Imágenes de páginas
PDF
EPUB

LIBRO SEXTO.

CAPÍTULO PRIMERO.

Capitula D. Pedro de Silva la conquista del Dorado: llega con su armada al puerto de la Borburata, y intenta su descubrimiento por los Llanos.

Para inteligencia y claridad de los sucesos que se siguen al hilo de nuestra historia, es necesario advertir que el año de 566, habiendo salido de las Chachapoyas, en el reino del Perú, el capitán Martín de Proveda con alguna gente armada al descubrimiento de nuevas conquistas, pasada la cordillera de los Andes y entrado en el piélago inmenso de los Llanos, llevando su derrota siempre al Norte, fueron tantos los infortunios y contratiempos que padeció de hambres, enfermedades y trabajos, que, muerta la mayor parte de sus soldados, por no perecer en aquellos desiertos intratables, mudando el rumbo al Poniente para buscar las serranías, vino á salir por San Juan de los Llanos á la ciudad de Santa Fe, sin más fruto de su jornada que haber adquirido noticias de algunos indios que encontró de que, caminando más al Norte por el mismo viaje que llevaba, hallaría provincias muy pobladas y tan ricas que todo el menaje de las casas era labrado de oro, con otras mil grandezas y mentiras que aquellos salvajes de los Llanos, por echarlos

cuanto antes de sus tierras, les supieron fingir para enga

ñarlos.

Llegado Proveda á Santa Fe y esparcidas por él y sus soldados las voces de estas provincias, con aquellas circunstancias que suele dar la ponderación en tales casos, fué tal el movimiento que causaron, teniendo todos por fijo haber llegado la hora de descubrirse el Dorado, que desde luego, ambicioso de más fama de la que había adquirido en los descubrimientos del nuevo Reino el adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, capituló con la Audiencia de Santa Fe la conquista y población de tierras tan opulentas como exageraban todos, cuya empresa y los imponderables trabajos que en ella padeció el Adelantado (sin otro fruto que quedar destruído) dejamos de referir por no ser materia perteneciente al asunto de esta historia.

Era uno de los soldados que acompañaron á Proveda en este descubrimiento D. Pedro Malaver de Silva, caballero extremeño, natural de Jerez y casado en Chachapoyas, hombre rico de caudal, de corazón altivo y espíritus elevavados; y pareciéndole (con las noticias adquiridas en los Llanos) que tenía ya en posesión aquellas grandes riquezas que para ruina de la nación española fingió la desventura con este apetecido nombre del Dorado; con deseo de eternizar su fama se determinó el año de 568 á pasar á Castilla y solicitar del Rey le hiciese merced de esta conquista á que le inclinó su maligna estrella, para que, perdiendo la vida en manos de su infelicidad, dejase ejemplo en sus desdichas de lo poco que aprovecha el valor á un corazón, por grande que sea, cuando lo han cogido por su cuenta las desgracias.

Puesto D. Pedro Malaver de Silva en la corte, patrocinado del favor de D. Diego de Córdoba, consiguió con facilidad su pretensión, dándole el Rey en adelantamiento la conquista de los Omeguas, Omaguas y Quinaco, en distancia de trescientas leguas, con nombre de la nueva Extremadura; el gobierno por dos vidas de todo lo que poblase; veinticinco leguas en cuadro, con los indios que compren

diesen dentro, en la parte que escogiese de su gobierno; la vara de alguacil mayor de la Chancillería (si en algún tiempo se fundase) perpetua en su casa, y otras muchas mercedes honoríficas y de conveniencia, de que se le despacharon títulos en Arajuez á 15 de mayo del mismo año de 68.

Y porque el mismo día se habían dado despachos á don Diego Fernández de Serpa para la conquista de la Guayana y Guara, con otras trescientas leguas de jurisdicción, que habían de correr con nombre de la nueva Andalucía, por quitar las diferencias y disturbios que podrían originarse entre estos dos generales sobre los términos de sus gobernaciones, hizo declaración el Consejo para que las trescientas leguas concedidas á D. Diego de Serpa empezasen desde la boca de los Dragos, subiendo por el río Orinoco para el Sur, y donde éstas acabasen tuviesen su principio las de D. Pedro de Silva.

Compuesta de esta suerte la diferencia que pudiera moverse entre los dos, trataron de hacer levas y levantar gente para sus descubrimientos, Serpa en Castilla y D. Pedro de Silva en la Extremadura y en la Mancha, con tan buen suceso que dentro de pocos días se halló D. Pedro con seiscientos hombres escogidos, muchos de gente noble y principal, y entre ellos dos hermanos, naturales de Alcántara, el uno llamado Alonso Bravo Hidalgo, que había sido criado del príncipe Rui-Gómez, á quien hizo D. Pedro su maestre de campo, y el otro Diego Bravo Hidalgo, hombres ricos y acomodados, que viendo á D. Pedro falto de medios para los precisos gastos de su avío, le prestaron mil ducados, á pagar en mejor fortuna, con los cuales y otras cantidades que recogió entre los soldados pudo disponer lo necesario para el mejor expediente de su apresto.

