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proveian por el rey con hijos de la Península, en su mayor parte.

Las funciones de los primeros en pueblos pobres y sin vida esterior absolutamente, pacíficos y de muy timoratas costumbres, se ejercian, en su reducida esfera, con blandura y cuasi sin dejarse sentir su accion. Surjia, de tarde en tarde, un conflicto por mera etiqueta entre esas autoridades, en competencia de la preferencia de asiento, por ejemplo, en una funcion de tabla, que se disipaba luego. El correjidor y un teniente administraban especialmente la parte policial, vijilaban sobre el mantenimiento del órden público, sobre el cumplimiento de las leyes, de los reglamentos y decretos de buen gobierno que espedian. Eran los gefes de las armas y á su cargo estaba por lo tanto la defensa de las fronteras, allí donde las habian, y Mendoza y San Luis las tenían, como las tienen hasta hoy en una grande estension.

Los administradores del real tesoro, si no era en la especialidad de su encargo de colectar los derechos y gabelas impuestos á los pueblos por la corona, en el ejercicio de la jurisdiccion cometida para entender en materia de contrabandos y ejecucion para el pago de deudas fiscales, parte alguna tenían en los demás ramos de la administracion. Y, sin embargo, muchos de ellos, envanecidos con su elevado empleo, orgullosos de su origen y lejos de la autoridad de que dependian inmediatamente, tendían á ejercer sobre los correjidores y las municipalidades una dominante influencia, abrogándose facultades que no les competian y que eran por la ley del esclusivo resorte de esas autoridades.

Creemos oportuno hacer notar aquí, que al terminar el siglo XVIII, la mayor parte de las familias orijinarias de los. primeros pobladores de Cuyo, habían descendido, mezclándose á las muchedumbres. La falta de medios de adquirir en los primeros tiempos, el mal resultado que tuvieron en esas comarcas las encomiendas, y la carencia de minerales que esplotar, hizo que esos servidores del rey, no dejasen mas fortuna á sus descendientes, que unas cuantas cuadras de tierra valdías que se les dieron por título de merced, las

que cultivaron ellos ó sus sucesores, ó las vendieron á bajo precio para socorrerse en su estrema miseria. De esas eran en Mendoza los Castillo, descendientes del geje de la espedicion conquistadora de Cuyo-los Villavicencio, Villegas, Lemos, Coria, Cabral, Gomez, y otras-En San Juan los Jufré, Zambrano, Morales, Castro, Mallén, etc.-En San Luis los Loyola, parientes de San Ignacio, los Becerra, Leyes, Ontiveros, Lucero, etc.

Otras nuevas familias, en la natural progresion de los tiempos, se levantaban para las que la fortuna, el adelanto de la época, su propia labor y en algunas hasta su mismo orijen, les habían sido propicios.-Estas y sus inmediatos descendientes, eran las que muy luego debian concurrir con su sangre, con sus tesoros y todo linaje de sacrificios á la grande obra de nuestra rejeneracion política.

II.

Hé ahí el aspecto social y político que presentaban los pueblos de Cuyo, terminándose el siglo XVIII y entrando á emprender una nueva marcha en el que iba á llamarse de las luces, del progreso y de la democracia.

Allí, con escepcion de algunos pocos jóvenes ilustrados, que habían visitado Buenos Aires ó Santiago de Chile, impuéstose de los sucesos políticos de Europa y de los Estados Unidos de América, héchose de algunos libros modernos sobre la ciencia de gobernar, y fijado la atencion sobre la guerra de independencia de esos nuestros hermanos del norte, de su organizacion en república y mas recientemente de los nuevos principios que había levantado en alto la revolucion francesa; con escepcion, decíamos, de aquellas raras intelijencias, nadie pensaba en la posibilidad de un cambio de gobierno, en la proximidad del grande acontecimiento que debia dar por resultado la libertad del continente de Colon.

Mirando en derredor nada se veía preparado para que se obrara un hecho de tanta magnitud y trascendencia, en medio de poblaciones atrasadas, sin recursos, sin la organi

zacion de la guardia cívica, sin los primeros elementos de la guerra, sin hombres en fin, hijos de la tierra, instruidos, siquiera en los mas simples y rudimentales principios de la carrera de las armas. En igual situacion se encontraba la capital misma del vireinato, en la época á que nos referimos. Uniformes están en asegurarlo así los historiadores de nuestra revolucion. No fué, dicen, sinó despues de la primera invasion inglesa, que en Buenos Aires se organizó y armó la guardia ciudadana. Pero avancemos en nuestra narracion.

Hácia fines del año de 1803 desembarcaban en el puerto de Buenos Aires, viniendo directamente de Madrid, los peninsulares don Domingo de Torres y Arrieta, don Joaquín Perez de Leaño y don Faustino Anzay, nombrados los dos. primeros ministros de reales cajas y el tercero gefe de las armas de la provincia de Cuyo. Pasaron inmediatamente á la ciudad de Mendoza á tomar posesion de sus empleos.

El principal é inmediato antecesor de aquellos, Palacios, destituido, habia sufrido la infamante pena de ser engrillado despues de muerto, acusado y procesado por mala administracion.

Daremos aquí el retrato de cada uno de los tres personajes que vinieron á desempeñar en la capital de Cuyo puestos de tanta altura en aquellos tiempos, copiándolos del boceto que nos dió uno de sus amigos mas íntimos.

