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el establecimiento de la guardia nacional i la reforma i organizacion del ejército. Se quiso poner coto a los ascensos militares i demas abusos introducidos por la corrupcion i el despotismo en la era desgraciada de las revueltas. Pero Castilla subia al poder i trataba de seguir las tradiciones de la escuela gamarrista. En un pais militarizado i subyugado por las bayonetas, debian prevalecer i triunfar las costumbres perniciosas i los hábitos abusivos i despóticos de la turba soldadesca, i ese es el réjimen que ha dominado i domina hasta ahora en la república peruana.

que

Pasemos adelante el período de 1845 a 1851: pasemos el gobierno de la consolidacion, creado, educado por el jeneral Castilla i despues batido i destronado por él: pasemos el período de 1855 a 1860, porde todo esto hemos hablado estensamente en nuestro juicio crí tico sobre el jeneral Castilla. El gobierno del jeneral Echenique fué un gobierno de corrupcion que arrastró i prostituyó las mayorías. Ganaba por medio del cohecho los colejios electorales, los congresos, el consejo de estado; en fin, todos los órganos de la administracion pública. Fué un gobierno de fórmulas i de astucias forenses que eludia la responsabilidad legal con la táctica abusiva de la corrupcion i del engaño. La prensa estaba subyugada por el jurado, la tribuna vendida i prostituida i la opinion pública burlada en todas sus quejas i reclamaciones por el juego aparente de las mayorías. El gobierno del jeneral Castilla es de corrupcion i de violencia al mismo tiempo. Es el despotismo llevado al mas alto grado de cínica insolencia. Un despotismo sin contrapeso i sin responsabilidad de ningun jénero. El despotismo en Europa está contrapesado por los progresos de la civllizacion i el reconocimiento unánime de ciertos principios de justicia universal; está contrapesado por la mediacion humanitaria de gobiernos amigos o enemigos, émulos o rivales; por la accion oficiosa i benévola de la diplomacia; por la prensa libre i enérjica de las naciones vecinas; por el vapor, el ferro-carril i el telégrafo, que llevan a todas partes el anuncio de un atentado, la violacion de un derecho; en fin, por la misma ilustracion de los déspotas, su amor a la gloria i apego a su dinastía. ¿Pero cuál de estos contrapesos puede oponerse al jeneral Castilla? ¿Respeta la opinion americana, la prensa del continente i la prensa europea pronunciadas enérjicamente contra él? ¿Respeta la opinion pública de su patria, tiene nombre, ilustracion, fama; en fin, alguno de esos estímulos que detienen al gobernante en la pendiente rápida del despotismo? Ninguno, absolutamente ninguno.

De ahí nace el estado de violencia i desesperacion en que se en

cuentra el Perú. Ya no es la guerra civil, la anarquía, que aniquilan i desvastan la hermosa tierra de los Incas: es la rabia, la venganza, el asesinato; es la sangre de Pizarro, la furia de Almagro que inflaman la atmósfera i destilan fuego sobre el carcomido palacio de los vireyes. El déspota vive rodeado de sombríos i pavorosos fantasmas. Las sombras de Monteagudo, de Salaberri, de Iguain i de Moran, le siguen por todas partes. Es la revolucion traducida en hechos atroces i desesperados: el 15 de agosto convertido en 25 de julio, i este último, trasformado en un 23 de noviembre. Ese es el estremo a donde conducen a sus enemigos los gobiernos personales, esos gobiernos sin sistema, sin responsabili ad i sin contrapeso. Contra el despotismo personal se arman siempre el odio i la indignacion personal; salta la venganza que profana el altar, la traicion que viola el hogar doméstico, el asesinato que invade la plaza pública: medios todos criminales i reprobados, tan criminales i tan siniestros como el despotismo. El instinto de la cólera, el furor sin freno, la guerra sin tregua: muerte o libertad, tal es la palabra de órden que viene desde Bruto hasta Milano, desde Milano hasta el incógnito que asaltó a Castilla en la plaza pública.

I ese es por ahora el estado del Perú: los odios crecen, las pasiones políticas se inflaman mas cada dia, i solo Dios sabe el término que tendrán! Hacemos votos por que este término sea pacífico, justo i conveniente a la prosperidad del Perú, i a la tranquilidad de los Estados vecinos.

P. MONCAYO.

Santiago, 1. de enero de 1861.

LAURA.

NOVELA ORIJINAL ESPAÑOLA.

I.

No há muchos años habia en la calle de 'Atocha, en Madrid, un precioso palacio deliciosamente situado entre un patio a la inglesa i un vasto jardin.

Eran las ocho de la noche de uno de los últimos dias de enero.

En un gabinete amueblado con la mas esquisita elegancia, se hallaba una jóven sentada en una otomana; una lámpara colocada sobre la chimenea iluminaba su rostro i derramaba una dulce clari dad por toda la estancia.

La jóven estaba pálida i ajitada, i leia repetidas veces una carta que tenia en la mano.

Mientras lee, podemos decir algunas palabras acerca de la lectora. Laura de Sandoval, que así se llamaba la jóven, era hija única del jeneral de este nombre, el cual era hermano segundo del marqués de Peñafria, en cuyo palacio nos hallamos.

El jeneral Sandoval habia emigrado a Inglaterra en 1820 i allí nació Laura. Cuando volvió a España, despues de la emigracion, se retiró a un inmenso palacio medio arruinado que poseia a corta distancia de Valladolid.

