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cipa del amor que hemos pretendido pintar. La belleza de la jóven ha hablado á sus sentidos y ha jurado gozar de sus en

cantos.

Disfrutando de la confianza de Pizarro le arrancó una órden de prision contra Toparca de quien habia motivos para recelar un alzamiento. Pizarro, esa figura colosal en la historia del Perú, se dejaba dominar muchas veces por los caprichos de sus compañeros y se prestó á ser juguete de don Garcia.

VII.

El gran sacerdote acaba de bendecir el matrimonio de Alaide con el jóven Inca. Van á ser felices... ¡ Maldicion!

Por la costa de un cerro aparece Peralta y seis soldados. Alaide palidece al ver su amenazador aire de triunfo.

El monarca separado violentamente de los brazos de su amada es cargado de hierros y conducido por los españoles.

Don Garcia mira con sarcástica sonrisa á la americana, la toma bruscamente del brazo y obligándola á seguirlo dice: -Ahora nadie puede salvarte.... De grado ó fuerza serás mía!

VIII.

Toparca está reclinado sobre el banco de piedra de su oscuro calabozo. Sus párpados caen con suavidad y una lágrima, trasparente como una gota de rocío, se detiene en sus pestañas.

¿Sueña ó medita?

Su espíritu está entregado á esa vaga absorcion que solemos esperimentar en la vigilia. Sus labios se mueven como si quisieran abrir paso á las palabras. El recuerdo del traico fin de Atahualpa viene á su memoria; mas en medio de tan sombrío pensamiento la imájen de Alaide se presenta á su fantasía como el astro de la luz que disipa las tinieblas.

Quizás la casta flor de sus amores ha sido profanada por las insolentes caricias del estranjero!

Y tú, tierna Alaide, tu, cuya belleza es cópia de la de un serafin, sientes tambien que el llanto anubla la luz de tus pupilas.

Ay de la tórtola amorosa arrebatada del nido donde está su dueño! Ay de la delicada sensitiva cortada del tallo que la vió nacer!

IX.

De pronto se abre la puerta de la prision y se precipita en ella una mujer.

-Alaide! esclama el prisionero estrechándola contra sus

brazos.

-Aparta... aparta tus lábios porque mis besos dan la muerte... Yo he jurado morir digna de tí y... moriré...

-¿Por qué hablas de morir, tortolilla de ojos dulces? Háblame de amor que anhelo oir tu acento mas delicado y rico en armonía que la cántiga del tomequin.... Tus flotantes ropas vierten un perfume mas voluptuoso que el tilo y el tamarindo de nuestras montañas... Tu aliento quema mis sentidos...

-Oh mi bizarro rey! ¡Esposo mio! He conseguido venir á espirar en tus brazos... Desfallecida iba á sucumbir sin vengarme, estrechada por el estranjero... Pero me acordé que en un anillo llevaba el veneno con que inficionan sus armas los indios de Tumbalá y lo apliqué á mis labios... Soy tuya, le dije al español; pero cuando hayas saciado tu brutal capricho, concédeme ir al calabozo de mi señor... El infame firmó una órden para que los carceleros no me estorbasen la entrada y como un tigre famélico se abalanzó á mí. Insensato! ¿no es cierto? Creyó que mis besos de fuego eran un arrebato de placer... Pensó que yo mordia sus labios porque el deleite me embriagaba... ¡Necio mil veces! Al separarse de mi seno... era un cadáver.

-No puede ser verdad cuanto me dices... Tu razon se estravia Alaide...

-Yo soy impura y tu me rechazas... Ya no puedo per

tenecerte... La esclava debe morir. ¡Perdon, Toparca!

-Sin tí, azucena del valle, ¿para qué anhelo la vida? -Eres grande y generoso como tu padre Huaina-Capac... Vive porque la patria reclama los esfuerzos de tu juventud.

ZO...

-La patria! A su nombre me siento reanimado; pero tcdo será inútil... Recuerdas la profecía del gran sacerdote de Caranquis? Cuan presto se ha cumplido! Esclavo cargado de hierros, esposo ofendido... mira lo que soy ahora. En breve quizá seré el segundo de mi estirpe que muera en un cadaly no es mejor luz de mis ojos, sentir que la vida se desprede en la agonía de la pasion?... Alaide, Alaide mia... Dame un beso... La muerte será dulce si la recibo de tus labios... Este calabozo sea nuestro lecho de bodas... ¿Qué importa que tu cuerpo haya sido profanado por la lujuria cobarde del estranjero, si tu alma es tan pura como el mas limpio firmamento? Alaide... yo te adoro!

