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una quebrada muy honda que se ofrecía por delante, guarnecida de dos peñones altos y peinados, en que, como lugar más acomodado para la ofensa, se había fortalecido el cacique con mil indios de los más valientes y esforzados que conocía en su nación, que apenas descubrieron nuestro campo cuando poblaron el aire de flechas y tiraderas para que conociesen los nuestros las dificultades que tenía el paso de la quebrada; pero Losada, cogiendo la delantera y valiéndose de la resolución sin dar lugar al discurso, haciendo piernas al caballo, mandó que, disparando sin cesar los arcabuces, le siguiesen, desfilados y acompañados de Juan Ramos, empezó á subir por una media ladera que salía á lo alto de los peñones, á cuyo ejemplo los demás cogieron la misma senda, sin que la multitud de flechas que disparaban los indios les embarazase el repetir la descarga de los arcabuces; de que, amedrentados los bárbaros, habiendo herido (aunque levemente) á Losada por debajo de la celada que llevaba en la cabeza, con repentina fuga desampararon los peñones, dejando el pueblo abandonado á discreción de los nuestros, pero á tiempo que, sin poder gozar los efectos del suceso, les obligó á retirarse una novedad impensada, malogrando por entonces la pacificación que ya tenían en términos de conseguida; y fué el caso, que luego que Losada salió del valle de San Francisco, los indios, que cuidadosos observaban todos los movimientos de los nuestros, pareciéndoles buena ocasión para derrotarlos el cogerlos divididos, juntándose hasta dos mil gandules de pelea, bajaron de las serranías y con continuos asaltos molestaron de calidad á Francisco Maldonado, sitiándole en su alojamiento, que sin bastar el valor con que peleaba, ni el arte militar con que se defendía, viéndose falto de bastimentos y tan oprimido de las asechanzas de los bárbaros, que, sin poder remediarlo, no se descuidaba persona de servicio que no muriese á sus manos, determinó, valiéndose de un indio amigo, á dar aviso á Losada del aprieto en que se hallaba, noticia que recibió á tiempo que, avanzando los peñones de Aricabacuto (como referimos), cantaba la victoria de su vencimiento; pero pa

reciéndole acción más hija de la prudencia el conservar lo adquirido que el proseguir lo dudoso, dió con celeridad la vuelta al valle de San Francisco al socorro de los suyos, en que anduvo tan feliz que, sin llegar á las manos, sólo á la voz de su venida desampararon el sitio, retirándose los indios á las montañas vecinas y dejando libre á Maldonado de la opresión que tenía.

CAPÍTULO VI.

Envía Losada á D. Rodrigo Ponce á buscar bastimentos á los Tarmas: vence la batalla de la Quebrada, y se retira.

Aunque con la retirada de los indios gozaron nuestros españoles de algún alivio, descansando de la molesta fatiga de las armas, se hallaban bien afligidos por experimentarse cada día más rigorosa la falta de bastimentos á causa de haber los indios talado todas las sementeras inmediatas para hacer más cruel la guerra con la hostilidad de la hambre; y siendo preciso ocurrir al remedio de necesidad tan urgente, envió Losada á D. Rodrigo Ponce con cuarenta soldados de á pie, cuatro hombres de á caballo y bastante número de indios de servicio, para que corriendo las poblaciones de los Tarmas y Taramainas (que habitaban á la parte del Poniente en las serranías que corren sobre el mar), juntase los bastimentos posibles para socorro del campo.

Partido D. Rodrigo con su gente, llegó á la medianía de una loma, de donde descubrió en las vegas que formaba una quebrada algunas sementeras, que abundantes de maíz, yuca y otras raíces, le ofrecían con facilidad lo que buscaba con ansia; y logrando ocasión tan oportuna, dió orden á sus soldados para que bajando á la quebrada recogiesen con presteza lo que solicitaban con ahinco, quedándose él

con los cuatro de á caballo en un alto de la loma á guardarles las espaldas, á tiempo que por la ladera de una cuchilla salieron cinco gandules, que coronados de penachos y embarnizados de bija, armados de arcos y flechas, con bizarra resolución provocaron á combate á los cinco de á caballo.

