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dole consejo sobre la forma que debían observar para portarse con los españoles; pero advertido Garci González por el muchacho que lo guiaba de que Paramaconi, con el recelo de que los nuestros lo habían de buscar de noche (sin querer concurrir á aquel'as junta ), dormía retirado en el centro de una montaña que se miraba allí enfrente, deseando solo asegurar la persona del cacique, cogiéndolo muerto ó vivo, mandó marchar adelante, sin detenerse á hacer hostilidad alguna en aquellos pueblos, aunque pudiera lograrla fácilmente, aprovechando la ocasión de sus divertimientos y descuido.

Tenía el bárbaro formado su retiro en lo más fragoso de aquella montaña inculta, con disposición tan prevenida, que fabricada la casa en un llano sobre lo pendiente de una ladera, se mandaba á un tiempo por dos puertas, una que miraba hacia la cumbre del monte, y otra que, con unos despeñaderos de por medio, caía á lo profundo de un valle, para tener siempre por una parte ó por otra asegurado el escape, en caso que lo buscasen; y llegados Garci González y su gente al centro de la montaña, aunque con mucho trabajo por lo áspero de los riscos y cerrado de los árboles, descubrieron la casa, á tiempo que Paramaconi, sintiendo el ruido, con una macana en la mano corrió á la puerta del despeñadero para poner en salvo por allí cuatro mujeres que tenía consigo, mientras otros seis gandules, armados de arcos y flechas, hacían cara por la otra puerta para divertir los nuestros.

Pero Garci-González advertido, dejando sus soldados batallando con los gandules, cogió la vuelta á la casa para cerrar el paso á la ladera; y siendo en ocasión que iba saliendo el cacique, al encontrarse con él le tiró un tajo con la espada; mas reparándolo el bárbaro en los tercios últimos de la macana, tuvo lugar para meterse dentro y darle con las manos tan fuerte golpe en los pechos, que falseando toda la fortaleza de Garci-González fué dando traspiés, hasta caer de espaldas en el suelo; entonces Paramaconi, sin atender á otra cosa que á poner en seguro sus mujeres,

aprovechándose de aquel accidente favorable, las escondió por el monte, y sin esperar á que pudiera ponerse en pie su contrario, con resolución desesperada se dejó caer por el despeñadero al valle; pero levantándose Garci-González con presteza, ó ignorante de la profundidad del precipicio ó arrebatado del incendio de su cólera, sin reparar en la inconsiderada temeridad que ejecutaba el valor, se arrojó de la ladera con la espada en la mano tras el bárbaro; y aunque bastantemente atormentado con los golpes que recibió rodando por las peñas, como al llegar abajo hallase á Paramaconi, que armado con la macana le esperaba prevenido, sin tener lugar, ni aun para tomar aliento en su fatiga, le fué preciso entrar desde luego en el combate, donde echando cada cual el resto por quedar superior á su enemigo, unas veces usando de las armas y otras valiéndose de los brazos, hicieron bien trabajosa la porfía, hasta que Garci-González, logrando como diestro los movimientos del cacique, pudo llegar á herirlo metiéndole la espada por el vacío derecho; Paramaconi entonces, bramando con el sentimiento de la herida, soltó en el suelo la macana y abrazándose con Garci-González, intentó oprimirlo para quitarle la vida entre los brazos; pero conociendo que aunaunque le sobraba el coraje para emprenderlo, le faltaban las fuerzas para conseguirlo, por la mucha sangre que vertía de la herida, se desvió luego procurando retirarse á la montaña, por no morir á vista de su contrario; mas no lo pudo hacer tan á su salvo, que no le alcanzase antes un tajo que le tiró Garci-González con tal fuerza, que partiéndole el hombro izquierdo y corriendo la espada por la espalda, se la abrió hasta la cintura, á cuyo golpe desmayado el cacique, cayó en el suelo como muerto, y juzgándolo por tal Garci-González, sin hacer más caso de él lo dejó allí, procurando sólo buscar forma para volver á subir á la ladera.

Pero era tan pendiente el precipicio por donde se había arrojado, que le hubiera sido casi imposible el ascenso, á no favorecerlo sus soldados, que echándolo menos despues de muertos los seis gandules que defendían la entrada de la

casa, y conociéndolo por las voces con que pedía socorro desde el valle, dieron disposición para sacarlo de aquella profundidad en que se hallaba metido; y como el fin de su jornada sólo se había dirigido á castigar los atrevimientos de Paramaconi, teniéndolo ya por muerto, trataron sin dilación de volverse á la ciudad, donde reforzando el engaño la voz común de los indios y el recato que tuvo el cacique en ocultarse mientras convalecía de las heridas, corrió su muerte por tan fija, que nadie llegó á dudarla, hasta que pasado poco más de un año, acompañado de alguna gente principal de su nación Taramaina, se entró una mañana en la ciudad pidiendo paz y ofreciendo la obediencia, que mantuvo después con gran fidelidad hasta su muerte y tanto amor y amistad para con Garci-González (aficionado al valor con que se portó con él), que cuantas veces se le ofrecía venir á la ciudad era fijo en su casa el hospedaje, conservando siempre la memoria de su campal desafío, al paso que le duraron las señales de sus heridas, pues le podía caber un brazo en el hueco que le quedó de la que recibió en las espaldas.

