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na huella: por aquí, guiado de Villalpando y seguido de mil dificultades y embarazos, emprendió el Draque su marcha con tanto secreto y precaución, que antes que lo sospechasen ni sintiesen salió con sus quinientos hombres á vista de la ciudad por el alto de una loma, donde irritado con la maldad que había cometido Villalpando de ser traidor á su patria, lo dejó ahorcado de un árbol, para que supiese el mundo que aun han quedado saúcos en los montes para castigo digno del escariotismo.

Hallábase la ciudad desamparada, por haber ocurrido los más de los vecinos con los Alcaldes al camino real de la marina para defender la entrada, pensando que el enemigo intentase su marcha por allí; y viéndose acometidos de repente los pocos que habían quedado, no tuvieron más remedio que asegurar las personas con la fuga, retirando al asilo de los montes el caudal que pudo permitir la turbación, dejando expuesto lo demás al arbitrio del corsario y hostilidades del saco.

Solo Alonso Andrea de Ledesma, aunque de edad crecida, teniendo á menoscabo de su reputación el volver la espalda al enemigo sin hacer demostración de su valor, aconsejado más de la temeridad que del esfuerzo, montó á caballo, y con su lanza y adarga salió á encontrar al corsario, que marchando con las banderas tendidas, iba avanzando á la ciudad; y aunque aficionado el Draque á la bizarría de aquella acción tan honrosa dió orden expresa á sus soldados para que no lo matasen, sin embargo ellos, al ver que haciendo piernas al caballo procuraba con repetidos golpes de lanza acreditar á costa de su vida el aliento que lo metió en el empeño, le dispararon algunos arcabuces, de que cayó luego muerto, con.lástima y sentimiento aun de los mismos corsarios, que por honrar el cadáver, lo llevaron consigo á la ciudad para darle sepultura, como lo hicieron, usando de todas aquellas ceremonias que suele acostumbrar la milicia para engrandecer con la ostentación las exequias de sus cabos.

Bien ajenos de todo esto se hallában Garci-González de

Silva y Francisco Rebolledo esperando al enemigo en el camino real de la marina, cuando tuvieron la noticia de que, burlada su prevención, estaba ya en la ciudad; y viendo desbaratada su planta con la no imaginada ejecución de la interpresa, echando el resto á la resolución volvieron la mira á otro remedio, que fué bajar al valle con la gente que tenían, determinados á aventurarlo todo al lance de una batalla, y procurar á todo riesgo desalojar de la ciudad al enemigo; pero recelándose él de lo mismo que prevenían los Alcaldes, se había fortalecido de suerte en la iglesia parroquial y casas reales, que habiendo reconocido por espías la forma en que tenía su alojamiento, se discurrió temeridad el intentarlo, porque pareció imposible conseguirlo.

Pero ya que no pudieron lograr por este inconveniente el desalojo, dividieron la gente en emboscadas para embarazar al enemigo que saliese de la ciudad á robar las estancias y cortijos del contorno: asegurando con esta diligencia las familias y caudales que estaban en el campo retirados, en que se portaron con disposición tan admirable, que acobardado el corsario con las muertes y daños que recibían sus soldados al más leve movimiento que pretendían hacer de la ciudad, se redujo á mantenerse como sitiado, sin atreverse á salir un paso fuera de la circunvalación de su recinto, hasta que al cabo de ocho días, dejando derribadas al gunas casas y puesto fuego á las demás, con el saco que pudo recoger en aquel tiempo, se volvió á buscar sus embarcaciones, que había dejado en la costa, sin que la buena disposición con que formó su retirada diese lugar para picarle en la marcha ni poder embarazarle el embarque.

Estaba ya el gobernador D. Diego de Osorio en la ciudad de Trujillo en prosecución de su visita, cuando tuvo la noticia de la invasión ejecutada por el Draque, y deseando acudir cuanto antes á lo que pudiese remediar con su presencia, dando el más breve expediente que pudo á los negocios más urgentes que tenía entre manos, volvió á principio del año de 96 á la ciudad de Santiago á tiempo que halló en ella, recién llegado de España, al Licenciado Pedro

de Liaño, que con comisiones muy apretadas del Rey había venido á la averiguación de algunos fraudes cometidos en rescates y arribadas de navíos sin registro; y como quiera que semejantes diligencias y pesquisas traen siempre consigo la inquietud general de una república, y los precisos costos de condenaciones y salarios, aunque los procedimientos de Liaño fueron tan arreglados que no excedieron los lí mites de una moderación justificada, no dejó la ciudad de padecer bastantes vejaciones y molestias, que cogiendo á los vecinos lastimados con el trabajo tan reciente de la invasión del pirata, fueron por ocasión de aquel accidente más sensibles; para cuyo reparo, y que constándole al Rey las cortedades en que se hallaba la provincia mandase suspender el curso de la pesquisa, enviaron á España por su procura dor general á Nicolás de Peñalosa; diligencia que aprovechó poco al remedio, porque siendo el recurso dilatado, cuando vino la resolución del Consejo, ya Liaño, fenecida su comisión y llevando por delante las condenaciones y salarios, se había vuelto para España.

En este estado estaba la provincia cuando el año de 97, para desconsuelo general de sus habitadores, cesó D. Diego de Osorio en la administración de su gobierno, porque atendiendo el Rey al cúmulo de sus méritos y á dar alguna recompensa á sus servicios, lo promovió á la presidencia de Santo Domingo y nombró por gobernador en su lugar á Gonzalo Piña Lidueña (87), que después de haber poblado la ciudad de Gibraltar á las orillas de la laguna de Maracaibo, vivía retirado en la ciudad de Mérida, donde teniendo noticia de su ascenso, pasó luego á tomar posesión de su go. bierno, que ejercitó con mucha paz y aceptación de los vecinos hasta el día 15 de abril del año 600, en que, acometido de una violenta apoplejía, murió en la ciudad de Santiago: eran alcaldes ordinarios aquel año Diego Vázquez de Escobedo y Juan Martínez de Videla, y en virtud de lo determinado por la Real cédula que consiguió Sancho Briceño el año de 70, se declararon el mismo día alcaldes-gobernadores, haciendo después lo mismo los de las demás ciudades, cada

cual en su distrito: ejercicio en que duraron muy poco, porque teniendo noticia la Real Audiencia de la muerte de Gonzalo Piña Lidueña, nombró por su gobernador interino á Alonso Arias Baca, vecino de la ciudad de Coro, hijo del Licenciado Bernaldes, aquel célebre letrado que por nombramiento de la misma Audiencia tuvo dos veces en esta provincia el mismo empleo, como dejamos referido en el contexto de esta historia; con lo cual, añadiendo sólo la muerte del Sr. Obispo D. Fr. Pedro de Salinas, que sucedió el mismo año de 600 en la ciudad del Tocuyo, daremos fin á esta primera parte, dejando, con el favor de Dios, para materia del segundo tomo los acontecimientos y sucesos de todo el siglo subsecuente.

O. S. C. S. M. E. C.

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