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UNA PAJINA DE HOMERO

I

La naturaleza caprichosa en sus grandezas en casi todo el continente americano, ha hecho alarde de su belleza colosal en los fertilísimos valles de Aragua, dominio un tiempo de Bolivar.

Figúrese el lector la montaña con su eterno manto de verdura, llena de árboles de tamaño fabuloso y encerrando en su seno la ostentosa vejetacion tropical. A su pié, como un mastin dormido á las plantas de su dueño, se estiende el bellísimo lago de Tacorigua, y desde sus orillas se desarrolla el valle con sus campos bellísimos de café, maiz, yuca y mil otras plantas hasta llegar al punto en que la montaña concluye abriéndose en una jigantesca portada para dar principio á la vasta llanura que no tiene límites y que forma horizontes como el mar.

La montaña, deteniéndose como un viajero cansado, se abre en pequeñas colinas y por fin en cerros que van disminuyéndose hasta perderse en la arena del desierto. En uno de esos valles encantadores, cuyo territorio "no tiene ceja de montaña ni amagamiento de serranía que no brote en frescos y cristalinos arroyos", (1) está San Mateo. Sobre una colina, y á ciento cincuenta piés de elevacion, hay una casa blanca perdida entre el follaje como una gabiota secan

(1) Oviedo. Historia antigua de Ven.

do sus alas al sol; al pié de la colina se estiende un espléndido campo de caña de azucar que encierra otros edificios destinados á la maquinaria de la hacienda y á la habitacion de quinientos negros robustos que forman la dotacion de San Mateo.

Es el mes de febrero de 1814.

Bóves el satánico, ha salido de las llanuras con sus hordas salvajes llevándolo todo á sangre y fuego. Bóves es el mas valiente, el mas infatigable y el mas cruel de los jefes españoles. Siete mil hombres caballeros en los famosos caballos del Apure, duros en el ejercicio, hijos del sol y del desierto, avezados á la crudeza de las mas opuestas estaciones, siguen el impávido realista.

Bóves es el primer soldado de su ejército; á la jineta en un caballo blanco que se pavonea orgulloso de su señor, recorre las filas, y el brillo de su lanza indomable es la bandera de sus huestes.

Bolivar está en San Mateo.

La brava jente republicana escasa aunque valiente no puede desafiar al feroz caudillo en la llanura y tiene que parapetarse en el recinto de las haciendas.

El jeneral Mariano Montilla se ha avanzado obra de una legua de San Mateo y ahí espera al Atila de la llanura.

Montillo es un joven delicado; su franca y serena fisonomía está animada por una eterna sonrisa. A Montillo le tienen por valiente. ¡ Cuanto era preciso serlo para distinguirse en medio de aquel semillero de bravos que fueron regando con su sangre el vasto territorio de Colombia!

Con los primeros albores del 28 de febrero se sintió una espantosa vocería á la vez que ruido de armas y relinchos de caballos es el bravo realista que baja de la colina con sus. indomables llaneros. Montillo habia detenido el dia anterior aquella horda salvaje, y tan heróica fué la resistencia, que el célebre guerrillero hubo de acojerse al abrigo del cer-ro de Puntas del Monte. Abandonó el 28 la altura y atacó de lleno la trinchera que defendía el sereno jeneral Lino de

Clemente. Allí vuela Bolivar: como Napoleon en Tolon, él mismo dirije la puntería del cañon, y la metralla, obedeciendo el hábil impulso, hace estragos en las formidables masas de Bóves.

Hacía ya seis horas que duraba el ataque. Bóves parecia de hierro; se multiplicaba, estaba en todas partes; él mismo llevaba los suyos al pié de la trinchera y allí les mostraba la brecha.

Bolivar fatigado de un ataque tan tenaz mandó al bizarro Villapol que saliendo por la derecha de su línea llamase la atencion de Bóves por el cerro del Calvario. El jefe de los llaneros comprendia sin embargo que el éxito del combate dependia del asalto de la trinchera; allí estaba Bolívar y allí era preciso acabar la guerra dando fin con el indomable caraqueño. Redobló en consecuencia el ataque, pero eran ya las dos de la tarde y Bóves no habia logrado mas fruto que verse rodeado de cadáveres. Entonces como el bravo toro que abandona el burlador que tomó por un hombre, distingue que al espada que le provoca con la capa y se lanza furioso contra el nuevo enemigo, alto el cerviguillo y la boca espumosa, así Bóves abandonando la trinchera vuela contra Villapol.

