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CAPÍTULO X.

Erígese la iglesia de Coro en catedral, y viene por gobernador de la provincia Jorge de Spira.

Luégo que el emperador Carlos V tuvo la noticia de estar poblada la ciudad de Coro, y las buenas esperanzas que prometían los favorables principios de su fundación; deseando su mayor lustre y el aumento de la religión católica en los dilatados campos de esta provincia, para la más fácil reducción de los innumerables gentiles que la habitaban, suplicó á la Sede apostólica la erigiese en obispado, y movida de los piadosos ruegos de aquel invicto Monarca, la Santidad de Clemente VII, por su Bula despachada en Roma á 21 de junio del año de 1531, tuvo por bien de conceder la gracia, cometiendo el acto de la erección á la persona que el Emperador presentase para primer Prelado de su Iglesia.

Hallábase á la sazón en Madrid D. Rodrigo de las Bastidas, deán de la catedral de Santo Domingo, que el año antecedente de 530 había pasado á España á difentes negocios de su iglesia; y pareciéndole al Emperador persona muy á propósito para poner á su cuidado la dirección de aquella nueva planta, lo presentó para primer Obispo de esta provincia, y como tal, usando de la facultad concedida por la Sede apostólica, estando en Medina del Campo el día 4 de

junio del 32, por ante Pedro de Ledesma, notario apostólico, hizo la erección de la iglesia de Coro en catedral; y aunque para su servicio y asistencia le señaló seis dignidades, seis canonjías, cuatro raciones enteras y cuatro medias, el no haber llegado las rentas decimales á la cantidad necesaria para la decente congrua de todas, ha obligado á que las más se mantengan suprimidas, sirviéndose al presente sólo con ocho prebendas, si bien no es tan corta la cuarta capitular, que no pudiera con descanso mantener algunas más sin que su renta hiciese falta á las otras.

Hecha la erección del obispado, no pudo el Sr. Bastidas pasar tan breve á la residencia de su iglesia, porque habiéndole encomendado el Emperador la visita general de Puerto Rico le fué preciso dilatarse en aquella isla hasta el año de 36 en que llegó á Coro; pero en el ínterin, para que tomase la posesión en su nombre y gobernase el obispado, envió con amplios poderes al deán D. Juan Rodríguez de Robledo, que junto con el chantre D. Juan Frutos de Tudela, vino á Coro, siendo los dos los primeros prebendados que se proveyeron en su iglesia; y aunque la venida de éstos fué el año de 34, nos ha parecido anticiparla, por si acaso después no hay lugar de referirla.

Cuando se supo en Coro la muerte de Alfinger, estaba en aquella ciudad Nicolás de Fedreman (15), alemán de nacimiento, hombre de elevados espíritus; hallábase rico y con amistad estrecha con los Belzares, circunstancias que lo animaban á pretender el gobierno para sí; y dejándose llevar de este deseo, en la primera ocasión que se ofreció de pasaje se embarcó bien proveído de dineros para España, así de su propio caudal como de la parte que le ayudaron sus amigos, para la más fácil consecución de sus intentos; llegó á la corte, y se dió tan buena maña, disponiendo su pretensión con tal destreza, que con facilidad vinieron los agentes de los Belzares en conferirle el gobierno, despachándole para ello provisiones muy cumplidas, con particular instrucción de lo que había de ejecutar para que la compañía lograse mayor utilidad y conveniencia.

Publicada en la corte la merced, empezó Fedreman á levar gente y hacer las demás prevenciones necesarias para cuanto antes partirse á su gobierno; pero como no hay fortuna segura á la sorda batería de una emulación apasionada, bastó la que le manifestaron algunos que le eran poco afectos para ponerlo en mal concepto con los Belzares, imputándole ser de áspera condición, de espíritu bullicioso, de natural altivo y corazón soberbio; y aunque fueron las propiedades de que siempre estuvo más ajeno, por haberlo dotado el cielo de una naturaleza afable, conversación cariñosa, corazón muy piadoso y ánimo reposado, sin embargo, fueron bastantes los informes con que apretaron los émulos para que, recogiéndole los despachos, le privasen del gobierno y proveyesen en su lugar á Jeorge de Spira (16), caballero también de su nación; si bien por no desairar del todo á Fedreman le nombraron por Teniente general, con facultad para que pudiese hacer entradas y conquistas por sí solo, pues la capacidad de la provincia daba lugar para los intereses y conveniencias de ambos.

