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malograse el alcance de los versos; y provocando desde allí á los españoles, los instaba á que dejados los reparos que les servían de defensa, saliesen á mostrar el valor en la campaña.

No rehusó Cobos aceptar el desafío, y dividiendo su gente en dos escuadras, echó la infantería por un lado, y él, con cuarenta caballos que tenía, acometió por otro para obligar á los indios á que acudiendo á dos partes diferentes formasen dos frentes encontradas: iban los delanteros junto á Cobos, Cristóbal Mejía de Avila y Hernando Tello; y como en la destreza con que jugaban las lanzas reconocieron los indios los más evidentes anuncios de su ruina, vueltos á una contra ellos, los marcaron por blanco fijo al tiro de sus saetas, de suerte que no pudiendo resistir los sayos de armas el agudo penetrar de tanta flecha como descargaron sobre los dos jinetes, á los primeros encuentros del combate cayeron muertos á tierra, acompañando los caballos en la desgracia la infeliz fortuna de sus dueños: acontecimiento que, reputado por los indios como premisa cierta de la victoria que esperaban, les dió aliento para empeñarse más en la pelea, renovando con mayor estruendo el militar rumor de la guazábara.

Cobos entonces, animando á los suyos más con el ejemplo que con las palabras, rompió con el bárbaro escuadrón, atravesando con la lanza á cuantos procuraban estorbarlo; pero como la multitud que acaudillaba Cayaurima era tanta, que contrapesando el esfuerzo invencible de los nuestros no daba lugar á que se conociese el menoscabo que padecían sus derrotadas escuadras, llegó á recelar Cobos del suceso viendo el desprecio de la vida con que peleaban los bárbaros y la intrepidez con que ofrecían los desnudos cuerpos á los ardientes cortes del acero.

No con menos confusión se hallaban por su parte los infantes, pues oprimidos de la muchedumbre de los indios, aun no tenían desahogo para jugar las espadas; pero como el valor en los aprietos suele valerse de una temeridad para lograr un remedio, viéndose ya casi perdidos y que los in

dios aclamaban con repetidas voces su victoria, fiados Juan de Campos y Alonso de Grados en las fuerzas corporales con que adornó su robustez naturaleza, atravesaron por medio del ejército enemigo en busca de Cayaurima, y encontrándolo en la frente que hacía oposición á los jinetes, se abrazaron con él, cargándolo entre los dos para llevarlo prisionero: acción que advertida por Cobos, conoció luego consistía en el buen suceso de ella la felicidad de aquel empeño en que se hallaban todos, y para que no lo malograse algún descuido, haciéndoles espaldas con parte de los caballos, los fué convoyando, hasta que amparados del abrigo del alojamiento, quedó asegurado en él el prisionero.

Con esta novedad mudó su teatro de repente la fortuna, pues temerosos los indios del riesgo que corría la vida de su cacique si proseguían con las armas, desampararon el campo apresurados, dejando con la fuga malograda la victoria que tenían entre las manos; y deseando aprovecharse de los auxilios del tiempo para lograr ocasión de poder poner en libertad á Cayaurima, vinieron al alojamiento el día siguiente ofreciendo la obediencia con aquellos rendimientos que suele afectar cauteloso un disimulo: bien conoció Cobos la intención que gobernaba aquel movimiento repentino, y que la paz á que tiraban sólo miraba por fin la libertad del cacique; pero dejándose llevar de la apariencia sin dar á entender que penetraba el alma que llevaban sus intentos, quiso también fiar al beneficio del tiempo las mejoras de su partido y por medio de la amistad (aunque fingida) ver si podía domesticar con la comunicación y con el trato la indomable condición de aquel gentío, á cuyo efecto, poniendo más cuidado en la guardia y prisión de Cayaurima, asentó las paces desde luego, y mudando su alojamiento al río Salado á poca distancia de la boca por donde desagua al mar, pobló la ciudad de San Cristóbal.

A este tiempo llegó á Cumaní por gobernador y capitán general de la provincia Rodrigo Núñez Lobo, y teniendo noticia de la población que había hecho Cobos y el buen estado en que se hallaban los progresos de su conquista,

tomada la posesión de su ejercicio pasó á verse con él á San Cristóbal, y comunicándose los dos muy en secreto, resultó de esta diligencia que Cobos, ó movido de las promesas y ventajosos partidos que le ofreció Rodrigo Núñez, ó porque en realidad (como él decía) quiso hallando la ocasión despicarse de los sentimientos que conservaba de D. Luis de Rojas, por haberle faltado con los socorros que le prometió al tiempo que lo empeñó en su conquista, negando la fidelidad que debía á su legítimo Gobernador, dió la obediencia á Rodrigo Núñez, sometiendo su nueva población y todo aquel partido á la jurisdicción de Cumaná: acción que, atendida con desprecio, por no haber hecho caso de ella don Luis de Rojas, fué el único fundamento para que aquella provincia se quedase desde entonces desmembrada de esta gobernación y sujeta á Cumaná: por cuya causa, no perteneciendo desde aquí al asunto de nuestra historia los sucesos de su conquista, omitiremos referir los varios acontecimientos que sobrevinieron después.

CAPÍTULO VIII.

Despueblase la ciudad de Caraballeda: capitulan los vecinos de Santiago a D. Luis de Rojas; y viene D. Diego de Osorio á gobernar la provincia.

Entramos ya en el año de 1586 en que fenecidas todas las expediciones militares que fueron necesarias para la total conquista y pacificación de la provincia, cuando los vecinos debían gozar en las conveniencias del reposo los apetecibles frutos de la paz que á costa de los desperdicios de su sangre había llegado á conseguir el infatigable tesón de su constancia, empezaron á experimentar por premio de sus fatigas ultrajes y atropellamientos, hijos de la violencia que produjo una sinrazón apasionada, dando principio los enconos de un tema mal fundado á los disgustos y discordias, que duraron después por muchos años, con general perturbación de la república.

Gobernábanse en aquel tiempo las ciudades de la provincia por la dirección de cuatro regidores cadañeros, á quienes por costumbre ó privilegio tocaba la elección de los alcaldes para la administración de la justicia ordinaria, y llegando el año de 86, mandó el gobernador D. Luis de Rojas á los de Caraballeda que no hiciesen la elección como solían, porque quería él ponerlos de su mano. Los regidores, viéndose despojados sin razón de aquella preeminencia que tocaba á sus oficios y en que los debía mantener la posesión en que se hallaban desde que se pobló aquella ciudad, suplicaron con palabras reverentes y modestas del mandato

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