Imágenes de páginas
PDF
EPUB

venida sería en cualquier ocasión muy estimada; fineza que agradeció Losada, así por ver la buena correspondencia del amigo, como por la importancia del socorro, que constaba de cuatro piraguas cargadas de bastimentos (bien necesarios por falta que de ellos padecían), quince hombres españoles, entre quienes venían Andrés Machado, Melchor López y Lázaro Vázquez, soldado antiguo de estas conquistas, por haber sido uno de los que acompañaron á Fajardo, y cincuenta indios Guaiqueries, que sirvieron con gran valor y lealtad en cuanto se ofreció después.

Al venir Salas de la Margarita sucedió que Melchor López, que gobernaba como cabo una piragua, tuvo maña y dispo. sición para aprisionar á uno de los caciques de la costa llamado Guaipata, fingiéndose mercader, que venía á buscar rescates; y aunque después de conocido el engaño ofrecía por su libertad cuanto tenía, no quiso Melchor López aceptar el interés, por hacer el cotejo de entregarlo á Losada, por si acaso pudiese servir de algo á sus intentos; galantería que salió tan acertada que de ella se originaron los primeros movimientos de la pacificación, pues llegado el cacique á la presencia de Losada, valiéndose de aquel agrado que era natural en sus acciones, después de haberlo puesto en libertad le pidió solicitase con los demás caciques lo admitiesen por amigo, sin dar lugar á que, prosiguiendo con la guerra, les obligase á conceder á las armas lo que negaba al ruego; de que agradecido el Guaipata, volvió al cabo de ocho días con otros dos caciques de la costa, á quienes conmovió su persuasión para que, dando gustosos la obediencia, jurasen paz con Losada, que mantuvieron después firmes, sin visos de deslealtad.

Al tiempo que pasaba lo referido en la conquista de Caracas se hallaban en la ciudad de Coro el gobernador don Pedro Ponce de León y el Sr. Obispo D. Fr. Pedro de Agreda, y llegada la noche del día 7 de setiembre surgió sin ser sentido en el puerto un navío de corsarios ingleses, y echando la gente en tierra, al romper el alba el día siguiente acometió á la ciudad, que, hallándose desprevenida

entre las confusiones de un asalto repentino, no pudieron sus vecinos valerse de otra defensa que la que permitió el susto, afianzando con la fuga su seguridad, y aun ésta fué necesario ejecutarla con tal prisa que obligó á sacar cargado al Sr. Obispo y esconderlo en el retiro de un monte, porque no quedase expuesta su persona y dignidad á los desacatos. de aquella canalla infiel, que apoderada de la mísera ciudad, no satisfecha su rabia con las hostilidades del saco, cometió su bárbara insolencia en los vasos sagrados é imágenes de la catedral los sacrilegios que acostumbra la herética perfidia; y queriendo poner fuego á los edificios para que las cenizas del incendio fuesen los mejores testigos de su impiedad, redimieron los miserables vecinos la vejación de su ruina á costa de tres mil pesos que pudieron juntar entre todos de lo que habían escapado al retirarse; con que satisfecha en parte la codicia de los corsarios, después de haber estado en tierra cuatro días, se hicieron á la vela, dejando tan destruída la ciudad, que en muchos años después no pudo volver á lo que era antes.

CAPÍTULO IX.

Acometen los indios á la ciudad de Caracas: sale Losada al encuentro y con facilidad los desbarata.

Desconfiado Guaicaipuro de lo mal que le había terciado la suerte con Losada, se mantenía retirado esperando la ocasión para valerse de los auxilios del tiempo, á cuya sombra se prometía poder lograr la venganza que maquinaba en su pecho; pero viendo que Losada, con la población que había dispuesto, llevaba su asistencia muy despacio y que aquello era tirar á sujetar la provincia con el fuego lento de una guerra dilatada, fué tan eficaz en aquel bárbaro la consideración de este recelo, que, apurando la espera al sufrimiento, aquel ánimo indomable, acostumbrado á mantener la libertad con los riesgos de su sangre, culpaba la tibieza con que hasta allí había procedido su descuido; y determinado á sacudir el yugo que tenía, antes que apretasen las coyundas que esperaba, empezó á conmover los caciques y concitar las naciones para que, como interesados en la común defensa, acudiesen con sus armas á restaurar la libertad que imaginaban perdida por haber llegado el caso en que era necesario que obrase la resolución ayudada del poder; mas como la determinación había de ser entre muchos, aunque fué grande la eficacia con que instaba Guicaipuro, no fué posible el convenirse tan breve, que no hubiese lle4

