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en él con gente armada, que sujetar los indios la cerviz (con admiración y pasmo) al yugo de la obediencia, escarmentado del daño que recibieron á la primera resistencia que intentaron, pues muerto en la batalla Prepocunate y más de trescientos gandules, no les quedó otro remedio que valerse del rendimiento para conseguir la paz que antes había menospreciado su perfidia.

ТОМО ЇЇ.

CAPÍTULO V.

Prosigue D. Pedro de Silva en su descubrimiento, y desamparado de sus soldados se retira á Barquisimeto: pasa al Perú y después á España, y finalmente muere á manos de los indios Caribes.

Empeñado D. Pedro Malayer de Silva en su descubrimiento por los llanos, fué encaminando su derrota desde que salió de la Valencia siempre al Sur, sin apartarse de la cordillera que llevaba sobre la mano derecha, por gozar la conveniencia de ser las tierras inmediatas á su falda más enjutas y libres de atolladeros; pero como por aquel rumbo eran muy singulares las poblaciones que encontraban, y esas de muy corta vecindad, desde luego empezó á experimentar, á vuelta de otros trabajos, la falta de bastimentos, para común desconsuelo de su gente, si bien á los principios, con las esperanzas de hallar más adelante las mejoras que se prometían á su fortuna, toleraban con algún sufri. miento sus fatigas; pero advirtiendo después que mientras más se iban remontando por aquel piélago sin fondo de los llanos se multiplicaban con exceso las incomodidades y miserias, se fueron desmayando, faltándoles á todos el aliento, pues además de ser la tierra inhabitable, llena de tremedales y anegadizos, de cuyas aguas detenidas, corruptas con el demasiado calor, era imponderable la cantidad de mos.

quitos y sabandijas ponzoñosas que los atormentaban, pas decían también el desabrigo de una total desnudez; porque siéndoles preciso el caminar sin vereda por aquellas sabanas dilatadas, era tanta la aspereza de los pajonales, que como si fueran cuchillos de dos filos les hacían pedazos los vestidos; de suerte que se vieron obligados, para resguardar las carnes, á hacer unos zamarros de pellejos de venado, que les cubrían los cuerpos hasta abajo de las rodillas, pues no era suficiente otro remedio para poder defenderse.

Estas penalidades y trabajos, juntas con el seco natural y condición agria de D. Pedro, tenían tan desabridos los soldados que no había uno que de buena gana le siguiese, recelando todos el poco fruto que con tan malos principios podían prometerse en la jornada. No ignoraba D. Pedro estos disgustos, pero en lugar de sosegarlos con agrado los aumentaba cada día más con su aspereza; pues dejándose llevar de las melancolías que le causaba la experiencia de sus malos sucesos, dió en negarse á la comunicación hasta de sus más amigos, observando un retiro tan extraño, que llegó á hacerse para con todos intratable.

Cinco meses había que caminaban de esta suerte, cuando, por buscar algún consuelo que sirviese de alivio á su aflicción, despachó D. Pedro al capitán Céspedes con treinta hombres para que, adelantándose cuarenta 6 cincuenta leguas, reconociese si por las muestras prometía la tierra alguna esperanza en que pudiesen afianzar las mejoras de su descubrimiento; pero habiendo Céspedes revuelto todos aquellos contornos, sin encontrar otra cosa que mayor disposición para nuevas calamidades y desdichas, después de veintiseis días de trabajos se halló atajado de un lago que, dilatándose con prolongada circunferencia, le embarazaba por todas partes el paso; pero habiendo reconocido que su profundidad no era tanta que estorbase el que se le pudiese buscar vado, atravesó por ella, llevando en partes el agua á la garganta; y puesto de la otra banda, advirtieron algunos soldados que, rompiendo la laguna por una abra que hacía la cordillera, desaguaba para la parte del Poniente;

circunstancia que, observada con más cuidado por un mestizo, gran baqueano de la tierra, que iba en la tropa y se les había agregado en la Valencia, les dió motivo para afirmar (haciendo su demarcación) que aquellas aguas iban á salir muy cerca de la ciudad de Barquisimeto; y como entre todos era común el deseo de desamparar aquella conquista tan penosa, ofreciéndose el mestizo á conducirlos por allí hasta ponerlos en salvo, no fué menester más para que todos clamasen, persuadiendo á Céspedes se lograse ocasión tan oportuna para asegurar las vidas que en tan manifiesto peligro tenían puestas, sin esperar otro provecho de tantas calamidades que dar gusto, á costa de su sangre, á las terquedades de D. Pedro.

No deseaba Céspedes otra cosa que ejecutar lo mismo que le pedían sus soldados; y así, conviniendo desde luego sin repugnancia alguna en la propuesta, empezaron á caminar cortando la serranía por el rumbo que gobernaba el mestizo, si bien antes de emprenderlo les pareció necesario avisar á D. Pedro de su determinación porque no gastase el tiempo en esperarlos, para cuya diligencia, en la corteza de un árbol que llaman Mahagua, le escribieron una carta que contenía estas razones: «Señor Gobernador: cansados ya de andar perdidos tanto tiempo, sin esperanza de hallar mejor tierra, ni ventura de la que hasta aquí hemos visto, determinamos salir á morir entre cristianos; V. S. puede hacer lo mismo, siguiendo nuestros pasos, pues le vamos sirviendo en abrirle el camino.>>>

Escrita esta carta se la enviaron con un indio ladino, criado de Céspedes, que por haber quedado su mujer sirviendo á D. Pedro, aceptó con gusto la embajada, y con mucho mayor prosiguieron ellos su derrota, aunque con la penalidad de ir faltos de bastimentos, pues caminaban atenidos, para poder sustentarse, á las frutas silvestres que encontraban, y el mestizo, como práctico, conocía por seguras para comerlas sin riesgo, hasta que, encumbrada la serranía, empezaron á bajar por unas lomas limpias á unos profundos valles, en uno de los cuales se ranchearon des

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