Estaba entre los gandules uno que llamaban Carapaica, Taramaina de nación, y teniendo éste por desaire de su valor el pelear con la ventaja que le daba la ladera, donde no podían llegar los jinetes por ser el sitio arriesgado al manejo de los caballos, despreciando su seguridad por ma nifestar su valentía, salió á lo raso de la loma haciendo cara á los cinco, y vista por D. Rodrigo su arrogancia, hizo piernas al caballo para atravesarlo con la lanza, á cuya demostración el Carapaica, echando atrás el pie derecho y calando al arco una flecha, disparó con tal violencia, que la clavó en la celada, á tiempo que ejecutando el golpe don Rodrigo, le pasó la muñeca del brazo izquierdo, metiéndole la cuchilla por dentro de las dos canillas; pero el bárbaro, encendido de furor y bramando de coraje, echando mano á la lanza, tiró de ella con tal furia, que aunque D. Rodrigo aplicó todo su esfuerzo á defenderla, viendo que el Carapaica se lo llevaba tras sí sacándolo de la silla, tuvo por mejor partido el cederla á la violencia, dejándosela en las manos; de que vanaglorioso el gentil, quedó haciendo ostentación de su victoria, enarbolando la lanza como despojo del triunfo.

Entre tanto no tenían poco que hacer los compañeros, pues acosados por todas partes de más de trescientos gandules (que ocupando las cuchillas de la loma habían ocurrido á la refriega), eran tan repetidas las cargas de flechería, que viéndose en parte donde no podían valerse de los caballos, por lo deslizables que eran las laderas, tomaron por acuerdo el retirarse al abrigo de los infantes, que se hallaban en las vegas de la quebrada cogiendo los bastimentos; y juntos en un cuerpo, porque los indios no se gloriasen ufanos con la altivez de haber quitado la lanza á

D. Rodrigo y quedar dueños del campo, volvieron á su bir la loma arriba á restaurar algo de la opinión perdida; pero el Carapaica, que como caudillo capitaneaba las bárbaras escuadras, astuto y cauteloso, sin aguardar el combate desamparó la loma, fingiendo retirarse acobardado; de que satisfechos los nuestros, sin proseguir en su alcance, engañados con la máxima común de hacer la puente de plata al enemigo que huye, dieron la vuelta á la quebrada, y asegurando los bastimentos recogidos, tomaron la marcha para el valle de San Francisco, gozosos con el socorro que llevaban para alivio de la necesidad que padecían; mas como la retirada de Carapaica había sido operación nacida de militar estratagema y no efecto producido de cobardía, aumentando de más tropas que por instantes le llegaban de refresco, como práctico del país y acostumbrado á pisar las malezas de aquel sitio, tomando por sendero una ladera, se descolgó á la quebrada sin ser visto de los nuestros, hasta que habiéndoles cogido las espaldas, atacó de repente la batalla, poniendo en confusión la retaguardia.

D. Rodrigo, viéndose acometer cuando menos lo esperaba, hizo alto con su gente, volviendo la cara al enemigo; pero éste, sagaz y prevenido, apenas dió la primer carga de flechería, cuando dividiendo en mangas su escuadrón, ocupó por todas partes la quebrada y faldas de la loma, para que con la diversión fuese más formidable el encuentro que intentaba, lográndolo á la sombra de la confusión que pretendía: disposición que obligó á los nuestros á que, divididos en escuadras también, peleasen separados para oponerse á la multitud que los acometía, trabando de esta suerte en diferentes partes la batalla.

Hallábase Francisco Infante con otros dos de á caballo guardando las espaldas á los soldados de á pie, y descubriendo cerca una cuadrilla de indios que bajaba de refresco, seguido de los que le acompañaban, los acometió resuelto, haciéndolos retirar la loma arriba; pero siguiendo el alcance, divertido con el ardor de la pelea, sin ver por dónde iba, cuando volvió en sí se halló atajado entre unas

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