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El deseo de acceder á la amable invitacion de los distinguidos directores de la Revista de Buenos Aires, que tan señalado impulso da al estudio de nuestra historia nacional, recogiendo sus elementos esparcidos; y por otra parte, la oportunidad que se me ofrece de presentar en conjunto los documentos que van al pié de estas líneas, me han estimulado muy principalmente á publicarlas.

Esos documentos diseminados y no generalmente conocidos, tienen una importancia incontestable: forman en su mayor parte, y en compendio, la fisonomía politica de los memorables dias que mediaron entre el desastre de CanchaRayada y la victoria de Maipú. Desearia llamar sobre ellos la atencion. La historia de la gran crisis por que pasó la América del Sud en aquel tormentoso periodo, que puso en peligro su emancipacion, se encuentra allí palpitante y con todos los caracteres de la fé mas robusta, de una esperanza viril, de las agitaciones anhelantes, de los esfuerzos heróicos, que suelen dar á las grandes causas un sello perdurable.

Esos fragmentos de nuestra revolucion, son como las tiendas de un campamento militar abandonado, que señalasen aún las jornadas de los ejércitos, ó como las reliquias del templo en que se adoraba la antigua Patria americana. Yo no he hecho sino recogerlos con piadosa mano, y con el

corazon conmovido. Si trazo algunas líneas que los precedan, es solo á manera de la evocacion de un recuerdo que predisponga el ánimo á la contemplacion de la época delineada, mejor que pudiera hacerlo mi pluma, por los testimonios auténticos á que me refiero. Ademas por que no confesarlo? mezclado personalmente á los acontecimientos que decidieron de la libertad de Chile. del Perú, de Quito, y por tanto de la emancipación del e ntinente, actor en el gran drama que empezó en Buenos Aires, terminando en los campos de Ayacucho, siento una grata expansion al rememorar los tiempos que fueron, y la parte que me asignó el destino en los susesos que fijaron para siempre la suerte del Nuevo Mundo.

Muchas veces me alhagó la idea de dar á la publicidad al menos aquellos en que he sido partícipe; pero mi agitada existencia me ha privado hasta ahora de este solaz á mis afanes, en la manera que lo hubiese deseado. La reseña que sigue no pasa de simples reminiscencias en que se entretiene la vejez conservadora, segun la espresion del poeta: reminiscencias sugeridas por la importante narracion debida á la pluma de mi antiguo y fiel amigo el señor coronel don Manuel de Olazabal, inserta en la "Tribuna" de 28 y 29 de diciembre último, sobre la retirada del ejército unido, con interesantes detalles de sus movimientos y otros hechos, hasta la batalla de Maipú.

Aconteció que no viendo comprendido mi nombre en su verídica relacion, entre los que menciona como activos cooperadores para tan glorioso suceso, dirijile una carta en que le hablaba á ese respecto, con la cordial franqueza nunca desmentida en nuestras relaciones personales, revindicando en mi favor los antecedentes que me ligan á esc periodo de una época eminentemente histórica. Con este motivo y sin poner en duda la rectitud de carácter del coronel Olazabal, le recordé hechos cuya omision no podia imputar sinó á la distancia en que se hallaba de la capital de Santiago, mientras no se aproximó á ella el regimiento de Granaderos á ca

ballo, en que sirvió con tanta bizarría. Mi justa emulacion no se avenia á que pasase completamente ignorada la fervorosa dedicacion con que me esforcé, en compañia de ilustres americanos, á realentar la opinion pública y restablecer la confianza comun, y la de los gefes y oficiales llegados á Santiago despues del lamentable revés del 19 de marzo de 1818, en la sorpresa de Cancha-Rayada. Esto esplica lo bastante la correspondencia amistosa dirigida al coronel Olazabal, y cuyos conceptos, aparte lo puramente confidencial, constituyen el fondo de estos ligeros apuntes, consignados aquí, segun creo haberlo antes espresado, como un rápido preliminar de otros documentos de mas peso, que los confirman plenamente.

Corria el año de 1818. La independencia de Chile acababa de jurarse solemnemente en la plaza principal de Santiago el 12 de marzo del mismo año, (en cuyo acto me cupo la honra de llevar en mis manos la noble bandera del nuevo Estado, como representante de las Provincias Unidas, asistiendo mas tarde á igual ceremonia en la ciudad de Lima, al lado del general San Martin,) cuando este inclito gefe se puso en marcha hacia el sur. Era su intento concentrar las fuerzas que venían retirándose de Concepcion, y marchar con ellas al encuentro del general Osorio, que avanzaba á la cabeza de las fuerzas realistas. Tuve entonces el honor de acompañarlo, hasta que llegando al rio Lontué, formuló su plan estratégico y me envió con urgentes encargos, que tenian por objeto fortalecer la base de sus operaciones; y entre ellos el de obtener del jeneral don Luis de la Cruz, Supremo Director interino de la república de Chile. la inmediata. reunion de las milicias que debian estar prontas á salir á campaña en cualquier eventualidad azarosa, y acumular poderosos elementos con que levantar el bloqueo de Valparaiso, mantenido por buques de guerra de la escuadra española.

