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tija, era para ellos un aviso del cielo. Todavía creen muchos indios en un brujo ó genio maléfico llamado asuang, que toma la figura de un cabrón, y entra de noche por las casas haciendo daño á las personas que mal quiere.

Esto eran los filipinos antes que viniesen aquí los españoles; pero ahora, merced al celo y trabajos de los Religiosos, han desaparecido de la mayor parte de las islas las tinieblas de la superstición, y esparce claros sus rayos el Sol de justicia, Cristo Jesús, Dios y Salvador del género humano. Ante el trofeo de la Cruz ha huído, vencida y humillada la idolatría, volviendo á esconder en el abismo la ignominia de sus mentidas deidades, con la memoria de sus inmundos ritos y sangrientos sacrificios.

Los Religiosos han sido los maestros de la nación filipina, y con su mansedumbre y caridad la han impulsado por la senda de la cultura y perfección moral, en que ha llegado á sobrepujar, con mucha gloria del nombre español, á todos los pueblos de la Oceanía. Ellos le contaron la historia de la Religión, y al contársela le enseñaron la historia del mundo, le explicaron los profundos misterios de la fe, y de esta manera le comunicaron las más sublimes nociones de la filosofía. Ahora ya saben siete millones de filipinos que existe un

Dios, único, eterno, omnipotente, infinitamente sabio, justo y misericordioso. Ahora ya saben el origen del mundo y cómo ha sido criado de la nada por Dios, y es conservado y gobernado por su infinita providencia. Ahora ya saben el origen del hombre, y que ha sido criado por Dios para alabarle, hacerle reverencia y servirle en esta vida, y, mediante esto, salvar su alma. Ahora ya saben que las almas son espirituales y eternas. Ahora ya conocen la Ley de Dios, compendio y fundamento de todas las leyes humanas, sin cuyo cumplimiento es imposible salvarse.

La fe de los filipinos es la misma fe de los españoles, y ha producido los mismos efectos; ha levantado templos magníficos, en los cuales se da culto á Dios con tanta majestad y pompa, como en las catedrales de la vieja Europa. Resuenan en las bóvedas de estas casas del Señor los himnos sagrados; predícase la palabra divina, y el órgano lleva á los oídos de la multitud de los indios, que asisten á la Santa Misa y religiosas festividades, su majestuosa armonía. Los indios filipinos son católicos, apostólicos, romanos; son hijos predilectos del Romano Pontífice, Vicario de Jesucristo; están dentro del arca única de salvación, que es la Iglesia Católica, y pueden ser eternamente felices, muriendo en la fe que

profesaron en el bautismo, y cumpliendo los preceptos del Señor.

Pero ¡ay! amados filipinos; id ahora, y romped los lazos que os unen á los católicos Reyes de España, y veréis cómo al instante la libertad de cultos, las guerras religiosas, la ignominia, la superstición, la idolatría, las fábulas de Confucio, de Buda y de Mahoma, volverán á extender las tinieblas y las sombras de la muerte sempiterna sobre vuestras islas. Por este solo beneficio y ventaja de la unidad católica, debéis permanecer eternamente unidos á España. El Africa fué católica; en tiempo de S. Agustín había en ella más de cuatrocientos Obispos. Cayó en poder de los vándalos y de los árabes musulmanes, perdió la unión con los Emperadores y los Pontífices Romanos, y con ella la fe y la civilización cristiana; se convirtió en un pueblo bárbaro. ¡Tal sucedería á Filipinas, el día que rompiese la coyunda de unión con la madre España!

CAPÍTULO II

El segundo beneficio de la soberanía de España en Filipinas es la abolición del despotismo y anarquía con el establecimiento de un gobierno robusto, dirigido por las sabias y humanitarias leyes de Indias

Después de los beneficios del orden religioso, que la soberanía de España ha reportado á Filipinas, nos toca considerar los beneficios del orden político, que por su trascendencial merecen ocupar el segundo lugar.

¿Qué era Filipinas en el orden político, al arribar á estas islas las naves de Castilla? En las Islas Filipinas no existían, á la llegada de los españoles, emperadores como Motezuma, ni tampoco grandes naciones ó ejércitos. Eran muchos más los Estados que las islas; y cuando las Islas eran grandes, como Mindanao y Luzón, cada cordillera ó grande río era una barrera y límite común de diferentes tribus.

Los elementos políticos de estas pequeñas sociedades eran cuatro, á saber: los Régulos, Datos ó Rajás; los Cabezas de Barangay, el

pueblo y los esclavos. Los primeros, eran como Reyes en miniatura, y gobernaban con un poder despótico, sin ley escrita á qué atenerse. No obstante, en los casos graves consultaban con los ancianos y Cabezas de Barangay, formando con ellos una especie de tribunal. Los Cabezas del Barangay, nombre de una embarcación que recuerda la manera con que habían venido á poblar las islas los primeros indios con sus familias, conducidos por un jefe ó cabeza, que al ocupar la tierra, quedaba siempre con ellos; cobrándoles tributo y no permitiendo que se trasladasen á otro barangay, si no es pagando cierta cantidad de oro y dando un banquete á su barangay. Los Cabezas legaban á sus hijos esta dignidad. El pueblo eran las cuarenta ó cincuenta familias que componían el barangay, y que formaban propiamente la plebe. Cada una de estas familias. poseía mayor ó menor número de esclavos, en lo cual hacían consistir principalmente su riqueza.

La autoridad de los Régulos, Datos ó Rajás, á pesar de ser despótica era débil; 1.o, porque sus Estados eran muy pequeños; pues vemos que en Manila reinaba Rajá Matanda, y en Tondo Rajá Lacandola; dos capitales de reinos separados por el cauce de un río; 2.o, porque dependían del voto de los

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