Con esta disposición y 400 hombres que levantaron en la Andalucía y reino de Murcia, salieron del puerto de San Lúcar en cinco embarcaciones el año de 33; pero habiendo padecido rigurosas tormentas que los obligaron á arribar dos veces á las costas de España, muchos de los soldados (que llegaron á cerca de 200), atemorizados con la continuación de sustos tan repetidos, viéndose en tierra á la segunda arribada, determinaron quedarse, no atreviéndose á proseguir en aquel viaje que recelaban infausto, considerando el presagio de tan adversos principios; y aunque costa de perder cuanto tenían embarcado, consiguieron con alguna diligencia quedarse en tierra escondidos.

Temeroso Spira con la repentina desertación de sus soldados, antes que le desamparasen los demás, se hizo á la vela con los que le habían quedado, encaminando su derrota á las Canarias, donde para reintegrar la gente que le faltaba reclutó 200 hombres, los primeros que encontró en aquellas islas, sin reparar que fuesen de los bastos y grose

ros que suele producir aquel terreno; con los cuales y suficiente provisión de bastimentos, prosiguió su viaje y llegó á Coro á principios de febrero del año de 34, trayendo en su compañía muchos hombres de cuenta y principales que después desempeñaron las obligaciones de su sangre en la conquista y población de esta provincia, como veremos en la narración y contexto de esta historia. De éstos fueron Alonso Pacheco, natural de Talavera la Vieja, progenitor de los caballeros de este apellido en la ciudad de Trujillo, y de los Tonares en Caracas; Francisco Infante, natural de Toledo, de quien descienden los caballeros Blancos Infantes de esta ciudad de Santiago; Francisco de Madrid, natural de Villa-Castín, de cuyos méritos son herederos los Villegas; Gonzalo Martel de Ayala, de quien quedó descendencia en el Tocuyo; Montalvo de Lugo, natural de Salamanca, que pasó después al Nuevo Reino, y desengañado con los reveses que le jugó la fortuna, se volvió á España á gozar con quietud de un mayorazgo que había dejado en su patria; Francisco de Graterol, tronco de ilustres familias; Damián del Barrio, natural del reino de Granada, cuyos servicios en la América correspondieron á los que antes tenía obrados en la Europa, habiéndose hallado en la memorable batalla de Pavía, en el saco de Roma con el Duque de Borbón y en otras célebres funciones de las de más importancia en aquel tiempo: descienden de este caballero los Parras, y Castillos de Barquisimeto; los Silvas de esta ciudad de Santiago, y otras ilustres familias que tienen su asistencia en la provincia.

CAPÍTULO XI.

Determina Spira hacer entrada para las partes del Sur: envía parte de su gente por las sierras de Carora: pasa él con el resto á la Borburata, y júntanse después en el desembocadero de Barquisimeto.

Cuando llegó Spira á la ciudad de Coro, halló toda su comarca muy falta de bastimentos, porque habiendo sido el año escaso de aguas fué consecuente la esterilidad en las cosechas, y así por este motivo como por el ansia que traía de no perder tiempo en sus conquistas, determinó dividir la gente que tenía, empleándola en diferentes entradas, para que se mantuviese con más comodidad en las provincias vecinas; y consultando la mejor forma para dar expediente á sus deseos, fué el parecer de los más prácticos que el mismo Gobernador con 400 hombres tomase la vuelta de los llanos de Carora (que demoran al Este de la ciudad de Coro), y que su Teniente general Nicolás de Fedreman atravesase la cordillera por la parte del Oeste, para que, descubierta por un lado y otro la serranía, se supiese lo que encerraba en su terreno; para lo cual había de pasar primero Fedreman á la isla de Santo Domingo á conducir de cuenta de los Belzares los caballos, armas y demás pertrechos de que necesitase, para armar otros 200 hombres que le habían de acompañar en su jornada.

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