Allí la lucha es espantosa. Villapol y Campo Elias combaten á cuerpo descubierto contra los realistas parapetados en unas casas. Sostienen sin embargo la lucha hasta que Bolivar les manda una pieza de artilleria y pueden reñir al abrigo de trincheras improvisadas. Bóves al frente de los suyos hace llover contra los patriotas una granizada de balas; Villapol cae sin vida y Campo Elias herido peligrosamente. Ya cejan los patriotas y se enorgullece el enemigo. Pero Villapol tiene un hijo de veinte años que ha sido herido á su lado; antes de morir le hace retirar del combate para que vende sus heridas, y en efecto se le curó á la lijera. En ese instante apercíbese el valeroso mancebo que su padre ha muerto. Vuela al combate, cubre el cadáver del autor de sus dias con el pabellon y se pone á la cabeza del puñado de

valientes. Reanímase el valeroso infante con el entusiasmo del niño y vuelven á la carga. El joven Villapol sin embargo no ha contado con sus heridas; su ardor y entusiasmo le abren las vendas, la sangre corre á borbotones y el intrépido adolescente cae sin aliento. El momento era terrible; los realistas pasarán á cuchillo aquel enjambre de héroes y Bolivar está perdido.

Compréndelo con su rápida mirada el valeroso colombiano y vuela á su izquierda mandada por el coronel Gogorza; emprende este un ataque récio contra la derecha realista mandada por Morales, y Bolivar rehace nuevas fuerzas para defender el Calvario.

En aquel momento cae herido el terrible Bóves y la victoria se decide por los republicanos, al cabo de once horas. de combate.

Bolivar recorre su campo en la noche: doscientos tres hombres hay fuera de combate: el valeroso Villapol no existe y el feroz Campo Elias no dá esperanzas de vida.

El enemigo se ha retirado en buen órden y el camino. ha quedado sembrado de muertos y de heridos.

Bóves se acojió á Cagua como el tigre que se retira á su caverna para lamerse las heridas y volver con nuevas fuerzas al combate.

Bolivar conoce á su enemigo; sabe que Bóves no descansará sinó el tiempo muy necesario para curarse, y en consecuencia refuerza su línea. Se estiende por su hacienda, echa cien caballos á pastar en sus ricos cañaverales que pronto no son mas que un erial, y 300 hombres que eran esclavos, son ese dia ciudadanos de Colombia. Bolivar sacrificó á su patria el 1°. de mayo de 1814 doscientos mil pesos de su fortuna privada.

II

Mariano, decia Bolivar en la alta noche del 1o. de marzo al jeneral Montilla recorriendo el campo: Mariano, es

preciso pasar el parque á la casa de la colina y poner allí un fuerte destacamento á las órdenes de un oficial de confianza. ¿En quien nos fijamos?

Si no hubiese muerto Villapol...

Ya! sería muy apropósito: era valiente, leal y obediente, las tres principales cualidades que debe tener el soldado. ¡ Pobre Villapol!

Si Campo Elias no estuviese herido...

Por Dios que estás desgraciado, Mariano, me recomiendas un muerto y un moribundo. Por otra parte, aquí donde nadie nos oye, te diré que ese Campo Elias me es antipático.

Sin embargo, repare usted que es uno de los mas bizarros soldados del ejército.

En el ejército republicano el valor no es una cualidad sobresaliente porque todos sois valientes; tú el primero, mi buen Mariano. Sin embargo, mira: ese Campo Elias es español y no da cuartel á ninguno de sus paisanos. ¿Qué venganza ha cargado de bilis esa alma sombría y misteriosa? yo le he oido decir que el dia mas feliz de su vida sería aquel en que los matara á todos para caer él en seguida sobre la pirámide de sus cadáveres.

¡Que palabras tan crueles! Sin embargo creo que no podrá cumplir su juramento porque está acribillado de heridas y los cirujanos declaran que casi todas son de gravedad.

Iremos á verle ahora, Mariano; pero primero vamos al vivac á buscar el oficial que ha de mandar el parque.

En efecto, Bolivar y Montilla se dirijieron á un salon de la maquinaria que habia sido convertido por los oficiales en sala de descanso. Allí unos dormian, otros remendaban su ropa, aquellos jugaban á los naipes, y estos departían sobre la batalla del dia. A la llegada de Bolívar todos se pusieron de pie saludando militarmente.

Bolivar conversó gran trecho con sus tenientes estudiando sus acciones, palabras y ademanes. Se fijó despues con atencion en un jóven rubio, de despejada fisonomía, mi

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