Imágenes de páginas
PDF
EPUB

las armas la ofensa que había padecido su lealtad por cumplir como debía con la obligación de buen vasallo; pero aterrorizó de suerte al cacique la inhumanidad de aquel castigo, que sin atreverse á demostración alguna, después de haber estado un rato suspenso, como absorto en la consideración de aquel suceso, levantándose entre los indios una confusa vocería de alaridos, se fueron retirando por el valle, haciendo Garci-González lo mismo para el asiento de las minas, donde había quedado Gabriel de Avila asistiendo con el resto de su campo al beneficio de los metales, en cuya saca se experimentaba cada día más abundante el rendimiento.

Esto obligaba á los españoles á desear con más ahinco la total sujeción de aquellos indios, así por aprovecharse de ellos para el trabajo, como por gozar sin susto la precisa asistencia en las labores; pues aguardando por instantes las invasiones con que los molestaban los bárbaros, era forzoso estar siempre prevenidos, sin dejar las armas de las manos: á este fin, corriendo la tierra con frecuencia desde el asiento de Minas, procuraban hostigarlos por ver si los daños que recibían en sus poblaciones y labranzas podía ser medio para obligarlos á que aceptasen la paz con que les rogaban; pero tenían tan arraigado al corazón el odio contra los nuestros, que sin ser bastantes á mitigarlo los incendios que experimentaban y muertes que padecían, se ostentaban cada vez más obstinados; hasta que habiendo salido una noche Garci-González con treinta hombres y dado de repente sobre el pueblo del cacique Acaprapocón, no obstante la valerosa resistencia que interpusieron los indios para buscar su defensa, consiguió apoderarse de las casas con presa considerable de mujeres y muchachos, aunque no á tan poca costa que no se viese en evidente peligro de la vida, porque habiendo oído rumor en un bujío de la población, entrando á reconocerlo por ver si había en él algunos indios escondidos, le salió al encuentro un bárbaro de presencia agigantada y fuerzas correspondientes á lo que prometía su disforme corpulencia, y enarbolando una

macana, le tiró tan fiero golpe á la cabeza, que no obstante haber aplicado por reparo la interposición de una rodela de acero, le hizo pedazos la celada que llevaba puesta, dejándolo sin sentido con la violencia del golpe; pero socorrido á tiempo de Juan Riveros, Ambrosio Hernández, Andrés Domínguez y Malpartida, tuvo lugar de recobrarse, mientras el bárbaro procuraba defenderse de los cuatro, que haciendo empeño en castigar su atrevimiento, intentaban pagase con la vida su osadía; pero burlándose de todos la despejada destreza con que el gentil esgrimía contra unos y otros la macana, sin que pudiesen ofenderle consiguió la seguridad de retirarse, dejando á Garci-González bastantemente picado con el escozor del golpe recibido; pero recogido al real de Minas con la presa que había adquirido aquella noche, halló en breve motivo suficiente para poder templar su sentimiento, pues reconociendo las indias que había llevado cautivas, pareció entre ellas la mujer principal de Conopoima y dos hijas del cacique Acaprapocón, tan queridas de su padre, que eran el objeto total de sus amores: accidente de tan favorables consecuencias, que en él consistió el fin de aquella guerra y la absoluta sujeción de aquel partido, pues rendidos al amor los dos caciques, pudiendo más en ellos el cariño que rebelde tesón de su porfía, ocurrieron luégo al real de Minas pidiendo la paz con rendimiento; y experimentando cada día las conveniencias que gozaban con el buen tratamiento que tenían, la mantuvieron después con gran fidelidad, hasta que consumidos los más con el rigor de una cruel peste de viruelas, las pocas familias que quedaron en ser pasado el contratiempo de aquella calamidad, desamparando la posesión de su nativo suelo, unas se agregaron á la población del valle de la Pascua, y las más se retiraron á vivir á los valles de Aragua; donde gobernando esta provincia D. Francisco de la Hoz Berrio el año de 617, el teniente general Pedro Gutiérrez de Lugo las recogió al sitio de la Victoria, en cuyo paraje se conservan hasta hoy con una población muy razonable.

CAPÍTULO IX.

Pacifica Francisco Infante los pueblos de Salamanca: entra Francisco Calderón al valle de Tácata, y disgustándose con sus soldados, lo priva el Gobernador del tenientazgo.

Grande fué sin duda el trabajo que tuvieron aquellos primeros conquistadores en la pacificación de esta provincia de Caracas, pues siendo habitada de diferentes naciones sujetas cada cual á particulares caciques, independientes unos de otros en el dominio de sus pueblos, fué preciso irlos conquistando separados, ganando á fuerza de armas la tierra palmo á palmo. Esta fué la causa porque manteniéndose ocho años en una guerra continuada necesitaron de todo aquel espacio de tiempo para llegar al fin de sus afanes y ver perfeccionada su conquista, pues sin permitir lugar para el descanso ni quietud para el reposo, anduvieron mudando siempre la guerra de unas naciones á otras, hasta lograr la sujeción de todas.

