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como hijo lejítimo del Almirante del Océano. Vino la calumnia de Spotorno a suministrarle nuevos recursos.

Desde ese momento se va forjando todo un sistema de acusacion. Colon ha huido de Portugal a escondidas para defraudar a sus acreedores. La gran paciencia que ha mostrado en las dilaciones que orijinó la corte de España a su proyecto de descubrimientos, la constancia, la fuerza de alma que se atribuia a la firmeza de sus. convicciones i de su fé católica, se esplica por una causa secreta. Colon amaba apasionadamente a una bella cordovesa, en quien habia tenido un hijo. Por lo tanto las apariencias relijiosas no eran en él mas que un ardid de conducta: conformábase esteriormente con las costumbres de la corte, entonces ríjida en estremo, tocante a la moralidad. Una vez admitida la falta de delicadeza i la hipocresia, prosigue con ventaja Navarrete sus acusaciones: señala la insaciable codicia de Colon: parece admitir algunos actos de des-· lealtad i peculado. Con torturar i truncar la narracion de Oviedo, el antiguo enemigo de Colon, supone crímenes secretos, faltas ocultas, por las cuales se queria castigarle sin que el público lo supiese. En seguida vienen las inculpaciones de violencia i crueldad. El cortesano ha calumniado a Colon a todo trance, para ensalzar mejor la clemencia del rei Fernando, el cual, segun pretende él, perdonó al gran marino, i aún lo trató con favor.

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Navarrete pasa en seguida a juzgar a Colon bajo el punto de vista de la filosofia de la historia. Sienta que « sus defectos fueron pro- · pios de la condicion i frajilidad humana, adquiridos tal vez en su educacion, en su carrera i en su pais, donde el tráfico i la negocia cion, formaban el principal ramo de la riqueza pública i privada.» Al espresarse en esos términos, no cree Navarrete minorar en nada la gloria de Colon como descubridor del Nuevo Mundo, i se apoya en ejemplos: « Alejandro dominado de la cólera i despues de la supersticion; Alcibiades lleno de admirables prendas i de infames vicios; D César reuniendo a cualidades eminentes, una ambicion desordenada por el mando universal, que era su ídolo, segun la espresion de › Ciceron, no dejan de presentarse en las plumas de Plutarco i Cornelio Nepote, como hombres dignos de ser admirados por todos los siglos. Así es como se aprecia al fervoroso católico; hácesele mucho honor parangonándolo con los héroes del paganismo.

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Antes de haber salido a luz las elucubraciones apasionadas de Navarrete, Washington Irving que permanecia a la razon en España tuvo conocimiento de ellas. Aunque protestante i por tanto menos en aptitud que Spotorno i Navarrete para comprender los

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REVISTA DEL PACIFICO.

sentimientos que animaban a Colon, se formó no obstante de este
grande hombre una idea mas alta i mas justa. Su rectitud de espíri-
tu ayudada de sus investigaciones bibliográficas le patentizó el
miopismo i la parcialidad de esos dos recopiladores de materiales
históricos. A pesar de recibir hasta cierto grado su influencia i sin
atreverse a contradecir paladamente a Navarrete, no admitió mas
que parte de sus acusaciones; aun las mitigó, i no aventuró las inter-
pretaciones de Spotorno sino con una hesitacion que raya en dis-
lo que le echó despues en cara su timidez el rencoroso
gusto, por
italiano, en las notas anónimas que puso a la traduccion jenovesa
de la obra del autor americano. Sin embargo habria muerto por sí
mismo ese denuncio de Spotorno contra los pretendidos amores de
Colon, denuncio acojido con tanto gusto por Navarrete, a no haber
veni do a darle crédito el ilustre Humboldt, encubriendo con la au-
toridad de su nombre enciclopédico los errores de Navarrete.

Despues de la historia de Washington Irving, la obra que trata
mas espresa i largamente de Colon, es sin duda la publicada por
Humboldt con el título de Exámen crítico de la historia de la jeogra
fia del nuevo continente. Ambos trabajos constituyen pues la base
fundamental de la ciencia i de la historia, tocante al descubrimiento
del Nuevo Mundo. El uno por su gran popularidad, el otro con su
autoridad m ajistral han fijado i por decirlo así, formado la opinion.
Las academias, los cuerpos científicos, los astrónomos, los naturalis-
tas i sobre todo los marinos no tienen a cerca de Colon sino los
propios sentimientos de Humboldt. Pero por mas estimacion que se
dé a los conceptos de Humboldt en materia de ciencias físicas, pre-
ciso es confesa rlo, en su historia de la jeografía del Nuevo Mundo,
en medio de discusiones tan rápidas como luminosas, dignas en todo
del autor, los actos, particularmente los pensamientos de Colon nos
aparecen interpretados por una intelijencia de órden diferente, i per-
mítasenos decirlo, antipática a la del gran navegante,

