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por cabo principal en diferentes conquistas, manifestando en todas ocasiones los valerosos alientos de su noble espíritu, como hemos referido en diferentes partes de esta historia; y aunque, como prudente, procuró excusarse con el motivo de su poca salud, recelando la contingencia á que exponía su opinión empeñando el crédito donde habían perdido la vida capitanes tan experimentados como Juan Rodríguez, Luis de Narváez y Diego García de Paredes; el Gobernador, conociendo que en la elección de tal caudillo llevaba afianzados los aciertos de su buen deseo, le obligó con ofertas y agasajos á que, aceptando el nombramiento, tomase por su cuenta el desempeño.

A este tiempo llegó de España por gobernador de la provincia D. Pedro Ponce de León, rama ilustre de la casa de Arcos, caballero de mucha experiencia y gran talento, que había sido alcaide de Conil y de las Almadrabas, y se había ejercitado en otros empleos correspondientes á su noble sangre: traía D. Pedro apretadas órdenes del Rey para que con todo esfuerzo procurase conquistar la provincia de Caracas, y hallándose por su antecesor corridas ya las primeras líneas á este intento, confirmó el nombramiento de general á Diego de Losada, dándole nuevos poderes para poblar y repartir encomiendas; y para empeñarlo más con la confianza que hacía de su persona, le entregó para que militasen debajo de su mano tres hijos que traía consigo, llamados D. Francisco, D. Rodrigo y D. Pedro, á cuya demostración, como el ejemplo del superior es el impulso más eficaz para los súbditos, ocurrieron de toda la provincia los vecinos más principales á alistarse por soldados.

Hallábase en la ocasión en el Tocuyo el capitán Juan de Salas, vecino de la Margarita é íntimo amigo de Losada, y viéndolo empeñado en empresa de tanta reputación, se ofreció á acompañarlo en la jornada, dando primero vuelta á aquella isla para traer consigo cien indios Guaiqueries, de los que habían entrado con Fajardo, considerando que, como prácticos de la provincia, podrían servir de mucho á sus designios para facilitar del todo sus intentos; y que

dando acordado entre los dos el tiempo en que se habían de juntar en la Borburata, se partió á poner por obra su promesa, dejando á Losada muy gozoso por la felicidad que prometían tan favorables principios.

Todo el año de 66 gastó Losada en buscar armas, solicitar pertrechos y proveerse de las demás municiones necesarias para el mejor apresto de su ejército; y á principios de enero del de 67 salió del Tocuyo con su gente, y recogiendo de camino la que tenía prevenida en Barquisimeto, pasó á la villa Rica, que después se llamó ciudad de Nirgua, donde con toros, cañas, torneos y otros regocijos militares celebró con los caballeros de su campo el día 20 de enero la fiesta de San Sebastián, escogiéndolo por patrono y abogado contra el mortífero veneno de las flechas, accidente de que tomó principio la costumbre que hoy observa la ciudad de Caracas de celebrar todos los años en su catedral la fiesta de este glorioso mártir, manteniendo (aunque con tibieza) las memorias del beneficio en los cortos obsequios que tributa á su culto.

Fenecidos los entretenimientos de la celebridad referida, despachó Losada su campo á cargo de Francisco Maldonado, á quien nombró por caudillo, con orden de que marchase con él hasta Valencia y que en el valle de Guacara le esperase, mientras él, acompañado de Pedro Alonso Galeas y Francisco Infante, pasaba á la Borburata en busca de Juan de Salas, por ser ya cumplido el término en que había quedado de venir con los cien indios Guaiqueries á incorporarse con él; pero no hallándolo en el puerto, ni noticia alguna de su arribo (aunque lo estuvo esperando quince días), determinó dar la vuelta en demanda de su gente, que cuidadosa de su tardanza había pasado hasta el valle de Mariara, donde por disponer la prevención de algunos sayos de armas y otras cosas de que necesitaba se detuvo ocho días, en los cuales pasó muestra á su ejército y halló constaba de ciento cincuenta hombres, los veinte de á caballo, de quienes era capitán D. Francisco Ponce, hijo del Gobernador; cincuenta arcabuceros y ochenta rodeleros, todos bien aper

cibidos de las armas necesarias; ochocientas personas de servicio, doscientas bestias de carga, porción de ganado de cerda y cuatro mil carneros, de los cuales dió los mil y quinientos á su costa Alonso Díaz Moreno, teniente de gobernador que entonces era de la ciudad de Valencia.

