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recobrar su amor: le anunciaba que se pasaria al campo de los unitarios. A esa carta acompañaba el funesto guante negro de Manuela Rosas, y el jóven suplicaba á Isabel que lo hiciera llegar á su dueña.

Cuando la madre, dominada por el terror, puesto que conocia el terrible secreto de su esposo, se halló en presencia de este, le habló como habla en tales lances una madre; apeló á las lágrimas,-manifestó al implacable militar toda la crueldad de su pensamiento, pues se resistía á creer que pusiera en práctica tan criminal proyecto. Al fin se pudo convencer de que era inalterable la resolución del padre, quien extraviado por un falso sentimiento de honor y de lealtad, que solo hubiera lejitimado una noble causa, estaba decidido á esesinar al hijo que consideraba como traidor.

Entonces la madre tomó el puñal que el coronel había colocado sobre una mesa, y lanzándose sobre él le dijo. "¡Pues muere tú! muere, porque yo quiero que mi hijo viva.

"Y la mujer hundió el puñal en el pecho de su esposo : "En ese instante entraba Wenceslao.

"¡ Madre mia! ¿qué hacéis? esclamó Wenceslao precipitándose sobre el cuerpo del coronel, que habia caido muerto sin exhalar un suspiro.

"La madre se volvió hácia él con la impasibilidad de la desesperacion.

"¡Mi esposo habia jurado matar á un traidor, dijo ella; ese traidor era mi hijo, y yo he matado á mi esposo por salvar á mi hijo!"

Wenceslao olvido á Isabel al presenciar tan horrible escena, y al día siguiente, á la cabeza de su regimiento, fué á unirse con el ejército del famoso Oribe, ese digno compañero de Rosas.

En Quebracho Herrado hubo á poco tiempo una sangrienta batalla entre las tropas del tirano y las huestes de los patriotas, que muy inferiores en número y ocupando desventajosas posiciones, aceptaron la lid por no abandonar

á la emigracion que les seguia. y que no habria podido soportar una marcha forzada.

Cuando al fin secansaron de matar heridos, de asesinar ancianos y mujeres, los soldados de Rosas y Oribe se retiraron á su campamento. Era alta noche, y una jóven, con el cabello suelto al viento, la mirada estraviada, el paso vacilante, llegó al sitio de la carniceria. Era Isabel, que guiada por el instinto de la amante, descubrió entre centenares de cadávers de amigos y enemigos, el del dueño de su corazon-el de Wenceslao: á quien no habia podido olvidar: el jóven tenia en el pecho una herida, esta era de forma circular y bordes negros, y la herida estaba cubierta con el fatidico guante negro. Isabel cayó en tierra exclamando con hondísima amargura.

"¡Hé ahí la mano de Manuela Rosas, que le ha despedazado el pecho por robarme su corazon!"

Los cuadros de esa novela, verdadera Nouvelle, segun la clasificacion literaria de los franceses, que la distinguen del Roman, están admirablemente trazados; hay movimiento dramático, caracteres bien delineados, accion sostenida y rápida.

La autora del Guante negro, y lo repetimos, ha dado pruebas relevantes de que puede abordar con buen éxito la novela de grandes dimensiones y el drama en todas sus formas. En el Guante negro entran en juego el amor, los celos, la ambicion, la sublime abnegacion de la madre, el fanatismo de un falso punto de honor, el patriotismo y la venganza: elementos mas que suficientes, no diremos para un cuadro de novela, sinó para una novela en debida forma. Por no estendernos demasiado renunciamos á presentar un análisis de otras piezas notables de la literata argentina. El que desce extasiarse á la vez con los atractivos de la novela, con la enseñanza de la historia, con las profundas sensaciones de la tragedia, con los sublimes transportes del poelea:

ma,

Güemes, Recuerdos de la Infancia.

