmente el objeto de este Congreso es menos ambicioso. Los organizadores han tenido la discreción y el acierto-tengo muchísimo gusto en declararlo-de separar un tanto las cuestiones de derecho internacional, público y privado, que han de ocuparle, de la esfera universal en que racional y científicamente hay que colocarlas cuando en totalidad se estudian. Nuestros límites son más estrechos, pero no por eso menos interesantes. Nuestros debates se ceñirán principalmente á lo que importa á la raza, á los Estados que son unos por las tradiciones, la historia, las costumbres, las creencias, cuanto constituye en fin, la vida moral en los pueblos. Reducidas las soluciones á lo que conviene á España, Portugal y los Estados ibero americanos, serán mucho más fáciles de buscar y de hallar, así como de poner en ejecución plena.

Porque no hay, por dicha, entre estas naciones, congregadas aquí y tan dignamente representadas, ninguno de los motivos que hacen y harán de seguro inevitables más tarde ó más temprano, las grandes guerras que nadie desea, pero que sólo Dios podrá impedir algún día. Paréceme que entre nosotros con sólo que la opinión se forme y se constituya amplia mente; que con sólo que alcance á conmover los corazones hermanos, guiando las voluntades de todos á sentimientos pacíficos, las luchas, las discordias

verdaderamente graves, desaparecerán entre las patrias respectivas. Ni Portugal, ni España, que son las naciones europeas aquí asistentes, tenemos, ni podemos, ni debemos, ni queremos ya recobrar en este siglo nuestro antiguo carácter de invasores y conquistadores, contentándonos con el de civilizadores, allá donde la Providencia nos tiene señaladas siglos hace misiones fecundas. Y en cuanto á los jóvenes Estados de América, cuya política exterior ni quiero, ni debo juzgar, admitiendo que todos han obrado siempre con buena fe, con el mejor deseo de acierto y con desinterés, permítaseme decir que se necesita mucha preocupación, mucho error ó mucha fatalidad de las circunstancias, para que pueblos á quienes tanto sobra tierra por todas partes, se la disputen con encarnizamiento y sin razón. Todos han de tener por delante muchos siglos antes de llenar el espacio que les pertenece, y donde deben realizar sus peculiares fines. Mejor será, pues, que de aquí adelante en vez de disputárselo por las armas, resuelvan jurídicamente sus litigios y aseguren así sus derechos legítimos.

Estamos, en suma, en una situación privilegiada las naciones que aquí nos encontramos representadas, pudiendo apartar la vista de otras naciones, mu. cho más expuestas que nosotros, por la fatalidad de las cosas, á no entenderse bien, ni cordialmente. Apartar la vista, digo, en cuanto es posible en la gran familia de las naciones civilizadas, siempre enlazadas por tan múlti ples vínculos.

Para aproximar nuestro derecho particular al común ó universal, tenemos además la ventaja de que no siempre han sido extranjeras nuestras respecti vas legislaciones. Y cómo es posible, con todo esto á un tiempo, que sea estéril nuestro trabajo en cuanto á la unificación posible del derecho internacional privado, sobre todo, y que no nos podamos asimismo entender más facilmente que nadie respecto al arbitraje? A mí me es altamente consolador el esperarlo, el imaginarlo; y si en todos tiempos me lo sería por aquellas simpatías naturales que todos sentimos hacia las naciones civilizadas en ge nera, pero que yo siento con más vehemencia hacia las naciones hermanas, declaro que nunca cuanto al presente. Porque al hablar hoy de tales cosas, al presidir este Congreso, al hallarme entre vosotros durante las fiestas del Cen tenario de Colón, el recuerdo de aquel inmortal navegante, unido en mi mente al de los portugueses y españoles que durante los siglos XV y XVI ensancharon la tierra, me llena del más grande de los alborozos y de una irresistible emoción.

No sería, señores, corresponder á mi propósito al usar de la palabra en este instante ni creo que estaría tampoco en consonancia con las costumbres de los Congresos que yo me extendiera más, en esta solemnidad de la inauguración. Por otra parte, en este Congreso han de estar limitados los discur sos de todos, aun habiendo de tratar á fondo las cuestiones sometidas á vuestra deliberación, y sería de mi parte dar mal ejemplo. Ya sabéis que el fin con que comencé á hablar, fué tan sólo el de inaugurar estas sesiones dándoos una cordial bienvenida, y felicitandoos á todos en nombre de la Reina, de la Nación y del Gobierno, por haber acudido á la convocatoria de la Academia, y por habernos puesto á todos en camino de lograr las ventajas que he indicado rápidamente; y como hacer otra cosa sería incurrir en una contradicción manifiesta, no dilataré mi discurso un momento.