Don Domingo de Torres y Arrieta, sin parecer un hombre hermoso, era de graciosa figura, de finas maneras, elegante en su porte, tez blanca, de mediana estatura y de mucha viveza en sus movimientos, á la par de manifestarse siempre en su persona un aire de natural dignidad. Su mirada, apesar del defecto de estravismo que tenía en uno de sus ojos, era penetrante, revelando sagacidad é intelijencia. Cuidaba con esmero y lujo de su toilette-jóven, de 33 á 34 años. Esto en cuanto á las esterioridades. Por lo que toca á lo moral, su caracter se componía de un conjunto tal. de contraposiciones, que en su desenvolvimiento sin embargo, resaltaban como sus bases mas sólidas, la nobleza, el honor, la jenerosidad, la firmeza en sus opiniones, y la bondad

de alma. Tenía el orgullo de raza, y la franqueza mas abierta con sus amigos íntimos-de un jénio pronto y arrebatado, subordinábase á los respetos debidos á la sociedad y al propio decoro-afable y cortesano con las damas, comprometió su reputación amando con locura á una de las principales de aquella sociedad, á quien no podía unirse honestamente, abusando así de la hospitalidad que le prestaba su familia-Torres tenía talento y mucha instruccion. Sin ser profesor de derecho, defendió con éxito y lucidez algunas causas -Citaremos una de ellas. Una familia, por preferencia de asientos en un saráo, fué ofendida por otra, en lo que entonces se hacía valer mucho-la pureza de sangre, ó nobleza de orijen-Torres abogó la causa de las señoras ofendidas y la hizo triunfar probando que descendían de nobles progenitores.

Es á propósito que haremos conocer en este lugar, por sus nombres, algunos abogados con que Mendoza contaba en esa época. Licenciado don Manuel Ignacio Molina, licenciado don José Agustín Sotomayor, doctor don José Antonio de Sosa y Lima, presbítero doctor don José Godoy, licenciado don Pedro José Pelliza, licenciado don N. Anzorena, licenciado don José Simeon Moyano, presbítero doctor don Borja Correa, y otros que no recordamos. En San Juan, doctores Suarez, Tello, Bustamante y algunos mas.

Nos hemos detenido en dar á conocer al señor Torres, porque mas tarde le veremos figurar al frente de muy notables hechos, en los que desplegó toda la energía de su caracter é influencia. Durante estuvo en Mendoza, rodeábalo un círculo de españoles allí avecindados y de hijos de estos. Su predominio se hacía sentir y sabía arrastrarse séquito con su palabra insinuante, finos modales y vivir fastuoso.

Su cólega Perez de Leaño, mas o menos de su misma edad, tenía un físico irreprochable en sus proporciones, y un rostro, sobre todo, hermoso. Su educacion, su porte, revelaban en él una persona de alta sociedad y de muy distinguido orijen. Caracter suave y condescendiente, gozaba de las simpatías y de la estimación de cuantos le conocían y trataban.

Don Faustino Anzay, era un oficial retirado, de blando jénio y sin aquellas cualidades que, por lo comun, hacen avanzar en la carrera militar al que á ella se consagra. Del todo pasiva y nula fué su autoridad militar en Cuyo. Reducíase, como lo decía cincuenta años despues, con cierta espiritualidad, don Juan de Rosas, joven en aquel tiempo, á mandar tocar la caja.

Los Ministros del real Tesoro, y particularmente Torres, eran obsequiados tanto en la capital, como en las Te nencias de San Juan y San Luis, en los aniversarios del rey y de la reina, en las visitas que en desempeño de sus funciones hacían á esos pueblos, con saráos, banquetes y corridas de toros y cañas. (1) Solemnizáronse con fiestas semejantes y botando á las muchedumbres medallas de plata, las juras reales en la exaltacion al trono de Carlos IV en 1804 y de su hijo Fernando III en 1808.

Así deslizábase la existencia de aquellos pueblos en los primeros años del presente siglo, sin que nada interrumpiese la normalidad de su administracion despótica y estacionaria, hasta que, las dos invasiones sucesivas de los ingle

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1. El juego de "cañas" quedóles á los españoles desde el tiempo de la dominación de los árabes y ellos lo importaron junto con sus costumbres á sus colonias de América. Consistía en ejecutar varia_ das evoluciones á caballo, tales como figurar en combate, describir corriendo, á escape, al tranco á veces, graciosas curvas, círculos, semicírculos, combinando así figuras, ya en grupos, va en hileras, de lucido efecto. En una corrida de toros, era de indispensable ejecución, en días señalados, el juego de cañas". En cada uno de los cuatro ángulos de la plaza dispuesta á aquel objeto, colocábase un grupo de diez personas, buscadas en las familias principales, las que vestían lujosamente, segun la cuadrilla á que pertenecían el traje nacional de indios'', de "turcos", "galanes" ó españoles (despues fueron "gauchos") y "africanos''. En las tres primeras deslumbra. ba en los vestidos de los jinetes y en los arneses de sus hermosos caballos, el oro, la plata, las piedras preciosas, las plumas de colores y los bordados en el raso y en el terciopelo, de que estaban recargados. En la última se apuraba lo grotesco y lo estrevagante era la que desempeñaba el rol del "cracejo" en la fiesta. Cada uno de los gefes de cuadrilla, acompañado de dos de los suyos, entraba por su turno á la plaza á son de música, en caballos que al compaz de esta levan. taban y asentaban sus patas delanteras con airoso movimiento. Llegaba hasta ponerse inmediato al palco de la primera autoridad, á la que dirijia una arenga, titulándose embajador del soberano de

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