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COMBATE NAVAL DE SAN NICOLAS DE LOS ARROYOS

(Marzo 2-1811).

Una poderosa escuadra española, estacionaba tranquilamente en el Rio de la Plata, cuando ocurrió el memorable pronunciamiento en los últimos dias de mayo del año 10.

Sin embargo de que Buenos Aires, donde se hallaban á la sazon un teniente jeneral del ramo, con la investidura de Virey, (1) y los primeros jefes y oficiales de la marina real, no era el Apostadero principal de la armada, habia sido hasta entonces el punto de reunion de la mayor parte de esta fuerza, á la que se agregaban algunos transportes que los sucesos de Bayona y la subsiguiente ocupacion de la Península por las tropas de Napoleon, hacía tiempo detenian en estas aguas.

La Junta que reemplazó al gobierno colonial, pudo en aquella época haber neutralizado en mucha parte la influencia de esta clase de enemigos, si en lugar de permitir á la brillante oficialidad de dicho armamento, retirarse del territorio del Estado y pasar á Montevideo, hubiera obrado enérjicamente á su respecto, y cual lo exijía un futuro incierto para la causa de la revolucion.

Mas, bien sea la creencia de que nada nos llamaba á ser una potencia marítima, ó fiando enteramente la defensa del suelo, como los antiguos griegos antes de Salamina, á las fuerzas de tierra cuando hasta el mismo Napoleon en el apojeo de sus glorias, conoció que sin flota, aventuraba la suerte de Francia los marinos españoles no fueron incomodados, y se embarcaron sin ocultar sus propósitos notoriamente hostiles al gobierno patrio, para ir á hacer causa comun con sus paniaguados de Montevideo.

(1) El señor don Baltasar Hidalgo de Cisneros y La-Torre, el mismo que mandó el navío "Santísima Trinidad" de 136 piezas, el 21 de octubre de 1805, en el cabo de Trafalgar. Falleció en Cartajena, España, el 9 de junio de 1829.

Esta errada medida, en que tenía no poca parte la inesperiencia, dejó por el momento á los revolucionarios sin proteccion para su comercio, y en descubierto por el litoral, cediendo de paso á sus enemigos, un poderoso medio de accion, del que se aprovecharon grandemente.

Aun no habian vuelto de su asombro los habitantes de Buenos Aires, al conocer la órden superior por la que se dejaba á los marinos la libertad de trasladarse á Montevideo, cuando dieron fondo en esta bahía los buques que mandaba Elío, con el decidido propósito de bloquearla.

Sin embargo, haremos notar, que en el mes de julio de aquel año, (1810) un fenómeno bien singular hubo de poner fin al bloqueo.

Después de una copiosa lluvia, sopló una noche el viento S. O. (pampero) tan terrible en este hemisferio.

Esta vez, segun un contemporáneo, se escedió el pampero á sí mismo. Su fuerza, no cedía á la de un huracan de las Antillas, y su efecto tanto mayor é irresistible, cuanto que, como se sabe, rije constantemente de un solo punto de la brújula.

A la mañana siguiente, los capitanes de los pocos buques ingleses, surtos en el canal esterior (7 y 9 millas de la ciudad), vinieron á pié enjuto, hasta la comandancia de marina y dijeron que sus embarcaciones, y una corbeta de guerra bloqueadora, quedaban en seco, en razon de la gran vaciante de la marea.

En efecto, el Rio de la Plata, habia, como por encanto, desaparecido en el gran lecho de diez leguas de estension que se calcula frente á Buenos Aires y la Colonia antes de doblar al Atlántico.

El ímpetu del vendaval habia arrollado las aguas de aquel inmenso estuario, y barrido tan perfectamente su fondo, que lo mantenía al descubierto, conteniendo por el N. el curso de dos grandes rios (Urugay y Paraná) y por el E. el Océano cual si lo estuvieran por dos diques colosales.

La nave enemiga de guardia, que lo era el "Mercurio" de

32 piezas y 250 hombres mandada por el capitan de fragata don Pedro Hurtado de Corcuera, estaba inmóvil y tumbada en la arena sobre sus pantoques, habiéndola trincado, por si era necsario hacer jugar su artilleria, lo que llegado el caso, no hubiera sido fácil verificarlo.

Tan estraña circunstancia trajo á la memoria, lo acaecido á la flota del stathouder bátavo, sorprendida por los hielos en el Tejél y la que á principios de 1795, fué rendida por algunos escuadrones de husares de Moran, calzados á ramplon.

Los revolucionarios, recordando sin duda aquel hecho inaudito, como hemos dicho, trataron de imitarlo, y de cierto que lo hubieran conseguido, sin las indecisiones de Saavedra que perdió un tiempo precioso en dar y revocar órdenes, por temor de que cesando el tiempo de golpe, llenára el rio.

Las aguas, sin embargo, no volvieron hasta las 48 horas, que es el tiempo en que el Pampero, comienza de ordinario á declinar.

