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altas barrancas que, ajenas de humana huella, negaban el paso á la salida, al tiempo que acobardados algunos de los soldados, no pudiendo sostener el ímpetu de los bárbaros ni la multitud de las flechas que disparaban, empezaron á retirarse temerosos hacia la parte donde se hallaba Francisco Infante acongojado por no poder salir á socorrer á los suyos; y viendo entre los que huían á Alonso Ruiz Vallejo (que después fué vecino encomendero de Barquisimeto), hijo natural del contador Diego Ruiz Vallejo, habido en una india de las Caiquetias de Coro, arrebatado de cólera le dijo: «¡Ah, indio! ¿cómo huyes, infamando la sangre de tus padres? Si eres hijo de Diego Ruiz Vallejo, no heredaste de él el ser cobarde,>>

Es muy poderoso el pundonor en quien tiene buena sangre, y así, oyéndose injuriar Alonso Ruiz, inflamado el corazón al recuerdo de las obligaciones del padre, volvió en sí de aquel temor que violentaba su espíritu, y embrazando la rodela y echando mano á la espada, determinado á morir para soldar su opinión, bajaba ciego de enojo en busca de los contrarios, cuando encontrando en la loma á Carapaica, que con la lanza de D. Rodrigo en las manos andaba infundiendo aliento á sus escuadras, pareciéndole buena ocasión para lavar con su sangre la mancha de su descrédito, sin esperar á valerse de la espada, por desahogar cuanto antes el incendio que le atormentaba el pecho, se abrazó con él para quitarle la lanza, y luchando el bárbaro por defenderla, asido el uno del otro se precipitaron juntos por una barranca abajo, hasta caer á la quebrada, donde ocurriendo otros veinte indios á ayudar á Carapaica, sin perder el aliento Alonso Ruiz, aunque atormentado de la caída, se defendía valeroso; pero hecha ya pedazos la rodela á los golpes de las macanas, y hallándose con tres heridas penetrantes, hubiera desmayado en el combate á no ser socorrido de dos amigos indios, llamado el uno Juan, criado de Diego de Montes, y el otro Diego, Caiquetio de nación (que habían venido desde Barquisimeto con los nuestros), que esgrimiendo el uno un estoque y jugando el

otro una lanza, se portaron con tal brío, que dejando muertos ocho de los contrarios, hicieron retirar á los demás, sacando del aprieto á Alonso Ruiz en ocasión que desamparado el campo de los bárbaros, por todas partes se cantaba por nuestra la victoria, teniendo lugar con este buen suceso para dar la vuelta al valle de San Francisco llevando los bastimentos que tanto afán les costaron.

ΤΟΜΟ ΙΙ.

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CAPÍTULO VII.

Funda Losada la ciudad de Caracas, y dase cuenta del estado á que ha llegado su crecimiento.

Aunque Losada había estado siempre en ánimo de no poblar hasta tener pacificada la provincia, conociendo por la obstinación que experimentaba en los indios lo dilatada que iba su conquista, para poder con más comodidad y conveniencia conseguirla y tener en cualquier adverso accidente segura la retirada, se resolvió á fundar una ciudad en el valle de San Francisco, á quien intituló Santiago de León de Caracas (81), para que en las cláusulas de este nombre quedase la memoria del suyo, el del Gobernador y la provincia; y hechas las diligencias que en semejantes casos se acostumbran, señalado sitio para la iglesia y repartidos solares á los vecinos, nombró por regidores á López de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Antequera y Sancho del Villar, que, juntos en cabildo, eligieron por primeros alcaldes á Gonzalo de Osorio, sobrino de Losada, y á Francisco Infante.

El día en que Losada ejecutó esta función es tan ignorado en lo presente, que no han bastado mis diligencias para ave. riguarlo con certeza, pues ni hay persona anciana que lo sepa, ni archivo antiguo que lo diga; y cuando pensé hallar en los libros de cabildo expresa con claridad esta circuns

tancia, habiéndolos reconocido con cuidado los encontré tan diminutos y faltos de las noticias de aquellos primeros años, que los papeles más antiguos que contienen son del tiempo que gobernó D. Juan Pimentel: ¡descuido ponderable y omisión singular en fundación tan moderna! El maestro Gil González (discurro que gobernándose por el título de la ciudad) asegura fué su fundación día de Santiago; pero no dudo erraría el día quien con tanta claridad erró en el año, pues pone esta fundación hecha el de 530, cosa tan irregular y sin fundamento que dudo el que pudo tener autor tan clásico para escribir tal despropósito; y así, dejando esta circunstancia en la incertidumbre que hasta aquí, pues no hay instrumento que la aclare, pasaremos á dar noticia del estado á que ha llegado esta ciudad de Ca

racas.

En un hermoso valle, tan fértil como alegre, y tan ameno como deleitable, que de Poniente á Oriente se dilata por cuatro leguas de longitud y poco más de media de latitud, en diez grados y medio de altura septentrional, al pie de unas altas sierras que con distancia de cinco leguas la dividen del mar, en el recinto que forman cuatro ríos que, porque no le faltase circunstancia para acreditarla paraíso, la cercan por todas partes, sin padecer sustos de que la aneguen; tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen: sus aguas son muchas, claras y delgadas, pues los cuatro ríos que la rodean á competencia la ofrecen sus cristales, brindando al apetito en su regalo, pues sin reconocer violencias del verano, en el mayor rigor de la canícula mantienen su frescura, pasando en el diciembre á más que frías; sus calles son an

*Teatro Eccles.

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