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dió á entender el gusto que tenía de que, depuestas las armas, experimentasen las conveniencias que traía consigo su amistad, cuando su entrada en la provincia no era para hacer daño á quien no provocase su enojo con la guerra; y para prueba de su buena intención no consintió se les hiciese hostilidad alguna en sus casas ni sembrados, por ver si á fuerza de beneficios podían granjear amigos, domesticando la bárbara altivez de aquella gente.

No quiso Losada gozar más de aquella noche del hospedaje de aquel pueblo, y al amanecer del día siguiente prosiguió su marcha en demanda del valle de San Francisco, donde llevaba puesta la mira de poblarse; y aunque se hallaba distante de él sólo tres leguas, siguiendo el río abajo las corrientes del Guaire, no quiso llevar este camino por no exponerse al riesgo de las emboscadas que recelaba, por la conveniencia que para ellas ofrecían los cañaverales de sus márgenes; y así, cogiendo á mano derecha por los pueblos del cacique Guaricuao, salió á un valle tan alegre como fértil, que bañado de las corrientes del río Turmero y abundante de bastimentos, le ofrecía acomodada conveniencia para pasar en él lo que restaba de la Semana Santa y días de Pascua, como lo ejecutó; por cuya causa mantiene hasta hoy el nombre de valle de la Pascua, perdiendo el de Cortés, que tenía antes, por haberlo encomendado Fajardo á Cortés Bicho, un portugués que le acompañó en todas las entradas de su fatal conquista.

TOMO II.

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CAPÍTULO IV.

Matan los indios á Diego de Paradas: llega Losada al valle de San Francisco; procura excusar la guerra, buscando por todos medios la paz, pero no la consigue.

Pasados los días de Pascua sin que los indios hubiesen intentado acometimiento alguno, contentándose sólo con la demostración de andar en cuadrillas por los cerros inmediatos al alojamiento, prorrumpiendo en amenazas contra los nuestros, el miércoles 3 de abril del año de 67 levantó Losada su campo para pasar al valle de San Francisco, de donde se hallaba sólo á distancia de una legua, dejando orden primero á Diego de Paradas para que con veinticinco hombres escogidos se emboscase en un cañaveral cercano al sitio donde habían estado acuartelados, por si pudiese haber algunos indios á las manos, para poder por este medio entablar paz con los caciques, valiéndose de los prisioneros para ajustar por su mano los tratados, accidente que deseaba Losada con ahinco por el conocimiento en que se hallaba de lo costosa que le había de ser la guerra, para sujetar con ella multitud tan indomable.

Emboscado Diego de Paradas, al cabo de una hora que habría partido Losada, entraron por el cañaveral ochenta indios de los Teques, sin que fuesen sentidos de los nuestros, hasta llegar al mismo paraje que ocultaba la embos

cada, donde los soldados por coger algunos de ellos, y los bárbaros, por defenderse se trabó una refriega que pudiera pasar plaza de batalla, supliendo la desesperación en los unos lo que aventajaba el arte militar en los otros. Hallábase á la sazón Diego de Paradas algo apartado de su gente el monte adentro, obligado de una evacuación corporal, y oyendo el rumor de la pelea, llevado de aquel ardiente espíritu con que estaba acostumbrado á ser siempre el primero en los combates, montó á caballo, echándose en los hombros el sayo de armas, sin que la prisa que le daba el deseo de socorrer á los suyos le permitiese lugar para abrochárselo al pecho: ¡fatal descuido que le costó la vida! pues calando la flecha al arco uno de aquellos bárbaros, disparó con tal destreza, que le dejó herido de muerte, atravesándole el costado; pero inflamados con la saeta los últimos alientos de su brío, terciando la lanza al brazo y haciendo piernas al caballo, acometió furioso á su homicida, derribándole muerto al primer golpe; y aunque intentó proseguir en su venganza, postradas ya las fuerzas con la mucha sangre que vertía y oprimido del dolor vehemente de la herida, se desmontó del caballo, sentándose en el suelo para coger con el descanso algún aliento, mientras los compañeros, bramando con el enojo y sentimiento, convertidas en rayos las espadas, hacían pedazos aquellos cuerpos desnudos, sin darse por satisfechos los impulsos de su ira hasta pasarlos todos á cuchillo, pues sólo quedó libre de su saña un mancebo de poco más de veinte años, llamado Guayauta, á quien perdonaron la vida, pagados de su valor, porque después de haber hecho maravillas en su defensa, quedando en singular batalla con Gonzalo Rodríguez, lo trajo tan apurado, que á no haberlo socorrido los demás, hubiera muerto á sus manos, pues huyéndole el cuerpo con destreza á las tretas de la espada, sin darle tiempo á que lo pudiese herir, le soltó al arco tres flechas, que clavándoselas en el rostro, con la sangre y la fatiga lo tenían fuera de sí, mostrándose el gandul tan arrebatado en su desesperación, que aun ocurriendo los demás españoles á la defensa de Rodrí

guez, intentó hacerles rostro, manteniendo la tela contra todos, y con dificultad consiguieron el rendirlo, pues estimando en más la libertad que la vida, ciego con la cólera y enojo, pedía que lo matasen; y mantuvo después tan firme el sentimiento de haberse entregado vivo, que aunque Losada, habiéndole hecho curar las heridas que sacó de la refriega (dándole algunos rescates de regalo), lo despidió para que se volviese, no quiso en más de un año dejar la compañía de los nuestros, dando por motivo la vergüenza que tenía de parecer con vida delante de los suyos, cuando sus compañeros habían tenido la gloria de perderla por la libertad y por la patria, indicio claro de su altivo espíritu, digno por cierto de animar cuerpo más noble.

Terminada la venganza con la mortandad ejecutada (en que no podemos negar tuvo mucha parte la crueldad), acudieron los compañeros á Diego de Paradas, que rendido á la violencia de la herida y postrados los espíritus con la evacuación de la sangre, se hallaba en los últimos alientos de la vida, y aplicándole aquellos preservativos que pudo permitir la incomodidad de aquella urgencia, echándoselo á cuestas entre todos, partieron con presteza en alcance de Losada, á quien, ignorante del suceso, hallaron ya en el valle de San Francisco, donde aunque intentó la cirugía hacer ostentación de los primores de su arte, nada bastó para que el sexto día dejase de perder la vida, con sentimiento general de todos y muy particular de Diego de Losada, por haber sido antiguo compañero en sus fortunas: fué natural del Almendralejo en la Extremadura, caballero notorio por su sangre, y á quien debe esta provincia gran parte de su conquista, pues obrando siempre con el valor correspondiente á su nobleza heredada, no hubo expedición militar en su tiempo á que no concurriese, mereciendo entre todos sus compañeros los aplausos de primero en cualquier lance; acompañó á Felipe de Urre en el descubrimiento de los Omeguas, siendo uno de los treinta y nueve varones memorables que derrotaron el ejército numeroso de quince mil combatientes de aquella nación guerrera, y cuando la

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