TOMO II.

gado antes el año de 68, * en cuyos principios, ajustado ya entre todos el llevar la materia á fuerza de armas, determinaron que para cierto día, con el mayor número de tropas que pudiese alistar cada cacique, concurriesen todos los interesados en el sitio de Maracapana (que es una sabana alta al pie de la serranía inmediata á la ciudad), y echando el resto á la desesperación acometer á Losada, fiando al lance de una batalla los buenos sucesos que esperaban de su valor y fortuna.

Llegado, pues, el día determinado, vinieron de la costa y serranías intermedias, según lo capitulado, los caciques Naiguatá, Uripatá, Guaicamacuto, Anarigua, Mamacuri (que fué el primero que después dió la obediencia á Losada), Querequemare, señor de Torrequemada, Prepocunate, Araguaire y Guarauguta, el que mató en Catia á Diego García de Paredes, con siete mil indios de pelea que llevaron entre todos; de los Mariches concurrieron Aricabacuto y Aramaipuro, con tres mil flecheros de su nación, incorporados en sus banderas los caciques Chacao y Baruta, con la gente de sus pueblos. Guaicaipuro, que como Capitán general había de gobernar todo el ejército, conducía dos mil guerreros, escogidos entre los más valientes de sus Teques, á quienes en el camino se agregaron otros dos mil gandules de los Tarmas, que acaudillaban los caciques Paramaconi, Urimaure y Parnamacay; pero estas dos naciones no pudieron llegar al sitio señalado á unirse con las demás por una casualidad bien impensada, en que consistió librarse la ciudad de tempestad tan horrible como la que amenazaba en conjuración tan formidable.

Ignorante Losada de todo esto, por no haber tenido noticia alguna de lo que maquinaba Guaicaipuro, había despachado aquella madrugada á Pedro Alonso Galeas con sesenta hombres para que, corriendo las lomas y quebradas de los Tarmas, juntase la mayor porción de bastimentos que pudiese y los trajese á la ciudad. Caminaba Pedro

[blocks in formation]

Alonso con su gente á ejecutar puntual su diligencia, cuando á las ocho de la mañana encontraron con él los indios Teques, que, unidos ya con los Tarmas, marchaban presurosos para hallarse en el asalto; pero al ver los españoles en parte que no esperaban, discurriendo que su coligación estaba ya descubierta, pues le salían armados al encuentro cuando pensaban hallarlos en la ciudad desprevenidos, algo atemorizados se empezaron á dividir en mangas por los

cerros.

Pedro Alonso, por su parte, ignorando también el fin á que se encaminaba aquel formado ejército de bárbaros, se halló confuso, sin acertar en buen rato á resolverse entre acometerlos anticipado ó esperarlos prevenido, hasta que, aprovechándose de aquella antigua experiencia que tenía adquirida en las conquistas del Perú, se portó con tal destreza que sin quererse empeñar en batalla declarada, con diferentes acometimientos y surtidas, logrando las ocasiones en que reconocía poderlas ejecutar con ventaja (como si supiera lo que importaba por entonces divertir aquellas tropas), las detuvo entretenidas todo el día, sin permitirles dar paso adelante, hasta que, llegada la noche, con el susto de lo que había sucedido á los demás conjurados, se retiraron confusos al abrigo de sus pueblos.

Las demás naciones convocadas, que juntas en Maracapana aguardaban la venida de los Teques y Tarmas para dar el asalto á la ciudad, viendo que era pasado el medio día y no llegaban, sin acertar á discurrir la causa de su tardanza empezaron á desmayar, desconfiando del suceso por faltarles Guaicaipuro, quien, por lo acreditado de su valor y opinión adquirida de soldado, había en todo de dar la disposición para lograr el acierto; y teniendo su falta por presagio de alguna fatalidad, empezaron á desunirse los caciques, retirándose algunos con sus tropas, sin atreverse á proseguir en la empresa, que miraban ya con desconfianza; pero los otros, teniendo por descrédito el desistir de aquel lance en que tenían empeñada la opinión, moviendo sus escuadrones se fueron acercando á la ciudad.

« AnteriorContinuar »