Gozoso quedó Losada al ver la buena prevención con que se hallaba para la ejecución de su conquista; y considerando que el aguardar á Juan de Salas era malograr la oportunidad que le ofrecía el tiempo favorable, levantó el campo, dando principio á su marcha; y mientras la va siguiendo me parece no será desagradable ni fuera de propósito el referir los nombres de los ciento y cincuenta compañeros que le asistieron para lograr su empresa, siquiera porque sus descendientes deban á la solicitud de un extraño lo que por tantos años ha tenido (sin razón) olvidado su descuido.

Fueron, pues, los conquistadores que entraron con Losada los siguientes: D. Francisco, D. Rodrigo y D. Pedro Ponce, hijos del Gobernador; Gonzalo Osorio, sobrino de Losada; Gabriel de Avila, alférez mayor del campo; Francisco Maldonado de Almendáriz, natural del reino de Navarra; Francisco Infante, natural de Toledo; Sebastián Díaz, de Sanlúcar de Barrameda; Diego de Paradas, del Almendralejo; Agustín de Ancona, vasallo de la Iglesia, natural de la Marca; Pedro Alonso Galeas, del Almendralejo; Francisco Gudiel, de la villa de Santa Olalla en el arzobispado de Toledo; Alonso Andrea, de Ledesma; Tomé de Ledesma, su hermano; Francisco de Madrid, natural de Villacastin; Bartolomé de Almao; Sancho del Villar; Cristóbal Gómez; Miguel de Santa Cruz; Juan de Gámez; Martín Fernández de Antequera; Marcos Gómez de Cascajales; Cristóbal Cobos, hijo de Alonso Cobos el que mató á Fajardo; Diego de Montes, natural de Madrid; Francisco Sánchez de Córdova; Martín de Gámez; Pedro de Montemayor; D. Julián de Mendoza; Miguel Díaz, natural de Ronda; Andrés Pérez; Rodrigo del Río; Rodrigo Alonso; Francisco Ruiz; Pedro Rafael; Juan Gallegos; Pedro Cabrera; Cristóbal Gil; Alonso Ortiz, escribano del ejército; Alonso de

Salcedo; Juan Alvarez; Vicente Díaz; Pedro Mateos; Antonio Rodríguez; Francisco Román Coscorrilla; Martín Alonso; Alonso de León; Alonso Ruiz Vallejo, natural de Coro; Melchor Gallegos; Juan Cataño; Gonzalo Rodríguez; Bartolomé Rodríguez; Cristóbal de Losada, natural de Lugo; Francisco de Vides; Esteban Martín; Diego de Antillano; Pedro Garcia Camacho; Domingo Baltasar; Gonzalo Clavijo; Miguel Fernández; Baltasar Fernández, su hermano; Gregorio Ruiz; Juan Serrano; Diego de Henares; Juan Ramos Barriga; Simón Jiraldo; López de Benavides; Juan Fernández de León; Alonso Gil; Juan de Sanjuan; Duarte de Acosta, Damián del Barrio, natural de Coro; Gaspar Tomás; Andrés de Sanjuán; Juan Fernández Trujillo; Pedro García de Avila; Melchor Hernández; Alonso de Valenzuela; Domingo Jiral; Pedro Serrata; Juan García Casado; Juan Sánchez; Fernando de la Cerda; Pablo Bernaldes; Pedro Alvarez Franco; Antonio de Acosta; Juan Bautista Melgar; Sebastián Romo; Juan de Burgos; Francisco Márquez; Alonso Viñas; Andrés Hernández; Francisco Agorreta; Antonio Pérez Africano, natural de Orán; Gaspar Pinto; Diego Méndez; Juan Catalán; Alonso Quintano; Jerónimo de Tovar; Juan García Calado; Francisco Guerrero; Francisco Román; Gonzalo Pérez; Pedro Hernaldos, Andrés González; Gregorio Gil; Francisco Rodriguez; Manuel López; Francisco Pérez; Francisco de Saucedo; Juan de Angulo; Francisco de Antequera; Antonio Pérez Rodríguez; Gregorio Rodríguez; Maese Francisco, genovés; Francisco Tirado; Antonio Olías; Melchor de Losada; Jerónimo de la Parra; Juan de la Parra, su hermano; Justo de Cea; Pedro Maldonado; Abraham de Cea; Francisco de Neira; Francisco Romero; Manuel Gómez; Jerónimo de Ochoa; Bernabé Castaldo; Maese Bernal italiano y Juan Suárez, á quien llamaban el Gaitero.

Estos son los que de la confusión del olvido ha podido sacar á luz mi diligencia, sin que de los restantes haya dejado el tiempo ni aun sombra de su memoria.

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