A este mismo tiempo con poca diferencia llegó á la provincia Juan de Chaves, natural de Trujillo en la Extremadura, y vecino de la ciudad de Santo Domingo en la isla Española, á quien la Real Audiencia proveyó por gobernador interino en lugar de D. Pedro Ponce de León; y resignado á tener en Coro su asistencia, nombró por su lugarteniente en la ciudad de Santiago á Bartolomé García, suegro del capitán Juan de Guevara yerno de Juan Quaresma de Melo, primer regidor que fué de Coro, por particular merced del Emperador Carlos V, y á pocos días de haber entrado este caballero en el ejercicio de su puesto sucedió la muerte desgraciada de D. Julián de Mendoza, cuya ejecución tuvo principio en el sentimiento que formaron los caciques Parnamacay, Prepocunate y los demás del valle de Mamo (llamado por otro nombre el valle de las Huayabas), por haberles enviado á decir D. Julián tratasen de venir á trabajarle en sus labranzas, porque era su encomendero.

Advertencia que recibieron tal mal los que por su natu

turaleza estaban acostumbrados á mandar y no á servir, que desde luego, sintiéndose ofendidos de la propuesta, determinaron quitarle la vida para satisfacción de su agravio. A este fin, simulando su intención con los obsequios de un rendimiento servil, enviaron á la ciudad algunos indios, para que en nombre de todos diesen la obediencia á D. Julián; presentándole por primer reconocimiento de tributo y vasallaje unas hamacas curiosamente tejidas, con otros frutos y regalos comestibles de la tierra: demostración que, teniéndola D. Julián por indicio evidente de una voluntad sincera, sin recelar el engaño se dejó llevar (por su desdicha) de su afectada apariencia, pues pareciéndole había conseguido ya cuanto podían desear sus intereses para lograr sus aumentos, pidió licencia á Bartolomé García para pasar á reconocer los pueblos y tomar posesión de su encomienda.

A este efecto salió de la ciudad, tan confiado en la amistad de los indios, que sólo llevo consigo dos soldados, más para su asistencia, que para su compañía; y llegando á la boca por donde desagua al mar el río de Mamo, halló todos los caciques y principales del valle, que le estaban esperando con grandes muestras de alegría y fingimiento de paz; pero como la intención era distinta de lo que mostraba el exterior, sólo duraron los regocijos con que tiraron á divertirlo mientras Prepocunate tuvo lugar de cogerle á D. Julián las espaldas, y darle por detrás con un machete tan fuerte golpe en la cabeza, que se la partió por la mitad hasta los ojos, dejándolo sin vida á fuerza de inhumanidad tan alevosa.

Los dos compañeros, viendo muerto á D. Julián, y conociendo, aunque tarde, el fementido trato de los indios, no hallaron otro remedio que apoderarse de una casa que estaba á las orillas del río, para procurar á su abrigo defenderse, siquiera por entretener por algún tiempo la vida y dilatar con valor algún rato más la muerte; pero solo le sirvió la diligencia para experimentar un fin más lastimoso, porque los indios, no pudiendo tolerar la resolución de su defensa, pegaron fuego á la casa, donde miserablemente

perecieron entre la actividad de las llamas y las molestias. del humo.

El día siguiente, por boca de los mismos indios, se tuvo noticia en la ciudad de esta desgracia; y no pareciendo conveniente dejar aquel atrevimiento sin castigo, envió luego á Bartolomé García á Sancho del Villar con cuarenta hombres para que lo ejecutase; pero los indios recelando lo mismo que sucedió, se habían retirado á una montaña, llamada Anaocopón, en las cabeceras del valle, y fortalecidose en ella de tal suerte, que aunque Sancho del Villar procuró con empeño el expugnarla, fué imposible contrastar lo impenetrable del sitio; y como á la sombra de su aspereza lograban los bárbaros sus acometimientos con ventaja, muertos cinco españoles y heridos de peligro Pablo Bernaldes Pedro Vázquez y Diego Vizcaíno, se halló obligado Villar á volverse á la ciudad, sin más fruto de su entrada, que haber dado sepultura al cuerpo de D. Julián, que halló en las orillas del río con las partes genitales cortadas y metidas en la boca; de que quedaron los indios tan altivos, que despreciando ya el abrigo de los montes, tuvieron osadía para salir al valle de San Francisco y matar alguna gente de servicio que hallaron por el campo descuidada; daño á que deseando Bartolomé García aplicar remedio antes que pasase á más su atrevimiento, volvió á disponer segunda entrada, nombrando por cabo de ella á Francisco de Vides; pero experimentando éste los mismos contratiempos que Sancho del Villar, se vió también precisado á retirarse á la ciudad, con pérdida del bagaje, que le ganó Parnamacay en un encuentro; quedándose los indios con la gloria de mantenerse libres de la sujeción española casi á las mismas puertas de la ciudad de Santiago, hasta que llegado el año de 70 confesaron rendidos no ser bastantes sus fuerzas para oponerse á la fortuna ó valor de Garci González de Silva; porque como aquel hombre jamás empuñó la espada que no fuese para quedar vencedor, cometida á su disposición por el Gobernador Juan de Chaves la pacificación de aquel valle, que se juzgaba ya por imposible, lo mismo fué entrar

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