Hai entre los dos jéneros de intencion de Colon i de Humboldt un abismo mas grande que el Atlántico. Ambos han sido viajeros en este globo. Colon por mar, Humboldt por tierra. Ambos han observado curiosamente la creacion, cada uno, sí, bajo el punto de vista particular de sus creencias i predisposiciones morales.

Colon entusiasta discípulo del Verbo, penetrado de una fé robusta, se ha maravillado con el aspecto de las magnificencias de su creador. Su contemplacion sembrada de arrobamientos, desbordante de poesía, se levantaba como un himno, con la melodía de las brisas cargadas de los perfumes desconocidos de los mundos nuevos. Al reci

bir Humboldt en la amplitud de su espíritu la impresion múltiple de las armonias terrestres, jamas se aparta de la sangre fria filosófica del observador, i no se deja arrastrar mas allá de los límites de la apariencia.

Mientras en sus esp loraciones, Colon descubria sin cesar al Señor, su bienhechor i su amo, Humboldt no ha hallado nunca mas que las grandes fuerzas de la naturaleza, las leyes de la naturaleza, la majesdad de la naturaleza. No me acuerdo qué autor francés lo caraterizó mui bien en una sola palabra, con notar que en los tres tomos de su Cosmos, ni una vez siquiera viene estampado el nombre de Dios.

Colon tenia una fé implícita en lo providencial, en la accion divina que se manifestaba en él i para él. Las comunicaciones de lo invisible con lo terrestre, la influencia de lo inamovible sobre lo movible i lo accidental, eran para él cosas innegables. Sus emociones eran proporcionadas a lo inmenso de su obra, i no lo estraviaban de su objeto: la gloria del Verbo hecho carne. Andaba, en nombre del Redentor, gloriosamente convidado a los misterios de lo desconocido i de lo infinito. Humboldt, por el contrario, no teniendo espacio que descubrir, puesto que la forma i estension de nuestro planeta estaban ya conocidas exactamente, no podia pretender sino verificar ciertas esplicaciones metereolójicas, enriquecer la flora universal, aumentar colecciones mineralójicas, discernir quizá los indicios de alguna lei jeneral del globo i describir el conjunto de su fisonomia cósmica.

A no ser Humboldt, el mismo Humboldt hubiera querido ser Cristóbal Colon; parece a menudo que halla en él un rival postumo que le ha cojido la delantera en las rejiones equinoxiales, i cuya penetracion ha adivinado muchos de los grandes principios de la naturaleza. Mas de una vez le ha enviado sus impresiones sublimes, i en varios encuentros se ha comparado secretamente con él, ocupándose siempre con cuidado de sus acciones, costumbres íntimas i escritos. A pesar de esa simpatia particular, Humboldt no ha alcanzado a comprender el principio inmortal de esta fé, la sublimidad de este fin; ha desconocido las principales faces de la vida de Colon. Nunca ha visto al héroe en toda su integridad. Aun cuando cede a un movimiento de admiracion por su jenio i su ternura de corazon, diriamos que teme dejarse dominar de esta noble imájen i procura despreciarla sistemáticamente. Sin adherirse a la animosidad de Navarrete, acepta por el hecho de haber desde luego admitido la acusacion contra la castidad de Colon sus aserciones criminosas contra

la dureza, la codicia i la disimulacion del piadoso Almirante. Aquí descuella Humboldt sobre el mismo Navarrete. Se rie con sonrisa deplorable de la pretendida castidad del grande hombre. Esta flaqueza es para él un hecho picante patentizado con mucha sagacidad por Navarrete, mediante la comparacion de las fechas. Admite que menos pudieron las sujestiones de sus amigos i su predileccion por la España para impedir a Colon que volviese a Lisboa i aceptase las nuevas ofertas del rei de Portugal, relatadas en una carta de 20, de marzo de 1488, que el cariño i el embarazo de una bella dama de Córdoba, doña Beatriz Enriquez, madre de D. Fernando Colon, hijo natural del Almirante nacido a 15 de agosto de 1488. Tal es la conclusion de Humboldt, compromete imprudentemente su gran nombre, sobre la palabra de otro sin haber examinado por si mismo.

