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arrepentido su pecado: habíase hallado en la expugnación de Rodas y en el formidable sitio de Viena, ganando sueldo en los ejércitos del turco Solimán, como soldado suyo, hombre tan afortunado que, siendo así que jamás usó de arma defensiva ni de más prevención para el resguardo de su persona que un sayo de raja viejo, habiendo asistido en diferentes batallas y reencuentros en el Asia, en la Europa y en la América, nunca fué herido, si no fué en una ocasión que, andando en estas conquistas, le hizo vestir Diego de Montes, por fuerza, un sayo de armas, y ese día le dieron un flechazo en una pierna, de que quedó baldado para siempre.

Este Francisco Guerrero, habiendo Losada dejado el país de los Estaqueros para entrar en la provincia de los Mariches, al pasar por el pueblo del cacique Tapiaracay, que estaba, como los demás, despoblado, viendo en una casa algunas gallinas (sin que lo echasen menos los compañeros), con ánimo de cogerlas, acompañado solamente de un indio ladino que le servía, se quedó en ella rancheado muy despacio, pasando los demás sin detenerse al valle de Noroguto.

Los indios que retirados en el monte estaban á la mira, advirtiendo que aquel español quedaba solo en el pueblo, tuvieron luego la presa por segura, y para lograrla sin recelo, salieron más de doscientos, con ánimo determinado de aprisionarlo vivo; el Francisco Guerrero llevaba una escopeta y un fino pistolete, y sin perder el ánimo empezó á retirarse haciendo cara á los indios con las dos armas de fuego, disparando la una mientras el indio le cargaba la otra, y de esta suerte, sin dejar que los bárbaros se le pusiesen cerca, habiendo muerto á cinco de ellos, tuvo lugar para ponerse en salvo, llegando aquella noche á Noroguto, con admiración de todos los soldados, que habiendo conocido que faltaba en el alojamiento, lo juzgaban muerto; y saliendo Losada de este valle sin que le sucediese otro accidente, atravesando la provincia de la nación de Mariche, dió la vuelta á la ciudad después de treinta y dos días gastados en la jornada.

CAPÍTULO XII.

Determina Losada prender á Guaicaipuro: envía á Francisco Infante para que lo ejecute: retírase el bárbaro, y pierde la vida peleando.

Bien desconsolado se hallaba Losada después que dió la vuelta á la ciudad, por haber reconocido (según la dureza y rebeldía que experimentó en los indios en la entrada que había hecho) cuán en los principios se hallaba su conquista, después de año y medio que había trabajado en ella, sin que en los espacios de su consideración se le ofreciesen medios de que poderse valer para conseguirla, pues si intentaba los de la amistad, solicitando paz con los caciques, le habían enseñado los accidentes pretéritos que no tenía más consistencia su firmeza que la que trae consigo la variedad de una naturaleza inconstante; y si proseguía los de la guerra, hallaba por experiencia ser tan impracticables sus operaciones, que hacían muy dilatados y contingentes sus fines, pues ayudándose los indios de las fragosidades del país, era imposible reducirlos á sujeción, por la facilidad con que, huyendo el cuerpo á los encuentros, se retiraban á los montes cautelosos, cuando en sus pueblos los buscaban los nuestros prevenidos, haciendo sólo cara en la ocasión que conocían poder lograrla con ventaja.

Era la única causa de su obstinación el cacique Guaicai

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puro: gloriábase este bárbaro de haber sido bastante su valor para lanzar de la provincia á Francisco Fajardo, obligándolo á despoblar las dos ciudades que tenía en ellas fundadas: contaba entre sus triunfos por más célebre el tesón con que mantuvo la guerra, resistiendo un capitán de tanto nombre como Juan Rodríguez Suárez, hasta hacerle perder la vida en la demanda: jactábase soberbio de la rota que dió á Luis de Narváez y el lamentable estrago que ejecutó en su gente cuando en la loma de Terepaima quedó toda por despojo del filo de su macana; y aunque con Losada le había corrido adversa la fortuna, esperaba en los acasos del tiempo que le ofreciese su melena la ocasión para quedar victorioso; y como el continuado curso de sus hazañas había elevado á este cacique á aquel grado de estimación tan superior, que á su arbitrio se movían obedientes todas las naciones vecinas, teníales encargada la perseverancia en la defensa, ofreciéndoles su amparo para mantener la libertad contra el dominio español, asegurándoles no faltaría coyuntura en que pudiese su esfuerzo (como lo había hecho otras veces) acreditarse de invencible.