La novela, en sus diversas formas, cuenta ya en América con ilustres representantes: la señora de Avellaneda nos ha presentado, entre otras, á Espatolino, señora de Garcia, el Médico de San Luis.

Daniel, y con la

---Orozco, la Guerra de treinta años, Lastarria, la Mano del muerto, -- Fidel Lopez, la Novia del Hereje, José Marmol, la Amalia, Bartolomé Mitre, Soledad; y Juego vienen con sus multiplicadas producciones, M. A. Matta, y con sus crónicas Barros Arana, Palma, Quesada, etc., etc.

Pero leed sobre todo los hermosos escritos de la simpática é inspirada escritora del Plata.

Manibus date lilia plenes.

J. M. TORRES CAICEDO.

1863

EL VIREY DE LA ADIVINANZA

APUNTES HISTÓRICOS

Preguntábamos hace poco tiempo á cierto anciano, amigote nuestro, sobre la edad pue podria contar una respetable matrona de nuestro conocimiento, y el buen viejo que gasta mas agallas que un ballenato, nos dijo despues de consultar su caja de rapé:

-Yo le sacaré de curiosidad, señor cronista. Esa señora nació dos años antes de que se volviera á España el virey de la adivinanza.... Con que ajuste usted la cuenta.

La respuesta tenia de satisfactoria tanto como la actualidad politica del Perú; porque asi sabíamos quien fué el susodicho virey, como la hora en que el goloso padre Adan dió el primer mordisco á la agri-dulce manzana del Eden.

-¿Y quién era ese señor adivino?

-Hombre! No lo sabe usted? El virey Abascal, ese virey á quien debe Lima un cementerio general y la mejor escuela de medicina de Sud-América.

Pero por mas que interrogamos al sesenton, nada pudimos sacar en limpio, porque él estaba á oscuras en punto á la adivinanza. Echámosnos en consecuencia á tomar lenguas y desempolvar antiguallas, tarea que nos produjo el resultado que verá el lector, si tiene la paciencia de hacerme compañia hasta el fin de esta pequeña conseja.

I

¡FORTUNA TE DE DIOS!

Cuentan que don Fernando de Abascal era en sus verdes años un hidalgo segundon, sin mas bienes que su gallarda figura y una rancia ejecutoria que probaba siete ascendencias de sangre azul, sin mezcla de moro ni judía. Viéndose un dia sin blanca y aguijado por la necesidad, entró como dependiente de mostrador en una famosa sastrería de Madrid, contigua á la puerta del Sol, hasta que su buena estrella le deparó el conocimiento con un bravo teniente del real ejército, constante parroquiano de la casa, quien brindó á Fernandico una plaza en su compañía. El mancebo no echó la promesa á puerta ajena, y despues de gruesas penurias y de dos años de soldadezca consiguió plantarse la jineta, y tras de un jentil sablazo recibido y devuelto en el campo de batalla, la clase de alferez. A contar de aquí, empezó la caprichosa fortuna á sonreir á don Fernando, tanto que, en menos de un lustro, ascendió á capitan como una loma.

Una tarde en que á inmediaciones de San Isidro disciplinaba su compañia, acertó á pasar la carroza en que iba de paseo Carlos IV, y por uno de esos caprichos frecuentes, no solo en los monarcas, sinó en los mandones republicanos, hizo parar el carruaje para ver evolucionar á los soldados. En seguida llamó al capitan, le preguntó su nombre, y sin mas requilorio, le ordenó regresar al cuartel y constituirse

en arresto :

Dábase de calabazadas nuestro protagonista, inquiriendo en su majin la causa que podría haberlo hecho incurrir en el real desagrado; pero cuanto mas se esforzaba, mas se perdia en estravagantes conjeturas. Sus camaradas huian de él como de un apestado, que cualidad es de las almas mezquinas abandonar al amigo en la hora de la desgracia, viniendo por ende á aumentar su zozobra el aislamiento á que ya por dias se veia condenado.

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