Prevenidos y ya de partida se hallaban en Sevilla los dos generales, cuando llegó á aquella ciudad la primera noticia del levantamiento de los moriscos de Granada, y D. Pedro, sin esperar á la segunda, recelando no le quitasen la gente para necesidad tan apretada, la hizo embarcar con brevedad y con ella se bajó para Sanlúcar, diligencia que por

no haberla Serpa prevenido, se le siguió la molestia de que le embargasen la suya, obligándole á pasar á la corte, en que se retardó más de tres meses, solicitando despacho para que se la volviesen; y D. Pedro, sin embarazo alguno, en dos navíos que tenía prevenidos en Sanlúcar se dió á la vela el día 19 de marzo de este año en que vamos de 69, y llegando con buen tiempo á la isla de Tenerife se halló precisado á comprar otro navío en el puerto de Santacruz para desahogar su gente, por lo estrecha y mal acomodada que venía en las dos embarcaciones, y poder con más conveniencia proseguir su derrota, como lo ejecutó ya á mediado del mes de abril, surgiendo con felicidad por fines de mayo en la isla Margarita, donde, en uno de los días que se detuvo, juntó los capitanes y cabos principales de su armada á consejo de guerra á la sombra de unas ceibas que estaban en la plaza, concurriendo también (llamados por D. Pedro) los vecinos más autorizados de la isla; y habiéndoles propuesto el fin á que se encaminaba su armamento y pedido. les que, como hombres prácticos y experimentados, le aconsejasen la parte por donde con más conveniencia podría dar principio á su conquista, fueron todos de parecer lo hiciese por Maracapana, donde á la sazón había un pueblezuelo de españoles que le podía servir de abrigo para dejar en él sin riesgo las mujeres que traía consigo y proveerse á poca costa de ganados y bestias para la conducción de su bagaje.

Era D. Pedro sobradamente tenaz en el dictamen que llegaba á concebir (defecto que le costó la vida), y habiendo siempre hecho el ánimo á empezar su descubrimiento entrando por la Borburata y llanos de esta provincia, no le agradó el consejo de los de la Margarita; y así, poniéndose en pie al oirlo, manifestando su displicencia en el semblante, dijo: «Vuesas mercedes me aconsejan eso, no porque sea eso lo que me conviene, sino por lograr la ocasión de venderme sus ganados y bastimentos;» á que respondió uno de los vecinos, llamado Salas, hombre anciano de más de setenta años: «Nosotros sólo buscamos la comodidad de vuesas mercedes, que la nuestra no nos ha de venir de ahí;

pues sin esa hemos sustentado nuestras familias honradamente desde que conquistamos estas tierras; y si no nos cree, el tiempo le hará experimentar esta verdad muy á su costa;» y volviendo la cara á los capitanes de D. Pedro, que estaban allí presentes, echando mano de una venerable barba que tenía, les dijo: «Por estas canas, que se han de perder todas vuesas mercedes si siguen el parecer de su general;» y saliéndose de la junta todos los de la Margarita, dejaron solo á D. Pedro con su maestre de campo y capitatanes, que, empeñados á reducirlo, le empezaron á persuadir tomase el consejo que le daban aquellos hombres cargados de experiencia en semejantes materias, y más cuando se conocía ser fundado en razón y conveniencia, pues dejando en Maracapana las mujeres y los niños podrían sin estos embarazos empezar más á gusto su conquista; pero estuvo D. Pedro tan inflexible en la resolución de hacer su entrada por la Borburata que, exasperado el maestre de campo, le dijo: «No sé yo si estos señores capitanes y soldados querrán poner sus vidas y personas en tan evidente riesgo sólo por dar gusto á vuesa señoria;» á que respondió D. Pedro, colérico y alterado: «Si vuesa merced lo teme tanto, yo le doy licencia para que se quede y á todos los demás que no quisieren seguirme, que espiritus cobardes más embarazan que acompanan.>>

Aceptada por el maestre de campo la licencia y por otros ciento y cincuenta soldados que, adivinande los fatales fines que prometia terquedad tan invencible, se quedaron también en la Margarita, D. Pedro se hizo á la vela el día siguiente, y con tiempo favorable llegó á la Borburata, de donde despachó los navíos para España, pasando él con su gente á la Valencia, en cuyo breve transito de siete leguas conocieron todos por las incomodidades presentes las adver sidades futuras; y tan descontentos de la jornada como mal satisfechos de la áspera condición de D. Pedro, empezaron á desunirse, tirando unos para Barquisimeto y el Tocuyo y escondiendose otros en las estancias de los vecinos de Valencia, principalmente los que se hallaban con carga de

[ocr errors][ocr errors]
« AnteriorContinuar »