No ignoraba Losada estos designios, y considerando que en tanto que viviese Guaicaipuro tenía mil dificultades la conquista, se determinó á quitar de por medio este embarazo, procurando (aunque lo aventurase todo) haberlo á las manos muerto ó vivo; pero para justificar mejor su acción, procedió contra él por vía jurídica, haciéndole proceso de todos sus delitos, muertes y rebeldías (si se puede dar tal nombre á los efectos de una natural defensa), y despachando mandamiento de prisión, encomendó la diligencia á Francisco Infante (que por reelección del Cabildo proseguía en este año siendo alcalde), quien con guías fieles y seguras que lo condujesen al paraje en que se ocultaba Guaicaipuro, salió de la ciudad con ochenta hombres una tarde al ponerse el sol, y caminando hasta la media noche, por haber cinco leguas de distancia, llegó á ocupar el alto de una sierra, á cuya falda estaba el pueblo que buscaba y servía de retiro á Guaicaipuro, en la cual, pareciéndole pre

ciso asegurar la retirada para cualquier accidente, se quedó Francisco Infante con veinticinco hombres de reserva, entregando los demás á Sancho del Villar, soldado experimentado y de valor para que bajase al pueblo á ejecutar la prisión antes que fuesen sentidos.

Era grande la fama que corría de las muchas riquezas que ocultaba Guaicaipuro, y, ó fuese por el ansia de no ser los postreros al pillaje, ó porque siendo lance de tanto empeño en el que estaban deseaba cada uno manifestar las veras de su aliento, empezaron á bajar con tal porfía que procuraba cada cual ser el primero; pero adelantándose Hernando de la Cerda, Francisco Sánchez de Córdoba, Melchor Gallegos, Bartolomé Rodríguez y Juan de Gámez, conducidos de las guías llegaron á la puerta de la casa donde estaba Guaicaipuro; mas oyendo dentro ruido y alboroto, señal de que eran sentidos, sin atreverse á entrar, esperaron á que llegasen los demás, y juntos, por asegurar la presa, unos cercaron la casa y otros acometieron á ocuparla; pero Guaicaipuro, con aquella ferocidad de ánimo que siempre tuvo para menospreciar los peligros, jugando un estoque de siete cuartas que había sido de Juan Rodríguez, y ayudado de veintidos flecheros que tenía consigo, defendió la entrada de tal suerte, que cuantos intentaron emprenderla volvieron para atrás muy mal heridos.

Ya á este tiempo, á las voces y rumor de la pelea alboro. tado todo el pueblo, ocurrían los indios á socorrer á su cacique menospreciando las vidas, pues esgrimiendo sus macanas se entraban por las espadas, donde los más perecían: todo era lamentos, bramidos y confusión; ésta originada de las tinieblas y horrores de la noche, y aquéllos causados de las mujeres que huían y los hombres que peleaban, hasta que cansados los nuestros de ver la defensa de aquel bárbaro, echaron una bomba de fuego sobre la casa, con que se empezó á abrasar por todas partes; y viendo Guaicaipuro que de mantenerse dentro era preciso perecer entre las voracidades del incendio, tuvo por mejor morir entre sus enemigos; y llegándose á la puerta con el estoque en las manos,

TOMO II.

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embistió con Juan de Gámez, á quien atravesó un brazo, sacándole el estoque por el hombro, y echando llamas de enojo aquel corazón altivo dijo: «¡Ah, españoles cobardes! ¿porque os falta el valor para rendirme os valéis del fuego para vencerme? Yo soy Guaicaipuro á quien buscáis, y que nunca tuvo miedo á vuestra nación soberbia; pero, pues ya la fortuna me ha puesto en lance en que no me aprovecha el esfuerzo para defenderme, aquí me tenéis, matadme, para que con mi muerte os veais libres del temor que siempre os ha causado Guaicaipuro;» y saliendo para afuera, tirando con el estoque á todas partes, se arrojó desesperado en medio de las espadas que manejaban los nuestros, donde perdió la vida temerario, con repetidas estocadas que le dieron, acompañándole en la misma infelicidad de su fortuna los veintidos gandules que le habían asistido á su defensa.

Este fué el paradero del cacique Guaicaipuro, á quien la dicha de sus continuadas victorias subió á la cumbre de sus mayores aplausos para desampararlo al mejor tiempo, pues le previno el fin de una muerte lastimosa, cuando pensaba tener á su disposición la rueda de su fortuna: bárbaro verdaderamente de espíritu guerrero, y en quien concurrieron á porfía las calidades de un capitán famoso, tan afortunado en sus acciones, que parece tenía á su arbitrio la felicidad de los sucesos, su nombre fué siempre tan formidable á sus contrarios, que aun después de muerto parecía infundía temores su presencia, pues poseídos los nuestros de una sombra repentina, al ver su helado cadáver (con haber conseguido la victoria) se pusieron en desorden, retirándose atropellados, hasta llegar á incorporarse con Francisco Infante en lo alto de la loma, de donde recobrados del susto, dieron la vuelta á la ciudad.

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