Y los lábios de los dos amantes se oprimieron con un frenético arrebato. La nube del amor veló sus pupilas, las fibras de sus pechos palpitaron con violencia y el éco sepulcral del calabozo repitió suave y fatigosamente estas palabras:

-Esposo !

-Alaide, Alaide mía!

X

Dos horas despues los carceleros participaban á Hernando Soto que el rejio preso y su esposa habian sido encontrados muertos en su calabozo.

Es fama que Pedro de Candia acusó á Calleuchima de haber "dado yerbas" á Toparca y á don Garcia y que sin atender á sus protestas de inocencia fué descuartizado este valiente general.

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REMINISCENCIAS.

I.

La luna se levantaba en un cielo sin nubes acompañada de las bellezas crepusculares de las comarcas correntinas.Viajábamos acompañando al gobernador de la provincia: llegamos á un arroyo ancho y correntoso por las crecientes de las aguas llovedizas. La escolta se acercó á la orilla, y se desmontó inmediatamente; cuando llegamos en el coche, todos los caballos estaban desensillados y los soldados desnudos, dispuestos á vadear el arroyo nadando.

Desde la orilla lanzáronse tres, cuatro, diez, veinte jinetes conduciendo por la brida á sus corceles, gritando y jugueteando sobre las aguas que iluminaban los rayos pálidos de la luna. En un momento ya estaban en medio del arroyo y solo se distinguian las cabezas de los caballos y los jinetes que nadaban al costado. Un rato despues se pasaban las monturas en unas balsas formadas de las caronas, y en la ribera opuesta bien pronto los soldados estaban con uniforme y los caballos ensillados! En estos paises donde no hay puentes, el paso de un arroyo, de un rio, es una escena llena de novedad y de sor

presa.

Mas árdua era la tarea de pasar el coche. Una pequeña canoa formada de un solo tronco de árbol y de la forma mas primitiva era la embarcion en que íbamos á pasar nosotros.

De troncos de palmeros, de largas cañas tacuaras, y de trozos de madera de diverso largo habíase preparado una es

pecie de balsa para que el carruaje flotase sobre las aguas. Veinte nadadores desnudos iban en los costados conduciendo el coche, dos caballos á cuyas colas estaban atadas dos sogas nadaban tirándolo hacia la orilla opuesta. La algazara era grande, y esa masa de hombres, caballos y carruaje, lanzóse al agua y empezó á flotar. En la otra orilla se preparaban á recibirla.

La luna iluminaba completamente. En la ribera opuesta se desataron las palmas, las tacuaras y los maderos y empezó el arreglo del carruaje. Los soldados estaban ya de uniforme con su capitan á la cabeza.

Sentados en el tronco de un árbol vimos esta escena, repeticion de otra y otras del mismo jénero que habiamos presenciado á la luz del sol.

II.

Sentados á la orilla del Paraná sobre una de las muchas rocas descarnadas y negruzcas que han sido pulidas por las corrientes, teníamos á nuestra espalda uno de esos árboles de largas hojas y de recto tronco, conocidos bajo la denominacion de palmeros, y nos gozábamos en contemplar el sol que se ocultaba tiñendo el horizonte con colores rojizos, alumbrando las cimas de los árboles que señalan el Chaco en la ribera opuesta. Desde aquella roca y al pié de aquel árbol, empezamos á ver dirijirse hácia el rio las aguadoras con sus cántaros en la cabeza, alegres y cantando como las aves en los bosques. Así llegaron á la orilla del rio, sobre cuya superficie los rayos del sol que se ocultaba parecian barras de hierro candente. Esta escena nos recordó la manera sentida con que la Biblia nos cuenta como iban las hijas de los Hebreos á tomar el agua de las fuentes, y, la imájen de aquellas israelitas se presentaba á nuestra mente fascinada por la transparencia de la atmósfera y la poesía de la tarde.

Cuando deteníamos la mirada en uno de esos grupos de aguadoras, vestidas de blanco, con sus brazos desnudos, su seno

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