Imágenes de páginas
PDF
EPUB

EL FINAL DE UNA HISTORIA

I.

Hace mas de diez años que un compatriota nuestro, el señor Narciso Aréstegui, publicó en Lima una novela de regular interés bajo el título de el Padre Horan. Desde sus primeros capítulos se conocía bien que el autor se habia fana ́tizado con la lectura de los Misterios de París y demás romances socialistas que tanta reputacion dieron á Eugenio Sué en el mundo. Así los diálogos en el Padre Horan eran interminables y constituia cada uno de ellos un curso completo de filosofía y de moral. Nosotros hemos creido siempre que la moralidad en la novela debe desprenderse mas del argumento que de las palabras; como el mérito de un cuadro no se destaca de los accesorios. Chocará acaso á alguno nuestra teoría; pero ella vale tanto como otra cualquiera de las que corren por la tierra sin producir un cataclismo.

Por otra parte, nuestro amigo Aréstegui olvidó al escribir su novela que la antigua capital del imperio de los Incas se asemejaba á Paris como una castaña á un huevo. Imitando al romancista frncés en escenas populares, convirtió al Cuzco en una barullópolis que no la conocería el buen Manco-Capac. Al recargar de episodios su obra perjudicó Aréstegui la accion principal en la que el personaje dominante tenía mas mérito que el Claudio Frollo de Victor Hugo, por cuanto no era creacion de la fantasía sinó un ser real é histórico.

Por lo que hace al estilo, sin carecer de bellezas, era un 'tanto desbarajustado.

No se crea por este rápido juicio que el "Padre Horan” se hallaba desprovisto de valor literario. Para ensayo en la novela era harto feliz, atendiendo sobre todo á la inesperiencia y juventud del autor. Estamos seguros que si hoy le viniera en antojo revisarla poco hallaria despues en que cebarse el descontentadizo crítico. Pero por desgracia Aréstegui ha cambiado la pluma de escritor público por la espaJa del coronel en el ejército del sud, y con este cambio ha sepultado acaso y para siempre sus buenas dotes de romancista. Tememos mucho que el "Padre Horan' no haya meecido del que lo sacó á vida una sola mirada en estos últimos tiempos.

II.

Allá por los años en que dominaba el Perú la usurpa-dora autoridad del general Santa-Cruz, existía en el conento de franciscanos de la ciudad del Cuzco un sacerdote. conocido bajo el nombre del Padre Orós y que gozaba de grande influencia en el pueblo. Debida era esta á su reputacion de austeridad, é su talento y dotes oratorios en el sagrado púlpito y mas que todo á su erudicion de cánones.

Los buenos habitantes de la imperial ciudad de los Inras miraban con tal respeto al franciscano que no se encontró entre ellos motilon que no creyese á piejuntillas y como verdad evangélica cuanta' palabra salia de los inspirados lábios del recoleto.

Pero diz por un dia el demonio de la ambicion se le entró en el pecho y codició la mítra de obispo. El camino masfácil para obtenerla era sin disputa mezclarse en alguna intriga política; porque averiguada cosa es que nada lleva mas pronto á la horca y á los altos puestos como tomar cartasen ese enmarañado juego.

Los cuzqueños miran con gran devocion una imagen del Señor de los Temblores que suponen pintada por el pincel de los ángeles. Una mañana empezó á esparcirse por la

ciudad el rumor de que la efijie iba á ser robada por emisarios de Santa Cruz para trasladarla á un templo de Bolivia. El pueblo se arremolinó, acudió la fuerza armada, hubo campanas echadas á vuelo y para decirlo de una vez, un motin en toda forma con su indispensable consecuencia de muertos y heridos. El agitador de las turbas habia sido el Santo Padre Orós.

Pero no fué solo la ambicion el sentimiento que súbitamente habia brotado en su alma. Tambien estaba locamente enamorado de una de sus confesadas, la hermosa Angela B... hija de una respetable familia del Cuzco. La pasion del fraile por ella era una de esas fiebres que matan la razon. El Padre Orós que habia pasado su juventud entregado al estudio, que se habia captado el respeto del pueblo, que distintas ocasiones habia sido elevado al primer cargo de la comunidad franciscana, sacrificó en un instante su pasado de ascetismo y beatitud manchándose con el crimen. Angela que tal vez no habria resistido á un seductor armado de rizados bigotes y de guantes de Preville, tuvo ódio y repugnancia por un amante que vestía hábito de jerga y que mostraba rapado el cerviguillo. El fraile, convertido en un rabioso sátiro, la amenazó con su puñal y por fin desesperado con la obstinada resistencia de la jóven y con sus reproches, terminó por asesinarla.

El mismo dia desapareció del Cuzco el Padre Orós.

III.

Tal es, despojado de episodios, el argumento de la novela á la que cuadraria bien el calificativo de histórica. Veinticinco años habian pasado sin que nadie supiese el fin del Padre Orós y como este hace muy pocos meses que se ha hecho notorio, he aquí porqué la retozona pluma se nos vino á las manos para consignarlo como capítulo final é inédito de la obra de Aréstegui.

De una carta datada en Zepita el 4 de marzo de 1862, tomamos estas líneas:

"Hace algunos años que en el pueblo de Zorata (inmedia to á La Paz en Bolivia) se presentó un hombre de aspecto sério y que revelaba talento y mas que todo cabilosidad. Se instaló en una pobre casita que arregló de tal modo que ninguno podia, por curioso que fuese, penetrar en su interior ni columbrar allí lo que habia ni podia hacerse. El desconocido se ocupaba en el santo empleo de enseñar á los niños las primeras letras. Su conducta era moral y austera. A veces se le veia rezar el oficio divino en el lugar mas recóndito de la casa y tambien se advertia que sus alimentos no pasaban de una sencilla sopa de pan y agua. Era un hombre retirado de la sociedad, sin que por eso tuviese su trato los resábios del misántropo, pues que su conversasion era muy agradable á los que le visitaban. Al fin cayó mortalmente enfermo, y despues de haberse confesado, declaró de un modo humano que él no se llamaba José Mariano Sanchez, sinó que era el Padre Orós, religioso franciscano conventual de la ciudad del Cuzco; que habiendo tenido la desgracia de dejarse vencer por unas afecciones poco honestas, por una jóven su hija de confesion, viendo que esta iba á casarse, la puso estorbos de todo género, y que siendo estos inútiles la asesinó á puñaladas. Dijo tambien al confesor que rejistrase el baul que en su cuarto estaba, donde encontraria el hábito que vestia el dia de su desgracia y el puñal con que habia causado su propia ruina y la de su desdichada víctima. Registrado el baul, se encontró lo uno y lo otro, todavia con manchas de sangre.. A los pocos dias de su confesion y declaracion, murió el desventurado Padre Orós á los veinticinco años de haber empezado su espiacion! Examinado el cuerpo del difunto, se encontró casi descarnado á disciplinazos y en un estado miserable los lagartos de los brazos. Los silicios que se le encontraron fueron tan anchos que apenas dejaban libres las coyunturas de los codos, lo mismo que la cintura".

El Padre Orós habia espiado su crimen sobre la tierra

durante un cuarto de siglo, y sus sufrimientos morales dejan en el espíritu esta magnífica leccion. Hay algo en el homibre tan severo como la justicia de Dios y ese algo es el remordimiento.

Valparaiso, 1862.

RICARDO PALMA.

« AnteriorContinuar »