Imágenes de páginas
PDF
EPUB

SUMISIÓN QUE DEBE FILIPINAS À LA SOBERANÍA

DE ESPAÑA

Las reflexiones contenidas en las dos partes precedentes de este libro, habrían de ser suficientes para que el pueblo filipino estuviese siempre sumiso á su Metrópoli; ahogase cualquier estímulo que pudiera sentir á la rebelión; depusiese las armas y la saña el país insurrecto; y unánimes y concordes los hijos del Archipiélago, procurasen á toda costa el restablecimiento y la conservación de la paz. La guerra separatista, que parte del país ha promovido en Agosto del año último, y que está todavía sosteniendo, es un insensato y feísimo atentado, que impone á cuantos han tomado en él alguna parte gravísima responsabilidad ante Dios y ante los hombres; por ser en sí misma la violación flagrante de un deber sagrado; y en sus consecuencias, la destrucción lastimosísima de todos los intereses del país.

Aunque aparezca así de lo dicho hasta ahora, tengo por conveniente insistir sobre ello en esta tercera parte, destinada directamente á infundir en el pueblo filipino más y más amor á la paz y sumisión á España; más y más odio á todo linaje de rebelión contra ella.

CAPÍTULO I

Necesidad de la paz

La paz es necesaria para la felicidad de las naciones. ¿Quién lo duda? Es el bien que trajo Jesucristo al mundo, como cantaron los ánge · les: Gloria á Dios en las alturas y paz en la tierra á los hombres de buena voluntad. Con esta dulce palabra saludaba el Salvador del mundo á los discípulos turbados y dispersos por la tempestad de la Pasión. La paz es la tranquilidad en el orden, según dijo el Aguila de Hipona. Ella es la libertad tranquila, como enseña Platón.

Con la palabra de paz convido yo á todos mis queridos filipinos, y desde lo íntimo de mi alma, con sentido acento, que ojalá fuera divino y penetrase hasta el fondo de las selvas, les diré amigablemente: ¡La paz sea con

vosotros!

A ella se seguirán todos los bienes; el orden, la libertad, la justicia, la prosperidad, la abundancia; el desarrollo indefinido de la agricul

[ocr errors]

tura, de la industria, del comercio, de las artes y de las letras: todo lo que constituye la felicidad ! el verdadero progreso de las naciones. En tiempo de paz, los campos se cubren de sazonadas espigas; en las fábricas no paran de trabajar las máquinas; los mercados se llenan de víveres; los ríos y mares, de barcos; los templos, de fieles, y el cielo se puebla de justos.

Pero ¡ay! que ha huído, ¡oh filipinos! la paz de vuestros contornos. En un momento de delirio invocasteis sobre vosotros el genio de la guerra. ¡Desgraciados! Yo le vi volar á manera de sombra gigantesca de ángel exterminador; con ojos sangrientos y cabellera de fuego, esgrimía espada centellante con su diestra y en la siniestra agitaba una tea incendiaria; el huracán le precedía; en torno suyo resonaba el mortífero maüsser, el crujir de las cureñas, el estampido del cañón; seguíanle en cortejo fatídico las enlutadas viudas, los macilentos huérfanos, los heridos, los carros de cadáve res, y ¡¡¡ministros de Dios inmolados!!!...

Era el azote de la Justicia divina que pasaba por Filipinas, dejando en pos de sí regueros de sangre, nubes de pólvora, campos desiertos, templos destruídos, pueblos quemados, provincias empobrecidas, cárceles llenas de presos, cajas robadas, hospitales atestados de mo

« AnteriorContinuar »