Este palacio habia sido en otro tiempo una fortaleza respetable rodeada de fosos i cerrada por un puente levadizo. Mas tarde, cuando la civilizacion puso fin a las guerras intestinas, sus fosos se cegaron, se bajó el puente para no levantarse jamas, i los pájaros establecieron sus nidos detrás de las altas almenas.

En medio de aquellas grandezas pasa das, vió Laura deslizarse les mejores años de su vida entre dias sin placeres i noches sin sueños agradables.

Laura estaba dotada de una imajinacion viva, casi exaltada.

REV. TOMO IV.

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Sin mas sociedad que la de su anciano padre i la de algunos antiguos criados, concluyó por formarse un mundo imajinario, al cual se retiraba en cuanto cesaban de mantenerla en el mundo real.

Muchas veces la sorprendió la noche en el jardin, sentada debajo de un bosquecillo de madreselva, que era su sitio favorito, i entonces, a través de los árboles, creia ver vagar aquel mundo que se habia creado lleno de seres ideales.

Así se pasaron algunos años.

El jeneral Sandoval, cuyas heridas mal cicatrizadas se habian vuelto a abrir, conoció que su fin se aproximaba.

Una mañana llamó a Laura a su habitacion.

La habitacion del jeneral, en la cual Laura no podia entrar sin sentir cierto terror, era una inmensa sala destartalada i fria, con las paredes medio cubiertas por antiguos i raidos tapices de Flandes, cuyos colores alterados por el tiempo; producian estraños i caprichosos contrastes. Grandes personajes históricos, graves i descoloridos, se paseaban debajo de una sombría selva, i parecian espías fantásticos i silenciosos ocupados en observar lo que pasaba en aquella triste habitacion.

Todas estas grandes figuras, a las que las ondulaciones de la tela ajitada por el viento daban cierta animacion, helaban de espanto a Laura.

No comprendia como su padre pudo acostumbrarse a tener contentamente a su lado a aquellos lúgubres personajes.

El lecho del jeneral estaba en un estremo del salon.

El señor de Sandoval hizo sentar a Laura a su lado, i la cojió las dos manos.

al

—Hija mia, la dijo; conozco que mi vida se va estinguiendo por momentos. Largo tiempo he dudado, porque no podia acostumbrarme a la idea de tenerte que dejar confiada a manos estrañas; pero fin los síntomas son tan visibles i en cierto modo tan palpables, que no he podido menos de convencerme de que mui pronto iré a reunirme con tu madre.

-¡Oh padre mio, padre mio! no hable Vd. así, por Dios, esclamó Laura sollozando i ocultando el rostro en el pecho del jeneral. Este continuó:

-He escrito a tu tio el marqués de Peñafria para que te dé un asilo en su casa; he olvidado nuestros antiguos rencores: solo he tenido presente tu felicidad, tu dicha. Es inmensamente rico, no tiene mas que una hija, i bien puede cuidar de tu suerte; él así me lo ha prometido. Mira esta carta, en ella me anuncia su llegada para

hoi; quiere abrazarme antes que muera, quiere conocerte i adoptarte por hija.

-¡Oh padre mio, Badre mio! creo, que se equivoca Vd.; ya verá Vd. como Dios me concede el tenerlo a mi lado muchos años todavia.

-No, Laura, no nos hagamos ilusiones, que despues será mas dolorosa la realidad. Conozco que me debilito por momentos; pero, gracias a Dios, hija mia, puedo morir tranquilo; te dejo un segundo padre en mi hermano. Tambien el duque de Salices está en Madrid; el buen duque, con cuya pobre hija muerta tan jóven te has criado en Inglaterra, i que tanto te amaba, tambien cuidará de tí. Consuélate, mi pobre Laura, yo soi mui viejo, i ya he cumplido mi mision en este mundo.

Aquel mismo dia llegó al palacio el marqués de Peñafria. A la mañana siguiente murió el jeneral.

El marqués de Peñafria condujo a su sobrina a Madrid, pero la marquesa i su hija recibieron a Laura con mucha frialdad.

La marquesa, porque solo veia en su sobrina una carga pesada; Julia, porque desde la primera mirada habia reconocido en su prima una rival peligrosa.

En efecto, jamas la pintura, esa reina de las artes, podia haber reproducido dos tipos mas opuestos que los de Laura i su prima.

Laura, alta, esbelta, de tez rosada, ojos azules i lábios de púrpura, parecia una vaporosa vírjen osiánica, coronada de largos rizos de oro, creada para deslizarse por las brumosas llanuras de la Gran Bretaña.

Julia por el contrario, en sus pálidas mejillas, en sus delgados i descoloridos lábios siempre contraidos por la envidia, en sus ademanes altivos, habia cierta cosa que disgustaba e inspiraba desconfianza. La marquesa i Julia conocieron desde luego que era preciso desembarazarse de Laura lo mas pronto posible.

II.

Seis meses despues, los marqueses de Peñafria presentaron a su sobrina en todas las sociedades del gran mundo.

Su aparicion causó mucho efecto, i por lo tanto sus caritativos parientes, determinaron casarla lo mas pronto posible, porque conocieron que su belleza eclipsaba a la de Julia.

Laura se apercibió al momento de la mala acojida que habia tenido en casa de sus tios, i de los esfuerzos que estos hacian para

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