Conseguida, pues, la de los Teques, restaba por aquel lado la de los Quiriquires, sus vecinos, que confinando con ellos por la banda del Sueste, extendían sus poblaciones por las orillas del Tuy más de veinte y cinco leguas, hasta lindar por el Oriente con la nación Tumusa, á cuya pacificación por principios del año de 74 entró Francisco Infante 9

TOMO II.

con sesenta españoles y mil indios de las naciones amigas, que ansiosos por militar á la sombra de nuestras armas, quisieron voluntarios acompañar nuestras banderas; y vencida alguna oposición con que los naturales quisieron embarazar la entrada en sus confines, consiguió á poca costa apoderarse de diferentes pueblos, que separados en corta distancia unos de otros, formaban un partido, á quien Juan Rodríguez llamó en su tiempo provincia de Salamanca, donde admitidos de paz los principales caciques, cuando pensó con tan favorables principios dar con brevedad glorioso fin á su conquista, se halló obligado á desampararla y expuesto á la contigencia de malograrlo todo, porque habiendo adolecido Francisco Infante de una calentura maligna, se fué comunicando el achaque á sus soldados, de suerte que, muertos siete de ellos en tres días y multiplicándose por instantes los enfermos, pasó á ser contagioso el accidente, siendo general en todos la dolencia; por cuya razón, no atreviéndose á fiar de la reciente amistad de aquellos bárbaros en ocasión tan apretada, pues la confianza de verlo imposibilitado para el manejo de las armas pudiera darles motivo para intentar algún atrevimiento, dejando en el mejor modo que pudo asegurada la paz de aquellos pueblos, se retiró con su gente á la ciudad, cuyo saludable temperamento, á influjo de su benigno clima, fué el más eficaz antídoto para que luego restaurasen todos la salud perdida, si bien Francisco Infante quedó tan debilitado con el pestífero rigor del accidente, que necesitó de muchos meses de convalecencia para poder recobrarse.

Esta fué la causa por que no pudo perfeccionar la pacificación de aquel partido, que con tan buenos principios había empezado á conseguir su diligencia; pues aunque inmediatamente se trató de volver á proseguirla, hallándose imposibilitado con las referidas subsecuencias de su achaque, la hubo de tomar á su cuidado el teniente Francisco Calderón, quien con ochenta soldados españoles y más de seiscientos indios de las naciones amigas, el mismo año de 74, volvió á entrar por los pueblos de Salamanca, y hallándolos

en aquella paz y obediencia que los dejó Francisco Infante, atravesó el valle de Tácata, corriendo por las orillas del Tuy hasta salir á Súcuta, sin que en todo aquel distrito encontrase quien le hiciese oposición, porque los indios, aprovechándose de lo fragoso de la tierra, habían desamparado sus pueblos, retirándose á los montes mientras pasaba la inundación de aquella entrada: máxima que considerada por Francisco Calderón, con madurez advertida le hizo persuadir á que mientras no se poblase una ciudad en el centro de aquel país, de donde estando á la mano pudiesen con más facilidad repetirse las salidas, sería ociosa cualquiera diligencia que se intentase para conseguir la sujeción de aquella nación cobarde; pues habiéndose de ejecutar desde la ciudad de Santiago, manifestaba la experiencia la facilidad con que al abrigo de las montañas burlaba la cautelosa astucia de los indios cuantas disposiciones formaba la más prudente prevención para el efecto.

Llevado, pues, Francisco Calderón de la fuerza de este dictamen, trató de poner por obra en la sabana que llaman de Ocumare, á orillas del mismo Tuy, la fundación de la ciudad que discurría, por parecerle el sitio más acomodado para el caso (como en realidad lo era, por las grandes conveniencias que ofrecía); pero comunicada con sus soldados la materia, halló fuerte contradicción en los más de ellos; no porque les pareciese mal la resolución, pues siempre la tuvieron por precisa, alabando el acertado discurso de su cabo, pero considerando las circunstancias de la ocasión y del tiempo, representaban los inconvenientes que podían originarse de quedar las fuerzas divididas, sin poder socorrerse unos á otros; pues siendo tan corto el número de españoles que se hallaba en la provincia, quedarían con la nueva población debilitadas las ciudades de Santiago y Caravalleda, faltándoles la gente de que necesitaban para poder conservarse, en cuya consideración era política más prudente atender por entonces á la manutención de lo poblado, que no exponerse al riesgo de abandonar lo adquirido, por la vana presunción de querer asegurar nuevas con

« AnteriorContinuar »