Me hallaba yo en Santiago en ejecucion de las órdenes de nuestro general y próximo á trasladarme à Valparaiso, plenamente autorizado por el gobierno para organizar fuerzas marítimas, con que destruir ó alejar sin tardanza la es

cuadra bloqueadora, cuando empezaron á llegar en tropel los primeros dispersos, de los que se salvaron de la sorpresa en la funesta noche del 19 de marzo. Es fácil comprender la confusion y sobresalto propagado en una poblacion, donde en lugar de un tremendo revés, se aguardaba confiadamente una victoria espléndida, haciéndose preparativos costosos para festejarla con suntuosidad.

La crisis en verdad presentábase con síntomas aterradores. El peligro de caer de nuevo bajo el absolutismo de un enemigo engreido con su triunfo, inquietaba vivamente aun á los mas firmes patriotas. Fué entonces que el Supremo Director del Estado, penetrado de la grandeza de su deber, se lanzó á emplear todo medio eficaz para levantar los ánimos consternados y prepararse á la defensa. Por mi parte, colocado en una posicion escepcional, ya como representante de las Provincias Unidas y confidente de los designios del general San Martin, ya como americano ardorosamente empeñado en la empresa que acometíamos, creí legado el momento de redoblar mis esfuerzos. Me apresuré desde luego á pedir al gobierno medidas instantáneas, con que restablecernos del quebranto sufrido, con cuanto material y tropa pudiese reunirse para reforzar el ejército.

Por fortuna de la causa de América, el general Cruz, dotado de cualidades eminentes y de la fortaleza necesaria para hacer frente á las mas graves circunstancias, desplegó la actividad reclamada por las exigencias del momento; exaltó con su ejemplo y su palabra el entusiasmo nacional, y segundado eficazmente y con estraordinaria actividad por el animoso coronel don Manuel Rodriguez, adoptó sin vacilacion resoluciones vigorosas.

Muy pronto empezaron á reunirse en mi alojamiento gefes notables de diferentes armas, que estenuados de fatiga en el empeño de volver á la disciplina á la tropa dispersa, se restituian á sus cuarteles á espera de las órdenes del general en gefe, cuyo paradero ignoraban; no sabiendo tampoco la direccion que hubiese tomado la fuerte columna mandada

por el valeroso coronel Las Heras, que salvó intacta de la sorpresa, por la posicion que ocupaba al caer el enemigo en nuestro campo.

Para definir y aclarar esta crítica situacion, pedí tambien al Supremo Director, convocase instantáneamente á junta popular, todos los gefes reunidos en la capital, entre los que sobresalia el teniente general conde Brayer, veterano del imperio frances, que viniendo del campo de batalla, fué tambien mensajero del terrible fracaso.

El general Cruz no vaciló un momento en acceder á mis instancias. Convocó y reunió en palacio á ciudadanos distinguidos que residian en la capital, y esponiendo en plena sala desembozadamente los peligros que amenazaban la patria, les pidió parecer, con la indeclinable protesta de poner en juego todos los recursos de la república, hasta esterminar al enemigo que se juzgaba vencedor. Esta enérgica promesa contribuyó eficazmente á reanimar aun á los mas desalentados, que le prometieron su cooperacion.

Y aquí es la ocasion de mencionar un incidente grave, ocurrido en esa reunion, por la trascendencia que pudo tener, en medio de la agitacion pública. Sobresalía como he dicho entre los concurrentes, el general Brayer, quien acababa de desempeñar en nuestro ejército las funciones de gefe de Estado Mayor, y que habia presenciado el contraste de la noche del 19. Considerándolo el Director Cruz de los mas competentes por su esperiencia militar y gloriosa carrera en el imperio, se dirigió á él de los primeros para que, como actor en el teatro de la guerra, espusiera francamente si le parecia remediable nuestra desgracia, adelantándose el enemigo á marchas forzadas hácia la capital en persecucion de nuestra tropa desbandada.

El general no titubeó en responder á esta inerpelacion con la autoridad de un militar esperto: "que dudaba mucho "pudiésemos rehacernos de la derrota sufrida, y que por el "contrario la completa desmoralizacion del ejército y el es"trago causado en sus filas, disipaban, segun él, toda espe

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