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CAPÍTULO II.

Arriba á la costa de Caracas un navío de España, y los indios matan la gente que venía en él: prosigue Losada su marcha, y llega al sitio de Márquez.

Al tiempo que Losada pasaba muestra á su ejército en el valle de Mariara, navegaba por la costa de Caracas un navío con cuarenta hombres, que cargado de mercaderías iba de España para Cartagena, y seguido de los corsarios franceses, por asegurarse del peligro que le amenazaba, dió en mano de la desdicha, que no prevenía, pues huyendo por no ser apresado, se acogió al puerto de Guaicamacuto, donde engañados los pasajeros de la falsa amistad. que les mostraron los indios, saltaron en tierra, sin recelar la traición que podía ocultar su disimulo: facilidad que lloró en breve su desgracia, pues acometidos de repente por todas partes de las escuadras que tenía prevenidas la infidelidad de aquellos bárbaros, perecieron todos á manos de su indiscreta confianza; y ufanos los indios con el buen logro de su maldad, pasaron á aprovecharse del despojo por premio de su traición, y sacando lo que pudieron de la carga, pusieron fuego al navío, que convertido en ceniza acompañó á la infausta tragedia de sus dueños, quedando en poder de aquellos bárbaros, entre algunas alhajas de precio que después halló Losada, unas mitras, un cáliz y otros

ornamentos pontificiales que llevaban para el Sr. D. Fray Domingo de Santo Tomás, Obispo que era entonces de la provincia de Charcas.

En el capítulo antecedente dejamos á Losada que, levantando su campo del valle de Mariara, caminaba en prosecución de su conquista; y habiendo llegado en tres días de marcha á la entrada del valle del Miedo, principio de la tierra que buscaba, hallándose ya á las puertas del peligro, previniéndose como cristiano para las contingencias del riesgo, hizo confesar todas sus gentes con dos sacerdotes que llevaba en su compañía, llamados el uno Blas de la Puente, y el otro Baltasar García, fraile del Orden de San Juan; y para que á las diligencias de católico acompañasen las disposiciones de soldados, envió con treinta hombres á Pedro García Camacho (uno de los tres que, como referimos en el libro antecedente, escaparon de la rota de Narváez) para que procurando coger algunos indios, pudiesen tener noticia de la disposición en que se hallaban, é informarse del estado y fuerzas de la provincia; pero los tenía tan recatados la cautela, que sin que bastasen las diligencias que hizo para cumplir con el orden, dió la vuelta al cabo de tres días sin haber podido lograr lo que deseaba.

Pero apenas había llegado al campo, cuando por todas partes se descubrieron diferentes escuadras que, sin llegar á tiro, con su acostumbrada vocería desafiaban á los nuestros, haciendo desde lejos alarde de su fiereza; novedad que obligó á Losada á pasar la noche con cuidado, fiando las centinelas de los primeros cabos de su ejército; y al día siguiente, tomando á su cuidado la vanguardia de su escuadrón en compañía de su alférez Gabriel de Avila y de Francisco Infante, encomendada la retaguardia á D. Francisco Ponce, Pedro Alonso Galeas y Diego de Paradas, empezó á subir la loma de Terepaima (que hoy llaman cuesta de las Cucuizas), llevando toda su gente con las armas en la mano por el recato que pedía la inmediación del enemigo; prevención que fué bien necesaria, pues al llegar á un arcabuco que estaba en la medianía resonaron por las montañas ve

cinas los caracoles y fotutos con que los indios provocaban al rompimiento, á cuyo estruendo, alborotado el ganado de cerda que traían los nuestros, con precipitada fuga echó á correr por el monte, causando algún desorden en la marcha las diligencias que hicieron para recogerlo; y valiéndose los indios de la ocasión de este accidente, con diluvio de flechas que embarazaban el aire, rompieron la batalla, trabándose un sangriento combate de ambas partes, hasta que reconociendo el daño que recibían de nuestros arcabuces, con el estrago de algunos muertos y heridos, tocaron á recoger sus escuadrones, dejando el paso libre para que, vencido el arcabuco, saliese nuestro campo á unas sabanas limpias que había en lo alto de la loma, donde por ser ya tarde y estar la gente fatigada, determinó Losada quedarse acuartelado, logrando la conveniencia de una aguada que se descubría en la ceja de un montecillo que salía de una ladera.

