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CAPÍTULO VII.

Llega á Coro el gobernador D. Diego de Mazariego: puebla el capitán Salamanca la ciudad de Carora; y Pedro Alonso Galeas entra en los Mariches.

Sabida en la corte la muerte de D. Pedro Ponce de León, proveyó el Rey en su lugar para el gobierno de esta provincia á Diego de Mazariego (84), caballero, aunque de muy buenas prendas, más á propósito por su crecida edad para gozar el descanso de su casa que para hacerse cargo del ejercicio de semejante empleo; pero sin embargo, habiéndose resignado á aceptarlo, se embarcó en el puerto de Sanlúcar, y por el mes de febrero del año de 572* llegó á Coro, donde tomada la posesión de su gobierno, no pudiendo, por el embarazo de sus muchos años, dar expediente por sí solo á la ocurrencia de negocios que se ofrecían en la provincia, nombró por su teniente general á Diego de Montes, vecino del Tocuyo; quien usando de la amplia jurisdicción que le comunicó el Gobernador para cuanto pudiese ocurrir la tierra adentro, dió comisión el mismo año de 72 al capitán Juan de Salamanca para que entrase á poblar las provincias de Curarigua y Carora, que demoran hacia el Norte, entre la ciudad del Tocuyo y la laguna de Maracaibo; y como por aquel tiempo había en la gobernación bastante gente descarriada y sin conveniencia alguna,

• Año de 1572.

TOMO II.

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así de la que salió de los Llanos con D. Pedro de Silva, como de la que había venido á la conquista de los Cumanagotos con Diego Fernández de Serpa, con facilidad, publicada la jornada, alistó Salamanca setenta hombres, entre quienes fueron Alonso Gordón, Juan de Gámez, Benito Domínguez, Alonso Márquez, Diego Muñoz, Pedro Francisco, Hernando Martín, Garci-López, Juan Pérez, Juan González Franco, Juan Esteban y otros, con los cuales salió del Tocuyo, y atravesada parte de la provincia de Curarigua, llegó al sitio de Baraquigua, donde en 19 de junio del año de 72 pobló una ciudad que intituló San Juan Bautista del Portillo de Carora, en unas sabanas de temperamento cálido y muy sano, pero faltas de agua, porque el río Morere, que las riega, suele flaquear algunas veces, llegándose á secar del todo si el verano es dilatado.

Críanse en su comarca todas especies de ganado, pero con más abundancia el cabrío, porque los muchos espinos y cardones que producen las sabanas hacen más á propósito el terreno para su multiplico: dase en su jurisdicción grana tan fina como puede ser la de Misteca; bálsamos tan odoríferos que no les hacen ventaja los de Arabia, y otras resinas aromáticas, que tiene aprobada la experiencia por antídoto admirable para curar heridas, y excelente preservativo para pasmos: su vecindad es corta; mas, sin embargo, mantiene una iglesia parroquial con dos curas rectores y un sacristán mayor; un convento del Orden de San Francisco, con dos ó tres religiosos, y una ermita dedicada á San Dionisio Areopagita, que fundaron las mujeres, dotándola de suficiente renta y gruesas capellanías. El Provincial Fray Pedro Simón * pone la población de esta ciudad en el año de 70, siendo gobernador Juan de Chaves; pero constando por los autos que proveyó Salamanca para poblarla lo que tenemos referido, con la venia debida á la autoridad de autor tan clásico, no podemos menos que asegurar error en esto, como en otras muchas cosas; defecto inevitable

Fr. Pedro Sim., not. 7, cap. VIII.

en quien para escribir se ha de gobernar por relaciones. La que tuvo el gobernador Mazariego, luego que llegó á Coro, del estado en que se hallaba la conquista de Caracas, fué motivo para que deseando con brevedad verla concluída, nombrase por su teniente en la ciudad de Santiago á Francisco Calderón, vecino de la de Santo Domingo, que había días asistía en esta gobernación; quien, con el conocimiento de lo que tenía experimentado, trató luego de poner la fuerza á sujetar la nación de los Mariches, que retirados en los montes de su distrito, aborrecían la comunicación española desde que D. Pedro Ponce y Martín Fernández de Antequera (con razón ó sin ella, porque siempre quedó en duda la justificación de su causa) cometieron la atrocidad de mandar empalar á sus caciques, adquiriendo con aquel atropellamiento tan enorme descrédito á su nación y deslucimiento á su fama.

Para esta expedición nombró por cabo á Pedro Alonso Galeas, soldado práctico y capitán experimentado en las guerras de las Indias (como lo ha mostrado en parte el contexto de esta historia), á quien el año de 70 tuvo el teniente Bartolomé García encomendada la misma diligencia; pero ofreciéndose la entrada que hizo Garci-González aquel año al valle de las Huayabas, no pudo tener efecto por entonces, retardándose la ejecución hasta que, animado con el nuevo nombramiento, salió de la ciudad de Santiago por fines del año de 72 con ochenta hombres de la gente más granada, llevando en su compañía al cacique Aricabacuto con algunos indios de sus vasallos, que, como más interesado en la sujeción de los Mariches, deseaba verlos reducidos á la obediencia española; porque siendo este cacique amigo nuestro, y teniendo su población inmediata al terreno de aquella nación ofendida, experimentaba, como más cercano, en las molestias que recibía, los despiques de su agravio, cuya satisfacción procuraba conseguir en aquella coyuntura al abrigo de las armas españolas.

A este fin, habiéndose ofrecido voluntario no sólo á seguir á Pedro Alonso, sino á servirle de guía, lo fué condu

ciendo hasta introducirlo al centro de la provincia; pero como á los indios los tenía aterrorizados el horror, no se encontraba población que no estuviese desierta, sin hallar con quien poder tratar medios de paz, ni en quien ejecutar hostilidades de guerra, hasta que habiendo salido una noche Garci-González de Silva con treinta hombres y orden de Pedro Alonso á reconocer una quebrada, donde por algunas señales, observadas de la curiosidad, se había llegado á sospechar podría haber alguna chusma recogida, halló en lo interior de una montañuela que formaban unos matorrales en lo profundo de un valle, hasta doscientas cabezas entre mujeres y niños, que los indios del pueblo de Guayana, por parecerles parte más segura, tenían allí retiradas; y procurando aprisionarlas, no pudo ser la diligencia tan pronta que con la confusión y el alboroto no se escapasen algunas, y dando aviso á los indios (que atentos siempre con el cuidado de lo que podía suceder, asistían no lejos de la quebrada), antes que los nuestros tuviesen tiempo de asegurar la presa, se hallaron acometidos en el valle de más de trescientos gandules, que acaudillados del cacique Tamanaco con el sentimiento de ver cautivas sus mujeres, menospreciando las vidas á la vista de su ofensa, pretendían, á costa de su sangre, estorbar la ocasión de su deshonra.

Era la noche oscura; el sitio, por la profundidad y matorrales que lo cercaban, de todas suertes incómodo; la desesperación en los indios tanta como el valor en los nuestros; y empeñada la reputación en unos y otros, hicieron tan reñida la refriega, que echando el resto á la porfía, se mantuvieron peleando por espacio de tres horas, hasta que al amanecer, habiendo restaurado los indios algunas de sus mujeres, sin poderlo estorbar, aunque á costa de noventa y seis gandules, que quedaron tendidos en el campo al corte de las espadas, se fueron retirando por una ladera arriba, sin que el cansancio y fatiga con que se hallaban los nuestros diesen lugar para poderlos seguir; pues aunque lo intentó Garci-González con aquel esfuerzo hijo de su mismo

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