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"En este intérvalo, dice Moreno, un pueblo entero, pudo atravesar á pié enjuto el segundo rio del globo, como los Israelitas pasaron en lo antiguo el mar Rojo". (1)

Malograda así, esta oportunidad de dar un golpe formidable y audáz al enemigo español-siguiendo este, altivo con su preponderancia marítima, y envalentonado con la necesaria. impunidad de sus actos no tardó en hacer sentir á las poblaciones inermes del litoral, el peso de sus ódios y de su venganza, cometiendo piraterias indignas de oficiales de honor y delicadeza.

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En vista de todo esto, el Gobierno revolucionario, principió á tocar dificultades casi insuperables para enviar socorros y remontes al ejército del Paraguai, que se sabia de un modo indudable retrocedía en contraste, abrumado por el nú mero de los enemigos y falto de provisiones de guerra.

Por otra parte, su Tesoro, se hallaba casi exhausto por (1) "Arengas" etc. introduc. páj. 154-quien añade, que en la bajamar de 1792 "hombres á caballo, pasaron á la Colonia por apuesta".

las cuantiosas erogaciones á que la actualidad de entónces le obligaba á hacer frente, y muy en particular con la remision de hombres y pertrechos para ese mismo Ejército por el penoso círculo de más de trescientas leguas de mal camino, á que sujetaba la incomunicacion fluvial, con gran desventaja en las necesidades de la guerra.

La Junta Gubernativa, envuelta en tempestuosas deliberaciones acerca de lo que debia emprenderse para llevar á cabo la conquista del Paraguai, dejaba correr infructuosamente un tiempo precioso.

Las opiniones de los Vocales en este punto, estaban encontradas. Unos proponian el abandono de la empresa y que las fuerzas de Belgrano retrocediesen sobre la marcha para no verse cortadas y espuestas á perecer por falta de recursos, repasando el Paraná por el vado de Candelaria; con el objeto de cubrir la garganta ó tranquera de Loreto; estrecho montuoso que se encuentra en la márgen derecha de aquel rio, dirijiéndose en seguida á Corrientes, en donde debian situarse dos baterías; una en la ciudad, y otra en la isla de Antequera, interceptando asi la comunicacion con el Paraguai.

La fraccion de ellos que estaba por la continuacion de la guerra, pedian se enviasen al general Belgrano, sin pérdida de momento, mil y tantos hombres, para que tomára nuevamente la ofensiva. Parte de esta fuerza caminaria por agua hasta Corrientes, en buques armados al intento una vez alli, remontando el rio Paraguai, debian desembarcar y demoler la guardia de Seembucú ó Villa del Pilar, y otros puntos del tránsito hasta llegar á la Asuncion.

Concluida que fuese esta campaña marítima, regresarian dichos buques, hasta quedar incorporados al Ejército del Norte, en cuya combinacion debian operar en lo sucesivo.

En este caos de opiniones, hubo por suerte un eminente patriota, que guiado por su amor al bien y á la América, sacó al Gobierno de su indecision y de sus apuros. Don Juan José Passo, hombre dotado de un temple de alma digno de los antiguos tiempos, y tan necesario en circunstancias como las

difíciles que se atravesaban, exhortó enérjicamente á sus cólegas para que poniendo fin á discusion tan obstinada y estemporánea, acordasen un temperamento medio, cual era, mandar la mitad de la fuerza mencionada, directamente al ejército del Norte, y el resto. en tres buques de fuerza que esperarian en Santa Fé, las órdenes de Belgrano, ya fuese para incorporarse á aquel Ejército, ó bien emprender la campaña marítima proyectada en el curso de la discusion anterior.

Una vez acordes los Vocales, se activó el armamento de la flotilla patriota comisionando á uno de ellos, don Francisco Gurruchaga, para atender á su equipo sin perdonarse gastos.

La carencia de astilleros, maderas de construccion, enseres navales, y sobre todo marineros, no arredró á los revolucionarios, y todo fué remediado por el entusiasmo y el patriotismo. El carácter nacional, hasta entonces tan opuesto á las aventuras de la mar, sonrió ante la idea de un futuro triunfo naval.

Los esfuerzos y sacrificios hechos con tan buena voluntad, no fueron estériles, y muy luego quedaron listos y en estado de prestar un servicio activo los buques siguientes:

1 Goleta "Invencible de Buenos Aires", 72 cañones, 75 hombres, comandante, el que lo era en jefe de la espedicion, don Juan Bautista Azopard.

2. Bergantin "25 de Mayo", 18 cañones, 80 hombres, comandante don Hipólito Bouchard.

3. Balandra "Americana", 3 cañones, 40 hombres, comandante don Anjel Hubac.

Montando en todo 33 bocas de fuego (incluso el jiratorio de la balandra) de los calibres 3, 6, 8, 12; tripulados por cerca de 200 hombres, y componiéndose su guarnicion de parte de los "Granaderos de Fernando VII" y algunos Patricios.

El gobierno de la Junta no se mostró menos fluctuante é indeciso en la eleccion de un jefe de confianza y pericia á quien investir con el mando de una tan débil division, y por lo mismo espuesta en sumo grado á malograrse en las

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