Aquella noche, sin que lo supiera el General, salieron del alojamiento Francisco Maldonado, Pedro García Camacho, Juan de Burgos, Francisco Márquez y un negro llamado Juan Portugués, con ánimo de coger unas gallinas y patos que se alcanzaban á ver en unas casas que se descubrían cerca del real en un vallecito que se formaba al pie de la montaña; habíanlas puesto allí los indios de cuidado, y emboscados aguardaban la ocasión de lograr el lance como lo habían discurrido; y llegados á las casas, Francisco Maldonado, para hacer espalda á los compañeros, ocupó un altillo que dominaba el valle, con una escopeta en las manos, mientras los otros, ignorantes del engaño que había dispuesto la traición, se ocupaban en recoger las gallinas; pero los indios, viendo en las manos el logro que había formado su ardid, salieron de la emboscada con acometimiento tan repentino, que antes que pudiese tener lugar la resistencia, cayó muerto Francisco Márquez, partida la cabeza al golpe de una macana, y herido Burgos en el rostro, y atravesado de una flecha por los lomos Pedro García Camacho, tomaron á buen partido la fuga, por no

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perder todos la vida en la demanda, pues aunque Francisco Maldonado disparó sobre los indios repetidas veces su escopeta, sólo sirvió de aviso para el socorro, porque ignorante Losada de lo que había pasado, oyendo la repetición de los tiros de escopeta, mandó á Francisco Infante que con Esteban Martín, Francisco Sánchez de Córdoba, soldados de á caballo, y otros diez hombres de á pie, fuese á inquirir la causa de aquella novedad no imaginada, y encaminados á la parte donde sonaba el alboroto, llegaron á tiempo que pudieron hacer alto á los que huían para asegurar la retirada, é informado de que quedaba muerto Márquez, haciendo pundonor su bizarría de no dejar el cadáver en poder de aquellos bárbaros, prosiguieron hasta el valle; y renovando la pelea á costa de alguna sangre, con muerte del caballo de Francisco Infante, consiguieron restaurar el cuerpo del compañero, para que la piedad de aquella acción dejase acreditados para siempre los quilates de su valor y punto de su nobleza, pues echándoselo á cuestas entraron con él triunfante en el real, donde le dieron sepultura, quedando eternizada la memoria de su nombre con el suceso de su desgracia, pues hasta hoy se llama aquel paraje el sitio de Márquez.

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CAPÍTULO III.

Prosigue Losada con su marcha: desbarata en batalla á Guaicaipuro y llega con su campo al valle de la Pascua.

El día siguiente desalojó Losada de aquel puesto, y encomendando la retaguardia á Diego de Paradas, dió orden á Pedro Alonso Galeas para que con doce infantes fuese sobresaliente del ejército, para ocurrir al socorro en la parte que más pidiese el aprieto, y de esta suerte, aunque con algunos indios, á la vista, marchó sin novedad que le embarazase el paso, hasta que llegando al sitio que fué teatro infeliz de la rota de Narváez (de cuya lamentable desgracia renovó sentimientos el dolor al ver por aquellos campos insepultos los huesos de los que los acompañaron en su fatalidad), los indios, ó fiados en la conveniencia que les ofrecía la angostura del paraje para acometer á lo seguro, ó animados con la esperanza de que habiendo sido siempre infausto aquel lugar para los españoles, debían de estar en él depositados sin duda sus estragos, atacaron la retaguardia, pegando primero fuego á la sabana, para que entre los rigores del cuchillo y las voracidades del incendio tuviese la muerte duplicados los instrumentos de que valerse para el aumento de sus triunfos, al tiempo que Losada empeñado con su gente en la estrechura, sin poder socorrer á los suyos, se vido en contingencias de perderse, pues combatidos

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