Creemos que nada ha leido Huniboldt con sus propios ojos; ha creido a Navarrete, el cual habia aceptado el testimonio de Spotorno, quien se habia atenido al de Napione, despues de recojer este último las argucias de un procurador que pierde su pleito. Sin embargo, esta acusacion ha sido tan jeneralmente admitida que ha pasado al estado de verdad. Mas de ochenta escritores de diferente valor la han repetido unos tras de otros. Hoi dia esa calumnia, con sus cincuenta i cinco años de edad, se siente tan acreditada que se presenta como documento histórico apoyado en fechas ciertas i nom bres respetados. I quizá no se hallaria un solo autor, de primer o de último rango que al tratar la materia, se atreviese a no repetir todavia otra vez este error. Intentaré refutar esas opiniones erróneas, i espero que del exámen de los documentos contemporáneos i de la comparacion de las fechas resultará la prueba irrefragable de que nunca tuvo Colon relaciones ilícitas con doña Beatriz Enriquez de Córdoba, i que su matrimonio habia sido bendecido por la iglesia antes del nacimiento de Fernando Colon.

II.

Jamas, durante la vida de Cristóbal Colon se sospechó de sus relaciones con Beatriz Enriquez, ni la lejitimidad de su segundo hijo fué puesta en cuestion, ni a sus mismos enemigos ocurrióseles semejante acusacion. Los historiadores contemporáneos tratan a Fernando Colon segun los hechos i por lo tanto como a hijo lejítimo del Almirante. No han procurado probar su calidad puesto que su lejitimidad no era contestada por nadie i resultaba evidentemente del conjunto de los hechos.

Notamos desde luego que en las relaciones de familia así como en el trato esterior i público, ninguna distincion se hace entre Diego i Fernando Colon, escepto la de ser el primero mayor de edad. Ambos hacen su entrada en el mundo juntos, en ausencia de su padre; son presentados juntos en la Corte el mismo dia, por su tio paterno don Bartolomé Colon, que habia ido a traerlos desde Córdoba. Ambos entran con el mismo título, con el mismo rango, para desempeñar el mismo oficio en casa del príncipe real, i segun confesion de los contemporáneos, Fernando Colon cuando paje del infante D. Juan, era con su hermano uno de los privados del príncipe. Ambos pasan mas tarde al servicio de la reina, i mui lejos de establecer entre los dos la menor diferencia desfavorable para el menor, lo nombra cabalmente Isabel a este su paje, antes de conceder este favor al primero. El nombramiento de Fernando es de un dia anterior al de su hermano mayor D. Diego.

El convenio celebrado entre la corona de Castilla i Colon, en el llano de Granada, a 17 de abril de 1492, con establecer el derecho hereditario a sus dignidades en la persona de su hijo mayor, reconoce implícitamente que Diego el hijo del primer matrimonio, no es único. El prólogo del diario de Colon, recuerda que los soberanos han prometido la herencia a su hijo mayor. La real célula de 20 de mayo de 1493, por lo cual se conceden blasones reales a Colon, habla de sug hijos. El acta de institucion del mayorazgo creado por Colon, patentiza a las claras su estado de casado. Por una parte prevé el caso de tener él todavia otros hijos a mas de los dos que nombra; i por otra no admite la publicidad de un nuevo enlace, puesto que no estipula ninguna reserva o viudedad para otra esposa, condicion que habria sido capital e indispensable, porque estando ya el gran almirante envejecido i enfermizo, no podia esperar una union proporcionada a su rango, sin garantizar a la novia ventajas considerables.

El tono franco i natural con el cual habla Colon de sus dos hijos, el cariño espansivo de sus palabras respecto del menor, en su corres pondencia oficial con los soberanos, retraen toda idea de cautela en el pensamiento i de precauciones oratorias en el estilo. Su modo de ensalzar las precoces prendas i juveniles servicios del adolescente bastaria a cerciorarnos de la lejitimidad de Fernando. ¿Tal lenguaje habria tenido el Almirante? ¿tántas veces habria vuelto a ese tema, a manchar la alcurnia de Fernando alguna circunstancia bochornosa? ¿Habríase atrevido a mandar al jóven para que cumplimentase al gobernador portugues de Arcilla, persona que tenia entre sus oficiales a unos parientes de doña Felipa Mognis de Perestrello, pri

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