DISCURSO

DEL

EXCMO. É ILMO. SR. D. CARLOS ZEFERINO PINTO COELHO

Delegado de la Asociación de Abogados de Lisboa.

El Sr. Pinto Coelho dijo: que en primer término, debía manifestar su gratitud por haber sido designado Vicepresidente honorario del Congreso, y que entendía interpretar los deseos de todos al contestar al Sr. Presidente dándole las más expresivas gracias, no sólo por las corteses y elocuentes palabras que les había dirigido, en su doble cualidad de Jefe del Gobierno español y de Presidente del Congreso, sino también por el valioso concurso y dirección que se proponía dar á los trabajos de éste.

Deploraba mucho no saber traducir sus sentimientos en la hermosa lengua castellana, pero se expresaría en su idioma patrio, pudiendo asegurar que ninguno mejor que él para manifestar con franqueza y lealtad lo sentido por el ocrazón.

Como portugués, dió las gracias al Sr. Cánovas, en nombre propio y en el de sus colegas, por las palabras de simpatía que le había inspirado Portugal, palabras muy dignas de tenerse en cuenta, ahora que el tiempo y las recíprocas relaciones de sincera amistad, han sustituído las antiguas diferencias con la paz y la harmoní, tan propias de dos naciones independientes, que bien se pueden llamar hermanas dada la unidad de su origen, contigüidad de sus territorios, semejanza en el clima, homogeneidad de sus tradiciones históricas y por la gloria de sus descubrimientos.

Cuanto á la diversidad de lenguas, dijo que no sin gran placer vió en el Congreso de Lisboa á españoles y portugueses hablar y discutir cada uno en su idioma patrio, comprendiéndose y poniéndose de acuerdo, como si desde larga fecha estuviesen habituados á cambiar de tal suerte sus pensamientos é ideas; placer que había subido de punto en la sesión preparatoria, al oir y comprender del mismo modo á los ilustres Delegados de las Repúblicas americanas de origen español, pues con ello se daba en el Congreso el hecho, tan raro como admirable, de hallarse reunidos representantes de varias naciones independientes, próximas las unas, remotas las otras, hablando y discutiendo cada uno en su lengua, y comprendiéndose todos sin esfuerzo alguno; de lo cual deducía un motivo más para que se procurase estrechar las recíprocas relaciones de paz y de amistad.

Alegróse mucho el orador de oir al Presidente referirse en especial á la primera de las tesis comprendidas en el artículo 2.0 del Reglamento, pues creia que era la de mayor y más general importancia; añadiendo que ya en el Congreso de Lisboa trató del arbitraje, punto sobre el que había nuevamente pedido la palabra, y recogió con toda atención y cuidado las ideas emitidas por los españoles, y á algunas de ellas especialmente habría de referirse en la discusión de dicho tema, en la cual tenía el propósito de intervenir; pues, según su opinion, no terminará el presente siglo sin que el principio obliga

torio del arbitraje internacional sea proclamado y ponga fin al constane é inminente peligro de la guerra.

Con respecto á los restantes temas, dijo que, aunque de interés más local y circunstancial, eran también de importancia suma.

El Sr. Pinto Coelho concluyó afirmando que abrigaba la seguridad de que el Congreso, reuniendo, como reunía, tantos y tan probados talentos, guiados por ilustrado y diligente piloto, correspondería forzosamente á su importante misión, dejando registrados, para gloria suya, en los fastos de la Real Academia de Jurisprudencia relevantes servicios á la legislación y á la humanidad.

DISCURSO

DEL

EXCMO. É ILMO. SR. CONDE DE VALENÇAS

Académico correspondiente en fortugal.

El Sr. Conde de Valenças comenzó saludando al Congreso, en el que veía, dijo, á los hombres más eminentes de España, los cuales, así como los Delegados de Portugal y de las Naciones ibero americanas, aceptando la honrosa invitación de la Real Academia de Jurisprudencia, daban justo testimonio de respeto y adhesión á los levantados propósitos de los jurisconsultos de Madrid. Continuó, demostrando que la Academia, al realizar el Congreso, había comprendido su alta misión, pues nada más grande, cuando el sentimiento y el entusiasmo inclinan las voluntades hacia el bien, que hablar en nombre del derecho, único señor del mundo; siendo por tal motivo el Congreso la mayor y más solemne de las manifestaciones, pues si la poesía y el entusiasmo duran apenas lo que la impresión que producen, no así el derecho, que liga hombres y pueblos mediante la razón práctica de la justicia. Que el insigne Presidente de la Asamblea lo comprendia también así, añadió, indicábalo el brillante discurso que acababa de pronunciar, en el cual con vasta erudición y gran copia de argumentos, vestidos con las galas de su elocuente palabra, había expuesto bien á las claras los propósitos de la Academia, y demostrado cómo ésta se daba perfecta cuenta de lo que suponía un momento único en la historia, en el cual no se trataba de celebrar á un hombre, sino un acontecimiento grande por sí mismo y por las consecuencias científicas que produjo.

Debe tenerse en cuenta que dicho acontecimiento ha constituído, en primer término, la mayor de las conquistas preparatorias de las sociedades modernas, muy especialmente en su aspecto económico; pues la industria y el comercio, apenas iniciados bajo la esclavitud, mejorados con la servidum. bre de la gleba, organizados mediante los gremios; fueron saliendo de los alrededores de los castillos, del interior de las ciudades, á las ferias fran cas nacionales é internacionales, y tomaron gran incremento, así como pudieron abarcar todo el mundo merced al maravilloso descubrimiento de América; por lo cual se creía en el caso de asegurar, sin recelo de equivo

carse, que cuantas ciencias constituyen la gloria del ser humano y la grandeza de la civilización, datan de tan notable acontecimiento.

Los pueblos de Europa, continuó, llevaron á esas partes desconocidas del globo, su religión, su derecho, sus instituciones políticas, su influencia civilizadora, cuanto constituye el pensar del hombre moderno, y trajeron de aquellos países, ignorados hasta entonces, los grandes conocimientos científicos, á los cuales débese en gran parte la civilización del siglo actual; conocimientos nuevos en geografía, hidrografía, meteorología, botánica, agricultura, historia natural, fisiología comparada, astronomía, cosmografía, filosofía, historia general, etc. pudiendo afirmarse que, así como los demás pueblos de Europa realizaron al terminar el siglo XV y durante el XVIla gran revolución que se llama el Renacimiento, ó sea una revolución en las artes, en las letras y hasta en la conciencia humana mediante la libertad religiosa; españoles y portugueses llevaron á cabo con sus descubrimientos enorme revolución científica, que sirviendo más que aquélla al provecho de la humanidad, creó el extraordinario adelantamiento de la sociedad moderna. Hé aquí por qué, á su entender, españoles y portugueses son amigos, hermanos; los liga un secreto: el secreto de la vida.

Continuó el orador encareciendo el descubrimiento de América, bajo cl punto de vista etnológico, é indicó cómo las razas aryas, que en la Península se habían mezclado con los iberos, dando origen á los celtiberos, sedentarias un momento durante la Edad Media, época de la formación de nuevas sociedades, habían continuado su movimiento de avance al finalizar el siglo XV, realizando así la ley observada en la humanidad, que nos muestra cómo los pueblos tienden á dejar la tierra que los vió nacer, para dirigirse de Norte á Sur, de Este á Oeste; siendo, por lo tanto, el descubrimiento de América la continuación del gran movimiento de emigración de unas razas, para las cuales no fué obstáculo el mar envuelto en leyendas y terrores. Como dominados por los dulces recuerdos de la cuna de donde habían salido, los pueblos europeos de origen aryo, desean volver á la India, y conseguir ese país encantado, aun á costa de trabajos, peligros y grandes desengaños. Añadió que la historia y la poesía de dicho notable acontecimiento es taban hechas, y que no había sido su propósito volver las brillantes páginas de tan magnífica epopeya, sino aducir algunas ligeras reflexiones, con objeto de proclamar á la viva luz de los hechos humanos, cuál había sido el valor para la ciencia etnológica del gran suceso actualmente conmemorado. Fué necesario, dijo, el descubrimiento de América, que se realizasen los viajes de circunnavegación, que las islas del Océano Pacífico fuesen varias veces exploradas, para que se pensase en reunir, y se estuviese en condiciones de hacerlo, los materiales indispensables para una clasificación natural de las razas humanas. La etnología, la etnografía, la antropología son tres ciencias que deben su nacimiento y desarrollo á tan gran acontecimiento. El Sr. Conde de Valenças, después de decir que agradecía las frases dedicadas por el Sr. Cánovas del Castillo al pueblo portugués, manifestó su ardiente deseo de que el Congreso adoptase resoluciones que, traducidas en leyes positivas, consoliden los lazos de simpatía, amor y fraternidad entre dos pueblos que, ligados fuertemente por vínculos de raza, de religión, de instituciones, etc., cuentan, sobre todo, con las gloriosas, comunes tradiciones de sus padres, que juntos y victoriosos combatieron contra Mahometh y Napoleón, en las Navas de Tolosa y en los Arapiles.

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